martes, 20 de diciembre de 2011

Milord, la Navidad





(Artículo publicado el 20 de diciembre de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)




Sin duda, muchos de ustedes conocerán aquella vieja historia sobre la flema británica –si no la escribió P.G. Wodehouse, bien pudo hacerlo-, que transcurre en una de esas magníficas residencias campestres situadas en las orillas del río Támesis, que podría ser conocida como Blandings en recuerdo de Wodehouse. Un estirado mayordomo ―al que llamaremos Beach también en recuerdo del humorista inglés―, entró en la biblioteca de la casa donde su señor ―que a esta alturas no podría ser otro que el mismísimo lord Emsworth, noveno conde de Emsworth― trataba de ejecutar sentado en su sillón preferido la complicada maniobra de desplegar el Times para leerlo sin cortar las hojas. Con la voz levemente engolada, Beach avisó al conde que se esperaba el desbordamiento inminente del río Támesis. El conde, sin levantar la vista del periódico, se limitó a despedir al mayordomo con un escueto “Gracias, Beach”. A los pocos minutos, el impertérrito mayordomo volvió a entrar en la biblioteca e informó al conde de que el Támesis se había desbordado finalmente. Lord Emsworth, sin mover un solo cabello, le respondió de nuevo con otro “Gracias, Beach”. Al poco, se abrió la puerta de la biblioteca por tercera vez y Beach, apartándose a un lado y con el agua por los tobillos, anunció imperturbable: “Milord, el Támesis”.


Algo así ocurre así debió ocurrirle a Zapatero con la crisis, no tanto por flemático como por atrapamoscas. El peor presidente de gobierno de la historia de España, ya le podemos dar el título con todo merecimiento, debió estar tan ocupado con aquello de la Alianza de Civilizaciones, con la memoria histórica y con meterle el dedo en el ojo a la Iglesia Católica, que no prestó oídos a los reiterados anuncios sobre la crisis inminente, hasta que un compungido y paralizado mayordomo de palacio abrió la puerta del despacho presidencial y, apartándose a un lado, le dijo: Presidente, la crisis. Afortunadamente, la historia del Támesis también puede ser aplicada a otras cosas y a otros advenimientos.


Andamos estos días muy atareados con la lista de la compra de Mariano Rajoy, con sus recetas ocultas y no por ello menos previsibles para atajar la crisis, y con las consecuencias que la crisis está teniendo en la Bolsa, en el comercio, en la venta de lotería de Navidad y hasta en la de mariscos y pescados para la cena de Nochebuena. Sabemos que la Navidad se acerca porque la televisión se satura de anuncios de marcas de perfume y de cavas, aunque no tanto como en años anteriores; porque los buzones se llenan de folletos de supermercados y grandes almacenes anunciando turrones “tres por dos” y juguetes, aunque de manera algo más discreta que otros años; porque tímidamente empiezan a llegar algunas felicitaciones y, entre el insistente soniquete de los acordeones, suena algún que otro villancico, aunque menos también. Y es que no está el horno para bollos ni los tiempos para muchas fiestas. Hay poco dinero y, en cambio, mucho temor por el futuro inmediato. Hay mucha gente, millones de personas, derrotadas y entristecidas ante la perspectiva de unas navidades sin techo, sin trabajo, sin dinero, sin alegría y sin esperanza. Y sin embargo, una mañana o una noche alguien abrirá la puerta y anunciará, como en la historia de la riada del Támesis, que la Navidad por fin ha llegado.


Y es que la Navidad, además de las fiestas, los obsequios, las cenas y los villancicos, es sobre todo un regalo de esperanza, tanto más valioso cuanto menos tiene quien lo recibe. El Nacimiento del Niño es una promesa de vida, absolutamente reconfortante para quien la acoge desde la fe con los brazos abiertos, pero también para quienes carecen de ella. En eso consiste la universalidad del mensaje de la Navidad. Es muy cierto que la Navidad puede agudizar la tristeza por la ausencia de alguien, por la carencia de algo, pero es mucho más cierto que el mensaje de Paz y de Esperanza que trae la Navidad es capaz de calmar la angustia y confortar el espíritu. Notaremos la ausencia de un ser querido porque precisamente la Navidad nos lo hace presente, y la pérdida amarga se transformará en el recuerdo dulce. Echaremos de menos el regalo o la abundancia, precisamente para darnos cuenta de que ese regalo y aquella abundancia importaban mucho menos que el abrazo de un ser querido. Y sabremos con toda certeza que los negros temores al futuro incierto, que se han visto alimentados casi a diario en estos últimos tiempos y que ennegrecen el corazón por la desesperación, pueden ser mitigados justamente por la Esperanza que llega con la Navidad.


Amigos lectores, la Navidad.


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martes, 13 de diciembre de 2011

La Navidad, esa revolución permanente






(Artículo publicado el 13 de diciembre de 2011 en el diario La Opinión de Murcia. Rectificado. Detalle de La Sagrada Familia, de Gaudí)







Hace unas pocas semanas me abrí un perfil en Facebook y todavía sigo preguntándome qué hace un chico como yo en un lugar como ése, yo, que siempre que pulso una tecla del ordenador lo hago con el temor de que me dé la corriente, yo, que, rendido al dictado de vivir encadenado a un teléfono móvil, lo llevo apagado en el bolsillo en muestra clandestina y un tanto infantil de rebeldía, una rebeldía por cierto parecida a la que lleva a esas escolares diminutas que visten obligatoriamente un uniforme a remangarse la falda por encima de la rodilla a la salida de clase.



No les diré que me haya prendado de la red social, que a lo sumo encontraba banalmente divertida, pero les confieso que en varias ocasiones me ha conducido para mi sorpresa a lugares y a personas que creía ajenos a ella. La última me ha llevado de la mano de un sacerdote navegante (también los hay, querido lector malasombra, también los hay, que no debe quedar lugar sin siembra) a releer las páginas de El hombre eterno, del siempre sorprendente Chesterton, y miren por donde a escribir este artículo que será publicado un martes y trece. No, no, con motivo de fecha tan señalada no les voy a hablar de supersticiones y de buena o mala suerte, sino de lo que la Conjura de lo Políticamente Correcto intenta un año tras otro transformar en superstición, o descristianizar, que viene a ser lo mismo. Me refiero a la Navidad. Y lo haré, como lo he hecho en otras ocasiones, con las mismísimas palabras de Chesterton, sin duda mucho mejores que las mías.



Nos cuenta Chesterton con una de sus paradojas que la Navidad no puede ser entendida si no entendemos al mismo tiempo la presencia del enemigo de la Navidad, que en los Evangelios está personificado por Herodes el Grande, quien alarmado por la existencia de un presunto rival mandó degollar a todos los posibles sospechosos como lo hiciera después con su mujer y con varios de sus propios hijos. La Navidad, escribe Chesterton, “no es un acontecimiento cuya conmemoración sirva a intereses pacifistas o festivos. No se trata sólo de una conferencia hindú en torno a la paz o de una celebración invernal escandinava. Hay algo en ella desafiante, algo que hace que las bruscas campanas de la medianoche suenen como cañones de una batalla que acaba de ganarse”. En el nacimiento de un Niño en una cueva de pastores “se esconde la idea de minar el mundo, de sacudir las torres y los palacios desde sus cimientos, igual que Herodes el Grande sintió aquel terremoto bajo sus pies y se tambaleó con su vacilante palacio (…) De hecho, la Iglesia, desde sus comienzos, y quizás especialmente en sus comienzos, no fue tanto un principado como una revolución contra el príncipe de este mundo (…) Los que acusaban a los cristianos de incendiar Roma con antorchas eran calumniadores, pero al menos estaban más cerca de la naturaleza del cristianismo que esos modernos que dicen que los cristianos fueron una especie de sociedad ética, sometida a un lánguido martirio por decir que los hombres tenían una obligación con respecto a sus prójimos, y que resultaban ligeramente molestos porque eran mansos y humildes”. Es cierto que el mensaje más universalmente entendido de la Navidad es la Paz, la paz entre los hombres de buena voluntad, pero no es menos cierto que ese mensaje de paz no era precisamente pacífico con los valores y convenciones del hombre precristiano. La Navidad para Chesterton encierra un mensaje revolucionario destinado a cambiar al mundo.



Afirma Chesterton que hay muchos hechos evidentes que nos hablan de la presencia de un espíritu en la Navidad, que es al mismo tiempo universal y único. Una de estas evidencias es que “ninguna otra historia, ninguna leyenda pagana, anécdota filosófica o hecho histórico, nos afecta con la fuerza peculiar y conmovedora que se produce en nosotros ante la palabra Belén. Ningún otro nacimiento de un Dios o infancia de un sabio es para nosotros Navidad o algo parecido a la Navidad”. Según Chesterton, además de universal y único, la Navidad es un hecho nuevo que vuelve a ser nuevo cada año. No en vano, el hecho central de la Navidad es un Nacimiento.



Y, en efecto, algo grande fue lo que ocurrió en aquella primera Navidad del mundo. Lo describe Chesterton al hablar del catolicismo: “La mente católica es la única que permanece intacta frente a la desintegración del mundo. Si fuera un error, no hubiera podido durar más de un día. Si se tratara de un mero éxtasis, no podría aguantar más de una hora. Sin embargo, ha aguantado dos mil años, y el mundo, a su sombra, se ha hecho más lúcido, más equilibrado, más razonable en sus esperanzas, más sano en sus instintos, más gracioso y alegre ante el destino y la muerte, que todo el mundo que no se acoge a ella. Pues fue el alma del cristianismo lo que emanó del increíble Cristo, y el alma del cristianismo era sentido común. Aunque no nos atreviéramos a mirar Su Rostro, podríamos contemplar Sus frutos, y por Sus frutos le conoceríamos. Los frutos son sólidos y su fecundidad mucho más que una metáfora; y en ninguna parte de este triste mundo son más felices los muchachos a la sombra del manzano, o los hombres mientras pisan la uva y entonan alegres canciones, que bajo el fijo resplandor de esta luz repentina y cegadora. El relámpago se hizo eterno como la luz”.



Y así fue, así es y así será, por más que los tataranietos y tataranietas de Herodes el Grande insistan cada año en transformar la Navidad en la fiesta del solsticio de invierno.




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miércoles, 7 de diciembre de 2011

Carta al último Rey Mago







(Artículo publicado el 6 de diciembre de 2011, Día de la Constitución, en el diario La Opinión de murcia)








Querida Majestad de un reino que, por lo que nos han contado estos años, ni es de oriente ni de occidente, sino que se trata de un reino confuso:


Debo confesarle primero, Majestad, que ya sé que no es mago, pues los Reyes Magos solo existen de verdad en la imaginación inocente de los niños y en la de aquellos que son como niños. Los otros Reyes Magos, lo de neón y tarjeta de crédito, también son reales, pero ni son reyes ni son magos. Pero su Majestad sí que es un rey de verdad pues tiene un reino, confuso como le decía, pero reino al fin y al cabo.


Sabe su Majestad que estamos en crisis, en un agujero profundo y negro del que no sabemos salir. Y no me refiero únicamente a su reino, sino a muchos reinos más que lo rodean. Todos tienen sus reyes o sus reinas y algunos de ellos son casi magos, pues van sorteando la crisis con más o menos acierto. Pero volvamos a nuestro reino. Cada día al levantarnos nos preguntamos cómo vamos a salir de la crisis y cada noche al acostarnos la respuesta permanece oculta. Ya sé, ya sé, tal vez debamos preguntarnos primero quien puede sacarnos del agujero negro, porque si no hubiera nadie capaz de ello, no haría falta que nos preguntásemos lo otro. Yo sé, querida Majestad, quien puede sacarnos de la crisis. No, no son los gobiernos, ni los bancos, ni los trabajadores, ni los deportistas laureados, ni los difamados funcionarios, ni las amas de casa, ni los indignados, ni los parados, ni los estudiantes, ni los jóvenes, ni los viejos, ni siquiera es Europa, esa señorona vieja y artrítica enfundada en el chándal azul y amarillo de la Unión Europea. No. Los solucionadores de la crisis son todos ellos, somos nosotros todos, somos we the people, como rezan las tres primeras palabras de la Constitución de los Estados Unidos de América, somos Juan Nadie, somos todos, todos juntos.


El problema, querida Majestad, sigue siendo que, aun sabiendo quiénes y aunque finjamos que eso no lo sabemos, seguimos sin saber cómo. Bueno sí que sabemos cómo, al igual que sabemos quiénes. Pero antes de que estos juegos de palabras enfaden a mi lector malasombra, que por supuesto está leyendo esta carta madrugadora, iré al grano, Majestad, y le diré lo que me preocupa. Para movilizarnos a todos en la dirección correcta, que no sé cuál es, hace falta un líder. No, Majestad, no, no es Mariano Rajoy. No puede ser Mariano Rajoy, porque por mucho que se empeñe en serlo de todos, siempre será el líder de unos pocos, los votantes de un partido político que representa tan sólo a una fracción de los españoles, y, además, sólo es, o será, un presidente de gobierno. Mariano puede y debe ser un excelente gestor de los asuntos públicos y gubernamentales, entre otras cosas porque estamos hartos de falsos líderes visionarios e interplanetarios dispuestos a salvar a media España de la otra media, pero no es, no será, no puede ser, el líder. Ese lugar sólo lo puede ocupar un dictador. O un Rey.


Sí, no se me quede mirando así, Majestad, con los ojos como platos, que yo también me he asustado. Porque, si hacemos memoria, su Majestad ya lo ha hecho antes. Lo hizo la noche de un veintitrés de febrero, cuando media España era golpista y la otra media golpeada. Al día siguiente sólo quedaban los golpistas que había encerrados en el Congreso de los Diputados, pero la noche anterior hubo muchos más. Y en esto llegó el mensaje del Rey, el mensaje de su Majestad, que fue quien nos puso a todos en la dirección correcta, quien frenó los tanques y los devolvió a los cuarteles, a quien se rindieron los mostachos y en quien buscaron refugio las barbas. El Rey, el mismo Rey que cuando pocos meses después las urnas dieron el gobierno al partido socialista volvió a tranquilizar con su presencia a las derechas temerosas. No era para menos. El PSOE, que ya gobernaba en ayuntamientos y autonomías, había entrado como un elefante en una cacharrería. Había colocado a los suyos en todos los escalones, desde ordenanza a ministrillo, y ante la imposibilidad de echar a los funcionarios de derechas los desplazó de los despachos a los pasillos y a los huecos de escalera. Y es que los socialistas llegaron al poder del Estado al grito de “Felipe, colócanos a todos”, como sin duda recordará su Majestad, pero a las gentes de la derecha española siempre les quedó París, es decir, el Rey, su Majestad. Algo parecido ocurrió años después cuando el PP llegó al poder, y el miedo desatado al doberman fue vencido por su Majestad y por la fuerza de los hechos. En aquellas ocasiones el Rey de España fue la misma España.


Hoy estamos, Majestad, en una grave encrucijada. Europa se apresta a devorar a sus hijos y, entre ellos, a España. Cesión de soberanía lo llaman. España puede llegar a ser menos España y su Majestad menos Rey y, mientras tanto, el que haya cinco millones de españoles parados significa que hay millones de familias necesitadas de lo más básico. El agujero es cada vez más negro. En España la Corona tiene esa función fundamental que la Constitución, que hoy celebra su cumpleaños, ha llamado equivocadamente el papel moderador de la Corona. No, no es el papel del moderador, sino el de la autoridad impulsora; no es el imperium del cónsul romano, sino la auctoritas del Senado de Roma lo que la Constitución otorga al Monarca. Ha llegado de nuevo su hora, querida Majestad, o tal vez la de su hijo…, sí, tal vez la de su hijo. Envuelva nuestro regalo en el tradicional mensaje de Navidad y tráiganos fe en España y confianza en el futuro, usted ya sabe cómo.


Vuelva a ser una vez más, Majestad, el Rey que una vez fue España.


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martes, 29 de noviembre de 2011

Una bonita coliflor prenavideña



(Artículo publicado el 29 de noviembre de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)



Por si no teníamos bastante con la crisis económica, una de las pruebas más contundentes de que ya no somos nadie sin Europa, es que el comienzo de la Navidad se ha adelantado al primero de diciembre, cuando no al Adventswochenende o primer domingo de Adviento como ocurre en la muy cristiana Alemania. Sobre esto y sobre la noticia de que en Estados Unidos hay una escuela de Santa Clauses que enseña a los aspirantes a mentir piadosamente a los niños cuando les piden, por ejemplo, un empleo para papá, tenía decidido escribir un bonito artículo prenavideño. Pero como el hombre propone y Dios dispone se me cruzó en el camino mi incondicional Ignatius, ya saben, mi asesor en cuestiones de Decencia, de Prosodia y de Buen Gusto, vestido precisamente con un estruendoso traje de Santa Claus, y me plantó delante de las narices un ejemplar de este mismo periódico, cuyo titular rezaba “Capturan a la rubia que acompañaba al presunto asesino de Mazarrón”:


―Convendrás conmigo a pesar de tu conocida filia por el periódico en el que escribes en que este titular engañoso y malvado constituye un gravísimo atentado a la presunción de inocencia de las rubias de este mundo, ya que la susodicha rubia bien podría ser rubia de botellazo, esto es, morena de verde luna, e incluso pelirroja; o calva, como Rub


―Detente, Ignatius ―le dije, dando un salto hacia atrás como si hubiera visto al diablo vestido de rojo―. No me enredes con tus desatinos, que tengo que escribir mi artículo de los martes y llevo ya una idea muy clara de lo que quiero decir…


―No puedo creer lo que están oyendo mis oídos ―me contestó Ignatius, abriendo una madrugadora caja de polvorones que llevaba en una bolsa―. Sin duda me han sentado mal los mantecados del desayuno. El cuerpo incorrupto de la Santa Monja Rosvita, modelo de perfección de la mujeres de la Baja Edad Media, se habría removido en su tumba si ésta no hubiere sido removida antes por las huestes zapateras d ela Conjura de lo Políticamente Correcto, que pensaron que era una fosa de la Guerra Civil. Y ya que estamos en esto de la Conjura, al hilo del asunto de Urdangarín podrías escribir un artículo titulado “Jaque al Rey” con el que renovar una vieja teoría mía: que el PSOE, una vez defenestrado del poder a causa de su política de izquierda trasnochada, ya sabes, la reapertura de fosas de la guerra civil, la alianza de civilizaciones, el matrimonio homosexual, las subvenciones públicas a programas de excitación clitórea, las francachelas canónicas con los de la ceja y los sumos sacerdotes de la SGAE, los condones para todos y el insuperable capítulo de las hijas góticas en la Corte del Rey Obama, después de todo esto y de la anunciada pérdida del Reino Moro de Al Andalus, el PSOE post zapaterino, digo,intentaría recuperar el favor ciudadano envuelto en la bandera tricolor republicana. La operación “Jaque al Rey” habría sido diseñada por la Conjura Republicana de lo Políticamente Correcto aprovechando la boda del Príncipe Heredero con una plebeya, a quien la rama mediática de la Conjura habría procurado adornar con todas las virtudes progresistas sin excepción alguna, no para congraciar a la monarquía con el pueblo llano, no, sino con la aviesa intención de hacer mortales a los hijos del César, ya que no podían hacerlo con el César mismo. Empiezo a sospechar que Jaime Peñafiel pueda formar parte de la Conjura. La operación habría continuado vistiendo a la Princesa con pantalones en ocasiones señaladas, muy especialmente el día de la Pascua Militar, con lo que son los señores del sable, y habría continuado haciendo que el Bribón perdiera una y otra vez la regata de la Copa del Rey; y continúa hoy con el jaque al alfil Urdangarín y con el ojo morado de Su Majestad. Esto sí que da para un artículo.


―Pero Ignatius ―le dije―, lo que yo quiero es descansar de la cosa política después del atracón electoral y escribir sobre la Navidad que se aproxima y que…


―Déjate de Navidades y de Felices Pascuas que ya tendrás tiempo ―me espetó, metiéndose, un polvorón en la boca―. Ahora hay que escribir sobre el indulto del banquero Alfredo Saenz perpetrado por el Gobierno del PSOE en uno de sus actos postreros más incomprensibles, o no. O sobre las maldades proferidas por José Bono acerca de que, según las reglas del mus, el PSOE no debería jugar a la chica, en clara referencia a Carma Chacón, lo que promete luctuosas efemérides para el anunciado congreso federal. O sobre el hecho curioso de que los infiltrados de la Conjura anden diciendo que quien ha ganado en España ha sido el cambio, precisamente cuando quien ha ganado olímpicamente las elecciones ha sido el PP de Mariano Rajoy. ¿El cambio, qué clase de cambio?, me pregunto…


Con la cabeza hecha un bombo, la chaqueta azul marino perdida de salpicaduras de polvorón temprano y mi proyecto de artículo navideño hecho unos zorros, corrí a refugiarme en El Corte Inglés, aún a riesgo de que Ignatius la tomara con el primer gran signo de la Navidad cercana, la gigantesca fachada de Cortilandia…


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martes, 22 de noviembre de 2011

Y ahora, todos a remar





(Artículo publicado el 22 de noviembre de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)





Desde la noche del pasado domingo muchos han sido los que han escrito algo parecido. La única diferencia es que este artículo lo escribí el sábado por la tarde, al término de la jornada de reflexión. Podía imaginar entonces que la victoria de Mariano Rajoy iba a ser colosal, como él mismo hubiera dicho. Podía imaginar también que la derrota del PSOE iba a ser demoledora, como ellos mismos reconocerían horas después. También imaginé como sería el día después y cuán urgente era la respuesta que España demandaba. Todo ello lo pude imaginar, porque era fácilmente imaginable. Nuestra España se nos ha ido deshaciendo entre las manos como un terrón de arena reseca. No, no ha sido solamente la crisis de la economía, ni siquiera la quiebra del estado de bienestar, el factor que ha minado España. Desde hace años, mucho antes de la crisis, nuestro modelo de estado, nuestro concepto de soberanía, nuestras instituciones más necesarias y la confianza en el sistema político han quebrado y, con ellas, lo han hecho nuestras pautas de convivencia y nuestro futuro común. Nunca desde la instauración de la democracia se ha encontrado España ante una tesitura igual, ni siquiera durante la transición, en la que el sueño común de una España en paz y en libertad nos mantuvo unidos frente a otras durísimas crisis económicas, que las hubo, e incluso frente a los amenazadores intentos de involución que fraguaron en el 23-F. Hoy, a duras penas conservamos esa paz y esa libertad, ninguna de ellas perfecta, es cierto, pero ganadas ambas por la voluntad común de todos nosotros. Lo que se hunde es la propia España.


En lo más recio de la tormenta, el barco ha cambiado de capitán y Mariano Rajoy ya está agarrado al timón. El otro ya es historia y se apresta a supervisar nubes. Rubalcaba, en cambio, no. Rubalcaba, aún dolorido por la derrota, es el presente del PSOE y, por ello, representa no solo a los votantes de su partido sino a muchos otros que en esta ocasión han votado a Mariano Rajoy, sí, incluso a muchos votantes del PP. Toca ahora poner proa al viento, luchar contra la tormenta, evitar el naufragio anunciado. No es una tarea de la derecha contra la izquierda, ni siquiera es una tarea de la derecha, es una tarea de todos, sin exclusión alguna. No es tiempo de enjundiosos debates ni de hondas discusiones, no es momento de afianzar posiciones de partido, ni de marcar las diferencias. Solo hay una política posible, la de los hechos. Solo cabe una respuesta, la de todos.


En un artículo publicado en este mismo periódico hace casi un año, el 7 de diciembre de 2010, que llevaba por título “Una propuesta ingenua”, proponía el adelanto de las elecciones y, ganara quien ganara, el compromiso de los dos grandes partidos de formar un gobierno de unidad nacional al modo alemán de la Grosse Koalition. Era, en efecto, una propuesta ingenua, incluso descabellada, no solo porque España no era Alemania, sino porque los políticos españoles no eran los políticos alemanes. Sin embargo hoy, un año después, la solución descabellada e ingenua sigue siendo la única salida posible. No me hagan mucho caso en lo de un gobierno de coalición o de unidad nacional, ya sé que las cosas aquí no son así y que las mayorías absolutas no entienden de esto. Pero atiendan al menos, y no me refiero únicamente a los políticos, a la idea del esfuerzo común, a la fórmula de la suma de voluntades, a la idea de la renuncia generosa, al concepto de sacrificio individual, que implica el modelo alemán. Allí fue posible, en aras de la gobernabilidad del país, que la canciller fuera la cristianodemócrata Angela Merkel y vicecanciller el socialdemócrata Franz-Walter Steinmeier. Aquí, algo así sería impensable. O tal vez no.


En fin, y ahora sí que escribo el Día Después, como dijo Mariano Rajoy en la noche electoral no habrá milagros que, por otra parte, tampoco había prometido. Se trata de ofrecer desde la unidad lo que Churchil ofreció a los británicos hace setenta años tras la elecciones celebradas al comienzo de la Segunda Guerra Mundial: sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor. Churchill había ganado aquellas elecciones y los británicos ganaron la guerra. Sin embargo, una vez terminada la guerra, el mismo Churchill perdió las siguientes. Si Rajoy aplica esta fórmula aquí y ahora no sé si volverá a ganar las elecciones, pero sí le digo que hoy todos sabemos quien fue Winston Churchill, en tanto que casi nadie recuerda a Clement Atlee, el político que lo derrotó.


Le deseo a Mariano mucho ánimo y mucho sentido común. Y, por cierto, a la prima de riesgo que le vayan dando. Y a Riesgo, también.


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martes, 15 de noviembre de 2011

Por qué Mariano



(Artículo publicado el 15 de noviembre de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)





Que yo me haya decidido a votar a Mariano Rajoy no es ninguna novedad y, menos aún, una sorpresa. Ya dije de él hace siete años y medio que Mariano era un excelente candidato, justamente antes de que el “No a la Guerra” y los atentados del 11-M, debidamente sazonados en la víspera electoral con los asaltos “espontáneos”a las sedes del PP, produjeran un inesperado vuelco electoral. Como si de la rotura de un espejo se tratara, nos cayeron encima siete años de desgracia en penitencia por nuestros pecados, duante los cuales hemos sido gobernados por un ectoplasma socialista de cejas picudas cuyo nombre no recuerda siquiera quien fue su mano derecha, el hoy candidato Rubalcaba, a pesar de que siga siendo Presidente del Gobierno y Secretario General del PSOE. Sic transit gloria mundi.


Si bien tengo muchas razones para votar a Mariano, me basta una sola para no hacer lo propio con Rubalcaba: no voy a votar a quiénes nos han metido en el lío. En mi artículo de entonces escribí acerca de Mariano Rajoy unas cuantas cosas que podría escribir hoy. Decía y digo de él que es un ”candidato colosal”, precisamente porque es “un hombre común” dotado, sin embargo, de cualidades excepcionales. Lo de “colosal” lo escribo porque es un adjetivo que el propio Mariano emplea con frecuencia. La primera vez que se lo escuché fue allá por el siglo pasado en el coloquio que siguió a un acto celebrado en el Paraninfo de la Universidad de Murcia, cuando alguien le preguntó si era viable la provincia de Cartagena. Mariano, muy amable, pero que muy amablemente, con esa mirada sorprendida y un tanto estrábica de los hipermétropes, le contestó lo siguiente: “Hombre, si hay para ello una razón colosal…”. Y como la razón colosal no terminó de aparecer, el coloquio concluyó en ese punto.


Mariano es un un negociador implacable y desesperante, que es como deben ser los buenos negociadores. Resguardado tras la neblina que causan el humo de puro y la retranca gallega, Rajoy no se altera por nada ni por nadie, lo que por el contrario altera enormemente a sus adversarios, que es de lo que se trata. No pierde nunca la media sonrisa, en tanto que los otros no la alcanzan jamás. Y es que, si se pierden los nervios, se pierde la razón y se esfuman finalmente las razones, y eso lo sabe muy bien Mariano. Es un candidato comedido, posiblemente el más comedido de todos los candidatos, cosa al parecer imperdonable entre los más dados a los excesos verbales. Es un político irónico, entre políticos trágicos y políticos cómicos. Es hombre discreto, frente a políticos vocingleros y rutilantes. Y es sensato, cuando otros enloquecen. Es abierto a las ideas y a las palabras, cuando otros se encierran en palabras sin ideas. Y habla de España como si la conociera de siempre, con amigable vencindad, mientras que otros la miran con desconfianza, cuando no con desprecio. Y escucha lo que otros no oyen. Y sonríe cuando otros se crispan. Y es pragmático cuando otros son presos de la ideología, superfluos o banales.


Hace siete años y medio les conté una anécdota ocurrida en aquella campaña electoral. Subido en el avión que lo llevaba de un lado a otro de la piel de toro, Mariano escuchaba pacientemente las explicaciones técnicas del piloto acerca de las capas de hielo que debido a las bajas temperaturas se habían formado en las alas del avión, y de cómo esa circunstancia influía negativamente en las condiciones de vuelo. Al término de las explicaciones, Rajoy le preguntó al piloto lo que le habríamos preguntado todos: “Pero no pasa nada, ¿verdad?”. En Italia han nombrado primer ministro a uno de los pilotos económicos de Europa, un técnico capaz de dar las explicaciones más complejas de cuánto ocurre y que, sin embargo, ha sido uno de los que han hecho que el avión de la economía caiga en barrena. Nosotros deberíamos ser capaces de elegir a un gobernante que, tras escuchar todas las voces y todas las explicaciones acerca de las condiciones económicas del país y de las causas y efectos de la crisis, use el sentido común y se entere de lo verdaderamente importante, que no es otra cosa que saber si, después de tanta explicación, el avión vuela o se cae.


Muchos de nosotros, ciudadanos de a pie, estamos esperando que nos gobierne un hombre común lleno de sentido común porque, como decía Chesterton, el hombre común es el único a quien se le pueden confiar los asuntos comunes, es decir, los de todos. Piénsenlo, porque nos jugamos mucho.


Y como les dije entonces ocurre, además, que Mariano me cae simpático.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Mortis calavera

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(Artículo publicado el 1 de noviembre de 2011 -Día de Todos los Santos- en el diario La Opinión de Murcia)



Así están las cosas, empezando por la economía y terminando por la política, lo que hoy por hoy viene a ser lo mismo. Pensaba yo, iluso de mí, que la crisis económica se iba a arreglar sola a poco que los economistas la dejaran en paz, pero me equivoqué como se equivocó la paloma, porque los economistas no han aflojado la presa y la economía palidece y se arruga por momentos. No es que la economía no pudiera restablecerse ella misma, si por restablecerse entendiéramos que debía cambiar radicalmente el panorama de los dineros, el modelo de desarrollo, el tamaño del sector público, las empresas y la productividad, el juego sindical de la ruleta rusa, la redistribución de la riqueza y de las cargas y, muy especialmente, eso que se convino en llamar el estado del bienestar, una entelequia de los socialistas nórdico-europeos a la que pronto se sumaron entusiásticamente todos los socialistas sud-europeos y, lo que es aún peor, todos los partidos de la derecha europea, de modo que moros y cristianos, tirios y troyanos, todos nos asentamos en la quimérica creencia de que podíamos vivir eternamente como si fuéramos suecos, pero aportando a la cosa común como si fuéramos de Somalia.


Pues no, hija, no, los economistas y los políticos metidos a economistas no consienten que las cosas cambien para que la economía se arregle. El estado del bienestar ha naufragado y se va al fondo como una piedra. Hemos abandonado a la fuerza el modelo sueco, por cierto cinco años después de que lo abandonaran los propios suecos, pero nuestros gloriosos capitanes se han atado a la rueda del timón, eso sí, con todos nosotros dentro del barco. Si se detienen a pensar un poco tal vez descubran que realmente el estado del bienestar no existió nunca, como no existió nunca aquello de una sanidad universal y gratuita para todos y todas y como no ha existido nunca un pensión digna de viudedad o un sueldo para el ama de casa aunque solo fuera por reconocer su impagable aportación a la familia, incluso a la familia de los socialistas. Lo que tal vez descubramos es que, al socaire del estado del bienestar, es decir para evitar que la sanidad y la atención social se convirtiesen en actividades privadas sujetas a las reglas de los mercados, se puso en marcha un gran negocio de lo público, sujeto exclusivamente a la regla establecida por quienes hacen las reglas, según la cual la pérdida importa tan poco como la ganancia.


Hemos construido autopistas como las que pensábamos que tienen en Alemania, con una salida para cada pueblo y, en ocasiones, dos: Tobarra Norte y Tobarra Sur, por ejemplo, cuando en las autopistas alemanas que recorro todos los veranos, no sé si habrá otras autopistas alemanas, hay una salida cada veinte kilómetros. Hemos construido aeropuertos en mitad de la nada para veinte o treinta usuarios con boina, como pensábamos que los construyen en Estados Unidos, donde por cierto tal vez lo hagan. Hemos hecho hospitales, consultorios, juzgados, institutos y edificios públicos de mármol, acero y cristal, capaces cada uno de ellos de ganar veinte premios de diseño y arquitectura. Hemos vivido, no ya como suecos, sino como kuwaitíes. En ello estábamos cuando llegaron Piratas and Brothers y Morgan & Bucaneros, banqueros o eso decían, seguidos de Moodys & Joodys y de Standar & Forroplús, agencias de calificación de la deuda o eso dicen, y se acabó definitivamente el pastel.


Estamos en días de difuntos y, además de los que proceden, hay otros muchos muertos encima de la mesa. Demasiados muertos para tan poco vivo. Me pregunto por qué se le ocurriría al Inimputable convocar elecciones para el mes de los difuntos. Mira que hay meses en el año, once más si no me equivoco, y todos ellos con algún elemento de optimismo, que si la primavera, que si la Navidad, que si las flores, que si los melones… Debió ser porque pensó que este mes es bueno para las nostalgias y los velorios, para las calabazas y para el Jalogüín y, sobre todo, para hacer el Tenorio, porque tal vez de lo que se trate es de reproducir la gran farsa española por excelencia, en la que el derrotado triunfa y el burlador es burlado. Dentro de unos días habremos de elegir entre la opción divina de la muerte y la opción mortis calavera, dicho sea en tono lúgubre y entre alaridos de terror. Me van a perdonar si les digo que a mí, Rubalcaba más que Rajoy, qué quieren que les diga, me recuerda a aquel enterrador de las viejas películas del oeste que, vestido con su levita negra, aparecía antes del duelo con el metro de medir difuntos en la mano, es decir, a Rubalcaba lo veo más mortis calavera que divino de la muerte, tal vez porque formaba parte de ese gobierno que nos trajo entre otras lindezas muchas fosas reabiertas, muchos muertos removidos y cinco millones de almas en pena.


Lo yo les diga, mortis calavera.


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martes, 25 de octubre de 2011

Por ellos

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(Artículo publicado el 25 de octubre de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)








Les confieso que en aquellos años en que desempeñé varios cargos públicos pasé miedo por mí y por los míos. No soy un héroe, ni tampoco soy más valiente o más cobarde que tantos otros de mi propio partido y de otras formaciones políticas que tuvieron que soportar la amenaza del terrorismo. Yo, como muchos de ellos, dejé de llevar a mis hijos al colegio; me acostumbré a mirar debajo del coche antes de subir a él; si podía, lo estacionaba en los aparcamientos públicos delante de la garita del vigilante; cambié cada día la hora y el itinerario para ir al trabajo; aprendí a sentarme en los establecimientos públicos, en los restaurantes, de cara a la puerta y de espaldas a la pared; miraba con aprensión por encima del hombro cuando caminaba por la calle; me habitué a la presencia de escoltas, a la protección electrónica, a la llamada, por suerte poco frecuente pero no menos alarmante, del servicio de contra vigilancia. No tengo empacho en confesar que pasé miedo y que sufrí y lloré la pérdida de amigos y compañeros mientras sus asesinos brindaban con champán. Por cierto, con el mismo champán con el que brindan hoy y que algunos pretenden que les paguemos.


Conocí a Gregorio Ordóñez en Madrid. Corría el año 1994 y asistía en la sede del PP de la calle Génova a una reunión presidida por Mariano Rajoy entre representantes regionales del partido y la cúpula dirigente del sindicato CSIF. Gregorio estaba sentado a mi derecha. Los dirigentes del PP del País Vasco tenían algo especial, una especie de aura de mártir, como los primeros cristianos. Hacía falta mucho valor para ser públicamente afiliado del PP en el País Vasco y mucho más para ser concejal en San Sebastián. A pesar de eso, Gregorio, con su pelo de pincho, no dejaba nunca de sonreír y de expresarse con el buen humor que le era característico.


A Gregorio Ordóñez lo mataron de un tiro en la nuca en febrero de 1998 cuando, tras una reunión de trabajo, estaba tomando un chiquito con algunos compañeros del grupo municipal del PP, entre ellos María San Gil, en una taberna de San Sebastián. Gregorio, concejal y teniente de Alcalde de San Sebastián, no pudo ser alcalde, que tal vez lo hubiera sido. Antes de eso lo mataron los mismos que hoy dan su apoyo al alcalde de izquierda abertzale.


Conocí a Manolo Jiménez Abad en 1995 en el transcurso de una reunión de Consejeros de Presidencia en Santiago de Compostela. Conservo una foto en la que Manolo, Domingo Bello Janeiro (responsable de la Función Pública de la Xunta) y yo mismo, pertrechados con nuestras carteras llenas de documentos, intentábamos seguir a la carrera por un pasillo del complejo de San Caetano a un Manuel Fraga que, aunque ya anadeaba, lo hacía a una velocidad supersónica. Coincidí muchas veces con Manolo en las sesiones del Congreso de Poderes Locales y Regionales del Consejo de Europa en Estrasburgo, en la sede del PP en la calle Génova, y en las reuniones en los ministerios cuyas materias eran propias de nuestra respectivas consejerías, sobre todo en Administraciones Públicas que entonces dirigía Mariano Rajoy. Manolo, Emilio del Valle (Consejero de Cantabria), José Ramón García Cañal (Consejero del Principado de Asturias) y yo mismo, no sólo formábamos en las reuniones el grupo de zapadores del PP, sino que compartimos juntos muchos momentos de sincera amistad.


A Manolo Jiménez Abad lo mató un asesino de ETA de un tiro en la cabeza cuando el 6 de mayo de 2001 se dirigía en compañía de su hijo de diez años a presenciar un partido del Real Zaragoza en la Romareda. En mi memoria, procuro que la foto de Galicia no deje sitio a la imagen que reprodujeron todos los diarios del cadáver de Manolo tirado en una acera sobre los restos ensangrentados de su propio cerebro. Fue la misma ETA, en cuyos planes de paz no entran la entrega de las armas ni la de los asesinos.


El 3 de octubre de 1998 asistí en sustitución de Ramón Luis Valcárcel a una reunión de Presidentes de Comunidades Autónomas gobernadas por el PP en apoyo de la Constitución Española, que se celebró en el Palacio de Miramar de San Sebastián. Fui con un compañero de partido, Jesús López, en su coche particular. Antes de la reunión participé en una sesión de la Junta Directiva del PP del País Vasco presidida por Carlos Iturgáiz. Si antes, cuando escribí de Gregorio Ordóñez, dije que los dirigentes del PP en el País Vasco poseían una aureola como las de los primeros mártires cristianos, lo hice pensando no sólo en Gregorio sino en los veintitantos miembros de aquella Junta Directiva. Veintitantos..., cuando la Junta Directiva del PP en Murcia la integrábamos casi doscientas personas. Muchos de ellos eran familiares de asesinados por ETA o directamente víctimas de ETA. Allí estaban también Ana Iríbar, la viuda de Gregorio Ordóñez, y el hijo mayor de Manuel Zamarreño, el concejal de Rentería asesinado apenas quince días antes, y amigos y familiares de José Luis Caso, antecesor de Zamarreño y asesinado como éste por ETA, y de José Ignacio Iruretagoyena, concejal en Zaráuz, también asesinado por ETA. Aquel día, María del Mar Blanco, la hermana de Miguel Angel, asesinado en aquella tarde cruel de julio de 1997, estaba en Albacete en un acto en recuerdo de su hermano. Formaban un grupo muy pequeño y desparejado. Algunos vestían con el luto fresco de una muerte, pero todos parecían extrañamente animados por una fuerza que los hacía diferentes. Sorprendentemente, todos sonreían.


Cuando volvíamos a Murcia, lo hicimos casi en silencio, sin poner la radio, con la mirada brillante puesta en la carretera y en el paisaje del País Vasco atormentado.


             Por todos ellos, por todos los que han sufrido y siguen sufriendo el terror desatado por los asesinos de ETA.


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viernes, 21 de octubre de 2011

Que los zurzan

Ni una sola palabra de disculpa por las ochocientas cincuenta y ocho personas asesinadas. Ni un solo recuerdo para ellos. Ni un ápice de pena. Ni una miaja de compasión. Ni un gramo de arrepentimiento por matar a tantos hombres, mujeres y niños en lo que han llamado en su declaración “la crudeza de la lucha”. Tan sólo un homenaje escalofriante a los asesinos que “la lucha” se ha llevado para siempre, a los que están “sufriendo la cárcel o el exilio”, eso sí, con un exquisito respeto por el lenguaje de género: los “compañeros y compañeras”, “ellos y ellas”. Los asesinos y asesinas de ETA. Que los zurzan.



Ni una palabra de rendición, de disolución, de entrega de las armas, de entrega de criminales convictos y confesos, de colaboración con la justicia, de condena del terrorismo y de la violencia. Que los zurzan.



A cambio, mucho triunfalismo del más barato y del más cursi: “es tiempo de mirar al futuro con esperanza”, “se está abriendo un nuevo tiempo político”, “estamos ante una oportunidad histórica para dar una solución justa y democrática al secular conflicto político”, “frente a la violencia y la represión, el diálogo y el acuerdo deben caracterizar el nuevo ciclo”. Mucha soberbia de perdonavidas tabernario: es ETA la que “ha decidido el cese definitivo de la actividad armada”, es ETA la que muestra su “compromiso claro, firme y definitivo”. Mucho lenguaje pervertido que transforma el terrorismo en “conflicto secular”, el asesinato en “confrontación armada”, la lucha antiterrorista en “violencia y represión”. Que los zurzan.



Aún queda sitio para las amenazas: “En adelante, el camino tampoco será fácil”. Se les nota el bulto bajo el sobaco cuando avisan de que “ante la imposición que aún perdura, cada paso, cada logro, será fruto del esfuerzo y de la lucha de la ciudadanía vasca”. Imponen sus condiciones porque así son ellos de chulos y así lo han querido quienes podían quererlo: “ETA hace un llamamiento a los gobiernos de España y Francia para abrir un proceso de diálogo directo”. Con un par. Que los zurzan.



Mientras, los que han diseñado el engaño se frotan las manos y se llenan los bolsillos. A muchos otros se les llena la boca de declaraciones emocionadas sin que nadie haya entregado una pistola, sin que un solo terrorista se haya entregado en la comisaría más próxima, y sin que ETA, la organización de los asesinos [y asesinas], se haya disuelto. “Es una victoria de la democracia”, dice el Inimputable, “una gran victoria de la democracia”, apostilla el sucesor del Inimputable a título de dedo. Que los zurzan.



Atrás quedan como si nunca hubieran existido Gregorio Ordóñez, Manolo Jiménez Abad, Alberto Jiménez Becerril y su mujer, Miguel Angel Blanco y tantos otros. Algunos se alegran porque creen sinceramente que olvidándolos a todos, a los muertos, a sus cónyuges, a sus padres y a sus hijos, ya no habrá más muertos. Les compadezco. Otros, en cambio, se alegran de olvidarlos. A éstos que los zurzan.



Sin embargo, todo esto no es lo peor. Lo peor de todo es la venenosa convicción de que cincuenta años de asesinatos, de extorsión, de secuestros, de robos, de terrorismo, de violencia y de dolor han servido finalmente para algo: “La lucha de largos años ha creado esta oportunidad”. Es el sabor de boca más amargo, la vergüenza más oscura, la decepción más profunda, la derrota más triste.



Que los zurzan.

martes, 18 de octubre de 2011

Oh Cáritas

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(Artículo publicado el 18 de octubre de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)






Es el título de una extraña canción compuesta e interpretada en latín por el músico británico Cat Stevens a comienzos de los setenta. Muchos de ustedes recordarán al autor de Father And Son, Wild World, Morning Has Broken o Moonshadow, que se convertió al Islam en 1978. Hoy, Yusuf Islam ha vuelto a componer e interpretar canciones pero, más que por su música, el cantante musulmán es reconocido en todo el mundo por su labor humanitaria en favor de los más necesitados, a la que ha dedicado su fortuna y a la que destina la recaudación de sus discos y conciertos.


Oh Caritas fue una canción extraña en su tiempo y hoy, casi cuarenta años depués, continúa siendo una extraña canción:



Hunc ornatum mundi nolo perdere


Video flagrare omnia res


Audio clamare homines…


(No quiero perder la armonía del universo


Veo todas la cosas ardiendo


Oigo a todos los hombres clamando…)



Nunc extinguitur Mundi et astrorum lumen


Nunc concipitur mali hominis crimen


Tristitate et lacrimis gravis est dolor


De terraquae maribus magnus est clamor…


(Ahora se extingue la luz del Mundo y de los astros


Ahora los hombres malvados conciben crímenes


Tristeza y lágrimas, grave es su dolor


Grande es el clamor de la tierra y de los mares…)



Oh Caritas, Oh Caritas, Nobis semper sit amor…


(Oh Amor, Oh Amor, el amor está siempre con nosotros…)



Cáritas es también la denominación de la confederación de entidades de caridad y acción social de la Iglesia Católica. Casualmente ha caído en mis manos la Memoria de 2010 de Cáritas Española, en la que proclama que su misión es ser Iglesia pobre para los pobres. Decía Santo Tomás de Aquino, de quien Chesterton escribió la que tal vez sea su mejor biografía, que la misericordia es “la tristeza del mal ajeno, pero en cuanto se estima como propio”. El Papa Benedicto XVI señala en Deus Caritas Est, su primera Carta Encíclica, que Cáritas es “el ejercicio del Amor por parte de la Iglesia”. Amar a tu prójimo como a ti mismo: dar de comer al hambriento y de beber al sediento, vestir al desnudo, consolar al afligido…. En su encíclica Benedicto XVI escribió que ”se ha de recordar de modo particular la gran parábola del Juicio Final, en el cual el amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana. Jesús se identifica con los pobres: los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos o encarcelados: «Cada vez que los hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis»”.


En España hay seis mil Cáritas parroquiales y sesenta y ocho Cáritas diocesanas que cuentan con la colaboración de 62.000 voluntarios, de ellos 1.100 en la Región de Murcia. En 2010 fueron atendidos casi seis millones y medio de personas con un presupuesto de doscientos cuarenta y siete millones de euros. Más de ciento sesenta millones procedieron de aportaciones privadas, incluidos los casi diez millones de euros aportados por los propios destinatarios de las ayudas. Ayudas a la infancia más abandonada, a la juventud más apremiada, a los mayores más desvalidos, a los enfermos que más rechazo social generan, a los inmigrantes solos e incomunicados, a las personas sin hogar, a los reclusos y ex reclusos sin apenas futuro, a los que pasan hambre y a los que no tienen con qué abrigarse o dónde cobijarse.


Hoy los comedores sociales de Cáritas en Murcia no dan abasto. Son muchos los que se acercan cada día para conseguir algo de comida que llevar a su casa. Ya no son únicamente los transeúntes sin trabajo o los mendigos venidos de lejos. Se trata cada vez más de hombres y mujeres de aquí, que hasta hace muy poco tenían un trabajo y una casa y que ya no pueden alimentar a sus hijos. Se trata de muchos que lo han perdido casi todo, excepto la dignidad. Tal vez por ello, por la dignidad que aún poseen quienes están necesitados, fue que el propio Benedicto XVI escribió en su primera encíclica que “se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial”.


El Papa rubrica su encíclica con unas palabras que no dejan de recordarme la canción que escribió en latín Cat Stevens: “El amor es una luz –en el fondo la única- que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y para actuar. El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a ésto quisiera invitar con esta Encíclica”.


El Islam y el Catolicismo, tan lejos y, sin embargo, tan cerca.


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martes, 11 de octubre de 2011

Dale a tu cuerpo alegría, Macarena

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(Artículo publicado el 11 de octubre de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)




Estos chicos no pierden el tiempo, el poco que les queda, en su intento de dejarle al que venga un país con más trampas que una película de chinos. Aunque ya sabíamos de ese cliché socialista empeñado en transformar a las fuerzas armadas en un clon de las chicas de la Cruz Roja, ya saben: “Mi familia se escandalizó cuando les dije que quería ser militar. Hoy estoy orgullosa de que mi hija sea médico militar...”, el Gobierno de Zapatero, que parece haber pasado del “Yankees Go Home” al “Yankees come home”, ha incorporado la base militar de Rota y dos huevos duros al escudo antimisiles de la OTAN, aquel engendro perverso de los odiados Reagan y Bush. Si el que viene a gobernarnos es Rubalcaba, no hay problema, pues en el ideario de aquella izquierda del traje de pana que ha desempolvado debe figurar sin duda la vieja idea de sacar a España de la OTAN. Pero si el que llega a La Moncloa es Mariano, les puedo asegurar que cada vez que aparezca en el horizonte de Cádiz la silueta de un barco americano, aunque venga a los Carnavales en plan de Chirigotas, los del “No a la guerra”, que tan calladitos están ahora, le van a armar al gobierno del PP un Dos de Mayo. O un Trés.


―Hablando de clichés socialistas, lo que no me podía imaginar yo era que la Conjura de lo Estúpidamente Correcto tratara de convertir a las Fuerzas de Seguridad en Cupidos y Celestinas. Ay, si Corín Tellado levantara la cabeza―. Ignatius, ya saben ustedes, mi asesor en materia de giros copernicanos, asomó la cabezota por encima de mi hombro, cubierta con su espantosa gorra de orejeras que había rescatado del fondo del armario ropero ante la mera insinuación del hombre del tiempo (que para más inri se apellida Brasero) de que el otoño había llegado. ―Ahí tienes a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad persiguiendo a los matrimonios celebrados por razones diferentes al amor, como si los matrimonios de conveniencia fueran algo nuevo. Ahí tienes los comúnmente llamados "braguetazos", los apaños en la tercera edad, los matrimonios “de Estado", los concertados para disimular el bombo de la niña o para que el niño siente la cabeza; los matrimonios por razones "patrimoniales", el matrimonio orquestado para lograr alianzas políticas, fusiones bancarias, uniones de empresas..


―Para el carro, Ignatius ―le dije, renunciando a seguir escribiendo hasta que no lograra convencer a mi lúcido asesor de que se fuera a El Corte Inglés a comprar un afinador de trompetas. ―Aclárame en qué consiste eso de que quieren convertir a los policías en Cupidos.


―¿Acaso ignoras que han detenido a varias personas acusadas de celebrar matrimonios con el único motivo de conseguir la nacionalidad española? ―exclamó Ignatius―. La información aludía a que esos matrimonios no se habían celebrado por amor, por lo que deduzco que ése era el verdadero motivo de las detenciones, pues lo de la obtención de la nacionalidad en un país en el que hasta hace poco el propio gobierno pedía papeles para todos con gran enfado de Europa entera, constituye únicamente una excusa para disfrazar su auténtico objetivo: recuperar el amor como causa única del matrimonio y erradicar todos los matrimonios fraudulentos. Aunque ahora que lo pienso, tengo el pálpito de que, bien orientada y mejor dirigida, esa idea podría relanzar nuestra maltrecha economía y generar enormes inversiones, ya que obligará a repetir millones de bodas y divorcios, por no hablar de los consiguientes bautizos y primeras comuniones. Habría que reconvertirlos todos en matrimonios por amor. A eso se debe sin duda la repercusión que se ha dado al reciente matrimonio de la Duquesa de Alba que, desde hoy, comparte mis devociones con la Santa Monja Rosvita, aquella mujer ejemplar del Medioevo. Frente al matrimonio de conveniencia, ahí tenemos ese matrimonio de excelencia y de aristocrática obsolescencia, aplaudido por el pueblo llano, dale a tu cuerpo alegría, Macarena, y hasta por el cura que los casó, pasando por la Diputación de la Grandeza de España en pleno. Habría que perseguir también los matrimonios de convergencia, los de connivencia, los de supervivencia, los de emergencia, los de excedencia, los de urgencia, los de impaciencia, los de comparecencia, los de insolencia, los de excrecencia, los de flatulencia, los de precedencia, los de litispendencia,…


En ese momento fui yo el que se fue en busca del afinador de trompetas.


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martes, 4 de octubre de 2011

Azul profundo

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(Artículo publicado el 4 de octubre de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)






Hay un poema titulado O Infante que es para mí una de las poesías más hermosas que han sido escritas. Forma parte de Mensagem, el libro más conocido del poeta portugués Fernando Pessoa cuya figura, tocada de sombrero y envuelta en una gabardina agitada por el viento cuyas solapas apenas dejaban entrever la corbata negra de pajarita, parecía más bien la de un personaje dibujado por Hergé para acompañar en sus aventuras a Tintín. Mensagem fue también el único libro publicado en vida de su autor. Pessoa es el poeta de los heterónimos, que es como se denomina a las personalidades completas y complejas que creó para dar vida a voces, pensamientos y concepciones diferentes, más allá del mero pseudónimo.


Les cuento esto porque fue este verano pasado cuando, en un viaje a Portugal y siguiendo mi vieja costumbre de hacerme con un libro usado como recuerdo de cada ciudad que visito −un libro comprado por poco dinero en una librería de viejo, les aclaro−, me regalé en Lisboa una sencilla edición en rústica de Mensagem. Al leer O Infante comprobé que ya lo conocía desde hacía años, pues se lo había oído cantar muchas veces a Dulce Pontes en su disco O primeiro canto. Tal vez fuera este poema el que me indujo a emplear la figura del azul profundo para definir el mar que contemplaba a diario el farero de mi artículo anterior, aquel farero que quise ser y que no fui.


Es muy posible que mi lector malasombra, fiel a su costumbre de ir equivocadamente al grano, desprecie cuanto escribo hoy por considerarlo ocioso y prescindible. Sin duda se preguntará, algo amostazado, de qué cojines estoy escribiendo. Y yo, complaciente, le respondo gustoso y agradecido por darme ocasión de explicarme que lo estoy haciendo de aquéllo que considero el elemento más importante de un escrito: la palabra. En el proceso de la escritura (dejaré que sea otro el que lo llame arte de escribir), nada es casual. Un sí o un no, un aquél o un éste, un cómo o un por qué, responden en definitiva a las vivencias de quien escribe, a sus lecturas previas, a sus conceptos, a sus tiempos y a sus deleites. Escribir es casi una consecuencia de todo ello. Incluso el hecho de que hoy escriba acerca de libros y escrituras no es más que un efecto del otoño, de este tiempo de libros y de hojas desprendidas, que aletean como queriendo lenvantar el vuelto sin conseguirlo.


Por ello, en honor del libro, de todos los libros, les regalo el poema de aquella persona (pessoa) hecha de personas diferentes: O Infante, de Fernando Pessoa.


Deus quer, o homem sonha, a obra nasce.


Deus quis que a terra fosse toda uma,


Que o mar unisse, já nâo separasse


Sagrou-te e foste desvedando a espuma


E a orla branca foi


De ilha em continente


Clareou, correndo, até o fim do mundo


E viu-se a terra inteira, de repente


Surgir, redonda, do azul profundo

Quem te sagrou criou-te português


Do mar e nós em ti nos deu sinal.


Cumpriu-se o Mar, e o Império se desfez.


Senhor, falta cumprir-se Porrtugal!


Dios quiere, el hombre sueña, la obra nace.


Dios quiso que la tierra fuese toda una,


que el mar uniese, ya no separase.


Te consagró, y fuiste develando la espuma,


y la orla blanca fue de isla en continente,


clareó, corriendo, hasta el fin del mundo,


y vióse la tierra entera, de repente,


surgir, redonda, del azul profundo.


Quien te consagró te creó portugués.


Del mar y de nosotros en tí nos dio señal.


Cumplióse el Mar, y el Imperio se deshizo.


¡Señor, falta por cumplirse Portugal!


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martes, 27 de septiembre de 2011

Supervisor de nubes

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(Artículo publicado el 27 de septiembre de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)







En mi infancia todos los niños soñaban con ser futbolistas o astronautas. Incluso quedaba algún castizo que quería ser torero. Pero yo quería ser farero, vaya usted a saber por qué, aunque tal vez fuera a causa de una novela romántica, cuyo título no recuerdo, que le cogí a una tía mía y leí a escondidas. En mi juventud ser farero, o torrero de faro que es como el oficio se llamaba de antiguo, era lo más parecido a ser supervisor de nubes. Encumbrado en lo alto del faro, pensaba yo, el farero veía pasar lentamente por la línea del horizonte los barcos alertados por la luz intermitente, tal y como pasan las nubes por la llanura del cielo. Tal vez fuera ésa, la obligación de mantener la luz del faro encendida, la única diferencia con el empleo de supervisor de nubes.




Los fareros de entonces, pensaba yo, sólo necesitaban del auxilio de un par de libros, una pipa y una botella de buen güisqui. Qué espanto eso de españolizar ciertas palabras foráneas. Ya me he acostumbrado a váter y a fútbol, pero me resisto a hacerlo con güisqui y con beicon, de manera que la botella del farero era de buen whisky de Islay. Así está mejor.




Ya sé, ya sé, querido y felizmente reencontrado lector malasombra, que hace casi cincuenta años la función del farero era algo más complicada de lo que les cuento, que ya entonces un farero manejaba el teléfono, la radio y el radar y que los partes meteorológicos que recibía por teletipo o algo así habían reemplazado a su sentido del olfato, la vieja experiencia marinera, a la hora de detectar el mal tiempo y las galernas. Pero yo soñaba con ser farero a la antigua y era justamente en las tormentas, en mitad de la noche y en el fragor de la turbonada, cuando el solitario oficio de farero se revelaba como algo muy especial: nadie, excepto tú y la fuerza del mar, sólo tú y el infinito.




En mi imaginación el farero vestía de manera propia. Pantalón de loneta, pullover de lana cruda y chaquetón azul marino. Una gorra vieja de marinero y, en las frías noches de invierno, un ajustado gorro de lana. Porque el farero, incluso el farero mediterráneo, era siempre en mi pensamiento de mares fríos e invernales, de costas rocosas y solitarias, de azules oscuros y profundos. En las noches tormentosas el farero se cubría con su impermeable amarillo de capucha, regalo tal vez de una mujer agradecida o de una novia olvidada con la que nunca llegó a casarse, pues el alma del farero como la del payaso, pensaba yo, había de ocultar un dolor profundo y antiguo.




Detrás del faro, en una pequeña ensenada resguardada del viento y de las olas, una barca tumbada boca abajo en la roca, protegiendo en su vientre las redes y el ancla, aguardaba la llegada del buen tiempo. Luego, en las tardes de calma, el farero se llegaría a la taberna del puerto cercano y allí, envuelto en el humo de su pipa, escucharía las viejas historias que contaran marineros viejos.




Cuando ya de joven pude haberlo sido, descubrí que ser farero ya no era aquello en lo que había soñado. La técnica y la electrónica habían sustituido al hombre solitario, y el radiofaro y las balizas al haz de luz blanca. Hasta los fareros habían dejado de habitar los faros, que ya afrontaban en solitario las noches de tormenta. Retirados del servicio, les decían. De modo que no fui farero y todo quedó en un sueño de infancia.




Tampoco lo será quien fingió soñar con ser supervisor de nubes. Para ser supervisor de nubes es preciso, cierto, ser soñador, pero para ser esto último no basta con tener sueños. Es preciso que los sueños no sean pesadillas. No puede ser supervisor de nubes quien las emponzoña con el humo negro de la eutanasia, del aborto, del enfrentamiento fratricida y de la mentira. Tal vez se creyera un soñador pero no lo era. Había encontrado la greguería de Gómez de la Serna en sabidurías.com y la copió en su penúltimo discurso: El mejor destino que hay es el de supervisor de nubes, acostado en una hamaca mirando al cielo. Y, fingiendo ser soñador, tuvo el cinismo de pronunciarla en voz alta ante quienes representan a los cinco millones de trabajadores condenados, ellos sí, a ser supervisores de nubes por falta de trabajo. No, no puede ser supervisor de nubes el cínico, el malintencionado y el perverso.




Me malicio que el único sueño que ha alcanzado Zapatero es, gracias a la Ley o porque la Ley es así de graciosa que decía el chiste de Franco, el de tumbarse a los cincuenta y un años en la hamaca de la jugosa pensión vitalicia de un ex presidente de gobierno. No hay honor ni grandeza en el mutis de Zapatero.




Qué lástima que no hubiera consumado su triste sueño a los veinte años. Lo que nos habríamos ahorrado todos.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Ignatius versus Alfredo

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(Artículo publicado el 13 de septiembre de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)







Mi médico de cabecera me ha hecho dos recomendaciones saludables. Una, que embalsame a Rubalcaba, literariamente hablando, se entiende, y lo guarde hasta nueva orden en la parte de abajo del frigorífico. Otra que desempolve a Ignatius y lo siente de nuevo en su sillón orejero, con licencia para enderezar la crisis económica y demás entuertos que nos acongojan. Afirma el galeno que los fantasmas desaparecen si eres capaz de reírte de ellos. No sé si voy a poder cumplir a rajatabla sus indicaciones, que es como se deberían cumplir todas las admoniciones médicas, porque no hay día en que el candidato socialista deje de obsequiarme con algún rubalcabazo capaz de anular el resto de mis inspiraciones literarias.




Créanme si les digo que lo he intentado. Hoy por ejemplo, he procurado con todas mis fuerzas no escribir de las cosas de Rubalcaba y, entonces, cuando ya casi lo había logrado y llevaba escritas siete líneas de un precioso artículo sobre la presencia de Ignatius en la Romería de la Virgen, portado a hombros por un grupo de romeros de color, o sea de afrohispanos, diría yo, al que han confundido con la representación carnal del salzillesco paso de la Última Cena, entonces, digo, ha aparecido Rubalcaba con su impuesto solo para ricos. Y ha vuelto a asomar con su propuesta de un sueldo para los estudiantes cuando, retomando el hilo de mi artículo a base de fuerza de voluntad y autodisciplina, estaba a punto de describir el estrambótico periplo serrano en el que Ignatius y su trompeta asumían un papel estelar. Y lo mismo ha ocurrido cuando pretendía llevar al papel, negro sobre blanco, el martirio al que se habían visto sometidos los socorristas de los servicios sanitarios de la romería a manos de un Ignatius que había devorado previamente varias tortillas de patatas, un cubo de ensalada murciana, una docena y media de pasteles de carne y dos fiambreras de conejo frito con tomate y a quien, lógicamente, se le había cerrado la válvula pilórica, aunque Ignatius lo achacaba a que la organización de la Romería, acertadamente pienso yo, le había impedido interpretar con su trompeta el Himno a la Virgen de la Fuensanta. Y, por supuesto, reapareció Rubalcaba con su sonrisa inocente cuando había encarado la recta final del artículo, en la que a Ignatius se le abrían simultáneamente todas las válvulas de su cuerpo antes de poder introducir su oronda humanidad en una de esas letrinas del tamaño de una caja de zapatos. Cuando todos estos acontecimientos estaban a punto de ver la luz en la pantalla de mi ordenador, entonces apareció Rubalcaba al volante de su utilitario rojo de segunda mano (sólo le falta un ligero tuneado, un pequeño alerón aerodinámico o unos tapacubos de hojalata simulando llantas de aluminio, para compartir un lugar en la historia junto al Meyba de Fraga, el peinado de Iñaqui Anasagasti, el jersey de cremallera de Marcelino Camacho, el peluquín de Santiago Carrillo y las cejas picudas de Zapatero) y se lanzó a la piscina medio vacía de la demagogia. Ahí feneció mi inspiración ignaciana.




Pero no he de cejar en mi empeño. Por mi salud y por la de ustedes, y también porque Ignatius me ha proporcionado lo que puede ser sin duda el principio de una buena amistad con un puñado de artículos nuevos. Verán. Ignatius ha decidido crear una fundación que aún no ha bautizado pero de la que sí tiene clara su finalidad. La Fundación habrá de acometer ciertas tareas ciudadanas pendientes de realizar, lo que según Ignatius atenta contra el Buen Gusto y la Prosodia, sin acobardarse porque dichas tarea puedan ser tachadas de irreverentes por la Conjura de lo Políticamente Correcto. Por ejemplo, Ignatius quiere impulsar una iniciativa ciudadana que consiga el hermanamiento entre la Sardina del río Segura, pendiente, por cierto, de bautizar, y Nessie, el monstruo del lago Ness. Quiere que el pedestal sin cabeza (desde que la robaron) que adorna uno de nuestros jardines se convierta en el Monumento al Homenajeado Desconocido, al que todos los años, en fecha señalada, se le recuerde en una sentida ceremonia poblada de bellos discursos. Quiere que el solar que antes ocupaba el edificio de La Oca en la calle Trapería sea convertido en un jardín memorial, el Jardín de las Victimas de la Crisis Bancaria. Quiere que todas las fiestas y tradiciones que aún quedan vírgenes y toda manifestación popular que se precie, incluidas las de los Indignados, se sardinifiquen definitivamente, esto es, que se conviertan en una especie de edición reducida de La Madre De Todas las Fiestas Murcianas, el Entierro de la Sardina, con sus charangas y sus desfiles callejeros repartiendo todo tipo de objetos y pegatetinas, digo pegatinas, como ha ocurrido ya con los Moros y Cristianos, con la Cabalgata de los Reyes Magos y con la mayoría de las Procesiones de Semana Santa.




Como decía un poeta amigo mío, al que por cierto hace tiempo que no veo, Ignatius nos promete luctuosas efemérides. A Dios gracias.

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