martes, 20 de enero de 2009

Los cuentos de ZP: Zeniciento




Artículo publicado en el diario La Opinión de Murcia el 4 de diciembre de 2008



VERSIÓN CLÁSICA: Cenicienta, huerfanita de padre y madre, era una hermosa joven que vivía con su madrastra y con las dos horribles hijas de ésta, Gisela y Anastasia. Pese a ser la heredera de la posición de su padre, Cenicienta era obligada por la tacaña de su madrastra a realizar cada día todas la tareas domésticas, incluso a limpiar las cenizas del hogar, de ahí su nombre. Un día, el Rey invitó al baile real a todas las mozas del reino en edad casadera para que el Príncipe escogiera esposa y, pese las maquinaciones de la pérfida madrastra, una espléndida Cenicienta hizo su entrada en palacio gracias a los hechizos de su Hada Madrina. El Hada, no obstante, puso como condición que regresara a casa antes de las doce, pues a esa hora la carroza se convertiría de nuevo calabaza, los pajes en ratones y el lujoso vestido en harapos, y el encantamiento quedaría roto. El Príncipe se enamoró perdidamente de Cenicienta pero, antes de saber su nombre, sonó la primera campanada de medianoche y Cenicienta echó a correr, no sin antes perder un lindo zapatito de cristal. El Príncipe recogió el zapato y recorrió todo el reino hasta encontrar el lindo pie de su dueña y, con él, a su dueña entera. Y se casaron y fueron felices y comieron perdices.

VERSIÓN ADAPTADA: Zeniziento era un joven huerfanito de abuelo paterno que, pese a sus muchos talentos y talantes progresistas, se vio obligado a vivir como parte integrante de la feliz clase media franquista y a estudiar Primaria en el colegio de monjas de las Discípulas de Jesús, bachillerato y COU en un colegio privado y la carrera universitaria en una facultad de derecho creada en los tiempos del dictador. Pero Zeniziento no desesperó y como muestra inequívoca de su pacifismo incipiente logró eludir el servicio militar obligatorio a base de prórrogas, si bien, cuentan las malas lenguas del reino que el Ejército lo excluyó intencionadamente del contingente militar, pues estaba informado de la fama creciente del joven progresista. Habréis de saber vosotros, queridos niños, que Zeniziento no debía su nombre a nada que tuviera que ver con las cenizas, sino a todo lo que tuviera que ver con los cenizos, pues el chico, desde pequeñito, había criado fama de gafe y pájaro de mal agüero.
Pasados los duros años de la adolescencia, el joven Zeniziento, que soñaba con ser Califa en lugar del Califa, se afilió al PSOE, pero sus malvados compañeros de partido se reían de él. En esto, se le apareció un Hado Madrino llamado Pepiño que mediante un conxuro y una queimada consiguió incrementar la condición de gafe de Zeniziento hasta extremos insospechados. Poco a poco, todos los que se habían reído de Zeniziento se vieron defenestrados políticamente, o se marcharon con sus familias a vivir al Congo o, peor aún, resultaron elegidos eurodiputados. Zeniziento se alzó con el poder en el partido y, tras gafar al partido gobernante, se convirtió en Califa del Califato. Pero el hechizo con Z de ZP continuó su ciclo expansivo, pues el Hado Madrino había olvidado establecer una condición resolutoria y, así, todo cuanto tocaba Zeniziento se gafaba irremediablemente: el candidato demócrata Kerry desapareció en las turbulentas aguas de la política norteamericana; el canciller alemán Schroeder fue derrotado por Angela Merkel; la candidata socialista Ségolène Royal perdió las elecciones francesas; apoyó el sí de Francia a la Constitución Europea y ganó el no; el italiano Romano Prodi tuvo que dimitir tras un abrazo cordial de Zeniziento; la Bolsa española se desplomó tras una visita de Zeniziento; la Ponferradina, equipo de fútbol de sus amores, perdió la categoría en un partido con la presencia de Zeniziento; la selección de baloncesto perdió en iguales circunstancias la final europea; tras la visita de Zeniziento a la regata de la Copa América, la calma chica paralizó los barcos durante cuatro días; asistió junto al príncipe Gallardón de Gallardonia a la derrota de la candidatura de la capital del Califato para los Juegos Olímpicos de 2012.
—¿Y de la madrastra, qué hay de la madrastra? —apunta mi lector irascible y malasombra—, pues en estos cuentos siempre hay una madrastra.
En efecto, querido lector, en este cuento también había una madrastra a la que Zeniziento nombró Vicecalifa de su gobierno, pero eso, como decía Kipling, ya es otra historia.

Y colorín, colorero, que éste del cuento es Zapatero.

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