lunes, 15 de junio de 2015

Hoy va de gente buena

Juan Miguel Varea y su hijo, junto a la nevera

                Mi muy querido y admirado Juan Fernández Marín, con quien comparto las páginas de opinión de este diario, él los domingos y yo los martes, es además de un excelente articulista, un hombre bueno. Sacerdote secular, durante muchos años ha acompañado en el Hospital Reina Sofía a quienes estaban a punto de iniciar su último viaje. Cuánto consuelo, cuánta paz habrá derramado Juan en los corazones afligidos por la enfermedad y atemorizados ante la muerte. Antes fue misionero en Sudamérica y de allí se trajo una anécdota que nos regaló en la homilía del domingo pasado. Narraba el Evangelio de San Marcos la parábola del “hombre que echa simiente en tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo”. Nos contaba Juan que, habiendo ido a visitar a otro misionero en la selva de Ecuador, se interesó por el escaso fruto que en apariencia rendía el esfuerzo del misionero, hecho en condiciones muy penosas. “Yo me dedico a sembrar y dejo a Dios la cosecha”, le contestó.

                Cada día me encuentro con más gente que quiere cambiar el mundo, cambiar lo que no gusta y eliminar lo que estorba, y sin embargo muchas de estas personas nos enredamos en las grandes cuestiones y en las grandes cifras, en los grandes objetivos y en los grandes proyectos. Queremos cambiar, no ya el mundo, sino el universo, y la decepción por no lograrlo nos oculta aquellas pequeñas cosas que sí están a nuestro alcance. Decía Juan que no vale echar las culpas a los demás de nuestros propios fracasos,  pues todos compartimos algo de culpa en que el mundo no vaya bien (lo decía además en su artículo del domingo pasado), que no vale dejar a Dios la cosecha si nosotros no hemos sembrado antes. Y la mejor siembra es aquella que se ofrece a quienes menos tienen. Ese es el camino hacia un mundo mejor.

                Pues bien, hace un par de semanas escribía yo acerca de un hermoso poema escrito por una joven gaditana, Patricia Vitorique, que sueña con cambiar el mundo, y les decía que sí, que la palabra mueve montañas y que la palabra joven las mueve todavía más. Hoy les hablo de una iniciativa que están llevando a cabo en Murcia un padre y su hijo que, como todas las ideas sencillas y pequeñas, encierra el germen de la genialidad. El proyecto, apenas iniciado, se llama “Nevera solidaria” y consiste en… pero tal vez sea mejor que lo explique el mismo Juan Miguel Varea con sus propias palabras, publicadas en Facebook:

Ayer paseaba con mi hija Paula por Murcia y un hombre nos pidió que le compráramos una barra de mortadela para dar de cenar a sus hijos... Ya habíamos visto demasiadas veces a personas buscando comida en los contenedores, pero ayer nos acordamos de una noticia de un colectivo de Galdakano en Vizcaya que había instalado un frigorífico en la calle donde las personas podían compartir los alimentos perecederos y así evitar que cientos de kilos de comida que precisa frío acaben en el contenedor.
A mi hija Paula le pareció muy buena idea y hemos decidido poner en marcha el proyecto en Murcia.
Estará ubicado en la puerta de mi peluquería canina, en la calle de la Gloria, y esperamos que sea una experiencia tan positiva como relatan los que la han llevado a cabo en Galdakano...
En Murcia no nos faltan los ingredientes para el éxito, hay personas generosas, personas necesitadas y calor de sobra para estropear muuucha comida.
Os invito a compartirlo.

Así de sencillo: una nevera eléctrica, alguien que deja un paquete de jamón york, o un par de yogures, o esas tapas del bar que al finalizar el día irán a la basura, o un simple plato de comida que has hecho de más en la cocina de tu casa… y alguien que coge de la nevera lo que necesita. No es únicamente solidaridad, que lo es, es también un remedio ante tanto desperdicio de alimentos perecederos que acaban en los contenedores.

La “Nevera solidaria” establecerá sus reglas, el etiquetado con la fecha del alimento o cualquier otra que facilite el uso y lo haga más fiable que buscar la cena en un contenedor.

Cambiar el mundo con pequeñas cosas. A eso se refería el cura Juan.
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(Artículo publicado el 16 de junio de 2015 en el diario La Opinión de Murcia)

lunes, 1 de junio de 2015

Por un mundo mejor

(Artículo publicado el 2 de junio de 2015 en el diario La Opinión de Murcia)


          Hoy, por ayer, me he levantado sin ganas de escribir sobre política, tal es el hartazgo que tengo de partidos políticos, elecciones, pactos y mayorías. Que salga el sol por Antequera.

           Tampoco pienso dedicar más de dos o tres líneas al tema de la pitada en el Camp Nou, pues ya está casi todo dicho. Tan solo apuntar que injuriar, vejar y humillar los símbolos comunes del Estado es una cuestión que va más allá de lo deportivo e, incluso, de lo político. Es como decía mi joven, ilustrado y buen amigo, el doctor Frey, una cuestión más básica y, por ello, mucho más importante: es una cuestión de educación.

  Hoy quiero escribir acerca de la juventud, de esa juventud pletórica de ideales capaz de cambiar el mundo, de esa juventud que, militante en un partido o en otro o, tal vez, en ninguno, apuesta por la justicia, por la solidaridad, por el hombre y por sus valores. Es esa juventud que está llamada a resolver los problemas que hemos creado nosotros, los viejos, que no entiende de pragmatismos ni de conveniencias, que se indigna y se rebela con todas sus fuerzas contra la iniquidad. Hoy quiero escribir acerca de un poema escrito por una joven gaditana llamada Patricia Vitorique que, de alguna manera, encarna todo cuanto digo y que está incendiando las redes sociales. En apenas unos días desde que lo colgó en su muro de Facebook, el poema de Patricia ha sido compartido más de siete mil veces (*). No entiendo mucho de poesía y no sé si se trata de un poema técnicamente perfecto, ni ello me importa un comino pues sus versos tienen la fuerza cristalina del idealismo en su estado más puro.

El poema va acompañado de una foto que es la que ilustra este artículo. Se trata del cuerpo sin vida de un inmigrante varado en las arenas de una playa de la costa italiana, piadosamente semioculto por una manta. Solo asoman sus piernas, enfundadas en unos vaqueros mojados y arrugados, y los pies, calzados con unas deportivas sin marca. Todo un sueño destrozado de quien quiso buscar una vida mejor, lejos del hambre, de la enfermedad, de la guerra o de la esclavitud. Patricia escribe la carta que el inmigrante africano nunca escribió, y lo hace así:

No lo conseguí, mamá,
Pero no se lo digas a los hermanos,
Ni a papá.
Diles que llegué a ese lugar
del que tanto nos hablaba el abuelo
donde los tanques echan agua
y las balas son de caramelo
que aquí no falta el pan
ni el dinero para pagar.
Que sigan luchando
Por un mundo mejor.
Diles que vivo en Italia
Y que mi barco no se hundió.

 El corazón de Patricia es joven, muy joven, y no entiende, no quiere entender, de cuotas migratorias, de política de fronteras, de equilibrio económico o de estabilidad social, y de tantas otras cosas a las que recurrimos los viejos para cerrar los ojos ante la realidad de un sueño roto.

Muchos jóvenes como ella, y tal vez ella misma, trabajan con entrega generosa para hacer llegar un trozo de pan, una prenda de abrigo o una sonrisa a quienes llegan a nosotros tras haberlo perdido todo y lo hacen en el seno de organizaciones, religiosas o civiles, que canalizan la fuerza de sus ideales. Pero algunos, como Patricia, transforman además su ideal en poesía y, no les quepa duda, es la fuerza de la palabra, de la palabra siempre joven, la que nos traerá un mundo mejor.

Gracias por tu poesía, Patricia.


(*) Hoy, 2 de junio de 2015, a las 7:30 de la mañana, lo han compartido 11.533 personas.
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