martes, 27 de enero de 2015

Otra vez Auschwitz

Entrada al campo de exterminio de  Auschwitz-Birkenau


Hace diez años escribí un artículo dedicado al sesenta aniversario de la liberación de Auschwitz. Hoy, que se cumplen setenta años de aquella liberación, vuelvo a escribir o más bien a reescribir aquel artículo.

En la mañana del 27 de enero de 1945, las tropas rusas entraron en el complejo de campos de concentración y de exterminio de Auschwitz, situados en la localidad polaca de Oswiecim, a escasos cuarenta kilómetros de Varsovia. En el principal de ellos, Auschwitz-Birkenau, apenas encontraron unos pocos miles de supervivientes entre montañas de cadáveres a medio desenterrar. El recuerdo que quedó más firmemente asentado en la memoria de aquellos soldados rusos que llevaban meses haciendo la guerra sin descanso y que, por tanto, no debían oler precisamente a ámbar, fue el del hedor que emanaba del campo: la pestilencia de la muerte. Hoy, Auschwitz-Birkenau es un Museo dedicado a la memoria de uno de los horrores más grandes creados por el hombre. De quienes visitan Auschwitz se puede decir casi lo mismo que la escritora francesa Charlotte Delbo, liberada en Auschwitz, escribió acerca de quienes estuvieron presos entre sus alambradas: ellos esperaban lo peor, pero nunca esperaron lo inconcebible.

Siempre me ha inquietado la palabra Auschwitz porque me lleva indefectiblemente al desconcierto. Me pregunto cómo los hombres pudieron hacer todo aquello a otros hombres; y cómo pudieron hacerlo habiendo nacido donde también lo habían hecho quiénes fueron capaces en otro tiempo e incluso en aquellos mismos instantes de crear la música más armoniosa y delicada (Mozart, Bethoven o Strauss), de concebir los pensamientos más profundos (Kant, Nietzsche o Heidegger), de escribir la poesía más bella (Schiller, Heine o Rilke) y de contar las historias más hermosas y sugestivas (Goethe, Zweig o Hesse). Alguien decía, simplificando en exceso, que sólo la morralla más inculta de aquella sociedad pudo ser capaz de exterminar a hombres, mujeres y niños, a familias enteras, a toda una raza, en los campos de Auswchwitz, Treblinka, Sobibor, Chelmno o Mauthausen. Pero éso es, en efecto, simplificar demasiado. Mauthausen se encuentra a unas pocas decenas de kilómetros de Viena, la ciudad más hermosa del mundo y el paradigma de la cultura y de la sensibilidad del hombre hacia las artes y la belleza. La mayoría de los asistentes a la Conferencia de Wannsee celebrada en Berlín en enero de 1942, en la que se decidió la Solución Final a la cuestión judía (Endlösung), o sea la aniquilación de la raza, eran titulados por las más prestigiosas universidades de Europa, juristas, médicos, ingenieros.

Si aquella barbarie hubiera sido el fruto de unas cuantas mentes desequilibradas, de un puñado de locos o de unos miles de maníacos homicidas, podríamos dormir casi tranquilos. Pero no fue así. Todos los ingredientes que se dieron en aquel momento y en aquellas circunstancias pueden darse de nuevo en cualquier lugar y circunstancia, en cualquier tiempo. Y de hecho se dieron antes y después de Auschwitz. Por si no lo saben, a los españoles nos cabe el dudoso honor de haber puesto en marcha los primeros campos de concentración de la historia de la humanidad. Por unos meses tan sólo, es cierto, les ganamos la partida a los ingleses, que los copiaron en Sudáfrica durante la guerra anglo-bóer. Fue en Cuba, en 1898, y fueron creados con el fin de concentrar en ellos a la población rural y evitar así que prestaran apoyo a la insurgencia independentista. Ha habido campos de concentración en China, en Turquía, en la Unión Soviética, e incluso en Estados Unidos, en los que la población japonesa fue recluida durante la Segunda Guerra Mundial. Y ha habido campos de exterminio en Rwanda, en Camboya y en Kosovo. Y los está habiendo, con ligeras variaciones de formato, en muchos países infectados por el fundamentalismo islámico.

Lo más horrible de Auschwitz es que los hombres que lo idearon y lo hicieron funcionar eran como usted y como yo, querido lector, y como aquél que cruza en este momento frente a su puerta. A lo sumo, a diferencia de usted y yo, fueron hombres y mujeres plenamente convencidos de que su idea del mundo era mejor que la de los demás, de que su nación era superior a las demás naciones, de que su proyecto nacional incluía las tierras de otros y de que esos otros, los que no fueran como ellos, debían ser excluidos y finalmente exterminados. Pero también fueron necesarias para ello gentes que actuaran con la mentalidad burocrática de quienes sirven al poder de manera ciega y profesional, gente que “cumplía órdenes”, en lo que Hannah Arendt denominó “la banalidad del mal” en su libro Eichmann en Jerusalén.

Hoy, Auschwitz es el símbolo de la Shoah judía, del Holocausto, pero también de la maldad absoluta aunque limitada en apariencia a aquel lugar maldito y aquel tiempo atroz, pero no me engaño. Mi miedo es que siempre hubo y siempre habrá un Auschwitz.
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martes, 20 de enero de 2015

Qué bonita coliflor

"Qué bonita coliflor": Frase dicha en Murcia y aledaños para calificar un entuerto o una cursilada, según proceda


      Por ejemplo la que ha liado Podemos con las procesiones sevillanas de Semana Santa. Que decida la gente si quiere o no procesiones, dijo Begoña Gutiérrez, líder de Podemos en Sevilla, como si la gente no lo decidiera cada año vistiendo la túnica nazarena o llenando las calles de Sevilla de saetas y vivas a la Macarena. Debe ser que para Begoña esa gente no es gente, sino casta procesionaria, una especie de plaga catolicista que debe ser extirpada de raíz. Es el viejo tic anticlerical de la izquierda española, tan anticatólica como proislamista. Ni siquiera el viejo y descreído PSOE llegó a tanto, entre otras cosas porque cada socialista andaluz guarda celosamente en su armario junto al carnet de militante su túnica de nazareno y sus botos rocieros. Será por eso que el PSOE andaluz se ha puesto tan contento con esas declaraciones, tanto que hasta Susana Díaz se ha quedado embarazada y se está pensando muy seriamente el convocar elecciones anticipadas en Andalucía. Ya puede desdecirse Begoña, ya, que la tiene hecha en Sevilla, y quien dice Sevilla dice toda Andalucía.

       Y sin embargo, Podemos sigue siendo el gran enemigo del PSOE en el resto del territorio nacional, Murcia incluida El año electoral que recién empieza, preñado de convocatorias, amenaza con ser el año en que el viejo y debilitado Goliath socialista fue derribado por una pedrada en el ojo lanzada por un joven pastor llamado Pablo Iglesias. El líder socialista Pedro Sánchez lo sabe y por eso descarga sus iras y destemplanzas contra el líder único de Podemos. La lucha es desigual y ambos lo saben. El discurso de Iglesias va cargado de sorna e ironía, mientras que el de Sánchez es un discurso ácido y enfadado. Iglesias nada a favor de la corriente, mientras que Sánchez intenta remontar un río embravecido y sembrado de peligrosos escollos y remolinos, la mayoría de ellos colocados ahí por sus propios compañeros de partido. Para colmo, en su primer viaje oficial a Estados Unidos llegó con retraso a una cita pública, y eso en un país en el que la impuntualidad está casi tan castigada como el quedarse sentado al paso de la bandera de las barras y estrellas. Es el viejo tic antiimperialista de la izquierda española, tan antiamericana como prosoviética y procubana. El problema de Sánchez, no se engañen, es el problema del PSOE.

       Izquierda Unida se ha ido a pique. El viejo y apolillado Partido Comunista de España, sí, sí, el viejo partido de Santiago Carrillo y de Dolores Ibarruri La Pasionaria, se disfrazó primero de Partido Comunista de los Pueblos de España, luego de Izquierda Unida, que estuvo un tiempo cogida del brazo de Los Verdes, para finalmente travestirse en un Podemos trabalenguado denominado Ganemos. Pues nada, que perdemos. Más allá de algún triunfo personalista en las municipales, Izquierda Unida-Ganemos ha sido vorazmente deglutida por Podemos. Sus bases, siempre escasas y siempre atentas a todo aquello que interesa al pueblo, según proclamaban sus líderes, se deleitaban con meter el dedo cubano en el ojo de Estados Unidos o en condenar las imperialistas pruebas atómicas francesas en el Atolón de Mururoa. El problema es que estas inquietantes cuestiones que tanto preocupaban al pueblo llano eran debatidas una y otra vez en los parlamentos regionales y en los plenos municipales. Doy fe de ello, pues en las dos legislaturas en que fui diputado en la Asamblea Regional de Murcia debatimos sobre esta cuestión no menos de ocho veces, siempre a instancias de Izquierda Unida. El pueblo, como sabemos, nunca acudió en masa a su llamada, y sus bases, hartas ya de estar hartas, se han cansado y han emigrado en bloque a esa nueva gran esperanza blanca que se llama Podemos. Requiescat in Pace.

        Otra bonita coliflor es la que tiene depositada el PP en su regazo aunque, más que  bonita coliflor, parece un bonito manojo de grelos ya que a Mariano Rajoy se le ríen los huesos cuando habla de Pablo Iglesias dado que cada palabra de éste es un zarpazo en la saca electoral del PSOE. Podemos no inquieta de momento al PP, pero tampoco lo tranquiliza. Los últimos sondeos plantean la peor de las hipótesis para las elecciones generales del próximo mes de noviembre: un PP en mayoría minoritaria (132 diputados) mientras que Podemos (89 diputados) y PSOE (80 diputados) se reparten la mayoría absoluta. Piensa Mariano y piensan casi todos los dirigentes que para entonces el efecto de la recuperación económica se habrá hecho de notar y que la mayoría absoluta del PP quedará asegurada. Pero también hay quien dice que entre el hoy y el mañana se encuentran las elecciones autonómicas y locales, y ésta sí que es en verdad una bonita coliflor.

      De ésa y de otras bellas coliflores como el ascenso de Ciudadanos y el estancamiento de UPyD en España, el estado de muerte cerebral del PSRM, y el acartonamiento del Partido Popular en la Región de Murcia (“niño, deja ya de joder con la pelota”, que cantaba Serrat), hablaremos otro día.
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martes, 13 de enero de 2015

Liberté, Égalité, Fraternité



Artículo publicado el 13 de enero de 2014 en La Opinión de Murcia



     Los atentados yihadistas de París han movilizado al mundo en defensa de la libertad de expresión al considerar que era éste y no otro el derecho fundamental contra el que habían sido dirigidos. La frase “Je suis Charlie”, en referencia al semanario satírico francés Charlie Hebdo, cuyos principales responsables fueron salvajemente asesinados en el principal de los atentados terroristas, inundó las redes sociales. Si con ello se quiere decir que se condena sin paliativos el atentado, pues sí, todos somos Charlie Hedbo. Pero si lo que se quiere decir es que con el “Je suis Charlie” ya está todo dicho, pues no, no está todo dicho. Es lo que tienen los eslóganes, que su simpleza no admite matices, pero la vida, señores míos, está llena de matices, de grises y de claroscuros.

     Hay quienes han suscrito la frase “Je ne sui pas Charlie”, no porque no condenen el atentado, sino porque no se identifican con el modo de usar la libertad de expresión de los autores del semanario, caracterizado por sus viñetas escandalosamente ofensivas para los sentimientos religiosos en general y los musulmanes en particular. Yo no me he adherido a ninguna de ellas porque, al condenar firmemente los atentados y estar al mismo tiempo en desacuerdo con la vejación de los creencias religiosas, hubiere debido suscribir ambas con el penoso resultado que en psiquiatría se denomina transtorno de identidad disociativo. Lo que sí escribí en alguna red social es que no se trataba de un ataque contra la libertad de expresión únicamente, sino de un atentado contra la Libertad, escrita así, con mayúscula: contra la Libertad de escribir, de dibujar, de pensar, de ser cristiano o judío, de casarte con la persona a quien amas, de cambiar de pareja, de ser homosexual, de ser mujer, de no llevar burka, de conducir un coche siendo mujer, de llevar vaqueros, de beber vino, y de tantos otros usos que damos a la Libertad en Occidente. Es la Libertad, imbéciles, escribí, pero me quedé corto. No sólo era la libertad el objeto de los ataques terroristas, sino la vida misma tal y como la concebimos en Occidente.

     Hago un paréntesis para recordar que, si bien el atentado contra la revista Charlie Hebdo asumió todo el protagonismo, hubo más atentados en París y fueron asesinadas más personas que no eran periodistas. Una policía francesa resultó muerta a tiros esa misma mañana. Otro policía, éste de origen árabe y de religión musulmana, fue abatido y rematado a tiros en el suelo ante la sede del semanario francés. Al día siguiente, cuatro rehenes, probablemente judíos, fueron asesinados en un supermercado parisino de productos kosher, es decir, de alimentos adecuados a las normas de la religión hebraica.

     Esa misma semana, más de dos mil personas eran asesinadas en el norte de Nigeria a manos de la guerrilla yihadista denominada Boko Haram, que significa “la educación occidental es pecado” en idioma hausa, los mismos que hace tan sólo dos días usaron a tres niñas de diez años vestidas con chalecos cargados de explosivos para perpetrar los atentados que causaron una veintena más de víctimas en el mercado de Maiduguri y en el enclave cristiano de la ciudad nigeriana de Kano. Casi todos los días algún cristiano es asesinado por los integristas islámicos en algún lugar del mundo. Aún hoy, continúa esperando que la ejecuten en un carcel de Pakistán la cristiana Asia Bibi, condenada a muerte hace cuatro años por blasfemar contra el Islam.

     No, no sólo la libertad de expresión ha sido dañada por el terror islámico, ni siquiera la libertad misma. Además de la Liberté, también la Égalite y la Fraternité han sido víctimas del yihadismo. Y es que no ha habido igualdad en la condena de unos y de otros atentados, tal vez porque en unos los muertos eran europeos mientras que, en otros, eran africanos; o porque en uno eran periodistas y en otros eran simples polícias, o judíos, o cristianos. No, no ha habido Égalité en el recuerdo solidario de las víctimas. También la Fraternité, por seguir con el lema oficial de la República Francesa, ha sido violentada por los terroristas islámicos que únicamente se consideran hermanos de quienes comulgan con sus objetivos de muerte. Ni siquiera los propios musulmanes son sus hermanos, a no ser que acepten y practiquen la Sharía.

     Junto a “Je suis Charlie”, pues, hubieran sido necesarios media docena más de eslóganes gestados en las fecundas redes sociales, proclamados por los medios de comunicación y exhibidos en las pancartas oficiales de la manifestaciones, eslóganes como “Je suis Policier”, “Je suis Juif”, “Je suis Chrétien”, “Je suis Africain” o “Je suis Asia Bibi”, pero no los ha habido. Aunque tal vez no hubieran sido necesarios si, ante un ideario de muerte como el del terrorismo, se hubiera convenido en un lema que los comprende a todos: “Je suis la Vie”, pues es el valor supremo de la vida, de nuestra vida, con todos sus derechos y libertades, el objetivo último.

     Alguien enunció ese mismo lema hace dos mil años con palabras llenas de esperanza: “Je suis la Résurreccion et la Vie”.
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martes, 6 de enero de 2015

Mañana de Reyes

(Artículo publicado el 6 de enero de 2015 en el diario La Opinión de Murcia)


       Me resulta sorprendente que la Mañana de Reyes (la pongo así, con mayúsculas, porque se trata de una mañana singular y única, que debiera ser declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad) no haya sucumbido aún a los envites de la Conjura del Relativismo, ésa que pretende que no haya verdad absoluta alguna, incluida la Verdad Absoluta que se escribe con mayúsculas. Para la Conjura todo es relativo, todo es mutable, todo es opinable y todo es circunstancial, y depende del momento, de la situación y, en último término, del propio individuo que, de este modo, se convierte en el auténtico ombligo del mundo. A mí me preocupa mucho ese descreimiento porque, como decía mi querido e inagotable Chesterton, “el problema de que el hombre haya dejado de creer en Dios, no es que ya no crea en nada, sino que está dispuesto a creer en cualquier cosa”. Y así, habiendo dejado de creer en el Dios del cielo, caídos en el error de que los conceptos de Dios y de cielo son relativos, muchos de los conjurados creen firmemente en el primero que se les acerca ofreciéndole un paraíso socialista en la tierra, lo que no deja de ser una gran paradoja.

        Cierto que la Mañana de Reyes tienen a un gran aliado precisamente en quien no cree en otra cosa sino en la ley de pérdidas y ganancias. Me refiero al dios del Comercio, que manipula interesadamente los afectos y los sueños de la gente para vender más perfumes, más videojuegos y más corbatas y bufandas. La Mañana de Reyes, como el Día de la Madre y el del Padre, goza de la codiciosa protección del comercio y, sin embargo, nada tiene que ver con ellos. Mientras que los Días del Padre y de la Madre no dejan de ser inventos artificiosos que se apoyan en las figuras entrañables de la madre y del padre, la Mañana de Reyes tiene su asiento firmemente anclado en lo único que renueva al mundo cada año, cada mes y cada día: en los niños. La Mañana de Reyes se basa a un tiempo en una mentira absoluta y en una absoluta verdad. Todos sabemos que los Reyes Magos no existen del mismo modo en que todos confiamos en que realmente existan. Y en esta paradoja, sólo los niños, durante unos pocos años de su vida, conocen la respuesta correcta.

         En la Mañana de Reyes pueden ver esa respuesta en sus ojos, algo legañosos y faltos de sueño, que atisban impacientes por una rendija del salón en el que la noche anterior dejaron sus zapatos, limpios y lustrados, dispusieron agua y algunas verduras para los camellos y colocaron en una bandejita tres copas de anís y algunos dulces de navidad para los Tres Reyes. Da igual lo que les aguarde detrás de la puerta, si muchos o pocos regalos, si valiosos o sencillos, siempre son obsequios hechos con amor y recibidos con los ojos brillantes de la ilusión.

         Es posible que todo esto no sean más que cuentos chinos como afirma la Conjura del Relativismo, que engañar a los niños sea muy perjudicial para el desarrollo de su personalidad y para la auto afirmación del ego y que lo deseable es que todos los niños se hagan hombres hechos y derechos a los siete minutos de haber nacido, que conozcan la realidad de la vida pero, eso sí, que crean que las hamburguesas que comen casi a diario caen del cielo como el maná (en el que no deben creer, por supuesto) y no que proceden de animales sacrificados para comer su carne. Realidad sí, pero realidad políticamente correcta. Todo eso es posible, pero lo es aún más que cada año, en la Mañana de Reyes, se produzca, no ya un gran milagro, sino miles de millones de esos pequeños y sencillos milagros en que los niños acostumbran a creer. Para creer en esos milagros únicamente hace falta ablandar un poco el corazón.


       De alguna manera lo dejó escrito Cherterton, aquel niño grande, en Ortodoxia: “Todo el que no deja que se ablande su corazón, tendrá que sufrir que se le reblandezca el cerebro”.
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