martes, 18 de diciembre de 2012

El belén de la Pepa



(Artículo publicado el 18 de diciembre de 2012 en el diario La Opinión de Murcia)


Parece que fue ayer pero en realidad llevo más de diez años escribiendo en las páginas de este periódico, y cada mes de diciembre lo he hecho sobre la Navidad. En esta ocasión no voy a hacer una excepción aunque la ya cercana pudiera parecernos menos Navidad por causa de los recortes y por la ausencia de la paga extraordinaria, que no es una gratificación como dicen algunos, que se da o se quita graciosamente, sino una parte del sueldo que se abona en un par de fechas concretas en lugar de hacerlo cada mes. En realidad no es menos Navidad aunque haya cinco millones de parados, ni lo es aun cuando nos vayan a subir el recibo de la luz, nos enfríen las pensiones o nos congelen el sueldo. Sé que hay quien se agarrará a todo esto para negar la Navidad y mucho me temo que haya quienes se dejen contagiar del pesimismo, pero también sé que muchos no lo harán y, de una manera u otra, se congregarán de nuevo en torno a un hecho, tan sencillo como un nacimiento y tan poderoso, sin embargo, como un terremoto, que fue capaz de cambiar el mundo. Tal vez, como ocurrirá en mi casa, la cena de Nochebuena y la comida de Navidad sean más sencillas este año que en otros anteriores, pero no faltarán a la mesa un villancico antes y un beso después. Tal vez, como en mi casa, los obsequios navideños de este año pertenezcan más a la categoría de los detalles que a la de los regalos, pero en la noche de Santa Claus o en la mañana de Reyes no faltará un gramo de ilusión en la mirada y una sonrisa cómplice. Y tal vez este año, como en mi casa, la Nochevieja sea más casera que nunca, pero no faltará en ella un buen deseo para los demás y un punto de esperanza para el año que se avecina. Y tal vez, como en mi casa, cada cual encuentre algo que compartir con los demás.
La Navidad, como fiesta cristiana que es, tiene el don universal de estimular los buenos sentimientos y los deseos de paz y caridad en los hombres de buena voluntad. Es un buen momento para el reencuentro, en el que las viejas diferencias se aparcan a un lado y las distancias se reducen. Ya sé que la Navidad tiene también un toque de tristeza, de pérdida, que aumenta con los años, este año lo sé muy bien, pero también sé que cuando la amarga tristeza de la ausencia se comparte en torno al belén se hace menos tristeza y, poco a poco, se va transformando en un recuerdo dulce. Y es que la Navidad es la fiesta de la familia, en la que el Padre, la Madre y el Hijo configuran el núcleo de la humanidad entera.
Pero la Navidad tiene un don aún más especial si cabe que, si me lo permiten, voy a tratar de explicarles con una pequeña puesta en escena. Como todos los anteriores, este año hemos montado el belén en mi casa, si bien, la dirección técnica y la escenografía ha corrido esta vez a cargo de mi hija Pepa. Se trata de un viejo y sencillo belén de figuras de terracota algo desportilladas que, con el paso de los años, mis hijos han ido acrecentando con nuevas incorporaciones. En el belén de la Pepa hay de casi todo. Por supuesto que en el pesebre están el buey y la mula detrás de San José, de María y del Niño. También hay un ángel que anuncia la Buena Nueva, y unos cuantos pastores que se acercan al pesebre con sus humildes obsequios. Y los Tres Reyes Magos, y un río de agua pintada de azul, y un puente de corcho, y un aldeano pescando y una mujer lavando la ropa, y patos, muchos patos, y gallinas y pavos, y un Tío Cachirulo, que es como llamamos por aquí al Caganer, estratégicamente apostado junto a los gorrinillos, y un Cascanueces, y un montón de regalos para el Niño comprados cada año en el mercadillo de Navidad, frutas, quesos, panes, jarras diminutas de barro, y una ristra de ajos, y una cesta de huevos de la que ha caído uno al suelo y se ha roto, y un caracol sobre el musgo que recogimos un año en la umbría de un bosque alemán, y rocas de corcho en las que se esconden conejillos y perdices de plástico, y hasta un pamplonica que corre descarado los Sanfermines… sólo falta Wally.
Y es que en el belén de la Pepa, como en todos los belenes del mundo hechos por un niño, cabe todo y cabemos todos. Son los belenes que hacemos los adultos los que excluyen a la mula y al buey y a los pobres o a los ricos, según se tercie. Son nuestros belenes adultos los que han dejado de ser belenes para convertirse en campos de concentración, en guetos, en ikastolas, en zonas marginales, en suburbios, en favelas, en campos de refugiados, en largas colas de parados…
Lo que les quería decir es que la Navidad, esa Navidad en la cabemos todos, la auténtica Navidad, solo se puede ver a través de los ojos de un niño.
Como en el belén de la Pepa.
.

martes, 11 de diciembre de 2012

Hablando franco y en plural




(Artículo publicado en el diario La Opinión de Murcia el 11 de diciembre de 2012)



Hace un par de siglos, cuando comencé mis andaduras políticas con el PP, fui a dar una conferencia, así había entendido el encargo, en una pequeña pedanía rural de un pequeño municipio rural de esta pequeña Región rural que, entonces más que ahora, era Murcia. El tema de la charla era la Política Agraria Común y sus beneficios para el campo murciano, algo que, pensaba yo, interesaría sin duda a quienes habían hecho de la agricultura y la ganadería su medio de vida. Ante un nutrido auditorio y acompañado del alcalde, rural como su pequeño municipio, comencé mi intervención salpimentada con un sinfín de datos y conceptos técnicos: que si la política de precios y mercados, que si la política arancelaria, que si el FEOGA-Garantía, que si el FEOGA-Orientación, que si los precios de retirada, que si los pagos compensatorios. Conforme hablaba el murmullo expectante con el que había sido acogido al principio se fue transformando en un silencio respetuoso pero frío y distante. No me dí cuenta de que los vecinos no habían venido a escuchar una conferencia técnica hasta que, al término de mi intervención, y tras escuchar dos o tres tímidos aplausos, el alcalde tomó la palabra y dijo lo siguiente:
―Lo que el Megías quiere decir es que aquí los socialistas están “hocicaos” con el poder y así van a estar mucho tiempo. Y esto os lo digo hablando franco y en plural.
Entonces fue cuando todos sin excepción rompieron a aplaudir rabiosamente.
Como mi entrañable lector malasombra ya ha saltado de su asiento para comentar a voz en grito que a qué viene esto y que si se trata de un ataque de mal gusto a las gentes sencillas de nuestra tierra, les aclararé a todos ustedes que no, que no es un ataque contra la sencillez de nadie, entre otras cosas porque mi auditorio de entonces de sencillo no tenía nada. Todo lo que yo estaba explicando ya lo sabían ellos mejor que yo porque lo venían sufriendo o disfrutando desde que ingresamos en 1986 en la Comunidad Económica Europea. Lo que pasó aquella noche es que la gente esperaba un mitin y no una conferencia, o lo que es igual, que los asistentes habían venido a escuchar, no lo que yo quisiera contarles, sino lo que ellos querían oír.
Esta anécdota viene a cuento porque estoy cansado de escuchar a políticos de uno y otro cuño, a banqueros más o menos ruinosos, a economistas variopintos y a algunos mal llamados líderes de opinión, no lo que yo querría oírles decir, sino lo que ellos quieren decirme a mí y que después de oírlo tantas veces para nada me interesa. Y, como a mí, tengo la impresión de que esto le pasa a más de uno.
Estamos hartos de nos digan lo que pasa cuando ya ha pasado.
Estamos hartos de que nos digan que la culpa de lo que pasa es de todos.
Estamos hartos de que nos digan cada año que todo empezará a arreglarse el año que viene.
Estamos hartos de que los Gobiernos nos digan que están haciendo un gran esfuerzo.
Estamos hartos de que nos digan que tenemos que apretarnos el cinturón pero que ellos no lo hagan.
Estamos hartos de que nos digan que la rebaja en el sueldo a los funcionarios fue justa y necesaria.
Estamos hartos de que nos digan que la supresión de la extraordinaria de Navidad a los funcionarios es justa y necesaria.
Estamos hartos de que nos digan que debemos estar unidos frente a la adversidad y que eso mismo no lo digan en catalán, en vasco o con acento andaluz.
Estamos hartos de que nos digan que son sueños lo que se ha ido transformando en pesadillas.
Estamos hartos de que nos digan los unos que estamos en el buen camino y los otros que todo lo contrario.
Estamos hartos de que nadie nos hable franco y en plural.
Estamos hartos ya de estar hartos, que dijo el cantor, y yo me cansé.
.

martes, 4 de diciembre de 2012

Qué tiene la zarzamora



(Artículo publicado el 4 de diciembre de 2012 en el diario La Opinión de Murcia)




Ha llegado diciembre y han bajado las temperaturas, y Murcia se parece un poco a la Europa fría, verde y sajona. Pero no. Como si fuera de goma, el mercurio murciano rebota en el cero y vuelve a subir hasta los veintitantos grados a mediodía, a lo que no hay nieve ni escarcha que se resista. En esto de los parecidos ya se sabe que no existe acuerdo. Si un niño de pocos meses que va tumbado en su cochecito, enfundado en su pelele y arrebujado con la mantilla, o como leches vayan ahora de enfundados y arrebujados los niños, si un niño digo, entendiera lo que le dicen o lo que piensan todos los que se asoman para verlo por primera vez apartando la capota del cochecito, se volvería loco: que es clavado a su hermano, que tiene toda la cara de su madre, que este niño es un Gutiérrez de los pies a la cabeza, que es todo un Martínez, que ha salido a su abuela materna, que es mismamente su tío abuelo Federico, que tiene la cara de mala leche de la tía Aurelia, que tiene entraditas y todo como su padre, que se ríe como el Crisanto el de la tía Corneja… y el niño, con sus ojos como platos ante el espectáculo de guiñol que se desarrolla en su pequeño firmamento, a quien se parece sin duda es a otro niño.

Con los países no ocurre así, quiero decir que un país más allá de algunas coincidencias históricas o climáticas no se parece especialmente a ningún otro, si bien sus rasgos son la suma de los rasgos de quienes lo habitan. España a lo único que se parece es a un país poblado de españoles, es decir a España. Y con la Región de Murcia ocurre lo mismo, que solo se parece a ella misma por razón de las gentes que la habitan hasta el punto de que si el estado federado alemán de Schleswig-Holstein, situado en el istmo que une Alemania con Dinamarca, estuviera poblado por murcianos en lugar de estarlo por alemanes, no sería Schleswig-Holstein, sino que sería enteramente la Región de Murcia, aún con el Mar del Norte en vez del Mar menor.

Y esto que ocurre igualmente en el resto de regiones de España, no ocurre sin embargo en ninguno de los estados de Alemania, pues todos ellos están poblados por alemanes que apenas se diferencian unos de otros, incluso Baviera, aunque allí llamen bávaros a esos alemanes. Alemania está toda ella poblada de alemanes, en tanto que España apenas está poblada de españoles. En España todo es diferente, hasta los habitantes. Según fuentes bien informadas Cataluña no está poblada de españoles sino de catalanes que no se consideran para nada españoles. Otro tanto ocurre con el País Vasco, de cuyos habitantes se dice incluso que pertenecen a una etnia diferente a todas las conocidas, por no ser, no son ni europeos. E igual ocurre con los andaluces, los gallegos, los mallorquines, los canarios, los extremeños y hasta con los murcianos. Por eso España no existe, porque no existen los españoles.

Hay sin embargo algunos países en el mundo en los que, a pesar de que sus regiones están pobladas por indígenas propios de ellas, sus habitantes reciben un nombre común por encima del nombre tribal. Es el caso del Reino Unido, cuyos pobladores, aunque sean en origen ingleses, escoceses, galeses o norirlandeses, son en todo caso británicos. Tal vez sea por eso que la bandera británica, la Union Jack, ondea en la cima de todos los edificios oficiales del Reino Unido, en Londres, en Edimburgo, en Cardiff y en Belfast. Incluso, por arte de esa magia druídica que impregna la Commonwealth, en castellano la Mancomunidad de Naciones, en dieciséis de los cincuenta y cuatro países que la conforman, algunos tan distantes y tan distintos al propio Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte como Sudáfrica, Nueva Zelanda, Jamaica o Barbados, tan gigantescos como Canadá y Australia e incluso tan poco reinos como La India, comparten como Jefe del Estado a un monarca, ni más ni menos que a Su Graciosa Majestad Británica la Reina Isabel II.

Qué magia es ésa, nos preguntamos en España, que hace que tierras y gentes tan distintas e incluso lejanas se unan entre sí bajo la misma corona…

Qué ocurre en el Reino Unido para que uno de los principales valedores del separatismo escocés, el Artur Más de los Highlands, si no se me ofende el personaje en cuestión, haya sido agente secreto al servicio de Su Graciosa Majestad para ser luego nombrado caballero, Sir Sean Connery

Qué tendrán los mensajes televisados de la Reina de los británicos que, estando todos  sus súbditos sentados en sus cómodas butacas con un gin tonic en la mano, se ponen en pie de un salto en señal de respeto sin que se les derrame ni una gota del milagroso brebaje contra la malaria…

Qué tiene la Reina de Inglaterra que no tenga el Rey de España, Don Juan Carlos I,  digo yo, porque Isabel II también tiene sus urdangarines y sus cosas, no se vayan a creer…

Qué tiene la zarzamora que a todas horas llora que llora por los rincones…
.