martes, 28 de septiembre de 2010

Otra juerga general

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(Artículo publicado el 28 de septiembre de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)





Hace unos años, en mayo de 2002, los sindicatos convocaron una huelga general contra el gobierno de Aznar. Decían que era contra las políticas de desempleo pero en realidad era contra toda política que emanara del gobierno del PP, de ahí su nombre de huelga general.



Eran otros tiempos y la economía española, no es que estuviera mejor que hoy, es que estaba muchísimo mejor que nunca lo había estado. Escribí entonces un artículo titulado “Juerga General” en el que Ignatius, aquel asesor mío en cuestiones de sindicatos y otras calamidades, echaba narices de la convocatoria de huelga en una España muy diferente a la de hoy. “España va bien”, decía Ignatius, “hay dieciséis millones de altas en la Seguridad Social, los salarios se están situando a la altura de los salarios europeos, hay más matriculaciones de coches que nunca y crece el consumo energético. España ha pasado de ser un país de emigrantes a convertirse en la meca de la inmigración. Ya no nos contentamos con compramos un pisito de protección oficial, sino que los dúplex y adosados en las urbanizaciones de la costa se venden mucho antes de ser construidos. La celebración de las comuniones de nuestros hijos, aunque comulguen por lo civil, dejan en mantillas la ceremonia de coronación de la Reina de Inglaterra”. Y, a pesar de todo ello, los sindicatos le hicieron huelga general al gobierno de PP.



Hoy tenemos cinco millones de parados; el pasado mes de agosto ha sido el de menos matriculaciones de automóviles de la historia; la crisis ha dejado casi un millón de viviendas sin vender aunque los jóvenes y los menos jóvenes no pueden acceder a una de ellas; seguimos siendo la meca de la inmigración pero casi un cincuenta por ciento de esos inmigrantes ya no encuentran trabajo; el consumo energético no sube sino que lo hace el precio de la energía eléctrica, un treinta y tres por ciento en tres años; y en lo que respecta a las comuniones, hemos vuelto al chocolate con churros. Todo ha cambiado, excepto nuestros entrañables sindicatos, que ajenos a cuanto acontece, han vuelto a convocar una huelga general contra el gobierno del PP, entonces contra el gobierno real de Aznar, hoy contra el gobierno presunto de Rajoy.



Muchos sospechamos que esta huelga no va a ayudar a los sindicatos a recobrar el crédito perdido, hoy bajo mínimos históricos, ni va a servir para provocar o acelerar en su caso la caída del gobierno, sino todo lo contrario. La simple convocatoria de huelga general ya ha sido usada por el gobierno para acreditar ante los estamentos internacionales, Obama incluido, que ha acometido las reformas económicas que éstos le exigieron que adoptara. Y el escaso seguimiento de la huelga (después de los videos de UGT, nadie del centro derecha se sumará a la huelga, aunque la huelga haya sido convocada aparentemente contra Zapatero) será utilizado por el gobierno para demostrar que nadie lo culpa de lo sucedido y que todos entienden y apoyan las medidas que ha adoptado contra la crisis, todo ello como paso previo a que sea reconocido como el gobierno que nos está sacando de ella y que el único culpable de todo cuanto ha ocurrido es, cómo no, el PP.



Decía Ignatius en aquel artículo que “huelga” y “juerga” son palabras que gozan de la misma raíz semántica y que, como yo debería saber si no hubiera dedicado mi adolescencia a ejercitarme en las más absolutas perversiones, decía, ambas palabras proceden, igual que “jolgorio” y “holganza”, del antiguo vocablo castellano “holgar” que, a su vez, lo hace del latín tardío “follicare”, así que la diferencia queda reducida a una simple cuestión de aspiración que, a él, a Ignatius, le traía al fresco. Pues eso es. Estamos de nuevo frente a otra juerga general que los sindicatos y el gobierno de Zapatero, y perdonen la redundancia, se quieren correr otra vez a cuenta del PP.



La diferencia es que esa cuenta, querido lector, no la va apagar solo el PP. En esta ocasión, el jolgorio lo pagaremos usted y yo. No se mueva del sillón. La solución, mañana mismo.

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martes, 21 de septiembre de 2010

El faro del fin del mundo

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(Artículo publicado el 21 de septiembre de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)





El penúltimo episodio de la Reconquista se ha librado en las costas de Águilas. Claro que no me refiero a la que inició Don Pelayo en Covadonga, sino a la que empezaron los moros al día siguiente de la caída de Granada, la reconquista de Al-Andalus, ya saben esa provincia sarracena que figura en el mapa de Eurabia que tiene colgado el rey de Marruecos en la cabecera de su cama. La Meca es ya La Isla y el minarete se ha convertido en faro, lo que en cierto modo me parece muy bien, pues nos hemos librado de que, en un exceso de corrección política, la discoteca fuera rebautizada como El Vaticano y el minarete se transformara en un campanario con su crucecita y todo. Tengo para mí que los signos religiosos son respetables sea cual sea la creencia a la que representen y que una discoteca es cualquier cosa menos un lugar que se caracterice por el respeto a algo que no sea el desmadre y el jolgorio. Lo triste de esta historia es que esta escaramuza no la ha ganado el sentido común o el respeto a los sentimientos religiosos de las gentes, sino el miedo a las amenazas del radicalismo islámico. Por eso, lo que pudo ser simplemente una cuestión de respeto se convirtió en el penúltimo episodio de una guerra perdida de antemano. La primera reconquista se ganó porque Don Pelayo desenvainó la espada y esta se perderá precisamente porque quienes la han desenvainado han sido los otros.





Suenan campanas electorales, pero no se engañen. No se trata de las elecciones autonómicas y locales, que esas ya están ganadas o perdidas por quienes las tienen que ganar o perder. A lo sumo, se pondrán en juego unos pocos concejales y diputados autonómicos que apenas influirán en el mapa político. La contienda política de verdad está planteada respecto al gobierno de España, hasta el punto de que cada voto será vital para que los socialistas conserven el poder o para que lo pierdan en favor de los populares, pues ya se sabe que las elecciones no las gana la oposición sino que las pierde el gobierno. Toda el esfuerzo político y no político de las dos grandes formaciones está dirigido desde anteayer, no a alcanzar el poder autonómico o local aquí o allá, sino a hacerse con el gobierno del estado, que ahí está la moya. Por eso, como dijo el Rey a Don Rodrigo, cosas tenedes, el Cid, que farán fablar las piedras.





Se acerca el otoño y se huele a libro. Eso es lo que tienen los libros tradicionales sobre los digitales, que satisfacen casi todos los sentidos, excepción hecha del gusto, aunque nunca se sabe. Hay quienes confunden el libro con la información que contiene. Ésta, la información, puede ser servida en soportes diferentes, tradicionales o o modernos y visuales o sonoros. Pero el libro es otra cosa. Cuando un libro carece de información se llama cuaderno y no es un libro y cuando una información no está impresa en un libro, pues tampoco es un libro, El libro, cada libro, tiene alma y vida propia, respira y enferma, huele a su propio perfume y se deja acariciar en forma diferente a otro libro. El libro puede que nazca igual a otro, pero al cabo de un tiempo cada libro es único. El libro te es fiel si le correspondes. El libro envejece contigo y te acompaña todo el camino y, cuando tú te vas, él se convierte en tu huella. Tengo muchos libros antiguos, de poco valor económico pero todos con cierto atractivo estético y literario, que he ido comprando en las ciudades que he visitado. Uno o dos en cada ciudad. Son libros usados, muchos de ellos firmados por uno e incluso dos de sus anteriores propietarios. Todos me cuentan alguna historia más allá de la que figura impresa en sus páginas, ésta, en ocasiones, incomprensible para mí pues están escritos en el idioma de la ciudad visitada. La otra historia es la que se esconde detrás de la firma manuscrita, de una dedicatoria, del ex libris que alguien imprimió o pegó con goma en la camisa del libro o en su portadilla. En ocasiones encuentro un billete de metro o de tranvía que alguien usó como señal. O una hoja seca de roble entre las secas hojas del libro. Y siempre encuentro en ellos un camino hacia alguna parte e, incluso, el título de mi artículo.


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miércoles, 15 de septiembre de 2010

Me desespero y me desperezo

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(Artículo publicado el 14 de septiembre de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)



Aún bajo los efectos de la dosis de europeína en vena que me he chutado este verano, me disponía a escribir un furibundo artículo cargado de improperios contra todo lo que se me antoja odioso de esta España festivalera y excesiva a la que, por finalizar mis vacaciones, vuelvo siempre arrastrando los pies, como tras un permiso carcelario. No les negaré que, tal vez porque no viva allí, añoro la Europa verde y silenciosa, húmeda y aburrida, de ciudades añejas y pueblos desiertos, casi invisibles entre los árboles, a los que se adivina por el afilado campanario de una iglesia; la Europa ordenada, trazada como a escuadra y cartabón y, al mismo tiempo, de formas suaves y redondeadas; de carreteras ajardinadas e intransitadas, por las que se llanea dulcemente a setenta por hora. Sólo las autopistas francesas e italianas parecen casi españolas, atestadas de coches, de estrés y de velocidad, calurosas y casi polvorientas.





Tal vez sea porque no vivo allí, porque paso únicamente cortas temporadas de vacaciones, que no echo de menos el vocinglerío que me aturde en cualquier espacio público de España, el ruido gratuito e innecesario, la trifulca política estéril, el papanatismo acomplejado de los políticos supervivientes. Será porque no me da tiempo a hartarme de ello que me sorprende que se pueda dormir en silencio; que los vecinos se muevan sobre algodones a partir de las nueve de la noche; que los coches no tengan pito; que nadie estacione su coche encima de las aceras o en los pasos de peatones; que nadie se cuele en las colas; que el que se cruza contigo en un camino del campo o en una acera solitaria de la ciudad te salude siempre con un bon jour o con un guten Tag y te sonría con la mejor de sus sonrisas; que no haya pintadas en las paredes; que usen las papeleras; que el mobiliario urbano no esté estropeado, pintarrajeado, carcomido por los monopatines o simplemente demolido; que la vida corriente sea más barata que en España y que lo superfluo sea más caro.





Será porque no vivo allí que no echo de menos el alegre bullicio de aquí, la incesante e improductiva actividad de la mosca, el eterno cantar de la cigarra, ora vestida de mora, ora de nazarena, el correr del vino y el repique constante de las campanas.





.........Decía que venía dispuesto a escribir un artículo airado cuando me ha asaltado la melancolía del otoño que ya está próximo. Y lo ha hecho de la mano de un artículo que leí en el periódico de ayer, firmado por Ramón Jiménez Madrid, titulado La Peña. En él nos cuenta a qué dedica parte de su tiempo libre, de ese tiempo otoñal de la jubilación en el que muchos días luce el sol y que tanto se parece a la primavera. Hace un repaso de las peñas y tertulias que se reúnen en diversos cafés de Murcia a las que asiste, y nombra a algunos contertulios, y habla de lo que hablan. Me ha gustado mucho el artículo y me ha recordado un cuento de Unamuno que casualmente leí hace pocos días. Se titulaba precisamente El contertulio. Redondo, tras veinte años en Argentina, vuelve al lugar de su tertulia habitual en la rinconera del café de la Unión, su patria, como él la considera, su auténtica patria, aún por encima de su pueblo o de la misma España. Ya no queda ninguno de sus viejos amigos, ni Henestrosa, ni Romualdo, ni el mentiroso de Manolito. Hasta los mozos del café “o eran o se habían vuelto otros; ni les conoció ni le conocieron”. Dos días después, cabizbajo y alicaído de corazón, se acercó de nuevo a la rinconera del café de la Unión y se sentó en la tercera mesa de mármol, “junto al suelo de la que fue su patria”. Allí escuchó sorprendido cómo los que ocupaban las mesas de la vieja tertulia citaban por su nombre y hechos a algunos de sus viejos amigos. Hasta se acordaban de él. Comprobó que la tertulia había sobrevivido a los contertulios y volvió a sentir que la sangre de su patria, de su patria auténtica, corría de nuevo por sus venas.





.........Tal vez la patria no sea ésa que enarbola una bandera que luego se convierte en sudario, o aquélla que nos esquilma los bolsillos para satisfacer las veleidades del visionario de turno, o la que nos hace cómplices de muchas decisiones que no entendemos. Tal vez la patria sea algo mucho más pequeño, algo que cabe en la rinconera de un pequeño café…


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