martes, 26 de mayo de 2009

Los cuentos de ZP: La carreta atascada



Artículo publicado el 26 de mayo de 2009 en el diario La Opinión de Murcia




En esta ocasión les traigo nuevamente una fábula de La Fontaine que antes escribió Esopo, aquel fabulista griego que, según cuenta Herodoto, vivió en el siglo VI antes de Cristo. Esopo no podía sospechar siquiera que veintisiete siglos después y gracias a sus fabulosas artes hubiera podido llegar a ser presidente del gobierno de Iberia, allá por los confines del mundo conocido.

VERSIÓN CLÁSICA: Al faetón de un carro de heno se le atascó el vehículo en pleno campo, lejos de toda ayuda. Y como la carreta no salía del atasco, comenzó a renegar y a jurar, maldiciendo en su furor extremo ora contra los charcos, ora contra la bestias, ora contra el carro y hasta contra él mismo. Al fin, invocó al dios cuyos trabajos eran famosos en el mundo entero.
−¡Oh, Hércules −le dijo−; ayúdame! Si tu espalda ha sostenido el cielo, tu brazo podrá sacarme de este atolladero.
Aún antes de acabar su plegaria, oyó una Voz que bajaba de las alturas:
−Hércules exige que sudes primero, antes de prestarte su ayuda. Busca la piedra que te detiene; coge la azada y libera las ruedas del barro maldito que las oprime hasta los ejes; luego, parte el pedrusco que te estorba y rellena el hueco con tierra seca. ¿Lo has hecho ya?
−Sí −contestó el hombre.
−Bien; entonces, voy a ayudarte. Coge la vara
−Ya la tengo, pero… ¿Qué es esto? ¡El carro marcha! ¡Alabado sea Hércules!
Entonces dijo la Voz:
−Ya has visto cómo las bestias han salido fácilmente del atasco. Para otra ocasión ya lo sabes: Ayúdate, que el cielo te ayudará.

VERSIÓN ADAPTADA: Al faetón de un carro de heno que, como ustedes se podrán imaginar, antes de faetón era zapatero, se le atascó el carromato en mitad del campo. Después de jurar un rato en vallisoletano y aunque él no creía en los dioses, decidió probar suerte con Hércules, un dios que, vestido con la piel del león de Nemea y ceñido con el cinturón de Hipólita, era famoso por sus trabajos.
−Oye, Hércules −le dijo el faetón, tuteando al dios, pues el faetón era ferviente partidario de la igualdad entre hombre y dioses y estaba tramando no sé qué de una revolución socialista−; ayúdame, si no quieres ser tachado de ánti-patriota. El malvado carro, pues es de fá-bricación norteá-mericana, se ha atascado en el barro. Si hubiera sido un producto de nuestra muy cóm-petitiva industria del cá-rruaje y del cá-rromato, esto no habría pasado. De manera que ponte a la tarea inmé-diatamente.
Aún antes de acabar su, digamos, plegaria, oyó una voz que bajaba de las alturas:
−Hércules exige, antes de ayudar, que se sude primero. Busca la piedra que te detiene; coge la azada y libera las ruedas del barro maldito que las oprime hasta los ejes; luego, parte el pedrusco que te estorba y rellena el hueco con tierra seca. ¿Lo has hecho ya?
−Claro −contestó el faetón−; he ordenado a mi vicefaetona que busque la piedra y ha encontrado seiscientas setenta mil ochocientas cuarenta y nueve piedras, y eso sin perder de vista el carro. Luego, le he dicho a Pepiño que libere las ruedas de la carreta del barro que las oprime. Pepiño ha puesto en marcha una comisión pári-taria con participación de los sín-dicatos y de la confederación de arrieros para estudiar la mejor forma de ré-solver el problema pero, en esto, ha llegado Bibiana y ha exigido que sean líbe-radas primero las ejas, pues los ejes llevan siglos dís-frutando de su prí-macía, y dice que ha llegado el tiempo y la tiempa de la igualdad para todas y todos. O sea, que están en ello de manera sós-tenible. La división aeró-transportada de párti-dores de piedras, que dirige Carma, aún no ha llegado. Sí lo han hecho, en cambio, los rumores de su negativa a partir piedra alguna, pues dice que los párti-dores de piedras no están para partir piedras, sino para realizar labores humanitarias sós-tenibles en el Pélo-poneso. Eso sí, puedo afirmar sin temor a ser tachado de ánti-patriota que todos los huecos están sosté-niblemente rellenos de tierra, pues no tengo a la vista hueco alguno. Tú me dirás si cojo la vara y la sós-tengo.
−Lo que digo es que ahí te quedas, faetón −le dijo la Voz de las alturas−, que al que le están entrando ganas de coger la vara es a un dios que yo me sé.




martes, 12 de mayo de 2009

Los cuentos de ZP: La princesa y el guisante


Artículo publicado el 12 de mayo de 2009 en el diario La Opinión de Murcia


VERSIÓN CLÁSICA: Érase una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero tenía que ser con una princesa de verdad. Recorrió el mundo entero, y aunque en todas partes encontró princesas, siempre acababa descubriendo en ellas algo que no acababa de gustarle. De ninguna se hubiera podido asegurar con certeza que fuera una verdadera princesa; siempre aparecía algún detalle que no era como es debido. El príncipe regresó, pues, a su país, desconsolado por no haber podido encontrar una princesa verdadera.
Una noche se desencadenó una terrible tempestad negra y aullante, y alguien llamó a la puerta de palacio. Era una princesa quien aguardaba ante la puerta pero, ¡Dios mío!, ¡Qué aspecto ofrecía con la lluvia y el mal tiempo! El agua chorreaba por sus cabellos y caía sobre sus ropas, le entraba por la punta de los zapatos y le salía por los talones y, sin embargo, pretendía ser una princesa verdadera. "Bien, ya lo veremos", pensó la vieja reina, y sin decir palabra se dirigió a la alcoba, apartó toda la ropa de la cama y colocó un guisante en su fondo; puso después veinte colchones sobre él y añadió todavía otros veinte edredones de plumas de ánade. Allí dormiría aquella noche la presunta princesa.
A la mañana siguiente, le preguntaron qué tal había descansado.
―¡Oh, terriblemente mal! ―respondió la princesa―. Casi no he pegado ojo en toda la noche. ¡Dios sabe qué habría en esa cama! He dormido sobre algo tan duro que tengo el cuerpo lleno de cardenales. ¡Ha sido horrible!
Así se pudo comprobar que se trataba de una princesa de verdad, porque, a pesar de los veinte colchones y los veinte edredones de pluma, había sentido la molestia de un guisante. Sólo una verdadera princesa podía tener la piel tan delicada. El príncipe, sabiendo ya que se trataba de una princesa de verdad, la tomó por esposa y el guisante fue trasladado al Museo del Palacio, donde todavía puede contemplarse, a no ser que alguien se lo haya llevado.

VERSIÓN ADAPTADA: Érase una vez un Rey un tanto revolucionario, pues había sido zapatero antes que fraile. Era también un Rey aquejado de esa extraña forma de ateismo que supone dejar de creer en la existencia de Dios para creer a ciegas en el socialismo y en las ministras de cuota. Y, no contento con ser ateo él mismo, quería que lo fuera todo su reino. Para conseguirlo decidió nombrar Ministra de Asuntos Religiosos a la mujer más anticlerical de su reino y salió en su busca. Recorrió montes y valles, villas y aldeas, condados y ducados, y aunque en todas partes encontraba mujeres de algún mérito, siempre acababa descubriendo en ellas algo que no acababa de gustarle. La que no estaba casada por la Iglesia, andaba empeñada en preparar la Primera Comunión de su hija o el bautizo de su primogénito, o era Camarera de la Virgen local o aspiraba a serlo. Cansado de tanta búsqueda infructuosa, el Rey regresó a su palacio y, para entretenerse, se dedicó a poner en práctica las políticas socialistas más peregrinas. Más llegó un tiempo en que, como era de esperar, se desató en el reino una negra crisis económica que lo sumió en la penuria y en la desesperanza. Y en esto, alguien llamó a la puerta del palacio.
―No busquéis más, soy la persona que necesitáis ―dijo la mujer que había llamado a la puerta. El Rey, intrigado, decidió que no perdía nada por someterla a examen.
―¿Qué haríais vos para remediar la crisis que nos afecta? ―le preguntó.
―Muy sencillo ―respondió la mujer―. En primer lugar, consentiría en que me nombrárais Ministra del Reino. En segundo lugar, repartiría el poco dinero que queda en vuestras arcas entre los saltimbanquis y titiriteros del reino. Así, la algazara y el jolgorio apagarían los tristes ecos de la crisis. Y en tercer lugar, echaría la culpa de todo lo que pasa a la derecha y a los monjes, lo que nos permitiría subirles los impuestos y expropiar sus tierras y conventos.
El Rey, viéndole hechuras de mando, decidió no obstante ponerla a prueba.
―Esta noche ―le dijo― dormiréis en la cocina con la servidumbre pero, antes, cenad.
El Rey ordenó a los más de cien sirvientes que organizaran un botellón colosal que durara toda la noche y mandó que la velada fuera amenizada por el famoso grupo de goliardos llamado Los Mojinos Escocíos. Al tiempo, ordenó que, junto con los sirvientes, se alojara en las cocinas a un monje trapense del convento cercano, atado de pies y manos y debidamente amordazado. A la mañana siguiente, el Rey preguntó a la mujer qué tal había dormido.
―Fatal, Majestad ―respondió―. No he podido pegar ojo, pues había un fraile que no paraba con sus rezos y latines. He estado tentada de mandar que le cortaran la cabeza.
El Rey quedó muy contento con el resultado de la prueba y, habiendo hallado a la más anticlerical de sus súbditas, la nombró inmediatamente Ministra del Reino. El monje trapense fue trasladado al Museo del Palacio, donde todavía puede contemplarse, a no ser que alguien se lo haya llevado.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Lo que sí dijo el Papa


Artículo publicado el miércoles 6 de mayo de 2008 en el diario La Opinión de Murcia


Que este Papa no era del gusto de la izquierda ya lo sabíamos. Al Papa Benedicto XVI no le dieron ni cien días de cortesía, ni veinte minutos de asueto. Nazi, inquisidor y ultraconservador fueron los calificativos con los que fue recibida su elección. Sin duda, la progresía hubiera preferido que José Blanco, por ejemplo, hubiera perseverado en su temprana vocación religiosa −confesaba Pepiño en su blog que “cuando era monaguillo, pensaba en ser cura, pero eso duró poco tiempo”−, en lugar de dedicarse a la política. Perseverado, hasta llegar a ser nombrado Cardenal Prefeto de la Sagrada Congregación para la Dotrina de la Fe en lugar de Ratzinger y, perseverado aún más, para ser eleto Pontífice de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. España habría perdido un ministro, en efeto, pero la Iglesia habría ganado un Papa políticamente correto.

En lugar de eso, tenemos un Papa que llama al pan, pan, y al condón, condón, lo que le ha valido una solicitud de reprobación formulada por Izquierda Unida e Iniciativa per Catalunya Verds, que el Congreso ha admitido a trámite con el sorprendente apoyo de dos diputadas del PP. Dicen los comunistas verdes y antes rojos que el Papa, en un reciente viaje a África, ha puesto en peligro la salud de millones de personas al cuestionar el uso del preservativo como medio profiláctico contra la transmisión del virus del SIDA (o dicho en catalán, “posi qüestió la utilitat del preservatiu com mitjà profilàctic contra la transmissió del virus de la SIDA”).

Ustedes, mis queridos lectores, no se fíen de estos chicos en ninguno de los dos idiomas y lean lo que literalmente dijo el Papa.

Pregunta realizada por el periodista Philippe Visseyrias, de France 2: "Santidad, entre los muchos males que afligen a África, está en particular el de la difusión del SIDA. La postura de la Iglesia católica sobre el modo de luchar contra él es considerada a menudo no realista ni eficaz. ¿Usted afrontará este tema, durante el viaje?"
Respuesta del Papa: "Yo diría lo contrario. Me parece que la institución más eficaz, más presente en el frente de la lucha contra el sida es precisamente la Iglesia católica, con sus movimientos y con sus diversas entidades. Pienso en la comunidad de San Egidio, que hace tanto, visible y no visible, en la lucha contra el SIDA. Pienso en los religiosos Camilianos, en todas las religiosas que están al servicio de los enfermos…
Yo diría que el problema del sida no se puede resolver tan sólo con dinero, que es importante, pero si no hay un alma, si no hay gente que sepa cómo usarlo, el dinero sólo no ayuda.
Yo diría que no es posible resolver el problema del sida sólo con eslóganes publicitarios. Si no hay un alma, si los africanos no se ayudan entre ellos,( comprometiendo la responsabilidad personal), no se puede resolver ese flagelo simplemente con la distribución de preservativos: al contrario, existe el riesgo de aumentar el problema.
La solución sólo se logrará actuando en dos frentes. El primero es una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que lleve consigo un nuevo modo de comportarse una persona con otra. En segundo lugar, una verdadera amistad, sobre todo con las personas enfermas: la disponibilidad, incluso con sacrificios y con renuncias personales, a estar con los enfermos. Estos son los factores que ayudan a progresos visibles.
Por tanto, diría, esta doble fuerza nuestra de renovar al hombre interiormente, de dar fuerza espiritual y humana para un comportamiento justo hacia el propio cuerpo y hacia el prójimo, y esta capacidad de sufrir con los que sufren, de permanecer en los momentos de prueba. Me parece que ésta es la respuesta correcta, y que la Iglesia hace esto y ofrece así una contribución grandísima e importante. Agradecemos a todos los que lo hacen."

La comunidad científica internacional lo expresó de otra manera en un manifiesto de apoyo a la denominada estrategia ABC de lucha contra el SIDA, aplicada con éxito en Uganda, manifiesto que fue publicado en la prestigiosa revista médica británica The Lancet a finales de 2004. La letra A corresponde al primer paso de la estrategia: Abstinence, lo que no requiere traducción. La letra B significa Be faithful, es decir sé fiel, como medida para evitar la promiscuidad. La letra C corresponde al tercer medio de lucha contra el SIDA, Condom, que tampoco precisa ser traducida. La cuestión es la siguiente: ¿Solicitará IU-ICV la reprobación de la comunidad científica, que ha osado colocar el condón en un humillante e indigno tercer lugar?

(La solución en el próximo número)