martes, 29 de noviembre de 2011

Una bonita coliflor prenavideña



(Artículo publicado el 29 de noviembre de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)



Por si no teníamos bastante con la crisis económica, una de las pruebas más contundentes de que ya no somos nadie sin Europa, es que el comienzo de la Navidad se ha adelantado al primero de diciembre, cuando no al Adventswochenende o primer domingo de Adviento como ocurre en la muy cristiana Alemania. Sobre esto y sobre la noticia de que en Estados Unidos hay una escuela de Santa Clauses que enseña a los aspirantes a mentir piadosamente a los niños cuando les piden, por ejemplo, un empleo para papá, tenía decidido escribir un bonito artículo prenavideño. Pero como el hombre propone y Dios dispone se me cruzó en el camino mi incondicional Ignatius, ya saben, mi asesor en cuestiones de Decencia, de Prosodia y de Buen Gusto, vestido precisamente con un estruendoso traje de Santa Claus, y me plantó delante de las narices un ejemplar de este mismo periódico, cuyo titular rezaba “Capturan a la rubia que acompañaba al presunto asesino de Mazarrón”:


―Convendrás conmigo a pesar de tu conocida filia por el periódico en el que escribes en que este titular engañoso y malvado constituye un gravísimo atentado a la presunción de inocencia de las rubias de este mundo, ya que la susodicha rubia bien podría ser rubia de botellazo, esto es, morena de verde luna, e incluso pelirroja; o calva, como Rub


―Detente, Ignatius ―le dije, dando un salto hacia atrás como si hubiera visto al diablo vestido de rojo―. No me enredes con tus desatinos, que tengo que escribir mi artículo de los martes y llevo ya una idea muy clara de lo que quiero decir…


―No puedo creer lo que están oyendo mis oídos ―me contestó Ignatius, abriendo una madrugadora caja de polvorones que llevaba en una bolsa―. Sin duda me han sentado mal los mantecados del desayuno. El cuerpo incorrupto de la Santa Monja Rosvita, modelo de perfección de la mujeres de la Baja Edad Media, se habría removido en su tumba si ésta no hubiere sido removida antes por las huestes zapateras d ela Conjura de lo Políticamente Correcto, que pensaron que era una fosa de la Guerra Civil. Y ya que estamos en esto de la Conjura, al hilo del asunto de Urdangarín podrías escribir un artículo titulado “Jaque al Rey” con el que renovar una vieja teoría mía: que el PSOE, una vez defenestrado del poder a causa de su política de izquierda trasnochada, ya sabes, la reapertura de fosas de la guerra civil, la alianza de civilizaciones, el matrimonio homosexual, las subvenciones públicas a programas de excitación clitórea, las francachelas canónicas con los de la ceja y los sumos sacerdotes de la SGAE, los condones para todos y el insuperable capítulo de las hijas góticas en la Corte del Rey Obama, después de todo esto y de la anunciada pérdida del Reino Moro de Al Andalus, el PSOE post zapaterino, digo,intentaría recuperar el favor ciudadano envuelto en la bandera tricolor republicana. La operación “Jaque al Rey” habría sido diseñada por la Conjura Republicana de lo Políticamente Correcto aprovechando la boda del Príncipe Heredero con una plebeya, a quien la rama mediática de la Conjura habría procurado adornar con todas las virtudes progresistas sin excepción alguna, no para congraciar a la monarquía con el pueblo llano, no, sino con la aviesa intención de hacer mortales a los hijos del César, ya que no podían hacerlo con el César mismo. Empiezo a sospechar que Jaime Peñafiel pueda formar parte de la Conjura. La operación habría continuado vistiendo a la Princesa con pantalones en ocasiones señaladas, muy especialmente el día de la Pascua Militar, con lo que son los señores del sable, y habría continuado haciendo que el Bribón perdiera una y otra vez la regata de la Copa del Rey; y continúa hoy con el jaque al alfil Urdangarín y con el ojo morado de Su Majestad. Esto sí que da para un artículo.


―Pero Ignatius ―le dije―, lo que yo quiero es descansar de la cosa política después del atracón electoral y escribir sobre la Navidad que se aproxima y que…


―Déjate de Navidades y de Felices Pascuas que ya tendrás tiempo ―me espetó, metiéndose, un polvorón en la boca―. Ahora hay que escribir sobre el indulto del banquero Alfredo Saenz perpetrado por el Gobierno del PSOE en uno de sus actos postreros más incomprensibles, o no. O sobre las maldades proferidas por José Bono acerca de que, según las reglas del mus, el PSOE no debería jugar a la chica, en clara referencia a Carma Chacón, lo que promete luctuosas efemérides para el anunciado congreso federal. O sobre el hecho curioso de que los infiltrados de la Conjura anden diciendo que quien ha ganado en España ha sido el cambio, precisamente cuando quien ha ganado olímpicamente las elecciones ha sido el PP de Mariano Rajoy. ¿El cambio, qué clase de cambio?, me pregunto…


Con la cabeza hecha un bombo, la chaqueta azul marino perdida de salpicaduras de polvorón temprano y mi proyecto de artículo navideño hecho unos zorros, corrí a refugiarme en El Corte Inglés, aún a riesgo de que Ignatius la tomara con el primer gran signo de la Navidad cercana, la gigantesca fachada de Cortilandia…


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martes, 22 de noviembre de 2011

Y ahora, todos a remar





(Artículo publicado el 22 de noviembre de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)





Desde la noche del pasado domingo muchos han sido los que han escrito algo parecido. La única diferencia es que este artículo lo escribí el sábado por la tarde, al término de la jornada de reflexión. Podía imaginar entonces que la victoria de Mariano Rajoy iba a ser colosal, como él mismo hubiera dicho. Podía imaginar también que la derrota del PSOE iba a ser demoledora, como ellos mismos reconocerían horas después. También imaginé como sería el día después y cuán urgente era la respuesta que España demandaba. Todo ello lo pude imaginar, porque era fácilmente imaginable. Nuestra España se nos ha ido deshaciendo entre las manos como un terrón de arena reseca. No, no ha sido solamente la crisis de la economía, ni siquiera la quiebra del estado de bienestar, el factor que ha minado España. Desde hace años, mucho antes de la crisis, nuestro modelo de estado, nuestro concepto de soberanía, nuestras instituciones más necesarias y la confianza en el sistema político han quebrado y, con ellas, lo han hecho nuestras pautas de convivencia y nuestro futuro común. Nunca desde la instauración de la democracia se ha encontrado España ante una tesitura igual, ni siquiera durante la transición, en la que el sueño común de una España en paz y en libertad nos mantuvo unidos frente a otras durísimas crisis económicas, que las hubo, e incluso frente a los amenazadores intentos de involución que fraguaron en el 23-F. Hoy, a duras penas conservamos esa paz y esa libertad, ninguna de ellas perfecta, es cierto, pero ganadas ambas por la voluntad común de todos nosotros. Lo que se hunde es la propia España.


En lo más recio de la tormenta, el barco ha cambiado de capitán y Mariano Rajoy ya está agarrado al timón. El otro ya es historia y se apresta a supervisar nubes. Rubalcaba, en cambio, no. Rubalcaba, aún dolorido por la derrota, es el presente del PSOE y, por ello, representa no solo a los votantes de su partido sino a muchos otros que en esta ocasión han votado a Mariano Rajoy, sí, incluso a muchos votantes del PP. Toca ahora poner proa al viento, luchar contra la tormenta, evitar el naufragio anunciado. No es una tarea de la derecha contra la izquierda, ni siquiera es una tarea de la derecha, es una tarea de todos, sin exclusión alguna. No es tiempo de enjundiosos debates ni de hondas discusiones, no es momento de afianzar posiciones de partido, ni de marcar las diferencias. Solo hay una política posible, la de los hechos. Solo cabe una respuesta, la de todos.


En un artículo publicado en este mismo periódico hace casi un año, el 7 de diciembre de 2010, que llevaba por título “Una propuesta ingenua”, proponía el adelanto de las elecciones y, ganara quien ganara, el compromiso de los dos grandes partidos de formar un gobierno de unidad nacional al modo alemán de la Grosse Koalition. Era, en efecto, una propuesta ingenua, incluso descabellada, no solo porque España no era Alemania, sino porque los políticos españoles no eran los políticos alemanes. Sin embargo hoy, un año después, la solución descabellada e ingenua sigue siendo la única salida posible. No me hagan mucho caso en lo de un gobierno de coalición o de unidad nacional, ya sé que las cosas aquí no son así y que las mayorías absolutas no entienden de esto. Pero atiendan al menos, y no me refiero únicamente a los políticos, a la idea del esfuerzo común, a la fórmula de la suma de voluntades, a la idea de la renuncia generosa, al concepto de sacrificio individual, que implica el modelo alemán. Allí fue posible, en aras de la gobernabilidad del país, que la canciller fuera la cristianodemócrata Angela Merkel y vicecanciller el socialdemócrata Franz-Walter Steinmeier. Aquí, algo así sería impensable. O tal vez no.


En fin, y ahora sí que escribo el Día Después, como dijo Mariano Rajoy en la noche electoral no habrá milagros que, por otra parte, tampoco había prometido. Se trata de ofrecer desde la unidad lo que Churchil ofreció a los británicos hace setenta años tras la elecciones celebradas al comienzo de la Segunda Guerra Mundial: sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor. Churchill había ganado aquellas elecciones y los británicos ganaron la guerra. Sin embargo, una vez terminada la guerra, el mismo Churchill perdió las siguientes. Si Rajoy aplica esta fórmula aquí y ahora no sé si volverá a ganar las elecciones, pero sí le digo que hoy todos sabemos quien fue Winston Churchill, en tanto que casi nadie recuerda a Clement Atlee, el político que lo derrotó.


Le deseo a Mariano mucho ánimo y mucho sentido común. Y, por cierto, a la prima de riesgo que le vayan dando. Y a Riesgo, también.


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martes, 15 de noviembre de 2011

Por qué Mariano



(Artículo publicado el 15 de noviembre de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)





Que yo me haya decidido a votar a Mariano Rajoy no es ninguna novedad y, menos aún, una sorpresa. Ya dije de él hace siete años y medio que Mariano era un excelente candidato, justamente antes de que el “No a la Guerra” y los atentados del 11-M, debidamente sazonados en la víspera electoral con los asaltos “espontáneos”a las sedes del PP, produjeran un inesperado vuelco electoral. Como si de la rotura de un espejo se tratara, nos cayeron encima siete años de desgracia en penitencia por nuestros pecados, duante los cuales hemos sido gobernados por un ectoplasma socialista de cejas picudas cuyo nombre no recuerda siquiera quien fue su mano derecha, el hoy candidato Rubalcaba, a pesar de que siga siendo Presidente del Gobierno y Secretario General del PSOE. Sic transit gloria mundi.


Si bien tengo muchas razones para votar a Mariano, me basta una sola para no hacer lo propio con Rubalcaba: no voy a votar a quiénes nos han metido en el lío. En mi artículo de entonces escribí acerca de Mariano Rajoy unas cuantas cosas que podría escribir hoy. Decía y digo de él que es un ”candidato colosal”, precisamente porque es “un hombre común” dotado, sin embargo, de cualidades excepcionales. Lo de “colosal” lo escribo porque es un adjetivo que el propio Mariano emplea con frecuencia. La primera vez que se lo escuché fue allá por el siglo pasado en el coloquio que siguió a un acto celebrado en el Paraninfo de la Universidad de Murcia, cuando alguien le preguntó si era viable la provincia de Cartagena. Mariano, muy amable, pero que muy amablemente, con esa mirada sorprendida y un tanto estrábica de los hipermétropes, le contestó lo siguiente: “Hombre, si hay para ello una razón colosal…”. Y como la razón colosal no terminó de aparecer, el coloquio concluyó en ese punto.


Mariano es un un negociador implacable y desesperante, que es como deben ser los buenos negociadores. Resguardado tras la neblina que causan el humo de puro y la retranca gallega, Rajoy no se altera por nada ni por nadie, lo que por el contrario altera enormemente a sus adversarios, que es de lo que se trata. No pierde nunca la media sonrisa, en tanto que los otros no la alcanzan jamás. Y es que, si se pierden los nervios, se pierde la razón y se esfuman finalmente las razones, y eso lo sabe muy bien Mariano. Es un candidato comedido, posiblemente el más comedido de todos los candidatos, cosa al parecer imperdonable entre los más dados a los excesos verbales. Es un político irónico, entre políticos trágicos y políticos cómicos. Es hombre discreto, frente a políticos vocingleros y rutilantes. Y es sensato, cuando otros enloquecen. Es abierto a las ideas y a las palabras, cuando otros se encierran en palabras sin ideas. Y habla de España como si la conociera de siempre, con amigable vencindad, mientras que otros la miran con desconfianza, cuando no con desprecio. Y escucha lo que otros no oyen. Y sonríe cuando otros se crispan. Y es pragmático cuando otros son presos de la ideología, superfluos o banales.


Hace siete años y medio les conté una anécdota ocurrida en aquella campaña electoral. Subido en el avión que lo llevaba de un lado a otro de la piel de toro, Mariano escuchaba pacientemente las explicaciones técnicas del piloto acerca de las capas de hielo que debido a las bajas temperaturas se habían formado en las alas del avión, y de cómo esa circunstancia influía negativamente en las condiciones de vuelo. Al término de las explicaciones, Rajoy le preguntó al piloto lo que le habríamos preguntado todos: “Pero no pasa nada, ¿verdad?”. En Italia han nombrado primer ministro a uno de los pilotos económicos de Europa, un técnico capaz de dar las explicaciones más complejas de cuánto ocurre y que, sin embargo, ha sido uno de los que han hecho que el avión de la economía caiga en barrena. Nosotros deberíamos ser capaces de elegir a un gobernante que, tras escuchar todas las voces y todas las explicaciones acerca de las condiciones económicas del país y de las causas y efectos de la crisis, use el sentido común y se entere de lo verdaderamente importante, que no es otra cosa que saber si, después de tanta explicación, el avión vuela o se cae.


Muchos de nosotros, ciudadanos de a pie, estamos esperando que nos gobierne un hombre común lleno de sentido común porque, como decía Chesterton, el hombre común es el único a quien se le pueden confiar los asuntos comunes, es decir, los de todos. Piénsenlo, porque nos jugamos mucho.


Y como les dije entonces ocurre, además, que Mariano me cae simpático.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Mortis calavera

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(Artículo publicado el 1 de noviembre de 2011 -Día de Todos los Santos- en el diario La Opinión de Murcia)



Así están las cosas, empezando por la economía y terminando por la política, lo que hoy por hoy viene a ser lo mismo. Pensaba yo, iluso de mí, que la crisis económica se iba a arreglar sola a poco que los economistas la dejaran en paz, pero me equivoqué como se equivocó la paloma, porque los economistas no han aflojado la presa y la economía palidece y se arruga por momentos. No es que la economía no pudiera restablecerse ella misma, si por restablecerse entendiéramos que debía cambiar radicalmente el panorama de los dineros, el modelo de desarrollo, el tamaño del sector público, las empresas y la productividad, el juego sindical de la ruleta rusa, la redistribución de la riqueza y de las cargas y, muy especialmente, eso que se convino en llamar el estado del bienestar, una entelequia de los socialistas nórdico-europeos a la que pronto se sumaron entusiásticamente todos los socialistas sud-europeos y, lo que es aún peor, todos los partidos de la derecha europea, de modo que moros y cristianos, tirios y troyanos, todos nos asentamos en la quimérica creencia de que podíamos vivir eternamente como si fuéramos suecos, pero aportando a la cosa común como si fuéramos de Somalia.


Pues no, hija, no, los economistas y los políticos metidos a economistas no consienten que las cosas cambien para que la economía se arregle. El estado del bienestar ha naufragado y se va al fondo como una piedra. Hemos abandonado a la fuerza el modelo sueco, por cierto cinco años después de que lo abandonaran los propios suecos, pero nuestros gloriosos capitanes se han atado a la rueda del timón, eso sí, con todos nosotros dentro del barco. Si se detienen a pensar un poco tal vez descubran que realmente el estado del bienestar no existió nunca, como no existió nunca aquello de una sanidad universal y gratuita para todos y todas y como no ha existido nunca un pensión digna de viudedad o un sueldo para el ama de casa aunque solo fuera por reconocer su impagable aportación a la familia, incluso a la familia de los socialistas. Lo que tal vez descubramos es que, al socaire del estado del bienestar, es decir para evitar que la sanidad y la atención social se convirtiesen en actividades privadas sujetas a las reglas de los mercados, se puso en marcha un gran negocio de lo público, sujeto exclusivamente a la regla establecida por quienes hacen las reglas, según la cual la pérdida importa tan poco como la ganancia.


Hemos construido autopistas como las que pensábamos que tienen en Alemania, con una salida para cada pueblo y, en ocasiones, dos: Tobarra Norte y Tobarra Sur, por ejemplo, cuando en las autopistas alemanas que recorro todos los veranos, no sé si habrá otras autopistas alemanas, hay una salida cada veinte kilómetros. Hemos construido aeropuertos en mitad de la nada para veinte o treinta usuarios con boina, como pensábamos que los construyen en Estados Unidos, donde por cierto tal vez lo hagan. Hemos hecho hospitales, consultorios, juzgados, institutos y edificios públicos de mármol, acero y cristal, capaces cada uno de ellos de ganar veinte premios de diseño y arquitectura. Hemos vivido, no ya como suecos, sino como kuwaitíes. En ello estábamos cuando llegaron Piratas and Brothers y Morgan & Bucaneros, banqueros o eso decían, seguidos de Moodys & Joodys y de Standar & Forroplús, agencias de calificación de la deuda o eso dicen, y se acabó definitivamente el pastel.


Estamos en días de difuntos y, además de los que proceden, hay otros muchos muertos encima de la mesa. Demasiados muertos para tan poco vivo. Me pregunto por qué se le ocurriría al Inimputable convocar elecciones para el mes de los difuntos. Mira que hay meses en el año, once más si no me equivoco, y todos ellos con algún elemento de optimismo, que si la primavera, que si la Navidad, que si las flores, que si los melones… Debió ser porque pensó que este mes es bueno para las nostalgias y los velorios, para las calabazas y para el Jalogüín y, sobre todo, para hacer el Tenorio, porque tal vez de lo que se trate es de reproducir la gran farsa española por excelencia, en la que el derrotado triunfa y el burlador es burlado. Dentro de unos días habremos de elegir entre la opción divina de la muerte y la opción mortis calavera, dicho sea en tono lúgubre y entre alaridos de terror. Me van a perdonar si les digo que a mí, Rubalcaba más que Rajoy, qué quieren que les diga, me recuerda a aquel enterrador de las viejas películas del oeste que, vestido con su levita negra, aparecía antes del duelo con el metro de medir difuntos en la mano, es decir, a Rubalcaba lo veo más mortis calavera que divino de la muerte, tal vez porque formaba parte de ese gobierno que nos trajo entre otras lindezas muchas fosas reabiertas, muchos muertos removidos y cinco millones de almas en pena.


Lo yo les diga, mortis calavera.


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