martes, 20 de enero de 2009

Los cuentos de ZP: El Enano Saltarín (Rumpelstilzchen)



Artículo publicado en el diario La Opinión de Murcia el 15 de enero de 2008




Así de impronunciable era el nombre del dichoso enano en el cuento de Jacob Grimm. Sería por eso que en versión española lo bautizamos como el Enano Saltarín. Lean, lean el cuento, no se priven.

VERSIÓN CLÁSICA: Érase una vez un molinero que tenía una hija muy guapa. Un día, el Rey se interesó por ella y el molinero, para darse importancia, le dijo que además de bonita era capaz de convertir la paja en oro hilándola en una rueca. El Rey la llevó a palacio y la encerró en una habitación llena de paja para que, antes del amanecer, la hilara y convirtiera en oro. Si lo hacía se casaría con ella. Si no, le cortaría la cabeza. Estaba esa noche la joven muy apurada cuando apareció un duende que prometió ayudarla si ella, a cambio, juraba entregarle su primer hijo. La joven, desesperada, aceptó el ofrecimiento del enano y éste hiló toda la paja y la convirtió en oro. Y el Rey se casó con la joven.
Pasado un tiempo, nació el pequeño príncipe mas, una noche, se presentó el duende ante la Reina. Tanto y tanto rogó la joven madre por su hijo que el enano le prometió renunciar al niño si antes de tres días la Reina acertaba cuál era su nombre. Angustiada porque el enano rechazaba todos los nombres que le asignaba, la Reina envió exploradores por todo el Reino. Afortunadamente, uno de ellos informó acerca de un duende al que había sorprendido saltando y bailando delante de su cabaña, mientras cantaba: “Yo sólo tejo, a nadie amo y Rumpelstilzchen me llamo”. Al día siguiente, cuando la Reina le dijo al gnomo cuál era su auténtico nombre el enano se enfadó tanto que, en palabras de Grimm, dio una patada al suelo y clavó la pierna hasta la rodilla y, al ir a sacarla, el duende se partió por la mitad. Y así acaba el cuento.

VERSIÓN ADAPTADA: Érase una vez un molinero que tenía una hija muy guapa, o al menos eso le parecía a él. Un día pasó por allí un monarca de los de entonces, absolutamente poderoso, absolutamente codicioso y absolutamente tonto, y fijándose en la buena moza le preguntó al padre por sus habilidades y destrezas. El padre, viendo que el Rey se metía en harina de otro costal, le salió por los cerros de Úbeda y dijo que la chica era muy hacendosa, tanto que hilaba la paja y la convertía en oro. El Rey (que no cayó en que, si eso hubiese sido verdad, iba a estar el molinero moliendo trigo) se olvidó de los otros menesteres y, aprestándose a llenar sus arcas maltrechas, la llevó con él a palacio, no sin antes darle al molinero en pago por su hija el codiciado título nobiliario de Marqués de Solbes.
Nada más llegar a la capital del reino la nombró Ministra de Economía y Hacienda y, encerrándola en una habitación llena de paja, le dio una rueca y le ordenó que hilara toda la paja y la transformara en oro y que, si así lo hacía, la desposaría, o sea que se casaría con ella. La niña que no era tonta, sonrió al Rey y le dijo que no se preocupara, que la dejara sola con la paja y que se marchara a gastar rápidamente el oro que iba a hilar esa noche. El Rey celebró un gran banquete y ordenó la construcción de un nuevo palacio, se compró por Internet siete carrozas descapotables y un yate como el del sultán de Omán, y como quería ser recordado, no obstante, como un rey justo y compasivo por sus súbditos y había paja en el reino por un tubo, les prometió que a partir del día siguiente los nombraría a todos Actores y Actrices y Directores y Directrices de Cine del Reino, y que vivirían sin trabajar y que harían una película con Eva Longoria, ellos, y con George Clooney, ellas. A los enemigos del reino, en cambio, los condenaría a hacer una película con Pilar Bardem.
Mientras tanto, la flamante Ministra de Economía y Hacienda dejó a un lado la paja y la rueca y cogió el teléfono.
— ¡Que venga inmediatamente el Gobernador del Banco Central Europeo en Bruselas! —ordenó con el grave tono de autoridad que otorgaba y otorga tan alta magistratura como la suya.
Al cabo de un rato apareció por la puerta un señor bajito con lentes de miope y una gran cartera de cuero negro bajo el brazo.
—Buenos días, señor Rumpelstilzchen —le dijo la joven ministra que era muy leída y escribida y sabía alemán perfectamente—, necesitamos un préstamo de cien mil millones de monedas de oro, no importa a qué interés, pues el Rey lo necesita mañana a primera hora. Como garantía del préstamo ya sabe usted que cuenta con el reino entero y con todo lo que los súbditos produzcan en los próximos cien años. Palabra de Reina. Ah, las monedas en sacos de mil, por favor.
El gobernador Rumpelstilzchen, como acostumbraba a hacer cada vez que cerraba un préstamo en condiciones tan ventajosas, comenzó a dar saltos y cabriolas de alegría.
Por eso, en el Banco Central Europeo le llamaban sin que él lo supiera el Enano Saltarín.

Y colorín, colorete, que con este cuento ya llevo siete.


No hay comentarios: