martes, 20 de enero de 2009

Los cuentos de ZP: El zapatero y los duendes


Artículo publicado en el diario La Opinión de Murcia el 26 de febrero de 2008



El de hoy es uno de los tres cuentos que configuran Die Wichtelmänner (Los duendecillos) de Jakob y Wilhem Grimm. Cuando lo escribieron, allá por 1850, los hermanos Grimm no sabían nada del actual presidente del gobierno de España, ni de las facciones o sensibilidades existentes en el PSRM, por lo que el zapatero y los enanos del cuento clásico son tan sólo eso, zapatero y enanos. Tampoco tuvieron dudas en llamar a los duendes por su nombre, pues el lenguaje todavía no había alcanzado las altas cotas de perversión que licencian llamar “personas de mediana estatura” a los enanos, “soluciones habitacionales” a un cuchitril de treinta metros, “intelectuales” a los titiriteros, “tensión y dramatización” a la agitación política, “proteína social” a las agresiones a políticos de la oposición, “efectos colaterales” a las víctimas de la guerra, “activistas” a los terroristas, “accidente” al atentado de Barajas o “justicia” a la injusticia. En aquella Alemania culta de los hermanos Grimm hubo que esperar tres cuartos de siglo para que la perversión del lenguaje se convirtiera en un instrumento político letal al servicio del nacionalsocialismo, cuya culminación fue posiblemente la llamada “Endlösung der Judenfrage”, es decir, la “Solución Final a la Cuestión Judía”.

Pero vayamos al cuento, no sea que me apedreen.

VERSIÓN CLÁSICA: Había una vez un zapatero muy pobre al que sólo quedaba cuero para hacer un par de zapatos. Esa noche, tras cortar el cuero, se acostó, rezó y se durmió plácidamente. A la mañana siguiente, el sorprendido zapatero encontró encima de su mesa un par de zapatos primorosamente hechos. Ese mismo día los vendió a buen precio y pudo comprar cuero para hacer dos nuevos pares de zapatos. Al día siguiente ocurrió lo mismo, y al otro, y al otro, de manera que el pobre zapatero se convirtió en un próspero industrial. Un buen día, el zapatero decidió pasar la noche en vela para descubrir quien lo ayudaba tan misteriosamente. A medianoche aparecieron dos lindos enanitos completamente desnudos que, entre risas y bailes, confeccionaron todos los zapatos. El zapatero, agradecido, les cosió un par de trajecitos y dos pares de zapatitos y, tras dejarlos encima de la mesa, se apostó a vigilar. Al poco, aparecieron los enanos y, al ver las diminutas vestiduras, se las pusieron muy alborozados y, acto seguido, desparecieron. Desde entonces no volvió a verlos, pero el zapatero vivió muy feliz.

VERSIÓN ADAPTADA: Había una vez un zapatero muy pobre al que sólo quedaba cuero para hacer un par de zapatos. Esa noche, tras cortar el cuero, se acostó, rezó y durmió plácidamente. A la mañana siguiente, el sorprendido zapatero encontró los zapatos primorosamente hechos. Los vendió a buen precio y compró cuero para hacer otros dos pares. Al día siguiente ocurrió lo mismo, y al otro, y al otro, de manera que el pobre zapatero se conviritió en un próspero industrial. Un día, por fin, descubrió que dos duendecillos completamente desnudos cosían cada noche los zapatos y, agradecido, les hizo un trajecito y un par de zapatitos a cada uno. Esa noche, los enanitos se vistieron con las ropas diminutas y, muy contentos, desaparecieron.
Al día siguiente muy temprano se presentó un inspector de Trabajo en el taller del zapatero. Los enanitos, vestidos con los trajecitos y calzados cada uno con su par de zapatitos, y debidamente asesorados por el Sindicato de Enanos Zapateros, habían denunciado al viejo zapatero por impago de salarios. El inspector embargó al zapatero cuanto había ganado, lo condenó a readmitir a los duendecillos en calidad de oficiales de primera especialistas en manufacturación de calzado y, finalmente, lo multó por no disponer de Plan de Prevención de Riesgos Laborales, si bien, todo hay que decirlo, le aplicó una reducción del cinco por ciento por haber suministrado a los operarios ropa laboral adecuada. Poco después pasó por el taller un inspector de Medio Ambiente que multó al pobre zapatero por no pagar el cánon por contaminación de las empresas del curtido y derivados. Al minuto siguiente, un inspector municipal le levantó un acta por carecer de licencia burgomaestril de apertura y, pasados treinta segundos, doscientos representantes del Sindicato de Enanos Zapateros se encadenaron indefinidamente a la puerta del taller para reivindicar la zapatería remendona como servicio público, impidiendo el paso al inspector de Hacienda que venía a embargar lo poco que quedaba por impago del diezmo tributario. En lontananza se divisaba una pléyade de nuevos inspectores que se acercaban dispuestos a cobrar cada uno lo suyo: la tasa por el permiso de importación de pieles y clavos, el óbolo digital por usar los dedos para trabajar, la regalía de contaminación acústica, el arancel lúminico por el uso de velas para alumbrado, la tarifa de mandiles y mitones, la plusvalía de radicación confusa y una multa de la Sinecura contra las Costumbres Licenciosas, impuesta por trabajar en cueros.
El pobre zapatero murió de inanición, o algo así.

Y colorín, colorando, el grifo se va secando.

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