Artículo publicado en el diario La Opinión de Murcia el 3 de febrero de 2009
Otra fábula de La Fontaine, procedente de Esopo. Este hombre era una mina.
VERSIÓN CLÁSICA: Era costumbre entre los viajeros del pueblo griego, ya hace años, que se llevaran con ellos Monos y Perros para entretenerse. Una nave con tal carga naufragó no lejos de Grecia. Sin la ayuda de los Delfines nadie habría salvado la vida. Uno de los Delfines confundió a un mono con un hombre en plena tarea de salvamento y le dijo: “Siéntate encima de mí”. Conducía al simio rumbo a la costa cuando le preguntó: “¿Eres ciudadano ateniense?”, a lo que el mono repuso: “¡Vaya si lo soy! Y más que eso, un personaje importante. Si apartir de hoy se te presenta cualquier problema, no vaciles en acudir a mí”.
“Siendo tal como sois −dijo el Delfín convencido− hasta El Pireo debe honrarse con vuestra presencia. A propósito, ¿lo visitáis con frecuencia?”.
“Cada día” −exclamó el simio. Y, tras una breve pausa, añadió: “Somos muy amigos él y yo, amigos de siempre, para ser más exactos”.
El mono había confundido el nombre del puerto de Atenas con un nombre de pila. Gente así, aprovechada e ignorante, corre mucha por la vida, pero ellos no lo saben y se suponen muy listos. Pero el Delfín era demasiado inteligente. Sonriendo, captó el desliz del otro y, al volverse para mirarlo, descubrió que era un simio en lugar de un hombre. Sin pensárselo dos veces lanzó el mono a las olas, yendo de inmediato en busca de náufragos humanos.
VERSIÓN ADAPTADA: Érase una vez un gobernante que gustaba de hacer experimentos con las cosas de gobierno. Su pueblo estaba dividido. Había quienes, llevados de su fe ciega, creían que se trataba de un genio, de un revolucionario que habría de cambiar los destinos de su pueblo y del mundo conocido. Otros, convencidos de lo contrario, pensaban que, en cuestiones de gobierno, era mejor gobernar con prudencia y dejar los experimentos para la gaseosa, como dijo una vez un sabio. Pero ocurría, como siempre ocurre, que se escuchaba más fuerte el estruendo de las risas y el fragor del jolgorio que los consejos del sabio. Y el pueblo se fue deslizando con indolencia a lo largo de aquellos días de vino y rosas.
Llegó un día en que el horizonte económico se pobló de nubarrones, pero el gobernante, sordo a las advertencias y ciego a las señales, prometió a su pueblo el pleno empleo y afirmó que estaba más preparado que nunca para capear el temporal que, por otra parte, no existía. Pero el temporal llegó, y no en forma de simple tormenta, sino como la tempestad más grande y violenta que vieran los tiempos. Las empresas quebraron, el crecimiento económico se detuvo en seco y el paro devoró a un quinto de la población.
Entonces el gobernante se subió a lomos de un delfín, o dicho de otra manera, acudió en demanda de ayuda a los bancos y a los organismos económicos internacionales. El delfín le preguntó: “¿Es usted ciudadano ateniense?”, o lo que es igual: “¿Ha adoptado usted medidas de refuerzo y protección de su economía?”, a lo que el gobernante, muy ufano, contestó: “Pues claro que sí. Yo fui el primero en hacerlo. De hecho, somos campeones de Europa de fútbol, campeones del mundo de baloncesto y uno de nuestros ciudadanos es el número uno del tenis mundial. Además es muy posible que le den un Oscar a Penélope Glamour”.
El delfín, muy serio, le dijo: “Siendo tal como sois, seréis el país europeo que tenga el índice de desempleo más bajo”. El gobernante no respondió y, sin despedirse del delfín, se arrojó él mismo a las aguas turbulentas.
VERSIÓN CLÁSICA: Era costumbre entre los viajeros del pueblo griego, ya hace años, que se llevaran con ellos Monos y Perros para entretenerse. Una nave con tal carga naufragó no lejos de Grecia. Sin la ayuda de los Delfines nadie habría salvado la vida. Uno de los Delfines confundió a un mono con un hombre en plena tarea de salvamento y le dijo: “Siéntate encima de mí”. Conducía al simio rumbo a la costa cuando le preguntó: “¿Eres ciudadano ateniense?”, a lo que el mono repuso: “¡Vaya si lo soy! Y más que eso, un personaje importante. Si apartir de hoy se te presenta cualquier problema, no vaciles en acudir a mí”.
“Siendo tal como sois −dijo el Delfín convencido− hasta El Pireo debe honrarse con vuestra presencia. A propósito, ¿lo visitáis con frecuencia?”.
“Cada día” −exclamó el simio. Y, tras una breve pausa, añadió: “Somos muy amigos él y yo, amigos de siempre, para ser más exactos”.
El mono había confundido el nombre del puerto de Atenas con un nombre de pila. Gente así, aprovechada e ignorante, corre mucha por la vida, pero ellos no lo saben y se suponen muy listos. Pero el Delfín era demasiado inteligente. Sonriendo, captó el desliz del otro y, al volverse para mirarlo, descubrió que era un simio en lugar de un hombre. Sin pensárselo dos veces lanzó el mono a las olas, yendo de inmediato en busca de náufragos humanos.
VERSIÓN ADAPTADA: Érase una vez un gobernante que gustaba de hacer experimentos con las cosas de gobierno. Su pueblo estaba dividido. Había quienes, llevados de su fe ciega, creían que se trataba de un genio, de un revolucionario que habría de cambiar los destinos de su pueblo y del mundo conocido. Otros, convencidos de lo contrario, pensaban que, en cuestiones de gobierno, era mejor gobernar con prudencia y dejar los experimentos para la gaseosa, como dijo una vez un sabio. Pero ocurría, como siempre ocurre, que se escuchaba más fuerte el estruendo de las risas y el fragor del jolgorio que los consejos del sabio. Y el pueblo se fue deslizando con indolencia a lo largo de aquellos días de vino y rosas.
Llegó un día en que el horizonte económico se pobló de nubarrones, pero el gobernante, sordo a las advertencias y ciego a las señales, prometió a su pueblo el pleno empleo y afirmó que estaba más preparado que nunca para capear el temporal que, por otra parte, no existía. Pero el temporal llegó, y no en forma de simple tormenta, sino como la tempestad más grande y violenta que vieran los tiempos. Las empresas quebraron, el crecimiento económico se detuvo en seco y el paro devoró a un quinto de la población.
Entonces el gobernante se subió a lomos de un delfín, o dicho de otra manera, acudió en demanda de ayuda a los bancos y a los organismos económicos internacionales. El delfín le preguntó: “¿Es usted ciudadano ateniense?”, o lo que es igual: “¿Ha adoptado usted medidas de refuerzo y protección de su economía?”, a lo que el gobernante, muy ufano, contestó: “Pues claro que sí. Yo fui el primero en hacerlo. De hecho, somos campeones de Europa de fútbol, campeones del mundo de baloncesto y uno de nuestros ciudadanos es el número uno del tenis mundial. Además es muy posible que le den un Oscar a Penélope Glamour”.
El delfín, muy serio, le dijo: “Siendo tal como sois, seréis el país europeo que tenga el índice de desempleo más bajo”. El gobernante no respondió y, sin despedirse del delfín, se arrojó él mismo a las aguas turbulentas.
1 comentario:
Se puede ampliar la respuesta del mono-gobernante, a partir del Oscar a Penélope Glamour: Además, tengo una Vicepresidenta muy mona, una ministra de Igualdad sin ministerio y un ministro de Exteriores que habla suajili. Hemos recomendado a los ciudadanos que no se vayan a esquiar a los Alpes y les vamos a regalar a cada uno una bombilla de bajo consumo.
Por ejemplo.
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