martes, 30 de septiembre de 2014

De nuevo, no matarás



(Artículo publicado el 30 de septiembre de 2014 en el diario La Opinión de Murcia)
 

De todo cuanto ha ocurrido durante la semana pasada (la comparecencia de Jordi Pujol, la dimisión de Ruiz Gallardón, la aprobación de la Ley de Consultas y la convocatoria del referendum independentista de Cataluña, entre otras cosas) lo más trascendente ha sido la decisión de Mariano Rajoy de retirar el anteproyecto de ley orgánica de reforma de la Ley del aborto de 2010, una ley de plazos que sustituyó a la ley de supuestos de 1985.
Acerca de la Ley Aído, llamada así por por la ministra del Gobierno de Rodríguez Zapatero que la impulsó, escribí a los pocos días de su aprobación en un artículo titulado No matarás. Comparaba yo entonces las declaraciones de la ministra Bibiana Aído en las que, sin despeinarse, afirmaba que “para mí, un feto —de trece semanas— es un ser vivo, claro, pero no podemos hablar de ser humano porque no tiene ninguna base científica” con una frase atribuida a Hitler con la que guardaba cierto parecido: “Es indudable que los judíos son una raza, pero no son humanos”, y escribía que, tal vez por ello, alguien había semejado la ley de 2010, que introducía la práctica liberalización del aborto en España, con las medidas nazis en materia de higiene racial y de eutanasia. Sin embargo, precisaba yo, el régimen asesino de Hitler no incluyó expresamente el aborto entre sus muchas culpas, tal vez porque respecto de las mujeres alemanas lo que interesaba era precisamente lo contrario, el crecimiento y la multiplicación de la llamada “raza superior” (lebensborn), mientras que respecto de las demás razas, las formadas por infrahumanos o untermenschen, el aborto se mostraba irrelevante ante la determinación explícita de su exterminio.
En aquel artículo cité a Hannah Arendt, la escritora y pensadora judía, en cuya obra Los Orígenes del Totalitarismo, concretamente en el prólogo a la tercera parte, recogía la expresión “delincuente sin delito”, tomada de la apelación formulada por un “elemento extraño a la clase” en un juicio de depuración celebrado en la Rusia comunista de Stalin, para definir a cada una de las personas que fueron asesinadas por el régimen soviético sin más culpa que la de ser “enemigos objetivos de la clase obrera”, dicho sea en el perverso lenguaje bolchevique. No se trataba de una persona “no culpable”, ni tan siquiera de un inocente del crimen del que había sido acusado, sino de un “delincuente objetivo” o, dicho de otro modo, de un “criminal” sobre el que no pesaba la existencia de crimen alguno. Se me ocurrió entonces que ésa era justamente la calificación jurídica de los concebidos y no nacidos que estaban siendo abortados: delincuentes sin delitos, cuya única culpa había sido la de ser engendrados.
Contraargumentaba luego la gratuita afirmación de la ministra de que el no nacido no era un ser humano (afirmación que los proabortistas fundamentan en que el código civil sólo atribuye personalidad jurídica al nacido que tenga figura humana y que viva veinticuatro horas enteramente desprendido del seno materno, aunque supongo que la ministra no tenía de esto la más mínima noción), y lo hacía formulando varias preguntas a la señora Aído:
¿Ha visto usted, señora Aído, la foto de ese cuerpecito minúsculo nacido tras apenas cuatro meses de gestación, acunado entre las manos adultas de un hombre, que circula por Internet? ¿Diría usted que no es un ser humano o que no lo era unos pocos minutos antes de nacer? ¿Qué es entonces, Bibiana: un tumor, una excrecencia del cuerpo de la madre, un repollo? ¿Sabe usted, Señora Aído, que el feto piensa, ríe, llora, siente, sufre, duerme y sueña,  como todo ser humano, mucho antes de nacer? ¿No basta eso para hacerlo humano?
Y es que no son razones de carácter legal las que otorgan la humanidad al feto, ni son legales los motivos que proscriben la muerte intencionada de un ser humano. Son razones morales, principios éticos universales que habitan en lo más profundo de la conciencia individual de cada uno y que forman parte imprescriptible de la conciencia común. Las mismas razones morales, por cierto, a las que apelamos los cristianos cuando proclamamos: No matarás.
Entonces fuimos millones de voces las que se levantaron contra la Ley Aído, tantas que el Partido Popular presentó contra la Ley un recurso ante el Tribunal Constitucional que aún duerme el sueño de los justos, además de incluir en su programa electoral la contrarreforma de la ley del aborto. Es por ello que la retirada del proyecto de ley anunciada por Mariano Rajoy tiene tintes, no ya de promesa incumplida, sino de traición a su electorado, tanto más cuanto que hubiera bastado con derogar la Ley Aído el primer día de legislatura, restaurar la vigencia de la Ley de 1985 y sentarse, entonces y sólo entonces, a dialogar con todo el mundo en busca de un nuevo consenso.
Hoy somos millones de voces las que clamamos, no ya contra la Ley de 2010, sino contra el incumplimiento del Gobierno del Partido Popular. Somos muchos los que encontramos graves obstáculos morales para votar al Partido Popular, incluso aquéllos que hemos ocupado responsabilidades destacadas dentro del mismo.
Hoy me veo en la obligación de volver a aquellas preguntas que formulé entonces a Bibiana Aído, sólo que en esta ocasión se las hago a Mariano Rajoy:
¿Son seres humanos, señor Rajoy?  
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martes, 23 de septiembre de 2014

Haggis o butifarra

(Artículo publicado el 23 de septiembre de 2014 en el diario La Opinión de Murcia)



             Escocia ha dicho que quiere seguir formando parte del Reino Unido, lo que me parece muy bien pues les ahorra un montón de quebraderos de cabeza y, sin embargo, Escocia sigue siendo Escocia, es decir, algo muy distinto de la pérfida y odiada Inglaterra. Jamás se te ocurra confundir a un japonés con un chino o a un escocés con un inglés. Claro que el Reino Unido es algo más que Inglaterra y Escocia: es la suma de ambos junto con Gales e Irlanda del Norte.

                Si usted pasea por las calles de Edimburgo comprobará varias cosas, en apariencia contradictorias. La primera de ellas es que la Union Jack, la bandera del Reino Unido, ondea orgullosa en el lugar más alto de todos los edificios oficiales escoceses, incluidos naturalmente los  pubs y los bancos, siempre escoltada por la enseña blanquiazul de la propia Escocia. La segunda es que los taxis no son diferentes de los del resto del Reino Unido, los famosos Austin cabs, en los que holgadamente cabe una familia completa con cochecito de bebé incluido y sin plegar. La tercera es que, si echa usted mano al bolsillo y saca un par de billetes de una libra para pagar la pinta de cerveza que acaba de pedir, se encontrará con que probablemente uno de los billetes haya sido expedido por el Banco de Inglaterra y el otro por el Banco de Escocia. En cuarto lugar, continuando con el paseo, podrá usted admirar los magníficos, muy británicos y muy enmohecidos monumentos levantados a sus héroes nacionales: desde la aguja gótica victoriana dedicada a Sir Walter Scott, que preside Princess Street, al templete neoclásico que se alza en Calton Hill a la memoria del filósofo Dugald Stewart o el edificio memorial dedicado a los escoceses que cayeron en la Primera Guerra Mundial que se encuentra ubicado en el recinto del Castle, todos ellos héroes de Escocia y, al mismo tiempo, glorias del Reino Unido.

En quinto lugar, se apercibirá sin duda de que la falda escocesa que visten los hombres tan a menudo, el tradicional kilt, no es un disfraz sino un atuendo tradicional que usan muy seriamente en las grandes solemnidades y en las fiestas familiares. Con viento de cara podrá cerciorarse además de que, en efecto, no llevan nada debajo. Comprobará también mi querido paseante que, a diferencia de lo que ocurre en Londres, en Edimburgo podrá entenderse a la perfección con su trabucado spanglish, que es más o menos lo que hablamos la mayoría de los españoles tras toda una vida dedicada al estudio de la lengua de Shakespeare. Y que ello se debe además, no a que haya mejorado su acento con la ingestión de un buen whisky, que puede que sí, sino a la natural afabilidad celta de los escoceses que suplen nuestras lagunas lingüísticas con una sonrisa y un acogedor O, lovely.  Pero no se confíe, si los escoceses deciden hablarle en ese lenguaje cantado que es el gaélico escocés, no entenderá nada pues hasta el propio nombre de la ciudad, Edimburgo, se habrá transformado en algo tan élfico y diferente como Dùn Èideann.

Finalmente, no es difícil que en las inmediaciones de la Royal Mile y del Palacio de Holyrood, que es la residencia oficial en Escocia de la Reina Isabel II, e interpretada por un gaitero, oiga una canción que los escoceses consideran su himno oficioso. Hace varios años asistí en el estadio Murrayfield de Edimburgo a un partido de rugby del Torneo de las Seis Naciones disputado entre las selecciones nacionales de Escocia y Gales. Después del God Save The Queen y del breve discurso de la Princesa Ana de Inglaterra, que presidía el encuentro, los más de cuarenta mil escoceses, que junto con veinte o treinta mil galeses (y tres españoles) abarrotábamos el estadio, comenzamos a cantar Flower of Scotland puestos en pie. La letra dice más o menos así:

O Flower Scotland, when will we see your like again,
(Oh, Flor de Escocia, cuando volveremos a ver a los tuyos otra vez,)
That fought and died for your wee bit hill and glen
(que lucharon y murieron por tus colinas y valles)
And stood against him, proud Edward’s Army,
(y resistieron contra él, el orgulloso ejército de Eduardo,)
And sent him homeward, tae think again
(y lo enviaron a casa, a pensárselo de nuevo)

El orgulloso ejército de Eduardo al que se refiere la canción es el ejército inglés de Eduardo II que fue clamorosamente derrotado en la batalla de Bannockburn, cerca de Stirling, en 1314. Al finalizar los cánticos, que la hija del Duque de Edimburgo escuchó respetuosa, la princesa dió un paso al frente y golpeó suavemente el balón ovalado que le sujetaba erguido uno de los jugadores. El partido podía comenzar. Tras el partido, escoceses y galeses (y tres españoles) vaciamos los barriles y botellas de todos los garitos de Rose Street, empezando por el Oxford Bar, donde Ian Rankin bebe su whisky y escribe sus novelas del inspector Rebus.

               Y es que, al hilo del referéndum y de las consultas, a pesar de lo que decían los catalanistas antes y los españolista después, hay muy pocos paralelismos entre Escocia y Cataluña. Dicho de otra manera, el haggis (el tradicional embutido escocés de casquería de cordero) no es una butifarra. Mientras que la primera centra sus diferencias con Inglaterra, pero proclama sin complejos su pertenencia al Reino Unido, Cataluña no abomina de Castilla, sino que lo hace de toda España. Nuestro problema, queridos paseantes, es que si bien Cataluña no es Escocia, tampoco España es el Reino Unido.
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lunes, 8 de septiembre de 2014

Listos y listas

(Artículo publicado el 9 de septiembre de 2014 en el diario La Opinión de Murcia)




Llevo años demandando una reforma profunda del sistema electoral español que evite, por un lado, la depreciación sufrida por el voto individual −lo que sin duda se conseguiría poniendo en marcha mecanismos de elección directa de alcaldes y presidentes−, y, por otro, el mercadilleo chantajista al que se ven sometidos, por ejemplo, los partidos nacionales a manos de las minorías nacionalistas, así como la excesiva atomización de parlamentos regionales y ayuntamientos, lo que se resolvería exigiendo un porcentaje mínimo de representación en todas y cada una de las circunscripciones en que se divide el cuerpo electoral, tanto en las elecciones generales como en las autonómicas y locales. Por supuesto que la necesaria reforma democratizadora incluye a los propios partidos políticos, cuyos sistemas electorales internos dejan mucho que desear.
Consecuentemente, debería dedicar un aplauso entusiasta a las reformas electorales que pretende el Partido Popular, y lo haría si no fuera porque ni procede hacerlas ahora a pocos meses vista de las elecciones autonómicas y locales, ni responden a un deseo sincero de incrementar la calidad democrática del sistema electoral, ni se ha consultado a nadie para llevarlas a cabo, ni a expertos ni a legos, ni a propios ni a extraños. Y, además, tampoco me gustan las propuestas, especialmente la que consiste en convertir una minoría, aunque sea mayoritaria, en mayoría absoluta.  Les pondré un ejemplo para entendernos  
Supongamos que se reúnen siete colegas a beber cerveza. Tres de ellos quieren Duff,  la cerveza favorita de Homer Simpson, otros dos prefieren Estrella de Levante y los dos restantes quieren una marca diferente de cerveza cada uno, Mahou y Cruzcampo. Lo normal sería que cada uno bebiera su marca preferida, pero imaginemos que el bolsillo de estos coleguillas sólo les alcanza para pedir las siete botellas de una sola marca, sea cual sea, que es más barato que si las piden diferentes, por lo que deciden celebrar una votación con el resultado que ya conocemos. Ante esta situación existen varias posibilidades:
1.- Todos se ponen de acuerdo en una marca, es decir, se adopta una solución unánime y plenamente democrática.
2.- Acuerdan celebrar una segunda votación para elegir una de las dos marcas de cerveza más votadas en la primera ronda, lo que también es plenamente democrático. Todos los lectores murcianos confiamos en que sea elegida la Estrella de Levante, pero si es otra aceptaremos democráticamente el resultado.
3.- Alguien con poder para ello, por ejemplo el que lleva los cuartos, impone que la marca de cerveza más votada en la primera votación sea considerada la marca mayoritaria, cuando en realidad sólo la han votado tres de siete o, dicho de otra manera, ha sido rechazada por la auténtica mayoría, esto es cuatro de siete. Esta fórmula, que es la de la propuesta  del  PP, provocará que sin posibilidad de discutir otras opciones la mayoría de coleguillas tengan que beber una cerveza que no han votado. Esto pudiera ser democrático, pero tengo mis dudas.
Claro que según Ignatius, mi entrañable asesor festivo en materia de lúpulos y cervezas, las cosas en España nunca ocurren de manera tan sencilla.
“Supongamos −dice mi querido Ignatius−, que, sin venir a cuento, esto es, muy a la española, los coleguillas deciden ampliar la consulta sobre las marcas de cerveza a los novios y las novias correspondientes, con el previsible resultado de incorporar al plantel de bebidas tres nuevas marcas de cerveza, Alhambra, San Miguel  y Estrella de Galicia, además de Coca-Cola, Trinaranjus y Vichy Catalán con una rodajita de limón, porque eso es lo que les gusta a los anticerveceros. Supongamos además que alguien con gran espíritu democrático y participativo propone dar audiencia a las marcas no representadas, a resultas de lo cual Levadura de Cerveza SAU, Gaseosa La Cansera SA y la Asociación Levantina de Fabricantes de Agua de Cebada presentan alegaciones para que se les reconozca su legítima condición, ya que, si bien técnicamente no son cervezas, son bastante parecidas y, en cualquier caso, son más cerveza o tienen más burbujas que el Trinaranjus. Por su parte, Horchata de Chufas Chufi, que pasaba por allí, señala que si se ha admitido Vichy Catalán con rodajita de limón se les debe admitir a ellos y dos huevos duros más, pues Valencia no va a ser menos que Cataluña, collons.”
“Una vez abierta la Caja de Pandora −prosigue Ignatius, imparable−, la Comisión Europea presenta una demanda ante el Tribunal de la UE en Luxemburgo para exigir que se respete el espacio común de mercado y se incluya a todas las marcas de cerveza residenciadas en la Europa comunitaria. Alemania se opone a que Budweiser sea considerada cerveza europea. Las cervezas británicas se oponen a ser incluidas como marcas europeas. La italiana Nastro Azzurro compra varias marcas de una cerveza caliente tibetana llamada tongba y, tras rebautizarlas como Nastro Azzurro Calda y Azzurra Calda Superiore, las domicilia en Milán y Roma para hacerlas pasar como marcas comunitarias. La Iglesia Católica reclama la paternidad monacal de la cerveza. La marca de cerveza Taedonggang, de Corea del Norte, amenaza con desatar una guerra nuclear contra Estados Unidos si no es incluida en la segunda ronda de votaciones. La Asociación Nacional de Excombatientes exige que sean recuperadas las marcas nacionales de cerveza El Águila y El Azor por razones obvias. Los productores de lúpulo se declaran en huelga. La Fiscalía abre diligencias por competencia desleal, fraude y corrupción de menores al descubrir que casi todas las marcas de cerveza nombradas anteriormente pertenecen, bien al grupo Heineken, bien al grupo San Miguel- Mahou, bien a Jordi Pujol. Finalmente, un golpe de Estado incruento impone el vino para todos.”
Indudablemente, a Ignatius se le ha subido la cerveza a la cabeza.
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martes, 2 de septiembre de 2014

...Y en éstas estamos


(Artículo publicado el 2 de septiembre de 2014 en el diario La Opinión de Murcia)


Llegó el verano y con él las vacaciones. Se fueron las vacaciones y se quedó el verano, del mismo modo en que el veintiuno de septiembre se irá el verano, pero se quedará el calor. En Murcia no cambia la temporada climática hasta bien entrado el mes de noviembre, cuando una mañana descubrimos con un escalofrío que la camisa o el polo abrigan poco.

                A la vuelta de las vacaciones casi todo está igual como lo dejamos, pero un poco peor. En el transcurso de los calores se nos han ido algunos iconos, desde la sonrisa triste de Robin Williams, hasta la belleza eterna de Lauren Bacall, desde la catalanidad rumbera de Peret hasta la catalanidad exquisita y elegante de Pertegaz. Otras cosas han cambiado poco o nada, como las de la vida pública. Por más que se empeñen las cúpulas de los partidos, fingiendo renovaciones que no existen y optimismos pleonásmicos que dan grima, lo cierto es que en Murcia no se habla de otra cosa que de la ausencia de reacciones políticas ante el fenómeno “Podemos”. Cierto que quien más teme al Lobo Feroz es el PSOE, conocido entre nosotros como el PSRM, pues la Izquierda Unida de los viejos comunistas ya ha sido devorada y casi digerida por el partido radical de Pablo Iglesias. El PSRM, descontado ya el efecto “Sánchez” está inmerso en su particular interpretación de La Muerte del Cisne, de Camille Sant-Saëns, con González Tovar oficiando de Paulova. Mientras que el socialismo está girando en toda Europa hacia posiciones liberales, en Murcia estos chicos y chicas continúan cepillando la chaqueta de pana hasta sacarle brillo y encendiendo mariposas en un cuenco con agua y aceite junto a la foto sepia de Pablo Iglesias. Pero se equivocan de Pablo, se equivocan.
     Lo del PP es otro cantar, más parecido al de Mío Cid. Andan muy seguros estos muchachos y muchachas de que el voraz crecimiento de Podemos no les afecta, pues se nutre del radicalismo de izquierdas y, en menor medida, del desencantado socialismo. Sin embargo, en las comidillas playeras debajo de las sombrillas torreñas no se hablaba de otra cosa que del descenso del Real Murcia a Segunda B y del ejemplo que ha dado la eurodiputada cartagenera de Podemos Lola Sánchez al destinar buena parte de su sueldo a ayudas de carácter social, como ayudar a Chari, una sin techo, a encontrar casa para ella y su familia; mientras tanto, el otro eurodiputado murciano anda por Bruselas aguantándose la risa como puede. Lo de Chari podrá ser tildado de demagógico por los confiados populares, pero debajo de la sombrilla no se hablaba de otra cosa. Hablando de sombrillas, la sombra que se cierne sobre el PP no es tanto la pérdida de votantes como la ganancia de “antipatizantes”, esto es, de votantes tradicionales de PP que no tragan a la actual clase política del PP, lo que se traducirá en una creciente abstención. Frente a esto, no parece que espabilen y, si espabilan, lo hacen en la dirección equivocada, como con las propuestas de modificación del sistema electoral que al electorado huelen a chamusquina y que han suscitado el rechazo de ciertas instancias europeas. Como decía el sabio aquél, se avecinan luctuosas efemérides.
               No, no se trata de hacer ingeniería electoral, sino de conseguir que el ciudadano común se identifique con el político que les demanda su confianza. Pero ¿cómo lograrlo, si el político se encuentra a años luz de la calle, si no facilita la participación ciudadana más allá del voto cada cuatro años, si no ofrece una imagen de rectitud y decencia afín con lo que predica, si su sueldo o sus privilegios lo alejan del común de los mortales, si no aplica los principios más elementales de la democracia en su propio partido político, si su actividad pública y privada no es transparente como el cristal, si no es coherente con lo que exige al oponente político...? La cuestión no está tanto en el modelo político o el modelo de país sino en el modelo de ciudadano que nos ofrecen.
¿Dónde está y cuál es el modelo de ciudadano que nos ofrece el PP?, se preguntaban todos este verano debajo de la sombrilla.
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