miércoles, 24 de febrero de 2010

Otro Cristo

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(Artículo publicado el 23 de febrero de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)



Con ocasión de mi artículo anterior, titulado “La de dios es cristo” y dedicado a los nuevos intentos de retirar el Cristo de Monteagudo, el abogado José Luis Mazón, a quien por cierto no conozco personalmente, envió un comentario a la edición digital de este diario que no pude contestar por aquello del desencuentro que mantengo con las cosas de la informática y las nuevas tecnologías ¡Qué tiempos aquéllos en los que los teléfonos móviles tenían alas, zureaban y, si fallaban, te los podías comer a la cazuela! Del comentario, en el que Mazón me explicaba que la idea no procedía de conjura alguna, sino que se trataba de una decisión personal a partir de una reflexión sobre la desaparición de los crucifijos en clase, diré que me agradó su tono respetuoso y hasta afable, lo que dice bastante del remitente. Es muy posible que, a pesar de tener pareceres diferentes o, tal vez por ello, una conversación con Mazón sea más gratificante que la lectura de las obras completas de algunos conmilitones que yo me sé.


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No obstante las buenas maneras, sigo condenando los intentos de despoblar el paisaje de imágenes religiosas. Y en prueba de ello, les obsequio con una carta que alguien me envió este invierno por email y que, sorprendentemente, fui capaz de abrir a la primera. Dicen que la escribió un tal Santiago Varela y que la dirigió al Congreso de los Diputados:
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Ilustrísimos Sres/as Diputado/as:
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Soy profesor en un centro público y me dirijo a sus Ilustrísimas para comunicarles que procederé inmediatamente a la retirada del crucifijo tanto en el aula como en mi despacho. No esperaré a que me obligue la futura Ley de Libertad Religiosa que prepara el Gobierno ¿Cómo hemos podido tardar tanto en darnos cuenta de que estamos en un Estado aconfesional y ninguna religión tiene carácter oficial? ¡Debemos avergonzarnos del daño que hemos podido causar por mantener ese símbolo tan insultante en nuestros espacios públicos! ¡Y cuánta falta de respeto y de sensibilidad democrática hacia los ciudadanos que no profesan tal religión!


Es imperdonable haber mantenido públicamente el símbolo de ese personaje judío que mereció tal muerte por denunciar la corrupción de los poderes políticos y religiosos de su época, por oponerse a la opresión y a los abusos que los gobernantes imponían al pueblo, por andar con prostitutas, ladrones e ilegales, aquel individuo que entregó su vida hasta el sacrificio en la cruz por andar defendiendo la libertad, la dignidad y la igualdad de todos los seres humanos.






No tardaré ni un minuto más en retirar el crucifijo por el que muchos millones de personas han entregado su vida. Retiraré el crucifijo porque no quiero seguir siendo responsable de que los alumnos y ciudadanos que lo vean descubran los valores de entrega, radicalidad, esfuerzo, amor y solidaridad que expresa ese judío colgado de la cruz, con los brazos abiertos en señal de acogida y de perdón. Quitaré el crucifijo, no sea que quien lo vea caiga en la cuenta que hoy sigue habiendo muchos crucificados por las mismas causas, a los que sí habría que retirar de sus cruces. Quitaré el crucifijo, pues no quiero que mis alumnos piensen que entregar la propia vida por los demás es el valor más sublime.




En su lugar, ilustrísimas señorías, he pensando poner un preservativo, o un blister de píldoras del día después o una cureta cruzada con un fórceps con el que se provoca la interrupción del embarazo, cualquiera de ellos representaría perfectamente el valor supremo de la libertad. Pero pensándolo mejor, no sería buena idea, porque no todos lo entenderían y además no queda nada estético colocar un condón junto a la foto del Borbón.
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Por ello he decidido sustituir el crucifijo por una Obra de Arte, de esas que nuestros artistas universales han producido y que están expuestas en los Museos de todo el mundo para que sean apreciadas por millones de ciudadanos. Una obra de arte no debe escandalizar ni provocar ningún perjuicio en las convicciones íntimas de quien la admira. He pensado en artistas como el genial Salvador Dalí, paisano de los de ERC, o en Mariano Benlliure, paisano de la Sra. Pajín, aunque me tienta poner a mis dos artistas favoritos, uno extremeño, Zurbarán; y otro como yo, andaluz, el universal Velázquez.

Y, como sería de gran ayuda que me ayudasen a decidirme, les envío mis preferencias en el archivo adjunto.




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El archivo que adjuntaba a la carta contenía las imágenes que ilustran este artículo. De nada, jóvenes.






jueves, 18 de febrero de 2010

La de dios es cristo

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(Artículo publicado el 16 de febrero de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)



Pues sí. Cuando la Conjura de lo Políticamente correcto no está montando un belén, está desmontando un Cristo. Y es que estos chicos de la izquierda no descansan y, con el mismo afán con que defienden la conservación de cuatro ladrillos de adobe por el simple hecho de que son restos de la morería, agarran la piqueta y la emprenden a golpes con Santiago Matamoros precisamente por lo mismo. Ya saben que lo suyo es la ruina por la ruina.


No me creo yo que esto del Cristo de Monteagudo sea cosa de uno, por muchas ganas de notoriedad que tenga. La cosa viene de lejos, pues ya son años los que lleva la izquierda queriendo hacer un parque arqueológico en Monteagudo y, de paso, como el que no quiere la cosa y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, eliminar el Corcovado huertano que tanto les pone de los nervios. El Sagrado Corazón de Monteagudo es un símbolo odiado por la Conjura, el segundo, por cierto, pues el primer Cristo de Monteagudo fue destruido durante la guerra civil. Imaginen lo que debe ser para la muchachada de izquierdas amanecer todos los días por la mañana, volver la vista al levante, o sea, en dirección a la Meca, y encontrarse al Cristo con los brazos abiertos, como perdonándoles por los pecados cometidos, a ellos que son ateos por la gracia de Dios; al Cristo, digo, erguido en lo alto de un castillo moro y puesto allí hace cincuenta años por Franco, aquel hombre.


La iniciativa del abogado Mazón (a quien ya le han construido leyenda para el escudo de armas, “a Dios rogando y con el mazón dando”) es de armas tomar, no se crean. No se crean, digo, que con dos aspavientos en la prensa local y con una concentración medio católica, medio huertana, en la Plaza de Belluga, van a lograr detener a este desfacedor de entuertos, porque ni se trata sólo de él, ni la contienda se va a plantear aquí, a la orilla del azarbe. La Conjura en pleno llevaba tiempo afinando la puntería y cargando el trabuco con munición arqueológica. Se trata de eliminar, según afirman, un agravio arqueológico realizado por Franco, aquel hombre, en las carnes de nuestro patrimonio monumental, entiéndase por tal única y exclusivamente el dejado por las huestes de Mahoma. Y para ello se acogen a las leyes de protección del patrimonio arqueológico que, como los preservativos de última generación, se adaptan a todos los tamaños y formas. Pero no sólo las leyes murcianas y españolas, sino la europeas. La batalla, señores, no se ganará o perderá, sino en Estrasburgo, en aquellos tribunales que no entienden del sentimiento lugareño de Monteagudo, del Cabezo o de El Esparragal, y resolverán los mismos jueces europeos que ya han resuelto la proscripción de los crucifijos en clase, los mismos que eliminaron cualquier referencia a las raíces cristianas en aquel bodrio conocido como Constitución Europea.


Y todo esto pudiera ocurrir con la complacencia políticamente correcta de la derecha, por llamarla de alguna manera. Pierdan toda esperanza, la derecha descafeinada no defenderá al Cristo de Monteagudo si con ello se sale del marco de lo políticamente correcto. Y me sospecho que defender una seña del catolicismo en contra del laicismo rampante no sea muy correcto políticamente hablando, que hablando se entiende la gente. Como tampoco lo sea defender un monumento que mandó construir Franco, ese hombre, ese hombre que, después de muerto y precisamente por ello, puede convertir en delincuente al juez Garzón.


Si quieren salvar de la piqueta al Cristo de Montegaudo háganme caso y déjense de rogativas y alharacas, busquen un buen abogado con experiencia europea y pónganse en manos de un lobby que sepa manejar los hilos en los foros judiciales europeos, pues es allí donde se va a ganar o se va a perder la batalla de Monteagudo.


Nada que ver con el Castillejo ni con el paparajote.


Háganme caso.



martes, 9 de febrero de 2010

God bless Spain

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(Artículo publicado el 9 de febrero de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)


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(Por cierto, ¿de qué se reía Zapatero en Davos, con la que está cayendo?)













El Foro Económico Mundial, más conocido como el Foro de Davos, es una fundación que reúne todos los años en Suiza a los principales líderes empresariales, políticos, periodistas e intelectuales del mundo con el fin de analizar los desafíos de los mercados mundiales. Fundada en 1971 por el profesor de Economía Schwab, esta organización no está ligada a intereses políticos ni tiene ánimo de lucro y se considera la máxima expresión del liberalismo. Está financiado por las aportaciones voluntarias de cien empresas que tienen la característica común de que facturan cada una de ellas más de 5.000 millones anuales de dólares. Pues bien. Primero lo sentaron junto a Grecia y Letonia, ambas al borde de la bancarrota. Luego, le pusieron la traductora más fea que tenían a mano, vamos, para que no pasara desapercibido que no tiene ni pajolera de inglés. Luego, por si quedaba alguna duda, se hizo la cosa un lío con los auriculares del equipo de traducción simultánea. Para rematar, olvidando que estaba ante el foro más descreído del mundo, pidió fe y confianza en la desarbolada economía española. Como premio de despedida, el gurú económico Nouriel Roubini afirmó ante las mismísimas narices presidenciales que España es un riesgo de “desastre para la eurozona”. Todo esto le ocurrió a Zapatero en Davos.




Unos días después, el premio Nobel de Economía Paul Krugman coincidía con Roubini en un artículo publicado en el New York Times al señalr que la mayor dificultad para le eurozona no es Grecia, sino España. Luego, el otro líder planetario anunció su decisión de no acudir a la cumbre euronorteamericana de Madrid prevista para mayo. Pareciera que Obama no quiere salir en la foto europea de la mano de Zapatero, que dirían las malas lenguas.



Todo esto ocurría poco antes de los dos líderes cósmicos se vieran en Washington con ocasión del Desayuno Nacional del Oración, al que Zapatero acudía como invitado especial de The Fellowship Foundation, más conocida como La Hermandad, una singular asociación norteamericana ultrareligiosa y ultraconservadora que organiza cada año esos desayunos al modo y manera en que el PP de Lorca organiza en cada campaña electoral la cena con huevos fritos. Dicen también las malas lenguas que la Hermandad invitó al Desayuno de Oración a Zapatero, conocido descreido, como castigo por los muchos pecados de Obama. Pudiera ser. El Aliador de Civilizaciones habló de salarios justos, citando al Deuteronomio, que no es un amigo zapaterino de León, no, querido lector malasombra, sino un libro de la Biblia, concretamente el último de la Torá o del Pentateuco. Deuteronomio significa Segunda Ley por contraposición a la Primera Ley, que fue la recibida por Moisés en el Monte Sinaí. Alguien escribió que el Libro de los Libros ofrece respuestas para todo si se buscan con paciencia. Y debe ser así porque Zapatero encontró en la Biblia un texto que más parece sacado del Estatuto de los Trabajadores que de la pluma de Moisés y de los grandes patriarcas: “No explotarás al jornalero pobre necesitado, ya sea uno de tus compatriotas, o un extranjero que vive en alguna de las ciudades de tu país. Págale su jornal ese mismo día, antes que se ponga el sol, porque está necesitado y su vida depende de su jornal.” Debió ser por eso que en los mercados mundiales, que no entienden el mensaje del Deuteronomio, ni creen en más prédica que la de dar trigo, se desplomaron los valores españoles en lo que ya se conoce como el “jueves negro”, y no precisamente en honor de Obama, el otro líder planetario.



Claro que todo esto ocurrió antes de que Zapatero (donde dije digo digo diego) pusiera en cuestión la edad de jubilación, el futuro de las pensiones y el período mínimo de cotización para el cálculo de las mismas.



Hay quien piensa que, aprovechando que así se las ponían a Fernando Séptimo, el impío Zapatero podría haber concluido su oración laica en Washington con la misma fórmula con la que los presidentes norteamericanos rematan sus discursos, God bless America, pero cambiando América por España. A lo mejor los cielos que nos donaron la libertad, como decía el cervantino y repolludo presidente, se habrían apiadado de los parados españoles dándoles también trabajo.



Pero eso, claro, habría sido mucho rogar.







martes, 2 de febrero de 2010

El Patio de Monipodio

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(Artículo publicado el 2 de febrero de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)



Los que estudiamos Lengua y Literatura en el políticamente inorrecto bachiller de entonces recordaremos sin duda la cervantina Rinconete y Cortadillo, una de las Novelas Ejemplares asimiladas al género picaresco, del que constituyen sus más altas representaciones la anónima El Lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán y El Buscón de Francisco de Quevedo. Huelga decir que hay más ejemplos y más recientes de la picaresca española, muchos de los cuales habitan entre nosotros, mientras que otros se publican a diario en los diferentes Boletines Oficiales del Reino de Taifas, en una especie de cinta sin fin de Las aventuras del Bachiller Trapaza, de Alonso de Castillo Solórzano.


Cervantes situó la acción de Rinconete y Cortadillo en un espacio singular de la ciudad de Sevilla, el Patio de Monipodio, “…un pequeño patio ladrillado, y de puro limpio y aljimifrado parecía que vertía carmín de lo más fino. A un lado estaba un banco de tres pies, y al otro un cántaro desbocado con un jarrillo encima, no menos falto que el cántaro; a otra parte estaba una estera de enea, y en el medio un tiesto, que en Sevilla llaman maceta, de albahaca”. Pero lo más curioso del Patio no era su aspecto, sino los variopintos personajes que lo poblaban: “dos mozos de hasta veinte años cada uno, vestidos de estudiantes; y de allí a poco, dos de la esportilla y un ciego; y, sin hablar palabra ninguno, se comenzaron a pasear por el patio. No tardó mucho, cuando entraron dos viejos de bayeta, con antojos que los hacían graves y dignos de ser respectados, con sendos rosarios de sonadoras cuentas en las manos. Tras ellos entró una vieja halduda (…) En resolución, en poco espacio se juntaron en el patio hasta catorce personas de diferentes trajes y oficios”. Era el Patio de Monipodio, así llamado en honor de su dueño, la sede de la cofradía de ladrones y tunantes de Sevilla, y a él llegaron Rinconete y Cortadillo de la mano de uno de ellos, al que le preguntaron:


-¿Es vuesa merced, por ventura, ladrón?


-Sí -respondió él-, para servir a Dios y a las buenas gentes, aunque no de los muy cursados; que todavía estoy en el año del noviciado.


A lo cual respondió Cortado:


-Cosa nueva es para mí que haya ladrones en el mundo para servir a Dios y a la buena gente.


A lo cual respondió el mozo:


-Señor, yo no me meto en tologías; lo que sé es que cada uno en su oficio puede alabar a Dios, y más con la orden que tiene dada Monipodio a todos sus ahijados.


-Sin duda -dijo Rincón-, debe de ser buena y santa, pues hace que los ladrones sirvan a Dios.


-Es tan santa y buena -replicó el mozo-, que no sé yo si se podrá mejorar en nuestro arte.


Cuando Cortadillo, interrogado luego acerca de si conocía más formas de robar que “la treta que dicen mete dos y saca cinco”, respondía que “No, por mis grandes pecados”, Monipodio le replicó “No os aflijáis, hijo, que a puerto y escuela habéis llegado donde ni os anegaréis, ni dejaréis de salir muy bien aprovechado en todo aquello que más os conviniere”.


Interrumpo esta disquisición porque mi entrañable lector malasombra lleva un rato preguntándose a qué viene tanta hoy tanta enjundia literaria. Pues viene a cuenta, querido lector, de la decisión de la Universidad de Sevilla que pretendía consagrar el derecho del estudiante a copiar en los exámenes. La normativa hispalense garantizaba a todos los alumnos su derecho a terminar la prueba pese a que, durante su realización, sea pillado copiando por un profesor”. Si, además, el procedimiento de copia era, como si dijéramos, de alta teconología (por ejemplo, un móvil o una PDF) el profesor tenía prohibido, a diferencia de las chuletas e instrumentos similares, requisar el aparato”, ya que esos dispositivos contienen datos personales y su decomiso atentaba, supongo, contra el derecho a la intimidad del estudiante o estudianta. Posteriormente, una llamada Comisión de Docencia, de composición paritaria entre alumnos y profesores, decidiría si el alumno aprueba o no. Debido capitalmente al jolgorio nacional que dicha normativa había desatado, la Universidad Hispalense ha dado marcha atrás, momento políticamente seguro que han aprovechado otros templos del saber para afirmar que ellos nunca lo harían.


Y es que el viejo y sevillano Patio de Monipodio, la alegre y pícara cofradía cervantina, por aquello del progreso y la modernidad se había convertido por unos momentos en la mismísima Universidad de Monipodio.


Soplan vientos de ZP.