Artículo publicado en el diario La Opinión de Murcia el 5 de febrero de 2008
El de hoy no es un cuento; o, tal vez, sí lo sea. Lo escribió Gilbert K. Chesterton en 1922 al comienzo de uno de los relatos, El pozo sin fondo, que integran el libro titulado El hombre que sabía demasiado. Sea por la razón que fuere, tal vez porque en esos relatos los malos no lo son del todo y los buenos, tampoco, lo cierto es que El hombre que sabía demasiado es uno de mis libros preferidos, como también lo fue de Jorge Luis Borges, quien incluyó el cuento en la Antología de Literatura Fantástica que, junto con Adolfo Bioy Casares y la esposa de éste, Silvina Ocampo, publicó en 1940. En El pozo sin fondo (The bottomless well), el extraño inquisidor Horne Fisher muestra su desazón por lo que sabe: “El lado sórdido de las cosas, los motivos secretos, los móviles corrompidos, el soborno y el chantaje al que llaman política”. Pero vayamos al cuento tal y como lo escribió Chesterton.
VERSIÓN CLÁSICA: “Ese cuento del agujero en el suelo, que baja quién sabe hasta dónde, siempre me ha fascinado. Ahora es una leyenda musulmana; pero no me asombraría que fuera anterior a Mahoma. Trata del sultán Aladino; no el de la lámpara, por supuesto, pero también relacionado con genios o con gigantes. Dicen que ordenó a los gigantes que le erigieran una especie de pagoda, que subiera y subiera hasta sobrepasar las estrellas. Algo como la Torre de Babel. Pero los arquitectos de la Torre de Babel eran gente doméstica y modesta, como ratones, comparada con Aladino. Sólo querían una torre que llegara al cielo. Aladino quería una torre que rebasara el cielo, y se elevara encima y siguiera elevándose para siempre. Y Dios la fulminó, y la hundió en la tierra abriendo interminablemente un agujero, hasta que hizo un pozo sin fondo, como era la torre sin techo. Y por esa invertida torre de oscuridad, el alma de! soberbio Sultán se desmorona para siempre.”
VERSIÓN ADAPTADA: El Sultán ordenó a los gigantes que le erigieran una especie de pagoda, que subiera y subiera hasta sobrepasar las estrellas. Algo como la Torre de Babel. Y el primer piso de la Torre se llamó Alianza de Civilizaciones. En él, quería el Sultan que todos los pueblos del mundo se estrecharan la mano y cantaran con gozo sus alabanzas. Deslumbrado por su propia luz, pensaba el Sultán que los regímenes totalitarios, los intransigentes, los fundamentalistas y los corruptos, o sea, los lobos de este mundo, se transformarían mansamente en corderos demócratas. El segundo piso de la Torre se llamó Diálogo por la Paz, y era igual que el primero, pero más pequeño. Creía el Sultán que los asesinos terroristas por fin cambiarían la bomba por la palabra. El tercer piso recibió por nombre Talante y en él todas la voces serían escuchadas. El cuarto fue el de la Memoria Histórica, donde se cerrarían las viejas heridas y las cicatrices desaparecerían como por ensalmo. Pero los arquitectos de la Torre de Babel eran gente doméstica y modesta, como ratones, comparada con el Sultán. Y aún, el propio Sultán no alzaba del suelo más que dos ratones El Sultán quería una torre que rebasara el cielo, y se elevara encima y siguiera elevándose para siempre. Pero Dios la fulminó, y la hundió en la tierra abriendo interminablemente un agujero, hasta que hizo un pozo sin fondo, como era la torre sin techo. No se pudo aliar a las civilizaciones del mundo porque muchas no eran aún lo suficientemente civilizadas. No hubo paz, pues el diálogo fue entre sordos y las bombas siguieron estallando. El Sultán del Talante sólo escuchó las voces que lo adulaban al tiempo que acallaba las críticas. Y, en fin, la Memoria Histórica reabrió las heridas cicatrizadas y produjo otras nuevas.
Y por esa invertida torre de oscuridad, el alma de! soberbio Sultán se desmorona para siempre.
Y colorín, colorero, el Sultán del cuento es Zapatero.
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