lunes, 23 de febrero de 2015

Ayuno y abstinencia

(Artículo publicado el 24 de febrero de 2015 en el diario La Opinión de Murcia)



           Hay días en que no encuentro asunto del que escribir o que, habiéndolo encontrado, apenas me salen cinco palabras antes de que aparezca el temido bloqueo que algunos escritores llaman el síndrome del folio en blanco. Pero hay otros en que la causa de la parálisis creativa es justamente la contraria: la abundancia de temas sobre los que uno desea escribir. Ocurre entonces algo parecido a lo del Asno de Buridan que, colocado ante dos montones de paja exactamente iguales, murió de hambre al no decidirse a comer de uno de ellos. La solución más razonable para el asno hubiera sido comer de ambos montones, pues de saciar el hambre se trataba, y la que es válida para quien no sabe leer ni escribir es paradójicamente válida para el escritor, salvo que se trate de escribir un artículo semanal. Entonces, la limitación de espacio y tiempo lo obliga a uno a escoger uno solo de los tema apetecibles o, en el mejor de los casos, a escribir un artículo epigramático o, en el peor, una especie de resumen de prensa.

       Hoy les quería escribir acerca de la Cuaresma, este tiempo de reflexión para los cristianos en el que nos preparamos para celebrar el más sagrado de todos los misterios, el que da sentido a nuestra fe, el de la Muerte y Resurrección de Jesús. Cada una de las lecturas de este tiempo litúrgico nos recuerda lo lejos que estamos de las enseñanzas de Jesús recogidas en el Evangelio. Uno de los pasajes más duros pero también más claros del Evangelio de San Mateo es aquel en el que Jesús cuenta a sus discípulos cómo será el Juicio Final, en donde el mérito y la culpa dependerán de haber alimentado, dado de beber, acogido, vestido y visitado en la enfermedad y en la cárcel, a un Jesús hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo y preso. Cuenta Jesús que cuando los injustos pregunten al Juzgador cuándo dejaron de hacer todo esto, Él responderá de manera inequívoca: “En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de éstos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo”. Finalmente Jesús desvela cuál será la sentencia: “E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna”. Tal vez sea a la luz de este pasaje del Evangelio de San Mateo como podamos entender por qué el Papa Francisco le dijo a Angela Merkel hace unos días que la obligación de los gobiernos es proteger a los pobres.

Pero les decía al principio que también habría querido escribir hoy acerca de esas inquietantes encuestas de intención de voto y análisis demoscópicos que circulan por los mentideros y, además, muy especialmente, sobre el humor. Es muy posible que, a pesar de las apariencias, los tres temas tengan cierta relación.

Dicen las encuestas que los dos grandes partidos de gobierno, PP y PSOE, perderán muchos votos en favor de dos nuevas formaciones de corte regeneracionista y hábilmente desideologizado, aún cuando una se sitúa en la izquierda radical y la otra en el centro derecha: Podemos y Ciudadanos. De ésta última señalan los analistas que casi el cuarenta por ciento de sus potenciales votantes procede del PP. Tal vez, todo esto ocurra porque tanto el PP como el PSOE, allá donde gobiernan y pese a lo que ambos digan, dan la impresión de haber protegido más a los ricos que a los pobres, más al empleado que al parado y más al político y al banquero que al ciudadano común. Y eso, además de no ser nada evangélico y edificante, resulta además muy poco rentable en términos electorales. A ambos les habría ido muy bien un poco de ayuno y abstinencia, aunque me temo que ya es tarde para ello.

Añádanle a esto que los políticos de los grandes partidos de gobierno, y en general de todos los partidos, andan muy escasos de sentido del humor. El de la izquierda, suele ser agrio y, en ocasiones, violento. El de la derecha se apoya con demasiada frecuencia en el desprecio y la quemazón. Los del centro andan muy atareados buscando su espacio político como para perder un minuto en echar unas risas. Y del humor déjenme decirles lo que escribió Wenceslao Fernández Flórez en el prólogo a su propio libro Tragedias de la vida vulgar, lo que por otra parte siempre hacía, que “el humorista es un hombre perfectamente serio, que trata con toda seriedad asuntos serios”, que “el humorismo no puede ser agrio ni violento, porque dejaría de ser humorismo” y, finalmente, que “hay una frase, que me parece acertadísima, que llama al humorismo la sonrisa de una desilusión”. Tal vez, el único humorista verdadero con que cuenta la política española sea Mariano Rajoy, paisano de Fernández Flórez, lo que ocurre es que ni los suyos ni los otros le dejan hacer. El propio Papa Francisco dijo no hace mucho que, aunque a veces “estos cristianos melancólicos tienen más cara de pepinillos en vinagre que de personas alegres que tienen una vida bella”, el cristiano es un testigo de la verdadera alegría, “es un hombre o una mujer alegre”.


Pues ya tienen servida la relación: olvido de los desfavorecidos y falta de humor, ayuno y abstinencia.
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martes, 10 de febrero de 2015

Rematar a un ruiseñor

Scout y Atticus Finch (Matar a un Ruiseñor. 1962)

           He intentado una docena de veces escribir mi artículo de esta semana y doce veces he borrado lo escrito. Nada de ello ha llegado a gustarme y, si a mí no me gusta, cómo podría gustar a ustedes, me digo, y por eso lo borro sin piedad alguna. Preso de la vertiginosa actualidad política he tratado de hacer algún juego de palabras con el apellido Monedero y la tendencia de su titular a actuar como su nombre indica, supongo que en favor de su partido. He cavilado sobre el sorprendente e imparable ascenso de Pablo Iglesias y de Podemos que, según la última encuesta, la penúltima tal vez,  ya ha desplazado al PP del primer lugar en el ranking de intención de voto. He intentado determinar cuál es el beneficio electoral que obtendrían de seguir así quienes han orquestado la campaña de acoso y derribo contra los dirigentes de Podemos y, créanme, no lo encuentro por ninguna parte. Antes bien, los dirigentes de Podemos, hasta hace poco unos perfectos incógnitos, son hoy más conocidos por los futuros votantes que el presidente del Gobierno y el líder de la oposición. Es la vieja historia que se repite. Aún me acuerdo de cuando, hace ya veinte años, un todopoderoso PSOE, ensoberbecido y por ello ciego, regaló la condición de aspirante al título a un grupo de imberbes políticos del joven PP recién refundado, que yo diría que no tenían ni media guantada. Lo digo, porque yo era uno de aquellos inquietos jovenzuelos. Fue cuando, frente a un proyecto alternativo de presupuestos generales para la Región de Murcia que aquellos pollos habían elaborado con más cañas que palos, el entonces gobierno del PSOE en la Región de Murcia contraatacó con una serie de estruendosas, sesudas y estudiadas ruedas de prensa en las que desmontaron uno a uno los errores que contenía aquella inocente alternativa presupuestaria. El votante no entendió nada de las cuentas, ni de los presupuestos alternativos ni de sus muchos errores desvelados, ni de los auténticos Presupuestos Generales de la Comunidad Autónoma, excepto que por fin existía en Murcia una alternativa política al PSOE. Luego resultó que al votante le caímos bien y ganamos las elecciones. Algo parecido pasa con Podemos, tanto alarmarse con ellos, con lo que dicen que van a hacer y con lo que dicen de ellos que ya han hecho, para que al final resulte que estos chicos son hoy más conocidos que la Chelito, y eso en un país en que cualquiera que salga un par de veces en la tele diciendo disparates, se forra con la venta televisada de sus memorias.

            ¿Ven lo que les digo? Me pongo a escribir de política y, aún no he acabado, cuando me entran ganas de borrarlo todo. Y es que me aburre la trifulca navajera, me cansan las peleas de gallos y me hastía la contienda electoral a ladrido limpio, sobre todo si pienso en los muchos meses que de esto mismo me quedan por delante. Por eso, cuando he leído en algún sitio que en Estados Unidos van a publicar, no la segunda parte, que sería lo previsible, sino la primera de aquella excepcional novela titulada Matar a un ruiseñor (To kill a Mockingbird), se me ha ocurrido dejar a un lado a un lado los quebraderos políticos y escribir de libros. Hala, pues.

 Nelle Harper Lee publicó Matar a un ruiseñor en 1960, su primera y, hasta ahora, única novela, que fue galardonada con el Premio Pulitzer al año siguiente y llevada al cine por Robert Mulligan. La película, protagonizada por Gregory Peck en el papel del abogado Atticus Finch y por una jovencísima Mary Bradham en el papel de su hija Scout, que es quien narra la historia, obtuvo tres Oscar en 1962. Tras ello, la autora se retiró y nunca volvió a escribir ni a conceder una entrevista, en un comportamiento muy parecido al de J.D. Salinger, el autor de El guardían en el centeno, y así ha permanecido desde entonces. Hace unos meses, sin embargo, al encontrar el manuscrito que creía perdido, Harper Lee ha decidido publicar la que fue su primera novela en el tiempo, escrita antes que Matar a un ruiseñor, que lleva por título Go Set a Watchman, en realidad una historia situada en la madurez de Scout que regresa a Maycomb a visitar a su padre, el viejo Atticus Finch. Se trata, por tanto, de un doble bucle en el tiempo que hará sin duda muy interesante su lectura. Hay quienes piensan que Matar a un ruiseñor se resentirá de la publicación de esta secuela, pero yo opino más bien al contrario. Si algo se ha de resentir es la secuela, que difícilmente alcanzará el brillo de la primera.

He leído Matar a un ruiseñor dos o tres veces y he visto la película muchas más, y sigo pensando que Atticus Finch representa a la perfección el modelo ideal de hombre recto y justo, tan ausente hoy de los comportamientos que nos rodean. La historia, contada por su hija adolescente, es un hermoso alegato contra la injusticia y la desigualdad.  Eran los años de la Gran Depresión y Atticus Finch, un respetable abogado ejerciente en un pueblo del sur racista de Estados Unidos, asume la defensa de un campesino negro acusado de violar a una mujer blanca.  Su conducta íntegra y su firmeza ante los prejuicios racistas de sus vecinos, si bien le granjea el odio y el desprecio de muchos de ellos, reafirman la admiración y el amor de sus hijos. Scout también cuenta otras historias que discurren en paralelo y que hablan de su infancia, sus aventuras y sus miedos, y de sus amigos, entre los que se encuentra un niño que llegaría a ser uno de los grandes escritores norteamericanos. Si han visto ustedes la película Infamous, que cuenta cómo Truman Capote, interpretado por un genial Toby Jones, escribió su obra más conocida A sangre fría, verán que el personaje femenino que acompaña y ayuda al escritor en sus indagaciones e interpretado por Sandra Bullock, no es otro que la propia Harper Lee.

En definitiva, un gran libro y una gran historia.


¿Ven? ya me he quedado tranquilo. Y al ruiseñor, que lo remate otro.
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martes, 3 de febrero de 2015

David y Goliat

(Publicado el 3 de febrero de 2015 en el diario La Opinión de Murcia)



Vivimos en un mundo complejo, qué duda cabe. Lejos quedan aquellos tiempos en que los problemas se resolvían de manera sencilla como, por ejemplo, la fuerza. En un conflicto siempre ganaba el más fuerte, y eso fue así hasta que llegó David con su honda y demostró que era posible que no ganara el más fuerte sino el más listo. Esta afirmación no deja de ser en sí misma una simpleza, pues en la historia hay cientos de paradigmas de esto y de todo lo contrario, pero lo cierto es que la pedrada en la frente a Goliat, el campeón de los filisteos, acabó con la regla más sencilla de todas, y a partir de ahí empezaron tiempos nuevos. La complejidad de esta, en apariencia, sencilla afirmación radica en la dificultad que entraña distinguir entre el listo y el pillo. Si volvemos al supuesto del joven David, habremos de reconocer que, amén de la inteligencia que opuso a la fuerza bruta de Goliat, hubo mucho de pillería, pero también otro tipo de fortaleza, la que deriva de la superioridad de los medios empleados o, lo que es lo mismo, de la tecnología disponible. La enorme y afilada espada de Goliat era un arma mortal para quien se encontrara a menos de cinco metros del gigante, pero la humilde honda del pastor israelita demostró serlo también para quien estuviera a más distancia. Inteligencia, habilidad, pillería, medios técnicos, el miedo a la derrota, todo ello se concertó contra la fuerza bruta del campeón filisteo, cegado por la soberbia de quien se cree superior y, por lo tanto, invencible.

          Hoy, que estamos en un acentuado tiempo preelectoral, podríamos hablar también de la vieja historia de David y Goliat, encarnados ambos contendientes por los distintos partidos políticos. En el papel de Goliat tenemos, claro está, a los gigantescos partidos institucionalizados, PP y PSOE e, incluso, a IU y CIU, seguros hasta hace bien poco de su fortaleza y sabedores de que sus armas, especialmente su implantación territorial y sus medios económicos, los hacen mortíferos en la distancia corta, o sea, en el corto plazo. Enfrente hay varios jóvenes davides que responden al nombre de Podemos, Ciudadanos y UpyD, entre otros, cuyas armas son básicamente su desconcertante transversalidad, que les permite capitalizar la indignación y el hartazgo de millones de ciudadanos antiguos votantes de los partidos institucionalizados, una mayor libertad en la formulación de propuestas y su mayor familiaridad con los nuevos lenguajes. Estas armas son mortales en distancias mayores, esto es, en el medio y el largo plazo.

Ambos, David y Goliat, saben que lo que sabemos todos, que la batalla se centra en dos cuestiones a las que todos deberán dar respuesta:  renovación y regeneración. La cualidad de ambas es que ninguna vale sin la otra. La renovación es un concepto más bien físico: se trata simplemente de sustituir viejas caras por caras nuevas, de rebajar la media de edad de los candidatos y de estilizar y actualizar la imagen y las señas de identidad en una especie de lifting político. Todos los partidos institucionalizados lo han hecho en mayor o menor medida, empezando por sus líderes. Gente joven para un tiempo nuevo, que dijo el Rey en su primer discurso. Incluso hay quienes se han pasado de dosis, como el PSOE e IU, mientras que otros como el PP y CIU se han quedado cortos. Los pequeños davides lo tienen más fácil, pues casi todos llegan de nuevas a la arena política, pero no se engañen: también entre ellos habrá caras viejas que busquen acomodo.

 La regeneración, por el contrario, es una cuestión mucho más profunda y compleja, pues afecta al comportamiento de las personas, al mensaje y a la palabra: se trata de cambiar los modos y maneras, de corregir desviaciones, de provocar nuevas sinergias, de modificar los contenidos y de diseñar nuevos objetivos, de definir un nuevo marco de convivencia, de ofrecer mayores cotas de libertad individual y colectiva, de democratizar las propias estructuras internas, de suprimir los elementos del sistema político que lastran su funcionamiento, de restituir sus valores morales a una sociedad inmoralizada  y desmoralizada, de reintegrar el protagonismo a los ciudadanos, hoy secuestrado por lo que algunos llaman “la casta”, de suprimir sus privilegios, de eliminar lo superfluo y de concentrar el esfuerzo en lo básico, de poner el Estado al servicio de los ciudadanos y no al revés, de reformar una justicia que resulta especialmente gravosa para el inocente y excesivamente liviana para el delincuente, de establecer un sistema justo que premie el esfuerzo  y, tal vez, sueño con ello, de simplificar un poco el mundo en que vivimos.

Dije antes respecto a la renovación y la regeneración que ninguna vale sin la otra, pues de nada sirve cambiar las caras si el mensaje sigue siendo el mismo y de poco sirve un mensaje nuevo si los llamados a ponerlo en práctica son quienes permanecen prisioneros del viejo. Así pues, David y Goliat deberán cuidarse de las dos cuestiones para obtener nuestra confianza.

¡Ah! Se me olvidaba decir que para que la honda sea eficaz sobre la espada hace falta que, además de todo lo dicho, David tenga puntería y que Goliat no se mueva mucho. Si acierta, la pedrada va a ser histórica. Pero si falla el tiro, se acabó la historia.
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