martes, 29 de diciembre de 2009

La familia, bien, gracias

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(Artículo publicado el 28 de diciembre de 2009 en el diario La Opinión de Murcia)




La Conjura de lo Políticamente Correcto, ya saben, ésa que nunca descansa y menos aún en Navidad, ha vuelto a montar el belén y esta vez a cuenta de la familia cristiana y de la homilía pronunciada por el Cardenal Rouco Varela en una celebración que curiosamente se denominaba “Misa por las familias cristianas”. Qué cosas, a quién se le ocurre defender a la familia cristiana en una misa por la familia cristiana. Como se han sorprendido mucho de que el Cardenal se haya atrevido a denunciar los graves ataques que viene sufriendo el modelo cristiano de familia y que a juicio de la Conjura no existen, los distintos contertulios, columnistas y quintacolumnistas que la integran, se han lanzado en picado a abominar de la familia cristiana. Yo sospechaba que a la Conjura no le gustaba el modelo familiar tradicional formado por un padre, una madre, unos hijos y unos parientes y allegados, es decir, esa cosa en medio de la que uno nace sin pretenderlo siquiera. Ya se sabe que a los amigos y enemigos lo escoge uno, pero a la familia y a los vecinos los escoge Dios. A la Conjura lo que realmente le gusta es poder escogerlo todo como quien elige una corbata: que este padre no me gusta, pues lo cambio por otro o por una docena; que mi hijo no me agrada o que no me viene bien, pues lo aborto y ya está; que mis padres quieren saber qué es de mi vida adolescente, pues que se vayan haciendo la permanente, que de mi vida me encargo yo; que el abuelo se pone pesado, pues lo desterramos al cuarto trastero y arreando, que es gerundio; que necesitamos el cuarto trastero para los trastos, que es lo propio, pues convencemos al abuelo de las bondades de la eutanasia y a otra cosa, mariposa; que el abuelo no se deja convencer, pues lo incapacitamos y que decida el tribunal médico, que para eso pago mis impuestos; que eso mismo es lo que hicieron los nacionalsocialistas, pues te vas a enterar de lo que vale un peine por atentar contra el derecho humano de hacer los progresistas lo que nos venga en gana, pedazo de facha.


Chesterton, mi amigo de cabecera, como en tantas otras ocasiones escribió hace ochenta años acerca de lo que hoy ocurre. En uno de sus artículos, “Sobre algunos escritores modernos y la institución de la familia”, publicado en un libro titulado “Herejes”, Chesterton defendía la institución familiar, no porque fuera pacífica, agradable y unánime, sino porque no era pacífica, ni agradable, ni unánime. Venía a decir que es precisamente en el estrecho marco de las comunidades pequeñas, la familia por ejemplo, en el que se advierte la amplitud de lo que representa, que no es otra cosa que la humanidad misma. “Es por eso que las religiones antiguas y el antiguo lenguaje de las Escrituras muestran tan aguda sabiduría cuando hablan, no de los deberes de cada uno hacia la humanidad, sino de los deberes de cada uno hacia el vecino (…) Podemos amar a los negros porque son negros o a los socialistas alemanes porque son pedantes. Pero a nuestro vecino tenemos que amarlo porque está allí, y ésa es una razón mucho más seria para una operación mucho más alarmante. Es la muestra de la humanidad que nos ha sido dada. Precisamente porque puede ser cualquiera, es todos”. En este sentido, por su relación con lo pequeño que resulta ser lo más grande, Chesterton sostenía que es bueno para un hombre vivir en una familia en el mismo sentido en que es bello y maravilloso para un hombre quedar bloqueado en una calle por causa de la nieve. Estas cosas lo obligan a comprender que la vida no es una cosa que viene de fuera, sino una cosa que viene de dentro”.



De quienes critican el modelo tradicional de familia, Chesterton dijo que “están desanimados y aterrorizados por la grandeza y la variedad de la familia (…) la mejor manera que un hombre podría hallar de probar su disposición a encontrarse con la variedad común de la humanidad sería bajar por la chimenea a cualquier casa, al azar, y relacionarse lo mejor que pudiera con la gente que hubiera en ella. Y eso es esencialmente lo que hicimos, cada uno de nosotros, el día que nacimos”. Al comparar la vida con una novela romántica, Chesterton afirmaba que “la aventura suprema no es enamorarse: la suprema aventura es nacer. Ahí entramos súbitamente en una trampa espléndida y asombrosa. Ahí vemos algo que nunca antes habíamos soñado. Nuestro padre y nuestra madre están acechándonos y saltan sobre nosotros, como bandidos de entre el boscaje. Nuestro tío es una sorpresa. Nuestra tía es, como se dice comúnmente, un relámpago en un cielo azul. Cuando ingresamos en la familia, por el acto de nacer, ingresamos en un mundo incalculable (…) En otras palabras, cuando ingresamos a la familia, ingresamos en un cuento de hadas”.
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Chesterton se despedía de los críticos con la familia escribiendo que “ellos dicen que quieren ser fuertes como el universo, pero en realidad lo que quieren es que todo el universo sea tan débil como ellos”.
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Lo mismo digo.
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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Otra Navidad

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(Artículo publicado en el diario La Opinión de Murcia el 22 de diciembre de 2009)



Hace unos días, rebuscando entre los papeles que se amontonan en mi escritorio, encontré un recorte de prensa. Se trataba de uno de mis artículos, concretamente uno que publiqué en las Navidades de 2003 que llevaba por título “Navidades clandestinas”. Suelo guardar los recortes de prensa de mis artículos publicados en este periódico en un archivador que ya aloja más de trescientos inquilinos, por lo que me extrañó encontrar uno fuera de su sitio. Luego me acordé. No era mi recorte, sino otro que me había hecho llegar un amigo con la satisfacción de quien devuelve a su dueño un reloj extraviado. Se trataba de mi amigo Pepegé, aquél de quien escribí que tenía un sentido muy particular de la vida y de las reglas que la regulan. Pepe Garrigós, ahora puedo citar su nombre completo, tenía un tic nervioso que le hacía mover la cabeza constantemente como diciendo que no. “¿Sabes por qué le doy a la cabeza de un sitio para otro?”, te preguntaba. Y al ver que tú callabas prudentemente para no decir que por cosa del Parkinson o qué sé yo, él te contestaba con una nueva pregunta. “¿Tú, te quieres morir?” Cuando con cierta sorpresa por el cambio de tercio le indicaba yo, de esa manera tan latina que acompaña siempre las palabras con gestos, que no, que no me quería morir, Pepegé con una sonrisa cómplice te decía “Pues yo tampoco. Por eso le doy siempre a la cabeza, como tú ahora, diciendo que no, porque no me quiero morir”. No sólo ha sido el recorte de prensa lo que me ha traído a mi amigo a la memoria. Todas las Navidades desde hacía casi treinta años Pepe me traía un regalo: una caja de tomates, otra de naranjas y otra con diversas verduras y, entre ellas, un enorme manojo de ajos tiernos que compraba en la lonja y que perfumaba la cocina de mi casa. Ya no olí los ajos las Navidades pasadas, como tampoco los oleré éstas. Pepe Garrigós murió hace año y medio a la edad de ochenta y ocho años. Tuvo un problema de garganta y quedó inmovilizado en la cama de un hospital sin poder decirle que no a la muerte.


Por eso, porque también las Navidades tienen un dejo triste, me permitirán que transcriba a continuación un trozo de aquel artículo que gustó a mi amigo, tal vez porque también a él la Navidad le acercara algún recuerdo amargo y tal vez porque, a pesar de ello, la Navidad para Pepe Garrigós nunca dejara de serlo.


Adela es una anciana de pelo blanco. Vive con José en un piso pequeño de una calle humilde, en un barrio viejo. Él es jubilado del comercio. Después de muchos años de trabajo detrás del mostrador le ha quedado una pensión que no alcanza los seiscientos euros al mes. Ella no trabajó nunca. Salvo en su casa, en la que aún trabaja. Cierto es que la hipoteca del piso la pagaron hace mucho tiempo. Cierto es también que los pisos han subido mucho y que lo que antes valía doce, vale ahora veinticuatro. Pero les sabe igual, porque es lo único que poseen. Tuvieron dos hijos. Uno se comió los ahorros con la droga hasta que la droga se lo comió a él. La chica se casó y vive lejos, en la otra punta de España. De vez en cuando les llama por teléfono, a ver cómo siguen. Más viejos, cada día más viejos y más solos.


Pero se acerca la Navidad. El día de Nochebuena vendrá Adelita con sus dos hijos, los nietos. Adela les ha preparado a los chiquillos la habitación del hijo. Tras su muerte hace unos años, arregló con sus propias manos unas cortinas nuevas y una colcha haciendo juego, pero no quiso quitar su foto, la de su hijo, al que no puede ni quiere olvidar. José, como todos los años, ha puesto el viejo belén, con sus figurillas rotas como el hijo, con sus Reyes Magos que un año le trajeron hiel. Pero este año van cargados otra vez de ilusión. Los nietecillos romperán de nuevo dos o tres figuras y él, como hizo antes, las compondrá con un poco de pegamento antes de guardarlas para otro año. Como siempre, José ha comprado un jamón serrano. La tienda de ultramarinos de la esquina cerró hace años, así que ahora lo compra en un supermercado cercano. Luego, como para ellos es mucho, se lo llevará Adelita al norte, que allí no hay jamón de ése que tiene dos dedos de tocino y que está untado de pimentón y aceite para que no le pique la mosca.


A José y a Adela nadie les regala nada por Navidad. Ni durante el resto del año. Pocos se acuerdan de ellos, salvo su hija y los nietos. Por eso, compran unas botellas de sidra y unos turrones de Jijona y de Alicante. Antes, Adela hacía cordiales y alfajores que le gustaban al hijo, pero desde su muerte ya no tiene voluntad. Menos mal que los nietos llegan y con ellos la alegría de la Navidad. José les contará cuentos y los llevará a ver el belén del Ayuntamiento, que tiene agua y peces en el estanque. Adela les hará flanes de huevo para el postre. Y en Nochebuena, pues no se pueden quedar hasta Reyes, sacarán los modestos regalos que Adelita, comprensiva, les dijo por teléfono que ilusionarían a los críos. Y algo para el frío, que hace mucho en el norte.


Con ellos, llega la Navidad. Dios, que no les ocurra nada en la carretera, que son muchos kilómetros. Haz que llegue la Navidad.


Desde mi Pecera, Feliz Reencuentro, Feliz Navidad”.

martes, 15 de diciembre de 2009

¡Toma belén!

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(Artículo publicado el 15 de diciembre de 2009 en el diario La Opinión de Murcia)



Llega la Navidad y como siempre por estas fechas se arma el belén. No, no me refiero al que montamos amorosamente con nuestros hijos en el calor del hogar, con su río de papel de plata, su caganer y todo. Me refiero al que monta cada año la incansable Conjura de lo Políticamente Correcto, partidaria ella, no de un Estado aconfesional o laico, no, sino de un Estado rabiosamente anticatólico. Su preocupación navideña la constituye la presencia de belenes y crucifijos en las aulas, y su ocupación consiste en lograr que no tengan presencia alguna ni en los colegios públicos ni en los privados. Ya saben ustedes cómo son estos chicos. Al mismo tiempo que quieren desmontar las cruces de los campanarios y sepultar al Cid bajo siete llaves en compañía de Santiago Matamoros, pretenden inundar de minaretes el paisaje de Europa y llenar de gurkas las fotos femeninas de los carnets de identidad. No quieren belenes pero los montan casi a diario con ese extraño concepto de la tolerancia religiosa que consiste en aceptar cualquier símbolo religioso excepto los cristianos. Diocleciano no lo hubiera hecho mejor.


Pero, como en cada Navidad, cuando montan su belén con el belén de los demás, a ellos se les convierte en un circo y les crecen los enanos. Son tan ilusos que creen a pies juntillas los dictados más rancios de esa progresía que hace mucho que peina canas. Estos chicos descubren América cada día. Por ejemplo, hace poco propusieron que las Navidades fueran rebautizadas como Fiestas de Invierno para no herir sensibilidades. O sea, que Merry Winter en lugar de Merry Christmas ¡Qué nivel, Maribel! Ya en 2005, la Conjura, que también opera en Estados Unidos, consiguió cambiar el tradicional Feliz Navidad de la Casa Blanca por un inodoro, incoloro e insípido Felices Fiestas, lo que fue inmediatamente corregido por el Congreso nortemericano en pleno, incluido el entonces congresista Obama. El año pasado, aquí en Expaña, algunos de ellos se levantaron con el pie izquierdo, cosa que siempre hacen, por cierto, y decidieron suprimir el belén que los funcionarios de su departamento habían instalado en la entrada del edificio. Ocurrió en la Fiscalía General del Estado y huelga decir que los funcionarios se pusieron de uñas, de modo que este año es posible que se consienta el belén. Con todo, o precisamente por su estupidez, no son estos los ataques más peligrosos recibe la Navidad. Como he hecho en otras ocasiones, no van a ser mis palabras sino las de otro las que defiendan la Navidad y, por ende, el belén. Mi admirado Chesterton defendía magistralmente la Navidad en uno de sus artículos títulado hace más de ochenta años “Un nuevo ataque contra la Navidad” ¿Ven que vieja es la Conjura?.


La Navidad, que en el siglo XVII tuvo que ser rescatada de la tristeza, tiene que ser rescatada en el siglo XX de la frivolidad”, adelantaba Chesterton. “La frivolidad es el intento de alegrarse sin nada sobre lo que alegrarse”, escribía el ilustre gordo para indicar que el principal peligro al que está siendo sometida la Navidad consiste en dejarla reducida a una mera fiesta desprovista de su significado cristiano. “Que se nos diga que nos alegremos un 25 de diciembre es como si alguien nos dijera que nos alegremos a las once y cuarto de un jueves por la mañana. Uno no puede ser frívolo así, de repente, a no ser que crea que existe una rezón seria para ser frívolo (…) El resultado de desechar el aspecto divino de la Navidad y exigir sólo lo humano es que se exige demasiado de la naturaleza humana. Es pedir a los ciudadanos que iluminen la ciudad por una victoria que no ha tenido lugar; o por una que saben no es nada más que la mentira de algún periódico nacionalista o patriótico en exceso. Es pedirles que se vuelvan locos de gozo romántico porque dos personas de su agrado se están casando justo en el momento que se están divorciando (…) Nuestra tarea, hoy día, consiste por tanto en rescatar la festividad de la frivolidad. Esa es la única manera de que volverá de nuevo a ser festiva. Los niños todavía entienden la fiesta de Navidad: algunas veces celebran con exceso lo que se refiere a comer una tarta o un pavo, pero no hay nunca nada frívolo en su actitud hacia la tarta o el pavo. Y tampoco hay la más mínima frivolidad en su actitud con respecto al árbol de Navidad o a los Reyes Magos. Poseen el sentido serio y hasta solemne de la gran verdad: que la Navidad es un momento del año en el que pasan cosas de verdad, cosas que no pasan siempre”.


Y es que, queridos conjurados, se os olvidan un par de cosas importantes. Una, que el belén no es más un simbolo de la Navidad. Otra, que en la Navidad pasa algo que seguirá pasando eternamente: un año tras otro vuelve a nacer Jesús, el que de verdad cambió el mundo.


De nada.

martes, 1 de diciembre de 2009

Uno de villancicos





(Artículo publicado el 1 de diciembre de 2009 en el diario La Opinión de Murcia)





La vida es una sorpresa: cuando cansado de vagar cree uno haberlo descubierto todo, lo que se revela finalmente es que todo está por descubrir. Y si todavía conserva más o menos intacta esa íntima inquietud que algunos llaman curiosidad, ese desasosiego interno, ese apetito intelectual constantemente insatisfecho que, como el azogue, nunca se está quieto, lo que uno piensa entonces es que al día le faltan horas, a la semana, días, y al año, meses, para poder conocerlo todo. Cuántos libros que no he leído, cuántos viajes que no he hecho, cuántos labios que no he besado o cuánto vino que no he bebido todavía.



—Pues, hablando de descubrir, vaya un descubrimiento que ha hecho usted. ¡Claro que la vida es corta!



Ya está. Ya saltó de nuevo mi lector malasombra, ése que no espera a que acabe una frase para llevarme la contraria. Algún pecado muy gordo debí cometer en mi reencarnación anterior para verme castigado así en esta vida.



—Más de uno se pregunta, querido amigo —salta a su vez Ignatius, mi preclaro asesor, siempre al borde del cese—, si, habida cuenta de tu avanzada edad, no será que la debilidad senil empieza a hacer estragos en tu cerebro reblandecido por las novelas de J. K. Rawling.



Seguramente fueron dos los gravísimos pecados que cometí en la otra vida. Pero no es de Ignatius ni de mi lector malasombra de lo que yo quería escribir hoy, sino de villancicos ahora que la Navidad se acerca y que se recrudecen los ataques de la Conjura De Lo Políticamente Correcto contra todo lo que huela a cristiano. Ponga un Villancico en su vida se titulaba un artículo que publiqué allá por la Navidad de 2002. Vean lo que decía.



“Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad...” Así empieza uno de nuestros villancicos más tradicionales. Lo que sigue, “...saca la bota María que me voy a emborrachar”, no es más que la expresión popular del deseo de que la alegría reine en cada casa, en cada hogar. Supongo que la Conjura de lo Políticamente Correcto no verá en esta estrofa una incitación al consumo desmedido de alcohol, entre otras cosas, porque la bota de lo que está llena es de felicidad. Y es que los villancicos populares, como casi todos los cantos del pueblo, están sembrados de picardías y de críticas sencillas, de chascarrillos y de alegorías burlonas a las cosas aparentemente más serias, en el bien entendido de que, en Navidad, hasta las cosas supuestamente más severas no tienen por qué dejar de ser alegres.



Esto, lo del chascarrillo, es muy latino. En la Europa del norte y en los países anglosajones los villancicos son más sobrios, más formales, pero no más tiernos que los nuestros. De todos ellos, el que más me gusta es sin duda “Noche de Paz”, tal vez porque Franz Grüber, el organista alemán que lo compuso, supo trasladar al pentagrama el mensaje central de la Nochebuena, que no es otro que el de la Paz Universal. Hay una versión de este villancico especialmente hermosa que es la cantada por Bing Crosby, aquél cura irlandés de “Las campanas de Santa María”, película en la que el propio Crosby interpreta magistralmente otro de los grandes villancicos, el “Adeste Fideles”, y la entrañable “Blanca Navidad” compuesta por Irving Berlin. No hay duda de que la enorme influencia en la música y en el comercio, en el cine y en la televisión, de las modas anglosajonas ha popularizado entre nosotros villancicos que se pueden considerar, hoy, como clásicos universales. Las campanillas de los renos de Santa Claus en “Jingle Bells”, o el propio “Rodolfo, el Reno”, han ido suplantando en nuestros gustos navideños al sonido de la zambomba o la botella de anís. En los anuncios publicitarios escuchamos decenas de veces a diario, por no decir cientos de veces, las notas de “We wish you a Merry Christmas”, o las campanas de “Good King Wenceslas”. Pero no me quejo de esta invasión, pues de la Navidad, como del cerdo, me gusta todo, hasta los andares.



La Paz Para Todos Los Hombres De Buena Voluntad es el deseo común contenido en todos los villancicos, latinos y anglosajones, pero la Paz que cantan los primeros es más alegre, más ruidosa y bullanguera, como también lo es nuestra forma de ser.



Y así son las cosas.



martes, 24 de noviembre de 2009

Todavía desde mi vieja pecera


Artículo publicado el 24 de noviembre de 2009 en el diario La Opinión de Murcia


Pues sí, he sobrevivido a la restauración del Casino, hoy más Real que nunca. A la anterior restauración en que me embarqué no sobreviví, no señor, o sea que morí en el intento. O, tal vez, no.

Lo han escrito antes que yo: el Casino luce lindo, que decían en los doblajes mejicanos. Está de nuevo en el Siglo XIX, tal y como augurara un epigramático columnista y esto lo pueden atestiguar las más de treinta mil personas que lo han visitado en estos primeros quince días de vida de ese bebé de ciento sesenta y dos años de edad. Estoy feliz por ello, qué quieren que les diga. Hasta he logrado hacerme dos carambolas seguidas en la mesa de billar…

Sentado de nuevo en la Pecera, retoñada y refrescada Pecera, observo el paso de las gentes y de las cosas en compañía de Ignatius Reilly, mi afamado asesor en cosas de peceras y acuarios. Tendrían ustedes que ver a Ignatius espatarrado en uno de los sillones orejeros de piel, mientras mordisquea distraida y cladestinamente cualquier cosa indescriptible que se ha sacado de los bolsillos. He logrado convencerle de que para estar cómodo no hace falta que se quite los zapatos ni que se ponga la bata de franela. Por su parte, anda él empeñado en convencerme de lo maravilloso que resultaría para mí en particular y para el público en general que el propio Ignatius ofreciera cada día un concierto de trompeta a la hora de la siesta, convencido, dice, de que la música de trompeta daría vida a las mustias Peceras del Casino. Dios me libre.

Mientras hablamos de una cosa o de otra, yo, y de las bondades del concierto de trompeta, él, vamos viendo pasar la vida por la calle Trapería. Se acerca la Navidad, más madrugadora que nunca y también más calurosa, y la calle se llena de gente mientras que los naranjos de las plazas murcianas, engañados por este otoño primaveral, entran en floración tardía. El perfume de los galanes de noche aún persiste en el jardín de Floridablanca, que atravieso en mis paseos nocturnos para combatir el azúcar y la hipertensión, y sólo falta el canto del grillo. La ropa de invierno languidece todavía entre bolas de naftalina y la gente se sigue bañando en las playas pero, para que vean que el tiempo pasa aunque el clima se estanque, Ignatius se marcha esta semana a celebrar el Día de Acción de Gracias con su madre y la señora Santa Battaglia en su vieja casa de la calle Constantinopla.

En Estados Unidos, ya saben, celebran en familia el Thanks Giving Day, mientras que aquí los telediarios hacen casi lo mismo con los sufridos ciudadanos, nos dan el día en familia: cuando no es con el esperpéntico rescate de los tripulantes del Alakrana, es con la crisis económica o con cualquier otra desgracia como, por ejemplo, la anunciada Ley de Economía Sostenible de Zapatero. Sí, ya lo sé. Como un resorte, como un muelle, como un fulminante matasuegras, ha saltado mi querido lector malasombra. “Qué boda sin la tía Juana”, ha exclamado al leer el apellido del Irrepetible. Y es que, querido lector malasombra −un día se me escapará tu nombre, lo sé−, con un gobierno de intervención nacional al más puro estilo de la izquierda española, casi todo lo que podría tocar en mi artículo lo ha trasteado antes el gobierno tentacular de Shoemaker, o Shuhmacher, o Cordonnier, que así se puede llamar al inmediato Presidente de turno de la Unión Europea, aunque él piensa que su presidencia se debe a una conjunción planetaria. Y yo también: es el Sino.

De cosas de casa no voy a escribir, no insistan. Mi reino ya no es de este mundo.


miércoles, 30 de septiembre de 2009

Dos goticas



(Artículo publicado el 29 de septiembre de 2009 en el diario La Opinión de Murcia)




No, no le falta acento alguno, querido lector malasombra. No me refiero a las niñas de Zapatero, que ya sé yo que son góticas con acento en la o, sino a las dos goticas de agua en que se nos va a quedar la cosa del Tajo cuando se haya consumado el esperpento. También la derogación del Trasvase del Ebro y la caducidad del Tajo son hijas de Zapatero, como lo son la subida de impuestos, la liberalización del aborto y la política exterior de España. Todas son hijas del Presidente. Respecto de las niñas góticas y zapaterinas, no seré yo quien se meta con los atuendos que gasta la familia, que ya se han encargado otros de censurar su, digamos, escaso sentido del ridículo. Sin ir más lejos, mi obeso asesor en asuntos relacionados con la Casa Blanca, el bienamado Ignatius. A que lo echaban de menos...

―Realmente ―me decía―, este sí que ha sido un atentado contra las reglas del Buen Gusto, la Decencia y la Prosodia, que, sin duda, habrá removido en su tumba gótica a la Santa Monja Rosvita. Ir a Gotham vestido de gótico es como venir a España disfrazado de torero, visitar París acicalado como un sans-culotte o viajar a China vestido de Fu Manchú. Hay quienes dicen que la idea de que la familia entera vistiera de negro fue cosecha del propio ZP como muestra de solidaridad con la familia Obama. No me extrañaría. Otros opinan que el presidente interplanetario creyó que era la noche de Halloween. Nada más alejado de la realidad, pues he tenido acceso a una auténtica transcripción falsa de la conversación que mantuvieron Obama y Zapatero al día siguiente de la recepción en el Metropolitan que lo explica todo. Te la leo.

―Hosé Luis, qué pasó...
―Pues verás, Barack, que mis niñas, no obstante ser menores de edad, son ya muy dueñas de vestir como quieran, de calzarse sus botas Dr. Martens o sus muñequeras de clavos ante el mismísimo Presidente de los Estados Unidos, es un decir, querido presidente, de comprar la píldora del día después en una farmacia española o de abortar sin tener siquiera que comentárselo a su padre, o sea, a mí. Ya quisiera yo que fueran así todas las niñas españolas de su edad, ya quisiera yo, y por eso lo intento, no te creas. Además, las niñas, al leer en la invitación lo de la recepción en el Metropolitan de Nueva York, pensaron que se trataba de una fiesta radical en el metro de Nueva York, ya sabes, con toda la panda esa que sale en las películas.
―¡Tá güeno, bródel!. No, no me refería al extraño atuendo de fiesta de tus hijas, Hosé Luis, pues nosotros respetamos las costumbres indígenas del país de origen y no nos asustamos de nada, ¡Qué bueno que viniste!, sino a la petición que hiciste a la Casa Blanca de censurar la publicación de la foto. Eso sí que luce extraño por acá. ¡Tá chin, calabazín!. Nuestras hijas, mihelmano, las de los Presidentes norteamericanos, las de los gobernadores y las de la mayoría de los altos mandatarios de este país, ¡Andele, córrele, apúrale!, no se ocultan de la prensa, o sea, de los ojos de los norteamericanos. Mis hijas, por ejemplo, viven en una residencia pagada con los impuestos de los norteamericanos; y comen de la comida que se cocina en la Casa Blanca y que pagan todos los norteamericanos con sus impuestos; y viajan, mi gringo, en el Air Force One que pagan los norteamericanos con sus impuestos; y son defendidas por los guardaespaldas que pagan los norteamericanos con sus impuestos; y pasan sus vacaciones en Camp David, la residencia de descanso del Presidente de los Estados Unidos de América, que pagan todos los norteamericanos con sus impuestos. ¡Ando filosón!. Por esa razón son personajes públicos y su imagen es pública y les luce lindo. ¿No ocurre así en España, manito?
―Ejem, verás, Barack, ya seguiremos hablando en mejicano de este tema tan interesante. Ahora te tengo que dejar porque me espera mi avión presidencial para llevarme a Pittsburgh a la cumbre del G-20. Por supuesto, me acompaña mi querida esposa que tiene que cantar con el coro de gospel de la Iglesia de Dialoguistas del Séptimo Día y, claro, mis niñas, que han quedado en Pittsburgh con unos amigos para no se qué fiesta del movimiento antiglobalización. ¡Qué ricas!

(Fin de la transcripción)


miércoles, 23 de septiembre de 2009

De vuelta




(Artículo publicado en el diario La Opinión de Murcia el 22 de septiembre de 2009)






Como solía ocurrir por estos pagos aún antes de que irrumpiera en nuestras vidas el calentamiento global del planeta, se han acabado las vacaciones antes que el verano. Yo pediría la Medalla de Oro de algo, el Premio Nobel de lo que fuera o el Rexona de Oro, por ejemplo, para aquel genio ilustre que consiguiera hacer coincidir vacaciones y verano. “¿Qué, cómo ha ido el verano?”, te preguntan el día uno de septiembre, como si el verano se hubiera ido. Tal vez sea así en Santander o en Logroño, qué se yo, pero lo que es en Murcia, no. Aquí, la canícula dura y dura, permanece, engulle el verano de los membrillos o de San Miguel y se cuela de rondón en Halloween, víspera del Día de todos los Santos. Será Navidad en el Corte Inglés y todavía andaremos remangándonos a mediodía y luciendo la sobaquera de Camacho. Es, como se dice por aquí, la calor, así, en femenino, si me lo permite el corrector automático de textos de mi ordenador.
Uno de los efectos que tiene la vuelta de vacaciones es que, quien durante ellas haya podido desconectarse de su entorno, se encontrará al regreso con algunas sorpresas y algunos disgustos.
En septiembre volvemos al tajo, al de la maldición bíblica, que este tajo no lo ha nacionalizado el Estatuto de Castilla La Mancha, ya quisiéramos más de uno, sino que castellanizaron el otro, el que lleva agua y no sudores. Lo que no deja de ser para los murcianos otra suerte de maldición.
Leo con perplejidad que el Gobierno de la Región no da peces a la Plataforma de Defensa del Trasvase Tajo-Segura, sino cañas de pescar en forma de sabios consejos financieros. No debe estar el horno para bollos, ni el económico, ni el político.
Me comentan en los mentideros que, en breve, alguien anunciará que sigue, como el calor, o que repite, como los pepinos. Por qué será que no me sorprende.
Durante mi agosto de nomadeo me he tenido que zampar muchas fiestas veraniegas, con berbena, bakalao y castillo de fuegos artificiales. Para mi desconsuelo, Murcia me recibe con su festivalero septiembre, multicultural y multiétnico, policromo y polireligioso, con huertos, con romería, con moros y con cristianos. Y con castillo de fuegos artificiales.
A la vuelta de vacaciones me encuentro con ausencias dolorosas, tanto más penosas por ignoradas. Se me han muerto amigos muy queridos. Pepe Celdrán, el Maestro Habichuela, se ha marchado con su guitarra. Demasiado pronto, querido Pepe, demasiado pronto. También se ha ido Mariano López Alarcón, mi catedrático de Canónico y amigo respetado. Y otro López Alarcón, Marcos el del Rambla, que estará junto a su hijo José Antonio, mi amigo del colegio. Y Evaristo, hermano del Pichuchi, reunidos en el cielo. Y Clemente Riera, al que veo montando a caballo sobre una nube. Y Alvaro Abadía, joven, muy joven y, sin embargo, profesional prestigioso y brillante que estaba trabajando en el rediseño del anagrama del Casino. Y Lorenzo Guirao, adversario político entrañable, que no enemigo, con quien, tras muchos rifirrafes, terminé compartiendo una cerveza y estrechándole la mano. A todos vosotros, amigos, mi recuerdo.
La vuelta al tajo y la vuelta al cole. Se acabaron las idas y venidas, las largas horas de siesta en manos de Stieg Larsson –quien no haya pecado, que tire la primera piedra-, la proscripción del despertador, los chapuzones, el chiringuito, la brisa del mar, los cuartos de la paga extraordinaria y el protector solar. Pero, como le decía Boggie a la Bergman en la célebre película, siempre nos quedará París. O sea, la calor.




martes, 21 de julio de 2009

Perdonen que les moleste




Artículo publicado el 21 de julio de 2009 en el diario La Opinión de Murcia









Un viejo estanque;
se zambulle una rana,
ruido de agua.




Que el verano es una época que ni pintada para leer ya lo saben ustedes, mis bienamados lectores. Hasta mi lector malasombra lo sabe, que por algo también es lector. Todos ustedes leen, de lo contrario no estarían aquí y ahora leyendo mi artículo. Por eso no les voy a aconsejar lectura alguna, pues ustedes tienen sus propias preferencias. Lo que voy a hacer es ofrecerles una especie de aperitivo refrescante a modo de despedida por vacaciones. Se trata de esos versos que han leído ustedes al comienzo. Son de un autor japonés del siglo XVII llamado Matsuo Bashoo y a esa forma de poesía se la conoce como haiku. El haiku es un poema breve de tres versos, de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente, cuya simplicidad hace que se asemeje a lo hablado. Suele haber una palabra clave, llamada kigo en japonés, que indica la estación del año a la que se refiere pero, fuera de ello, las reglas son muy sencillas y escasas: emplea mayoritariamente nombres, apenas usa las mayúsculas, se puede prescindir de la puntuación y de la rima; en definitiva, haiku o haikai es simplemente lo que está sucediendo en este lugar, en este momento, aquí y ahora.

Han sido muchos los autores occidentales que han usado esta forma de poesía. Ezra Pound, D.H. Lawrence o James Joyce, en ingés, o Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Jorge Luis Borges y Octavio Paz en castellano. Precisamente de Machado es este haiku veraniego y verbenero:

¡De amarillo calabaza,
en el azul, cómo sube
la luna sobre la plaza!

De Borges, este otro:

La vieja mano
sigue trazando versos
para el olvido

Y aquél de Octavio Paz, titulado Alba:

Sobre la arena
escritura de pájaros;
memoria del viento

Mario Benedetti, recientemente fallecido, escribió el siguiente:

Una campana,
tan sólo una campana
se opone al viento

También un amigo poeta que me regaló un libro muy querido tiene algún haiku. Luis Alberto de Cuenca escribió:

En el silencio
de esa flor amarilla
perdura el canto

Y termino esta minúscula antología con otro haiku de Matsuo Bashoo, muy propio de la estación:

Quietud;
los cantos de las cigarras
penetran en las rocas

Claro que también puedo finalizar con un haiku más prosaico y, además, de mi propia cosecha:

Mediterráneo
dorado, azul y verde,
una cerveza


Feliz verano.




martes, 14 de julio de 2009

Un par de lecciones de economía


Artículo publicado el 14 de julio de 2008 en el diario La Opinión de Murcia


Como la crisis económica esta de moda, me propongo hoy ofrecerles completamente gratis dos lecciones sobre economía.

La primera lección consiste en la transcripción de un “emilio” titulado “Las Principales Teorías Económicas explicadas con vacas”, que me ha enviado mi hija María. Ahí va:
Socialismo: Tú tienes dos vacas. El estado te obliga a darle una a tu vecino.
Comunismo: Tú tienes dos vacas. El estado te las quita y te DA algo de leche.
Fascismo: Tú tienes dos vacas. El estado te las quita y te VENDE algo de leche.
Nazismo: Tú tienes dos vacas. El estado te las quita y te dispara en la cabeza.
Burocratismo: Tú tienes dos vacas. El estado te pierde una, ordeña la otra y luego tira la leche al suelo.
Capitalismo tradicional: Tú tienes dos vacas. Vendes una y te compras un toro. Haces más vacas. Vendes las vacas y ganas dinero. Luego te jubilas rico.
Neocapitalismo: Tú tienes dos vacas. Vendes tres de tus vacas a tu empresa que cotiza en bolsa mediante letras de crédito abiertas por tu cuñado en el banco de un amigo. Luego ejecutas un intercambio de participación de deuda con una oferta general asociada con lo que ya tienes las cuatro vacas de vuelta, con exención de impuestos por cinco vacas. La leche que hacen tus seis vacas es transferida mediante intermediario a una empresa con sede en las Islas Cayman que vuelve a vender los derechos de las siete vacas a tu compañía. El informe anual afirma que tu tienes ocho vacas con opción a una más. Coges tus nueve vacas y las cortas en trocitos. Luego vendes a la gente tus diez vacas troceadas. Curiosamente, durante todo el proceso nadie parece darse cuenta que, en realidad, tú sólo tienes dos vacas.
Economía japonesa: Tú tienes dos vacas. Las rediseñas a escala 1:10 y logras que te produzcan el doble de leche. Pero no te haces rico. Luego ruedas todo el proceso en dibujos animados. Los llamas “Vakimon” e, incomprensiblemente, te haces millonario.
Economía alemana: Tú tienes dos vacas. Mediante un proceso de reingeniería consigues que vivan cien años, que coman una vez al mes y que se ordeñen solas. Nadie cree que eso tenga mérito alguno.
Economía rusa: Tú tienes dos vacas. Cuentas y tienes cinco vacas. Vuelves a contar y te salen doscientas cincuenta y siete vacas. Vuelves a contar y te salen tres vacas. Dejas de contar vacas y abres otra botella de vodka.
Economía china: Tú tienes dos vacas. Tienes a trescientos chinos ordeñándolas. Explicas al mundo tu increíble ratio de productividad lechera. Disparas a un periodista que se dispone a contar la verdad.
Capitalismo americano: Tienes dos vacas. Vendes una y fuerzas a la otra a producir la leche de cuatro vacas. Te quedas sorprendido cuando ella muere.
Economía iraquí: Tú no tienes vacas. Nadie cree que no tengas vacas, te bombardean y te invaden el país. Tú sigues sin tener vacas.
Economía india: Tú tienes dos vacas. Las pones en un altar para adorarlas. Después sigues comiendo arroz al curry.
Economía suiza: Hay cincuenta millones de vacas Es obvio que tienen dueño pero nadie parece saber quién es.
Economía francesa: Tú tienes dos vacas. Entonces te declaras en huelga, organizas una revuelta violenta y cortas todas las carreteras del país, porque tú lo que quieres son tres vacas.
Economía neozelandesa: Tú tienes dos vacas. La de la izquierda te parece cada día más atractiva.
Capitalismo italiano: Tienes dos vacas. Una de ellas es tu madre, la otra tu suegra, ¡¡¡maledetto!!!
Capitalismo británico: Tienes dos vacas. Las dos están locas.
Economía española: Tú tienes dos vacas, pero no tienes ni puñetera idea de donde están. Pero como ya es viernes te bajas a desayunar al bar de la esquina mientras lees el Marca. Luego, como ya es viernes, enlazas con el aperitivo. Si acaso, ya te pondrás a buscarlas el miércoles después del puente de San Aniceto.

La segunda lección consiste en un ejemplo práctico de economía aplicada: El ahorro es uno de los pilares de una economía sana y, como el ahorro bien entendido empieza por uno mismo, hoy me he ahorrado escribir el artículo.

El próximo día, más.


martes, 23 de junio de 2009

Los cuentos de ZP: El sastrecillo valiente


Artículo publicado el 23 de junio de 2009 en el diario La Opinión de Murcia


Cuando Wilhelm Grimm escribió El sastrecillo valiente allá por el año de 1812, no podía siquiera imaginar que dos siglos después la hazaña del cuento sería emulada ni más ni menos que por el mismísimo presidente de los Estados Unidos. Obama ha matado una mosca de un golpe, pero ZP está dispuesto a matar siete. Como lo oyen.

VERSIÓN CLÁSICA: Había una vez un sastre que se ganaba la vida cortando y cosiendo. Un día compró un poco de mermelada de fresa a una mujer que pasaba por allí y, untándola en el pan, se preparó el almuerzo. Al poco, la dulce mermelada atrajo a varias moscas. El sastre intentó espantarlas, pero las moscas seguían zumbando sobre el pan con mermelada. Entonces agarró un trozo de tela y, de un trallazo, mató a siete moscas. Al ver su proeza, el sastrecillo exclamó orgulloso “¡Siete de un solo golpe! ¡El mundo debe enterarse de esto!”. Pensado y hecho, se hizo un cinturón en el que bordó la leyenda “Siete de un golpe” y se fue a recorrer el mundo para contar su hazaña. Muchas fueron sus aventuras, pues la gente, cuando leía la leyenda bordada en el cinturón, no pensaba en moscas, sino en hombres o gigantes muertos de un golpe a manos del sastrecillo.
En una de aquellas aventuras, el Rey del cuento ofreció al sastrecillo la mano de su hija y la mitad de su reino si lograba matar a dos gigantes que tenían atemorizada a la población. El sastrecillo aceptó y salió en busca de los gigantes a los que encontró en lo más profundo del bosque, dormitando al pie de un árbol. Entonces cogió dos piedras y, encaramándose a lo alto del árbol, les atizó una buena pedrada a cada uno de ellos. Despertáronse los durmientes y, echándose las culpas de la pedrada el uno al otro, se dieron tal suerte de palos que cayeron muertos al suelo. El sastrecillo bajó del árbol y, desenvainando la espada, les dio un par de tajos a cada uno en el pecho y se presentó ante el Rey para reclamar su recompensa. Sobra decir que, finalmente, el satrecillo se casó con la princesa y se convirtió en Rey, lo que no está nada mal para quien una vez matara a siete moscas de un solo golpe.

VERSIÓN ADAPTADA: Había una vez un zapatero que se ganaba buenamente la vida cortando cuero y cosiendo zapatos pero, en realidad, lo que él quería era ser sastre como su vecino Obama. Cuando vió que el sastre Obama, que había matado una mosca de un golpe, se ufanaba de su gesta en las televisiones del mundo y se disponía a ganar reinos y princesas, no quiso ser menos. Lo primero que hizo fue abandonar el noble oficio de zapatero para convertirse en sastre. Luego, tras mucho ensayar, logró matar siete moscas de un solo papirotazo. Entonces el sastre-zapatero se lanzó a conquistar el mundo al grito de “Siete de un golpe”, pero pasaban los años y, a pesar de que enzarzaba entre sí a cuantos encontraba, fueran enanos o gigantes, no lograba adquirir ni un palmo de tierra, ni mucho menos la mano de una princesa. Resolvió entonces consultar al sastre Obama, que era ahora el Rey Obama I, a fin de que le dijera qué era lo que había olvidado para conseguir un reino o una princesa. Obama I le preguntó si tenía dólares en abundancia, a lo que nuestro sastrecillo respondíó que qué eran los dólares. Luego el Rey Obama le preguntó si tenía Sexta Flota, y la respuesta se dibujó en la cara de estupefacción del sastrecillo. Finalmente, Obama I lo nombró Matamoscas Mayor del Reino, cosa que el sastrecillo-zapatero agradeció eternamente.

martes, 16 de junio de 2009

Los cuentos de ZP: El gato con botas


Artículo publicado el 16 de junio de 2009 en el diario La Opinión de Murcia


Este cuento fue escrito por alguien que, pese a apellidarse Perrault, no escribió de perros sino de gatos y, más concretamente, de un gato que supo ponerse las botas.

VERSIÓN CLÁSICA: Érase una vez un humilde molinero que, al morir, repartió sus escasas pertenencias entre sus hijos. Al menor no le dejó más que un gato. El heredero pensó en comérselo para no morir de hambre pero el gato, que era muy listo, lo convenció de que le sería más útil vivo que muerto y le pidió unas botas y una bolsa. Así calzado marchó al bosque, cazó un conejo, y fue a ofrecérselo al Rey en nombre de su amo, al que llamó el Marqués de Carabás. Otro día fueron un par de perdices y, luego, otros obsequios, pero siempre en nombre de su amo, el Marqués de Carabás. Un día, sabiendo el gato que que el Rey iba a salir a pasear con su hermosa hija, fingió que su amo se ahogaba en un estanque y que unos ladrones le habían robado la ropa. El Rey, agradecido al supuesto marqués, ordenó socorrerlo, lo cubrió con ricos vestidos y lo hizo subir a su carruaje. De inmediato, y como era de esperar, el hijo del molinero y la princesa se enamoraron perdidamente.
Mientras, el gato se adelantó a la comitiva y, llegando a unas tierras que pertenecían a un ogro muy rico, amenazó de muerte a los labriegos que allí laboraban si no respondían a quien les preguntase que las tierras eran del señor Marqués de Carabás. Así lo hicieron cuando, llegado el Rey, éste les preguntó. En tanto, el gato llegó al palacio del ogro y, fingiendo admiración, le dijo: “Me han dicho que tenéis el don de transformaros en cualquier animal, en un león, por ejemplo”. El ogro, halagado, se transformó en un rugiente león. Entonces el gato lo retó a transformarse en un animal muy pequeño, “en un ratón, por ejemplo”. Cegado por la vanidad, el ogro se transformó en ratón pero, tan pronto como lo hizo, el gato díó un salto y se lo comió de un bocado. Entonces reclamó el palacio para su señor, el Marqués de Carabás, y se dispuso a recibir a la comitiva real que llegaba. El Rey, viendo la riqueza del supuesto marqués, concedió la mano de su hija al hijo del molinero que, de esta forma, se convirtió en príncipe.
Por su parte, el gato llegó a ser un gran señor y ya no corrió tras de los ratones, sino para divertirse.

VERSIÓN ADAPTADA: Éranse una vez unos gobernantes que llevaban gobernando muchos años un país, antes llamado España. Tal y como habían prometido, transformaron aquel país en algo irreconocible hasta para la madre que lo parió. Pero el país, desagradecido, palpándose los bolsillos vacíos y olvidando las grandes juergas que se había corrido con ellos, les dió la espalda, los mandó a la oposición y se echó traidoramente en brazos de un insulso señor con bigote. En la oposición, ya se sabe, es el frío, el crujir y el castañear de dientes, pero también hay tiempo para maquinar engendros. Y uno de los prodigios que urdieron fue el de elegir secretario general del partido a un ingenioso gato de Valladolid, o de León, no me acuerdo, que antes trabajaba cazando ratones en una zapatería. Lo primero que hizo el gato al llegar al cargo no fue calzarse las botas, como pudiera parecer, sino cambiar el nombre del partido político al que pertenecía, que pasó a denominarse PMC, o sea, Partido del Marqués de Carabás. Luego, se dirigió con voz meliflua a las gentes del país, a quienes, enarcando las cejas y acariciándose los bigotes, les dijo lo siguiente: “Ya véis; todo lo que ha hecho el señor de los bigotes es poneros a trabajar y, a cambio de ello, os mata de aburrimiento. Os propongo una cosa más divertida. Sé que podéis transformaros en lo que queráis, pues ya lo habéis hecho antes. Os propongo que os transforméis en un pueblo de leones”. El pueblo, halagado, le hizo caso y comenzó a rugir y a rugir. Se enzarzó en mil y una rugientes manifestaciones: contra la guerra (qué guerra, se preguntaban algunos), contra la precariedad en el empleo (pero… si ahora tenemos empleo, decían tímidamente otros), contra la energía nuclear (pero si estamos comprando electricidad al país vecino, pensaban unos pocos), contra el cambio climático (nadie entendía la relación del tal cambio con el señor de los bigotes, pero daba igual), contra la Iglesia Católica (aunque todos eran cofrades de una u otra cofradía penitente, meterse con la Iglesia era casi un deporte nacional), contra los cedés piratas (lo que vino a estimular, paradójicamente, la solidaridad de los más pobres con los que más tenían)… y así sucesivamente.
Luego, la Voz Gatuna les propuso que, habiendo sido leones, se transformaran en un pueblo de animales más pequeños, “en un pueblo de ratones, por ejemplo”. El pueblo, enloquecido y delirante, se transformó de nuevo y, no bien lo hizo, el Gato saltó sobre ellos y los devoró de un bocado en nombre de su amo, el Marqués de Carabás.
Fue entonces, cuando el gato se puso las botas.


martes, 2 de junio de 2009

Los cuentos de ZP: La ostra y los litigantes


Artículo publicado del 2 de junio de 2009 en el diario La Opinión de Murcia


Otra fábula de La Fontaine, posiblemente inspirada en una sátira de Nicolás Boileau. ¿Que quién era Nicolás Boileau? ¿Y qué más da, querido lector? Lo que cuenta no es quien la escribiera, sino lo que escribió quienquiera que lo hiciese. Es decir, lo que importa es la ostra.

VERSIÓN CLÁSICA: Un día, dos peregrinos encontraron en la arena de la playa una ostra que acababan de traer las olas. Ambos con los ojos la devoraban, al tiempo que los índices de sus diestras se extendían hacia el apetecido molusco. Uno de ellos ya se disponía a atraparlo pero el otro le detuvo alegando que aquella propiedad había que ponerla en claro. Y añadió:
−Corresponde degustarla a quien la ha visto primero.
−En tal caso y si se aplica ese criterio −repuso el otro comensal− quiero que sepas que tengo ojos de lince.
−Pues si tú la has visto −terció su interlocutor− ¡yo la he oído!.
Estaban en estos dimes y diretes cuando apareció por el lugar Don Picapleitos, al que de inmediato nombraron juez del litigio. El tal Picapleitos, con semblante grave, abrió la ostra y, a través de su garganta, la introdujo tranquilamente en el estómago ante el asombro y desconcierto de los peregrinos. Después de haberla saboreado sentenció con tono doctoral:
−La Corte falla y os adjudica a cada uno de vosotros una de las conchas. Tomad y marchad en paz. El caso está cerrado.
Y diciendo esto, dióse la vuelta y marchó por donde había venido. Pensad, escribieron La Fontaine o Boileau, que “un mauvais accommodement vaut mieux qu'un bon procés”. Dicho en cristiano, que vale más un mal arreglo que un buen pleito.

VERSIÓN ADAPTADA: Como suele ser habitual, andaban a la gresca dos grandes líderes políticos acerca de la mejor solución de los graves problemas económicos y sociales que asolaban a su país. El uno, que había sido zapatero antes que fraile, decía que la solución era socialista o no era, y que cállate tú que ahora hablo yo. El otro, que era más fraile que zapatero, decía lo contrario: que la solución era liberal y que consistía básicamente en el quítate tú que me pongo yo. En esas estaban cuando acertó a pasar por allí un cierto personaje de grave y opulento aspecto. Los dos contendientes, al ver la riqueza de sus ropajes y atavíos, pensaron que el tal personaje debía conocer la solución de la crisis y, pensado y hecho, resolvieron nombrar árbitro de la controversia al recién llegado.
−Decidnos, buen hombre −dijeron los contendientes al unísono− ¿Cuál es la mejor solución para nuestras cuitas, la socialista o la liberal?
−Dadme primero vuestras bolsas −dijo el juez.
Así lo hicieron y el juez, vaciando el contenido en la suya propia, les devolvió las bolsas vacías y les dijo lo siguiente:
−La Corte falla y os adjudica a cada uno de vosotros vuestra bolsa vacía. Aquel que primero la llene de nuevo será el ganador y su solución, la correcta. Marchad en paz, pues el caso está cerrado.
Y diciendo esto, dióse la vuelta y marchóse por do había venido, con su misma gravedad, sus lujosos ropajes y la bolsa rebosante. De los líderes políticos, el uno volvió a sus zapatos y el otro al convento. El pueblo llano, sorprendentemente, salió por sí solo de la crisis económica que lo aquejaba.

martes, 26 de mayo de 2009

Los cuentos de ZP: La carreta atascada



Artículo publicado el 26 de mayo de 2009 en el diario La Opinión de Murcia




En esta ocasión les traigo nuevamente una fábula de La Fontaine que antes escribió Esopo, aquel fabulista griego que, según cuenta Herodoto, vivió en el siglo VI antes de Cristo. Esopo no podía sospechar siquiera que veintisiete siglos después y gracias a sus fabulosas artes hubiera podido llegar a ser presidente del gobierno de Iberia, allá por los confines del mundo conocido.

VERSIÓN CLÁSICA: Al faetón de un carro de heno se le atascó el vehículo en pleno campo, lejos de toda ayuda. Y como la carreta no salía del atasco, comenzó a renegar y a jurar, maldiciendo en su furor extremo ora contra los charcos, ora contra la bestias, ora contra el carro y hasta contra él mismo. Al fin, invocó al dios cuyos trabajos eran famosos en el mundo entero.
−¡Oh, Hércules −le dijo−; ayúdame! Si tu espalda ha sostenido el cielo, tu brazo podrá sacarme de este atolladero.
Aún antes de acabar su plegaria, oyó una Voz que bajaba de las alturas:
−Hércules exige que sudes primero, antes de prestarte su ayuda. Busca la piedra que te detiene; coge la azada y libera las ruedas del barro maldito que las oprime hasta los ejes; luego, parte el pedrusco que te estorba y rellena el hueco con tierra seca. ¿Lo has hecho ya?
−Sí −contestó el hombre.
−Bien; entonces, voy a ayudarte. Coge la vara
−Ya la tengo, pero… ¿Qué es esto? ¡El carro marcha! ¡Alabado sea Hércules!
Entonces dijo la Voz:
−Ya has visto cómo las bestias han salido fácilmente del atasco. Para otra ocasión ya lo sabes: Ayúdate, que el cielo te ayudará.

VERSIÓN ADAPTADA: Al faetón de un carro de heno que, como ustedes se podrán imaginar, antes de faetón era zapatero, se le atascó el carromato en mitad del campo. Después de jurar un rato en vallisoletano y aunque él no creía en los dioses, decidió probar suerte con Hércules, un dios que, vestido con la piel del león de Nemea y ceñido con el cinturón de Hipólita, era famoso por sus trabajos.
−Oye, Hércules −le dijo el faetón, tuteando al dios, pues el faetón era ferviente partidario de la igualdad entre hombre y dioses y estaba tramando no sé qué de una revolución socialista−; ayúdame, si no quieres ser tachado de ánti-patriota. El malvado carro, pues es de fá-bricación norteá-mericana, se ha atascado en el barro. Si hubiera sido un producto de nuestra muy cóm-petitiva industria del cá-rruaje y del cá-rromato, esto no habría pasado. De manera que ponte a la tarea inmé-diatamente.
Aún antes de acabar su, digamos, plegaria, oyó una voz que bajaba de las alturas:
−Hércules exige, antes de ayudar, que se sude primero. Busca la piedra que te detiene; coge la azada y libera las ruedas del barro maldito que las oprime hasta los ejes; luego, parte el pedrusco que te estorba y rellena el hueco con tierra seca. ¿Lo has hecho ya?
−Claro −contestó el faetón−; he ordenado a mi vicefaetona que busque la piedra y ha encontrado seiscientas setenta mil ochocientas cuarenta y nueve piedras, y eso sin perder de vista el carro. Luego, le he dicho a Pepiño que libere las ruedas de la carreta del barro que las oprime. Pepiño ha puesto en marcha una comisión pári-taria con participación de los sín-dicatos y de la confederación de arrieros para estudiar la mejor forma de ré-solver el problema pero, en esto, ha llegado Bibiana y ha exigido que sean líbe-radas primero las ejas, pues los ejes llevan siglos dís-frutando de su prí-macía, y dice que ha llegado el tiempo y la tiempa de la igualdad para todas y todos. O sea, que están en ello de manera sós-tenible. La división aeró-transportada de párti-dores de piedras, que dirige Carma, aún no ha llegado. Sí lo han hecho, en cambio, los rumores de su negativa a partir piedra alguna, pues dice que los párti-dores de piedras no están para partir piedras, sino para realizar labores humanitarias sós-tenibles en el Pélo-poneso. Eso sí, puedo afirmar sin temor a ser tachado de ánti-patriota que todos los huecos están sosté-niblemente rellenos de tierra, pues no tengo a la vista hueco alguno. Tú me dirás si cojo la vara y la sós-tengo.
−Lo que digo es que ahí te quedas, faetón −le dijo la Voz de las alturas−, que al que le están entrando ganas de coger la vara es a un dios que yo me sé.




martes, 12 de mayo de 2009

Los cuentos de ZP: La princesa y el guisante


Artículo publicado el 12 de mayo de 2009 en el diario La Opinión de Murcia


VERSIÓN CLÁSICA: Érase una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero tenía que ser con una princesa de verdad. Recorrió el mundo entero, y aunque en todas partes encontró princesas, siempre acababa descubriendo en ellas algo que no acababa de gustarle. De ninguna se hubiera podido asegurar con certeza que fuera una verdadera princesa; siempre aparecía algún detalle que no era como es debido. El príncipe regresó, pues, a su país, desconsolado por no haber podido encontrar una princesa verdadera.
Una noche se desencadenó una terrible tempestad negra y aullante, y alguien llamó a la puerta de palacio. Era una princesa quien aguardaba ante la puerta pero, ¡Dios mío!, ¡Qué aspecto ofrecía con la lluvia y el mal tiempo! El agua chorreaba por sus cabellos y caía sobre sus ropas, le entraba por la punta de los zapatos y le salía por los talones y, sin embargo, pretendía ser una princesa verdadera. "Bien, ya lo veremos", pensó la vieja reina, y sin decir palabra se dirigió a la alcoba, apartó toda la ropa de la cama y colocó un guisante en su fondo; puso después veinte colchones sobre él y añadió todavía otros veinte edredones de plumas de ánade. Allí dormiría aquella noche la presunta princesa.
A la mañana siguiente, le preguntaron qué tal había descansado.
―¡Oh, terriblemente mal! ―respondió la princesa―. Casi no he pegado ojo en toda la noche. ¡Dios sabe qué habría en esa cama! He dormido sobre algo tan duro que tengo el cuerpo lleno de cardenales. ¡Ha sido horrible!
Así se pudo comprobar que se trataba de una princesa de verdad, porque, a pesar de los veinte colchones y los veinte edredones de pluma, había sentido la molestia de un guisante. Sólo una verdadera princesa podía tener la piel tan delicada. El príncipe, sabiendo ya que se trataba de una princesa de verdad, la tomó por esposa y el guisante fue trasladado al Museo del Palacio, donde todavía puede contemplarse, a no ser que alguien se lo haya llevado.

VERSIÓN ADAPTADA: Érase una vez un Rey un tanto revolucionario, pues había sido zapatero antes que fraile. Era también un Rey aquejado de esa extraña forma de ateismo que supone dejar de creer en la existencia de Dios para creer a ciegas en el socialismo y en las ministras de cuota. Y, no contento con ser ateo él mismo, quería que lo fuera todo su reino. Para conseguirlo decidió nombrar Ministra de Asuntos Religiosos a la mujer más anticlerical de su reino y salió en su busca. Recorrió montes y valles, villas y aldeas, condados y ducados, y aunque en todas partes encontraba mujeres de algún mérito, siempre acababa descubriendo en ellas algo que no acababa de gustarle. La que no estaba casada por la Iglesia, andaba empeñada en preparar la Primera Comunión de su hija o el bautizo de su primogénito, o era Camarera de la Virgen local o aspiraba a serlo. Cansado de tanta búsqueda infructuosa, el Rey regresó a su palacio y, para entretenerse, se dedicó a poner en práctica las políticas socialistas más peregrinas. Más llegó un tiempo en que, como era de esperar, se desató en el reino una negra crisis económica que lo sumió en la penuria y en la desesperanza. Y en esto, alguien llamó a la puerta del palacio.
―No busquéis más, soy la persona que necesitáis ―dijo la mujer que había llamado a la puerta. El Rey, intrigado, decidió que no perdía nada por someterla a examen.
―¿Qué haríais vos para remediar la crisis que nos afecta? ―le preguntó.
―Muy sencillo ―respondió la mujer―. En primer lugar, consentiría en que me nombrárais Ministra del Reino. En segundo lugar, repartiría el poco dinero que queda en vuestras arcas entre los saltimbanquis y titiriteros del reino. Así, la algazara y el jolgorio apagarían los tristes ecos de la crisis. Y en tercer lugar, echaría la culpa de todo lo que pasa a la derecha y a los monjes, lo que nos permitiría subirles los impuestos y expropiar sus tierras y conventos.
El Rey, viéndole hechuras de mando, decidió no obstante ponerla a prueba.
―Esta noche ―le dijo― dormiréis en la cocina con la servidumbre pero, antes, cenad.
El Rey ordenó a los más de cien sirvientes que organizaran un botellón colosal que durara toda la noche y mandó que la velada fuera amenizada por el famoso grupo de goliardos llamado Los Mojinos Escocíos. Al tiempo, ordenó que, junto con los sirvientes, se alojara en las cocinas a un monje trapense del convento cercano, atado de pies y manos y debidamente amordazado. A la mañana siguiente, el Rey preguntó a la mujer qué tal había dormido.
―Fatal, Majestad ―respondió―. No he podido pegar ojo, pues había un fraile que no paraba con sus rezos y latines. He estado tentada de mandar que le cortaran la cabeza.
El Rey quedó muy contento con el resultado de la prueba y, habiendo hallado a la más anticlerical de sus súbditas, la nombró inmediatamente Ministra del Reino. El monje trapense fue trasladado al Museo del Palacio, donde todavía puede contemplarse, a no ser que alguien se lo haya llevado.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Lo que sí dijo el Papa


Artículo publicado el miércoles 6 de mayo de 2008 en el diario La Opinión de Murcia


Que este Papa no era del gusto de la izquierda ya lo sabíamos. Al Papa Benedicto XVI no le dieron ni cien días de cortesía, ni veinte minutos de asueto. Nazi, inquisidor y ultraconservador fueron los calificativos con los que fue recibida su elección. Sin duda, la progresía hubiera preferido que José Blanco, por ejemplo, hubiera perseverado en su temprana vocación religiosa −confesaba Pepiño en su blog que “cuando era monaguillo, pensaba en ser cura, pero eso duró poco tiempo”−, en lugar de dedicarse a la política. Perseverado, hasta llegar a ser nombrado Cardenal Prefeto de la Sagrada Congregación para la Dotrina de la Fe en lugar de Ratzinger y, perseverado aún más, para ser eleto Pontífice de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. España habría perdido un ministro, en efeto, pero la Iglesia habría ganado un Papa políticamente correto.

En lugar de eso, tenemos un Papa que llama al pan, pan, y al condón, condón, lo que le ha valido una solicitud de reprobación formulada por Izquierda Unida e Iniciativa per Catalunya Verds, que el Congreso ha admitido a trámite con el sorprendente apoyo de dos diputadas del PP. Dicen los comunistas verdes y antes rojos que el Papa, en un reciente viaje a África, ha puesto en peligro la salud de millones de personas al cuestionar el uso del preservativo como medio profiláctico contra la transmisión del virus del SIDA (o dicho en catalán, “posi qüestió la utilitat del preservatiu com mitjà profilàctic contra la transmissió del virus de la SIDA”).

Ustedes, mis queridos lectores, no se fíen de estos chicos en ninguno de los dos idiomas y lean lo que literalmente dijo el Papa.

Pregunta realizada por el periodista Philippe Visseyrias, de France 2: "Santidad, entre los muchos males que afligen a África, está en particular el de la difusión del SIDA. La postura de la Iglesia católica sobre el modo de luchar contra él es considerada a menudo no realista ni eficaz. ¿Usted afrontará este tema, durante el viaje?"
Respuesta del Papa: "Yo diría lo contrario. Me parece que la institución más eficaz, más presente en el frente de la lucha contra el sida es precisamente la Iglesia católica, con sus movimientos y con sus diversas entidades. Pienso en la comunidad de San Egidio, que hace tanto, visible y no visible, en la lucha contra el SIDA. Pienso en los religiosos Camilianos, en todas las religiosas que están al servicio de los enfermos…
Yo diría que el problema del sida no se puede resolver tan sólo con dinero, que es importante, pero si no hay un alma, si no hay gente que sepa cómo usarlo, el dinero sólo no ayuda.
Yo diría que no es posible resolver el problema del sida sólo con eslóganes publicitarios. Si no hay un alma, si los africanos no se ayudan entre ellos,( comprometiendo la responsabilidad personal), no se puede resolver ese flagelo simplemente con la distribución de preservativos: al contrario, existe el riesgo de aumentar el problema.
La solución sólo se logrará actuando en dos frentes. El primero es una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que lleve consigo un nuevo modo de comportarse una persona con otra. En segundo lugar, una verdadera amistad, sobre todo con las personas enfermas: la disponibilidad, incluso con sacrificios y con renuncias personales, a estar con los enfermos. Estos son los factores que ayudan a progresos visibles.
Por tanto, diría, esta doble fuerza nuestra de renovar al hombre interiormente, de dar fuerza espiritual y humana para un comportamiento justo hacia el propio cuerpo y hacia el prójimo, y esta capacidad de sufrir con los que sufren, de permanecer en los momentos de prueba. Me parece que ésta es la respuesta correcta, y que la Iglesia hace esto y ofrece así una contribución grandísima e importante. Agradecemos a todos los que lo hacen."

La comunidad científica internacional lo expresó de otra manera en un manifiesto de apoyo a la denominada estrategia ABC de lucha contra el SIDA, aplicada con éxito en Uganda, manifiesto que fue publicado en la prestigiosa revista médica británica The Lancet a finales de 2004. La letra A corresponde al primer paso de la estrategia: Abstinence, lo que no requiere traducción. La letra B significa Be faithful, es decir sé fiel, como medida para evitar la promiscuidad. La letra C corresponde al tercer medio de lucha contra el SIDA, Condom, que tampoco precisa ser traducida. La cuestión es la siguiente: ¿Solicitará IU-ICV la reprobación de la comunidad científica, que ha osado colocar el condón en un humillante e indigno tercer lugar?

(La solución en el próximo número)

martes, 21 de abril de 2009

Cosas de libros


Artículo publicado el 21 de abril de 2009 en el diario La Opinión de Murcia


En medio de tanto bullicio festero −sardinonazareno, sardinohuertano y sardinosardinero−, una escalofriante noticia ha sacudido el alma atormentada de algo más de media docena de murcianos. Según el estudio de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en 2008, casi la mitad de los murcianos mayores de catorce años confiesa que no lee nunca un libro. Murcia, como en los viejos tiempos, se sitúa en el cuarto puesto por la cola del índice de lectores, por encima únicamente de Andalucía, Castilla La Mancha y Extremadura. Y esto ocurre en un país que lee muy poco. Según el barómetro European Cultural Values 2007, el 41 por ciento de los españoles confiesa no haber leido un libro en los últimos doce meses, lo que sitúa a España en el cuarto lugar por la cola de Europa, por delante tan sólo de Chipre, Portugal y Malta y empatada con Grecia y Bulgaria.
Alguien dirá que la cultura no consiste sólo en leer libros y que el bajo índice de lectura está compensado por otras actividades en las que España, primero, y Murcia, después, no quedan tan mal situadas. Después de mucho buscar he encontrado un índice cultural en el que no quedamos tan mal parados: el de asistencia a eventos deportivos. De manera que el que no se consuela es porque no quiere.
Les digo todo esto porque el próximo jueves 23 de abril se celebra el Día Mundial del Libro y con motivo de tan fausto acontecimiento, Ignatius, mi asesor plenipotenciario en materia de bibliofilia, ha parido lo que él denomina una feliz idea, en la que no obstante percibo un cierto tufo catalino. Se trata −dice Ignatius− de aprovechar este natural de los murcianos de celebrarlo todo regalando diversos objetos y golosinas, sean caramelos, monas con huevo, habas, ristras de morcillas, morcones, pitos, pines o juguetes, para convencer a nazarenos, huertanos y sardineros, de que también regalen libros. Y como Ignatius no acaba de ver a un andero sacándose del buche, por muy abultado que sea éste, un ejemplar de la Encyclopaedia Britannica o de la Espasa-Calpe, propone que los libros se escojan de una lista que, según el propio Ignatius, contiene los más livianos y menos voluminosos del mundo. Para que se hagan una idea, aquí tienen un extracto de la lista de títulos de Ignatius:


- Libro curricular de Pepiño Blanco, de Bibiana Aído.
- Los archivos secretos del programa espacial tibetano, de Dalai Lama.
- Albúm de fotos de Galicia soleada, de Harry Weatherman.
- Todas las mujeres de mi vida, de Pedro Zerolo
- La Guía Telefónica de la Antártida, de Giacomo Vodafone.
- Los usos domésticos del uranio 235, de Míster Proper.
- Todas mis buenas acciones, de Adolfo Hitler.
- Políglota, de J. L. Rodríguez Zapatero.
- Políglota II, versión inglesa, de J. L. Everybody Bonsai.
- La estrategia estremeña para dominar el mundo, de Rodríguez Bellotari.
- Cartas de amor a Hillary, del Sherpa Tensing.
- Nuevas Cartas de amor a Hillary, de Miguel Angel Moratinos.
- Los silencios de Fidel, de Antonio Machín.
- Con la música a otra parte, de Michael Acordeón.
- Libertad religiosa en Irán, de Mahmud Ahmadineyad.
- El negro que tenía el alma blanca, de Barack Obama.
- Cien años de honradez, de F. G. Márquez.
- Las claves de mi política estratégica global, de J. L. Zetapé.
- Ideas de futuro, de Joseph Lewis R. Shoemaker.
- Crisis, what crisis?, de Peter S. Solbes.
- Tiempos de engorde, de Tessy F. de la Plaine Fertile.
- Comentarios a Tiempos de engorde, de Elena Salgado.
- Resoluciones eficaces de la ONU, de Heinz Blaukopf.
- El tiro por la culata, de Fernández Bermejo.
- La muerte de Franco, esa incógnita, de Baltasar Garzón.
- Reflexiones en silencio, de Hugo Chávez.
- Mi colección de corbatas, de Evo Morales.

Mañana, más.



viernes, 17 de abril de 2009

Los cuentos de ZP: Los dos ciegos


Artículo publicado el 14 de abril de 2009 em el diario La Opinión de Murcia


“De lo que aconteció a un ciego con otro”. Así se subtitula el cuento XXXIV de El libro de los ejemplos del Conde Lucanor y su consejero Patronio, obra moralizante escrita en 1335 por un sobrino del Rey Sabio llamado Juan Manuel de Villena y Borgoña-Saboya, más conocido por el Infante Don Juan Manuel.

VERSIÓN CLÁSICA: Otra vez hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, de esta guisa:
−Patronio, un mi pariente y amigo, de quien yo fío mucho y estoy seguro de que me ama verdaderamente, me aconseja que vaya a un lugar del que me recelo yo mucho. Y díceme él que no haya recelo ninguno; que antes tomaría él la muerte que yo tome ningún daño. Y ahora, ruégoos que me aconsejéis en esto.
−Señor conde Lucanor −dijo Patronio−, para este consejo mucho querría que supieseis lo que aconteció a un ciego con otro.
Y el conde le preguntó cómo había sido aquello.
−Señor conde −dijo Patronio−, un hombre moraba en una villa y perdió la vista de los ojos y fue ciego. Y estando así ciego y pobre, vino a él otro ciego que moraba en aquella villa, y díjole que fuesen ambos a otra villa cerca de aquella y que pedirían por Dios y que habrían de qué mantenerse y sustentarse.
Y aquel ciego le dijo que sabía que en aquel camino de aquella villa que había pozos y barrancos y muy fuertes pasadas: y que se recelaba mucho de aquella ida.
Y el otro ciego le dijo que no hubiese recelo porque él se iría con él y lo pondría a salvo. Y tanto le aseguró y tantas pros le mostró en la ida, que el ciego creyó al otro ciego y fuéronse.
Y desde que llegaron a los lugares fuertes y peligrosos cayó el ciego que guiaba al otro, y no dejó por eso de caer el ciego que recelaba el camino.
Y vos, señor conde, si recelo habéis con razón y el hecho es peligroso, no os metáis en peligro por lo que vuestro pariente y amigo os dice, que antes morirá que vos toméis daño; porque muy poco os aprovecharía a vos que él muriese y vos tomaseis daño y murieseis.
Y el conde tuvo éste por buen consejo e hízolo así y hallóse en ello bien.
Y entendiendo don Juan que este ejemplo era bueno, hízolo escribir en este libro e hizo estos versos que dicen así:

Nunca te metas do hayas malandanza
aunque tu amigo te haga seguranza.

VERSIÓN ADAPTADA: El Rey no había leído El conde Lucanor. Pensaba, además, que el Infante Don Juan Manuel era un barrio o un instituto de enseñanza secundaria, del mismo modo que creía que fornicar era una agencia de alquiler de automóviles. Realmente había leído muy poco aquel Rey. Pero era un Rey valiente y temerario, como la Legión. Y, como la Legión, también tenía una cabra a la que bautizó con el nombre de Patronia. Tanto apreciaba a la cabra que, con el tiempo, Patronia se convirtió en su principal confidente.
Y aconteció que al Reino llegaron los malos tiempos y las hambrunas y, con ellos, los aires de rebelión. Y el Rey consultó a Patronia.
−Patronia, mis consejeros me dicen que los campos están secos y no producen grano, que los talleres están parados por falta de trabajo y que los comercios no venden una escoba. El pueblo anda intrigando. ¿Qué debo hacer?
−Naaada, mi seeeñor −contestó Patronia−, no veeeo yo que sean ciertas esas nueeeevas. A mí no me faaalta pienso ni alfaaalfa, trisco y retozo cuanto quieeero en los verdes y lujuriosos jardines de palaaaacio y veo a vuestros hijos feeelices y conteeentos. No hagáis caaaso a las maaalas lenguas que sólo quieeeren perdeeeros. Cesad a vuestros consejeeeros y nombradme Vos valida vuestra, pues este cargo me vieeene que ni pintaaado.
Y así lo hizo el Rey. Oyó a la cabra y desoyó al resto del mundo. La nombró su valida y subió los impuestos para comprar más pienso y alfalfa. Se solazó viendo a sus hijos jugar felices con la cabra en los verdes jardines de palacio. Y siguió sin hacer caso de los rumores de crisis y rebelión hasta que el verdugo llamó a su puerta.
Para entonces, la cabra se había echado al monte.

martes, 7 de abril de 2009

Zapatero en la cumbre


Artículo publicado el 7 de abril de 2009 en el diario La Opinión de Murcia


Zapatero estuvo en la cumbre. Lo que no nos cuentan los medios es lo que hoy nos va a narrar mi predilecto asesor Ignatius que, por una de esas casualidades de la vida, se encontraba la pasada semana de viaje en Londres. A Ignatius le encanta viajar, pues afirma que viajar ilustra. Y viajaría más si no le hubieran prohibido el acceso a los aviones de una treintena de compañías, discriminación que Ignatius achaca a su peso excesivo y a su empeño reiterado en colarse en la cabina del piloto para cerciorarse de que el avión vuela a una altura prudente, de que el piloto no va achispado, de que tiene licencia de vuelo, de que los mandos del avión funcionan, de que lleva suficiente combustible y de que su equipaje va debidamente instalado en la bodega del avión. Tampoco le ha ayudado su costumbre de tocar la trompeta para calmar los nervios en los despegues y aterrizajes o la de lanzar pequeños pero sonoros eructos durante el vuelo para facilitar la apertura de su válvula pilórica. Por no hablar de sus flatulencias.
Pero a lo que vamos. Durante su estancia en Londres, Ignatius presenció una escena que relata así. Le paso los trastos de escribir.
Me encontraba paseando por una céntrica calle londinense en la que esperaba encontarme de un momento a otro con Mary Poppins cuando a quien me encontré fue a Zapatero, ya saben, ese chico alto y espigado, de ojos llorosos y mentón flácido, que padece de ciática ante el paso de la bandera de Estados Unidos y que, por esas cosas inexplicables de la vida, preside el Gobierno de España. Iba ZP rodeado de una nube de asesores, unos setecientos cincuenta diría yo, a quienes el prócer comentaba en voz alta lo siguiente:
−Mi presencia en el G20, ese exclusivo club al que pertenecemos España y yo, gracias a mi especial denuedo, es un hecho histórico. España y yo estamos en el foro que va a decidir el futuro del mundo. Nuestra presencia, qué digo presencia, nuestra pertenencia al G20 no es más que el reconocimiento mundial del importantísimo papel que jugamos España y yo mismo en el concierto internacional. La exitosa Alianza de Civilizaciones, la aguerrida vocación pacifista de nuestras tropas, demostrada por el hecho de que son las últimas en llegar y las primeras en salir de los escenarios de batalla, nuestras estrechas relaciones con las potencias mundiales, mi amistad íntima con Obama, con el que me unen el footing, el jogging y el basket balling, la prestigiosa circunstancia de que nuestro Ministro de Asuntos Exteriores se pueda dirigir al mundo en lingala, que es el universal idioma del Congo, mi dilatada experiencia con el fenómeno del paro, pues no en vano somos los primeros productores de desempleo del mundo, mi férreo control sobre el sistema financiero español, en fin, todo ello y muchas cosa más, son los triunfos que nos permiten a España y a mí sentarnos a la mesa de los poderosos, en el centro de la gobernanza mundial.
En esto, un nutrido grupo de manifestantes antisistema, rastafaris ellos, armados de piedras y palos y con los rostros ocultos tras unos tupidos pañuelos rojo revolusión, apareció a la vuelta de una esquina. Al escuchar las triunfantes voces presidenciales, rodearon al exitoso presidente y a su cohorte de asesores y los rociaron con una lluvia de piedras al tiempo que agitaban los garrotes, mientras gritaban democráticamente: “¡Abajo los imperialistas! ¡Muera el G20! ¡Capitalistas! ¡Ellos son los culpables! ¡Que nos devuelvan los cuartos!
ZP, ante tamaña injusticia, se puso blanco, como Pepiño, y, cogiendo valientemente un megáfono, se dirigió a la multitud enfurecida y rastafari:
−¡Os equivocáis! ¡Estáis confundidos! Yo no pertenezco al G20. Estoy aquí porque Sarkozy, el malvado presidente francés, me ha obligado a ocupar media silla como invitado a cambio de favores inconfesables. Además, la comparto con dos tres paises más. Tampoco está España, pues esa silla es la silla de la Unión Europea. ¡Escuchadme y no tiréis piedras! Jamás he hablado con Obama, el imperialista, y además me quedé sentado al paso de la bandera de los odiosos Estados Unidos. ¿Cómo vamos a hablar si yo sólo hablo el idioma de la revolución cubana con acento vallisoletano y él no? ¿Cómo voy a dirigirle la palabra a quien, como tantas veces he dicho, representa al país culpable del paro que estrangula a mi país? Yo sólo me relaciono con Evo, con Hugo, con Fidel y con otros revolucionarios de confianza. ¡No alcéis contra mí las piedras y los garrotes, que soy un descamisado! ¡Dirigidlos contra los auténticos culpables de todo este desaguisado que son Aznar y Mariano de las Azores! ¡Abajo el PP! ¡Marchaos a Génova Trece!
Cuando la multitud de manifestantes antisistema se dirigió convencida y enfurecida a manifestarse ante el número trece de la calle Génova de Madrid, Zapatero y sus setecientos cincuenta asesores se marcharon tranquilamente a la reunión que el G20 celebraba en un viejo refugio de la Segunda Guerra Mundial sito en el recinto ferial de ExCel. “Allí estaremos seguros”, pensó.