martes, 23 de junio de 2009

Los cuentos de ZP: El sastrecillo valiente


Artículo publicado el 23 de junio de 2009 en el diario La Opinión de Murcia


Cuando Wilhelm Grimm escribió El sastrecillo valiente allá por el año de 1812, no podía siquiera imaginar que dos siglos después la hazaña del cuento sería emulada ni más ni menos que por el mismísimo presidente de los Estados Unidos. Obama ha matado una mosca de un golpe, pero ZP está dispuesto a matar siete. Como lo oyen.

VERSIÓN CLÁSICA: Había una vez un sastre que se ganaba la vida cortando y cosiendo. Un día compró un poco de mermelada de fresa a una mujer que pasaba por allí y, untándola en el pan, se preparó el almuerzo. Al poco, la dulce mermelada atrajo a varias moscas. El sastre intentó espantarlas, pero las moscas seguían zumbando sobre el pan con mermelada. Entonces agarró un trozo de tela y, de un trallazo, mató a siete moscas. Al ver su proeza, el sastrecillo exclamó orgulloso “¡Siete de un solo golpe! ¡El mundo debe enterarse de esto!”. Pensado y hecho, se hizo un cinturón en el que bordó la leyenda “Siete de un golpe” y se fue a recorrer el mundo para contar su hazaña. Muchas fueron sus aventuras, pues la gente, cuando leía la leyenda bordada en el cinturón, no pensaba en moscas, sino en hombres o gigantes muertos de un golpe a manos del sastrecillo.
En una de aquellas aventuras, el Rey del cuento ofreció al sastrecillo la mano de su hija y la mitad de su reino si lograba matar a dos gigantes que tenían atemorizada a la población. El sastrecillo aceptó y salió en busca de los gigantes a los que encontró en lo más profundo del bosque, dormitando al pie de un árbol. Entonces cogió dos piedras y, encaramándose a lo alto del árbol, les atizó una buena pedrada a cada uno de ellos. Despertáronse los durmientes y, echándose las culpas de la pedrada el uno al otro, se dieron tal suerte de palos que cayeron muertos al suelo. El sastrecillo bajó del árbol y, desenvainando la espada, les dio un par de tajos a cada uno en el pecho y se presentó ante el Rey para reclamar su recompensa. Sobra decir que, finalmente, el satrecillo se casó con la princesa y se convirtió en Rey, lo que no está nada mal para quien una vez matara a siete moscas de un solo golpe.

VERSIÓN ADAPTADA: Había una vez un zapatero que se ganaba buenamente la vida cortando cuero y cosiendo zapatos pero, en realidad, lo que él quería era ser sastre como su vecino Obama. Cuando vió que el sastre Obama, que había matado una mosca de un golpe, se ufanaba de su gesta en las televisiones del mundo y se disponía a ganar reinos y princesas, no quiso ser menos. Lo primero que hizo fue abandonar el noble oficio de zapatero para convertirse en sastre. Luego, tras mucho ensayar, logró matar siete moscas de un solo papirotazo. Entonces el sastre-zapatero se lanzó a conquistar el mundo al grito de “Siete de un golpe”, pero pasaban los años y, a pesar de que enzarzaba entre sí a cuantos encontraba, fueran enanos o gigantes, no lograba adquirir ni un palmo de tierra, ni mucho menos la mano de una princesa. Resolvió entonces consultar al sastre Obama, que era ahora el Rey Obama I, a fin de que le dijera qué era lo que había olvidado para conseguir un reino o una princesa. Obama I le preguntó si tenía dólares en abundancia, a lo que nuestro sastrecillo respondíó que qué eran los dólares. Luego el Rey Obama le preguntó si tenía Sexta Flota, y la respuesta se dibujó en la cara de estupefacción del sastrecillo. Finalmente, Obama I lo nombró Matamoscas Mayor del Reino, cosa que el sastrecillo-zapatero agradeció eternamente.

martes, 16 de junio de 2009

Los cuentos de ZP: El gato con botas


Artículo publicado el 16 de junio de 2009 en el diario La Opinión de Murcia


Este cuento fue escrito por alguien que, pese a apellidarse Perrault, no escribió de perros sino de gatos y, más concretamente, de un gato que supo ponerse las botas.

VERSIÓN CLÁSICA: Érase una vez un humilde molinero que, al morir, repartió sus escasas pertenencias entre sus hijos. Al menor no le dejó más que un gato. El heredero pensó en comérselo para no morir de hambre pero el gato, que era muy listo, lo convenció de que le sería más útil vivo que muerto y le pidió unas botas y una bolsa. Así calzado marchó al bosque, cazó un conejo, y fue a ofrecérselo al Rey en nombre de su amo, al que llamó el Marqués de Carabás. Otro día fueron un par de perdices y, luego, otros obsequios, pero siempre en nombre de su amo, el Marqués de Carabás. Un día, sabiendo el gato que que el Rey iba a salir a pasear con su hermosa hija, fingió que su amo se ahogaba en un estanque y que unos ladrones le habían robado la ropa. El Rey, agradecido al supuesto marqués, ordenó socorrerlo, lo cubrió con ricos vestidos y lo hizo subir a su carruaje. De inmediato, y como era de esperar, el hijo del molinero y la princesa se enamoraron perdidamente.
Mientras, el gato se adelantó a la comitiva y, llegando a unas tierras que pertenecían a un ogro muy rico, amenazó de muerte a los labriegos que allí laboraban si no respondían a quien les preguntase que las tierras eran del señor Marqués de Carabás. Así lo hicieron cuando, llegado el Rey, éste les preguntó. En tanto, el gato llegó al palacio del ogro y, fingiendo admiración, le dijo: “Me han dicho que tenéis el don de transformaros en cualquier animal, en un león, por ejemplo”. El ogro, halagado, se transformó en un rugiente león. Entonces el gato lo retó a transformarse en un animal muy pequeño, “en un ratón, por ejemplo”. Cegado por la vanidad, el ogro se transformó en ratón pero, tan pronto como lo hizo, el gato díó un salto y se lo comió de un bocado. Entonces reclamó el palacio para su señor, el Marqués de Carabás, y se dispuso a recibir a la comitiva real que llegaba. El Rey, viendo la riqueza del supuesto marqués, concedió la mano de su hija al hijo del molinero que, de esta forma, se convirtió en príncipe.
Por su parte, el gato llegó a ser un gran señor y ya no corrió tras de los ratones, sino para divertirse.

VERSIÓN ADAPTADA: Éranse una vez unos gobernantes que llevaban gobernando muchos años un país, antes llamado España. Tal y como habían prometido, transformaron aquel país en algo irreconocible hasta para la madre que lo parió. Pero el país, desagradecido, palpándose los bolsillos vacíos y olvidando las grandes juergas que se había corrido con ellos, les dió la espalda, los mandó a la oposición y se echó traidoramente en brazos de un insulso señor con bigote. En la oposición, ya se sabe, es el frío, el crujir y el castañear de dientes, pero también hay tiempo para maquinar engendros. Y uno de los prodigios que urdieron fue el de elegir secretario general del partido a un ingenioso gato de Valladolid, o de León, no me acuerdo, que antes trabajaba cazando ratones en una zapatería. Lo primero que hizo el gato al llegar al cargo no fue calzarse las botas, como pudiera parecer, sino cambiar el nombre del partido político al que pertenecía, que pasó a denominarse PMC, o sea, Partido del Marqués de Carabás. Luego, se dirigió con voz meliflua a las gentes del país, a quienes, enarcando las cejas y acariciándose los bigotes, les dijo lo siguiente: “Ya véis; todo lo que ha hecho el señor de los bigotes es poneros a trabajar y, a cambio de ello, os mata de aburrimiento. Os propongo una cosa más divertida. Sé que podéis transformaros en lo que queráis, pues ya lo habéis hecho antes. Os propongo que os transforméis en un pueblo de leones”. El pueblo, halagado, le hizo caso y comenzó a rugir y a rugir. Se enzarzó en mil y una rugientes manifestaciones: contra la guerra (qué guerra, se preguntaban algunos), contra la precariedad en el empleo (pero… si ahora tenemos empleo, decían tímidamente otros), contra la energía nuclear (pero si estamos comprando electricidad al país vecino, pensaban unos pocos), contra el cambio climático (nadie entendía la relación del tal cambio con el señor de los bigotes, pero daba igual), contra la Iglesia Católica (aunque todos eran cofrades de una u otra cofradía penitente, meterse con la Iglesia era casi un deporte nacional), contra los cedés piratas (lo que vino a estimular, paradójicamente, la solidaridad de los más pobres con los que más tenían)… y así sucesivamente.
Luego, la Voz Gatuna les propuso que, habiendo sido leones, se transformaran en un pueblo de animales más pequeños, “en un pueblo de ratones, por ejemplo”. El pueblo, enloquecido y delirante, se transformó de nuevo y, no bien lo hizo, el Gato saltó sobre ellos y los devoró de un bocado en nombre de su amo, el Marqués de Carabás.
Fue entonces, cuando el gato se puso las botas.


martes, 2 de junio de 2009

Los cuentos de ZP: La ostra y los litigantes


Artículo publicado del 2 de junio de 2009 en el diario La Opinión de Murcia


Otra fábula de La Fontaine, posiblemente inspirada en una sátira de Nicolás Boileau. ¿Que quién era Nicolás Boileau? ¿Y qué más da, querido lector? Lo que cuenta no es quien la escribiera, sino lo que escribió quienquiera que lo hiciese. Es decir, lo que importa es la ostra.

VERSIÓN CLÁSICA: Un día, dos peregrinos encontraron en la arena de la playa una ostra que acababan de traer las olas. Ambos con los ojos la devoraban, al tiempo que los índices de sus diestras se extendían hacia el apetecido molusco. Uno de ellos ya se disponía a atraparlo pero el otro le detuvo alegando que aquella propiedad había que ponerla en claro. Y añadió:
−Corresponde degustarla a quien la ha visto primero.
−En tal caso y si se aplica ese criterio −repuso el otro comensal− quiero que sepas que tengo ojos de lince.
−Pues si tú la has visto −terció su interlocutor− ¡yo la he oído!.
Estaban en estos dimes y diretes cuando apareció por el lugar Don Picapleitos, al que de inmediato nombraron juez del litigio. El tal Picapleitos, con semblante grave, abrió la ostra y, a través de su garganta, la introdujo tranquilamente en el estómago ante el asombro y desconcierto de los peregrinos. Después de haberla saboreado sentenció con tono doctoral:
−La Corte falla y os adjudica a cada uno de vosotros una de las conchas. Tomad y marchad en paz. El caso está cerrado.
Y diciendo esto, dióse la vuelta y marchó por donde había venido. Pensad, escribieron La Fontaine o Boileau, que “un mauvais accommodement vaut mieux qu'un bon procés”. Dicho en cristiano, que vale más un mal arreglo que un buen pleito.

VERSIÓN ADAPTADA: Como suele ser habitual, andaban a la gresca dos grandes líderes políticos acerca de la mejor solución de los graves problemas económicos y sociales que asolaban a su país. El uno, que había sido zapatero antes que fraile, decía que la solución era socialista o no era, y que cállate tú que ahora hablo yo. El otro, que era más fraile que zapatero, decía lo contrario: que la solución era liberal y que consistía básicamente en el quítate tú que me pongo yo. En esas estaban cuando acertó a pasar por allí un cierto personaje de grave y opulento aspecto. Los dos contendientes, al ver la riqueza de sus ropajes y atavíos, pensaron que el tal personaje debía conocer la solución de la crisis y, pensado y hecho, resolvieron nombrar árbitro de la controversia al recién llegado.
−Decidnos, buen hombre −dijeron los contendientes al unísono− ¿Cuál es la mejor solución para nuestras cuitas, la socialista o la liberal?
−Dadme primero vuestras bolsas −dijo el juez.
Así lo hicieron y el juez, vaciando el contenido en la suya propia, les devolvió las bolsas vacías y les dijo lo siguiente:
−La Corte falla y os adjudica a cada uno de vosotros vuestra bolsa vacía. Aquel que primero la llene de nuevo será el ganador y su solución, la correcta. Marchad en paz, pues el caso está cerrado.
Y diciendo esto, dióse la vuelta y marchóse por do había venido, con su misma gravedad, sus lujosos ropajes y la bolsa rebosante. De los líderes políticos, el uno volvió a sus zapatos y el otro al convento. El pueblo llano, sorprendentemente, salió por sí solo de la crisis económica que lo aquejaba.