Artículo publicado en el diario La Opinión de Murcia el 27 de enero de 2009
VERSIÓN CLÁSICA: Érase una vez una liebre que presumía de ser la más veloz del bosque. Tanta era su vanidad que, cada vez que se cruzaba con la lenta tortuga, le hacía burla delante de los demás animalitos. Hasta que, un día, la sabia tortuga retó a la liebre a una carrera. La liebre, muy divertida, aceptó la apuesta.
Llegado el día de la carrera todos los habitantes del bosque se congregaron a lo largo del recorrido. El señor búho dió la salida pero la liebre, confiada en su ligereza y dispuesta a reirse una vez más de la tortuga, la dejó partir en solitario. Al cabo de un rato comenzó a correr y corrió tan rápido que rebasó a la tortuga en un minuto. Entonces se tumbó al borde del camino y, arropada por las risas y aplausos del público, contempló burlonamente cómo la tortuga la adelantaba lentamente. Al poco, la liebre corrió y corrió y volvió a adelantar a la tortuga, y se repitió la misma burla una y otra vez, mientras la tortuga continuaba su carrera sin detenerse. Confiada en su velocidad, la liebre, animada por su público, dio un paso más en su burla y se tumbó bajo un árbol a dormir la siesta. La tortuga, pasito a pasito, adelantó a la liebre que dormía a pierna suelta y se encaminó hacia la meta. Cuando la liebre despertó corrió y corrió a toda velocidad pero ya era tarde, pues la tortuga había cruzado la meta muy despacito. Todos los animales y la propia liebre aprendieron varias lecciones: que no hay que burlarse de los demás, que el exceso de confianza es perjudicial y que no siempre es el más veloz el que gana la carrera.
VERSIÓN ADAPTADA: Érase una vez una liebre que presumía de ser la más veloz del bosque. Tanta era su vanidad que se burlaba en público de la lenta tortuga. La tortuga, que además de ser lenta tenía pocas luces, retó a la liebre a una carrera por el bosque. Y la liebre, que se partía de risa, aceptó.
La tortuga se encaminó pausadamente a la Dirección de Carreteras del Bosque y pidió permiso para celebrar la carrera. La licencia le costó mil euros de vellón. Luego se trasladó a paso lento a las oficinas de la Federación de Competiciones Silvestres, que era el organismo que gobernaba el Bosque, donde tuvo que ingresar veinte euros de vellón para abonar los gastos del seguro obligatorio de deportistas, más otros quinientos para sufragar la instalación de la Tribuna de Autoridades, la Cena de Entrega del Trofeo Presidente Zapatero, la adquisición del Trofeo mismo y los gastos de un viaje federativo al Bosque de Sherwood para conocer de cerca sus famosas competiciones de Tiro con Arco y estudiar su singular gastronomía; y, por supuesto, un plus de cincuenta euros más para financiar la Campaña de Juego Limpio en el Bosque. A cambio, la Federación facilitó a la tortuga un ejemplar de quinientas páginas del Reglamento de Carreras Pedestres, cuyas previsiones debería cumplimentar. La tortuga, inasequible al desaliento, adquirió el maillot reglamentario, el caso protector y las cuatro zapatillas deportivas, que eran obligatorios según las normas federativas, todo lo cual, y gracias a que estaban de rebajas en Bosque-Markt, le costó solamente doscientos euros de vellón. Mientras tanto, la liebre seguía partiéndose de risa. Finalmente, la tortuga se acercó al viejo roble y, tal y como ordenaba el Reglamento, contrató al señor Búho por la módica cantidad de ciento cincuenta euros de vellón para que actuara como juez de la competición, y otros cien para los dos ayudantes de línea de salida y de línea de meta, el señor Grajo y la señora Urraca.
Llegado el día de la carrera todos los animalitos del bosque se congregaron a lo largo del recorrido y, de esta manera, fueron los primeros en observar que el trazado de la carrera estaba invadido en uno de sus tramos por una muchedumbre de animalitos de color rosa que celebraban el Día Bosquimano del Orgullo Gay. Otro tramo estaba ocupado por la romería que se disponía a celebrar la Agrupación de Zorros Romeros y Rocieros. Finalmente, un piquete de abejas en huelga por los bajos precios de la miel había cortado la carretera en varios sitios. En esto llegó la tortuguita y, dirigiéndose a un guardia del bosque, le recordó educadamente que era el día de la carrera y que tenía todos los permisos gubernativos y federativos. La multitud manifestante increpó a la tortuga y la acusó de inmovilismo, lo que no era del todo falso, de homofobia, lo que en modo alguno era cierto, y de atentar contra el libre ejercicio del derecho de huelga y de romería. El guardia detuvo a la tortuga, le confiscó el casco, el maillot y las zapatillas deportivas, la encerró en su caparazón y le impuso una multa de dos mil euros de vellón por provocar graves alteraciones del orden público.
Mientras tanto, en la línea de salida, la liebre se retorcía de la risa mientras el señor Búho la coronaba ganadora de la carrera por incomparecencia de la tortuga.
Todos los animalitos del Bosque, incluida la tortuga, aprendieron la siguiente moraleja: que, en tiempos de Zapatero, el que no se mueve llega primero.
Llegado el día de la carrera todos los habitantes del bosque se congregaron a lo largo del recorrido. El señor búho dió la salida pero la liebre, confiada en su ligereza y dispuesta a reirse una vez más de la tortuga, la dejó partir en solitario. Al cabo de un rato comenzó a correr y corrió tan rápido que rebasó a la tortuga en un minuto. Entonces se tumbó al borde del camino y, arropada por las risas y aplausos del público, contempló burlonamente cómo la tortuga la adelantaba lentamente. Al poco, la liebre corrió y corrió y volvió a adelantar a la tortuga, y se repitió la misma burla una y otra vez, mientras la tortuga continuaba su carrera sin detenerse. Confiada en su velocidad, la liebre, animada por su público, dio un paso más en su burla y se tumbó bajo un árbol a dormir la siesta. La tortuga, pasito a pasito, adelantó a la liebre que dormía a pierna suelta y se encaminó hacia la meta. Cuando la liebre despertó corrió y corrió a toda velocidad pero ya era tarde, pues la tortuga había cruzado la meta muy despacito. Todos los animales y la propia liebre aprendieron varias lecciones: que no hay que burlarse de los demás, que el exceso de confianza es perjudicial y que no siempre es el más veloz el que gana la carrera.
VERSIÓN ADAPTADA: Érase una vez una liebre que presumía de ser la más veloz del bosque. Tanta era su vanidad que se burlaba en público de la lenta tortuga. La tortuga, que además de ser lenta tenía pocas luces, retó a la liebre a una carrera por el bosque. Y la liebre, que se partía de risa, aceptó.
La tortuga se encaminó pausadamente a la Dirección de Carreteras del Bosque y pidió permiso para celebrar la carrera. La licencia le costó mil euros de vellón. Luego se trasladó a paso lento a las oficinas de la Federación de Competiciones Silvestres, que era el organismo que gobernaba el Bosque, donde tuvo que ingresar veinte euros de vellón para abonar los gastos del seguro obligatorio de deportistas, más otros quinientos para sufragar la instalación de la Tribuna de Autoridades, la Cena de Entrega del Trofeo Presidente Zapatero, la adquisición del Trofeo mismo y los gastos de un viaje federativo al Bosque de Sherwood para conocer de cerca sus famosas competiciones de Tiro con Arco y estudiar su singular gastronomía; y, por supuesto, un plus de cincuenta euros más para financiar la Campaña de Juego Limpio en el Bosque. A cambio, la Federación facilitó a la tortuga un ejemplar de quinientas páginas del Reglamento de Carreras Pedestres, cuyas previsiones debería cumplimentar. La tortuga, inasequible al desaliento, adquirió el maillot reglamentario, el caso protector y las cuatro zapatillas deportivas, que eran obligatorios según las normas federativas, todo lo cual, y gracias a que estaban de rebajas en Bosque-Markt, le costó solamente doscientos euros de vellón. Mientras tanto, la liebre seguía partiéndose de risa. Finalmente, la tortuga se acercó al viejo roble y, tal y como ordenaba el Reglamento, contrató al señor Búho por la módica cantidad de ciento cincuenta euros de vellón para que actuara como juez de la competición, y otros cien para los dos ayudantes de línea de salida y de línea de meta, el señor Grajo y la señora Urraca.
Llegado el día de la carrera todos los animalitos del bosque se congregaron a lo largo del recorrido y, de esta manera, fueron los primeros en observar que el trazado de la carrera estaba invadido en uno de sus tramos por una muchedumbre de animalitos de color rosa que celebraban el Día Bosquimano del Orgullo Gay. Otro tramo estaba ocupado por la romería que se disponía a celebrar la Agrupación de Zorros Romeros y Rocieros. Finalmente, un piquete de abejas en huelga por los bajos precios de la miel había cortado la carretera en varios sitios. En esto llegó la tortuguita y, dirigiéndose a un guardia del bosque, le recordó educadamente que era el día de la carrera y que tenía todos los permisos gubernativos y federativos. La multitud manifestante increpó a la tortuga y la acusó de inmovilismo, lo que no era del todo falso, de homofobia, lo que en modo alguno era cierto, y de atentar contra el libre ejercicio del derecho de huelga y de romería. El guardia detuvo a la tortuga, le confiscó el casco, el maillot y las zapatillas deportivas, la encerró en su caparazón y le impuso una multa de dos mil euros de vellón por provocar graves alteraciones del orden público.
Mientras tanto, en la línea de salida, la liebre se retorcía de la risa mientras el señor Búho la coronaba ganadora de la carrera por incomparecencia de la tortuga.
Todos los animalitos del Bosque, incluida la tortuga, aprendieron la siguiente moraleja: que, en tiempos de Zapatero, el que no se mueve llega primero.
2 comentarios:
Con ZP la cosa es más divertida, si no fuera porque cada estupidez zapaterina nos acerca un poco más al borde del precipicio
Los de la derecha solo veis la paja en el ojo ajeno y mientras tanto el PP se ha convertido en la T.I.A. de Mortadelo y Filemón
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