miércoles, 21 de enero de 2009

Los cuentos de ZP: Pedro y el lobo


Artículo publicado el 25 de noviembre de 2008 en el diario La Opinión de murcia



El griego Esopo escribió sus fábulas allá por el siglo VI antes de Jesucristo. A propósito de esto, me malicio que esta costumbre de fechar los acontecimientos históricos antes o después del nacimiento de Cristo será prontamente reprobada por la Conjura de lo Políticamente Correcto en medio de la algazara socialista y del silencio popular. Habremos de usar aquello de antes o después de nuestra era, o antes o después de la Hégira, expresión que resulta mucho más respetuosa con la sensibilidad cristófoba del nuevo orden. Pues bien, decía yo que Esopo escribió sus fábulas en aquellos remotos tiempos y, entre ellas, la titulada “El joven y el lobo” que nada tiene que ver, excepto que ambos relatos tratan de un joven y de un lobo, con el cuento sinfónico de Serguéi Prokófiev “Pedro y el lobo” en el que, en lugar de un pastorzuelo mentiroso, hay un valiente mozalbete que encarna los valores comunistas de la Rusia de Stalin y que, en compañía de un pájaro, un gato y un pato, y armado de una escopeta de juguete se dispone a cazar a un enorme lobo que tiene atemorizada a la población. Pero ocurre que el pueblo llano, que gusta de mezclar churras con merinas y cuentos con fábulas, entendió que ambos relatos eran un mismo cuento, de tal suerte que el pastorcillo de Esopo pasó a llamarse Pedro y desaparecieron del cuento el pájaro, el gato y el pato. Para el cuento de hoy usaré la fábula de Esopo con el título de Prokófiev.

VERSIÓN CLÁSICA: Había una vez un joven pastor llamado Pedro que se aburría guardando sus ovejas no lejos del pueblo y pensó que sería divertido asustar a los vecinos diciendo que los lobos atacaban al rebaño. En consecuencia, empezó a gritar: "¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo!", y cuando llegaron los vecinos a toda prisa el pastocillo se rió de sus temores. Repitió la broma varias veces con el mismo resultado, hasta que un día vino realmente el lobo. El pastor, asustado, comenzó a gritar: "¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo!", pero la gente del pueblo estaba ya tan acostumbrada a oírlo que no le hizo caso. Y el lobo, sin encontrar resistencia, pudo comerse a todas las ovejas.
Moraleja: A un mentiroso nunca se le cree, aun cuando diga la verdad.

VERSIÓN ADAPTADA: Un joven y despierto pastor llamado Pedro que era edil de economía en su aldea, cada vez que le nombraban al lobo, es decir, a la crisis, decía que era mentira, que no había lobos, digo crisis, en el entorno de su redil. Y tantas veces lo dijo que, cuando un día el lobo, digo la crisis, asomó sus orejas por encima del cercado, ni él mismo se lo creyó. “No debe ser un lobo, sino el perro del vecino que también tiene unas orejas peludas”, se dijo. Luego, el lobo, quiero decir la crisis, asomó el hocico preñado de puntiagudos dientes, pero Pedro, que prefería las siestas a los lobos, digo a las crisis, se echó una cabezadita y soñó con que el perro del vecino jugaba al corro ancho de la patata con sus ovejitas. Durmiendo estaba cuando el lobo, o sea la crisis, saltó dentro del aprisco y se zampó a todas las ovejas, corderitos, carneros, cabras y cabritos que había en lugar. El estruendoso coro de balidos y aullidos llegó hasta el pueblo y el zapatero de la villa, que a la sazón era también su burgomaestre, acudió acompañado de la guardia mora. Al ver la escabechina despertó a Pedro, el zagal durmiente, y lo nombró viceburgomaestre de la villa y, como tampoco creía en lobos ni en crisis, ni quería que la realidad destrozara sus sueños y los del dulce Pedro, dictó inmediatamente una ley por la que, en adelante, los lobos serían llamados ovejas y las ovejas, lobos. De esta manera, las nuevas ovejas de la villa devoraron a los pocos nuevos lobos que quedaban. Y nunca más hubo lobos en el País de las Maravillas.

Moraleja: Cuando creas ver un lobo, lo que ves es una oveja.

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