martes, 20 de enero de 2009

Los cuentos de ZP: El flautista de Hamelín


Artículo publicado en el diario La Opinión de Murcia el 12 de febrero de 2008



VERSIÓN CLÁSICA: Hace mucho, mucho tiempo, una terrorífica plaga de ratas invadió la próspera ciudad de Hamelín. Los roedores (los había en tal cantidad que hasta los gatos huyeron despavoridos), saquearon las despensas y devoraron casi todo el trigo que se guardaba en los graneros. El Consejo Municipal, desesperado, proclamó a los cuatro vientos que premiaría con cien monedas de oro a aquél que librara a la ciudad de las ratas.
Al poco tiempo se presentó en la ciudad un flautista, alto y desgarbado, que, a cambio de la recompensa, prometió acabar con todas las ratas. Cerrado que fue el trato, se puso a tocar la flauta y ¡oh, maravilla!, al oír la música, todas las ratas abandonaron sus madrigueras y, bailando, marcharon detrás del flautista. Al llegar al río, el flautista se metió en el agua y, tras de él, se zambulleron todas las ratas que, como no podía ser de otra manera, perecieron ahogadas. Cuando al día siguiente el flautista reclamó su merecida recompensa, el Consejo, viéndose libre de la plaga de roedores y olvidando las angustias anteriores, se negó a pagar las cien monedas de oro por tan poca cosa, decían, como tocar la flauta y, con grandes burlas y risas, echaron al flautista de la ciudad.
Furioso y humillado, el flautista echó a andar y, cuando estuvo fuera de la ciudad, comenzó de nuevo a tocar su flauta. A oír la dulce música, todos los niños del pueblo salieron de sus casas y lo siguieron bailando, sin que los gritos y lamentos de sus padres pudieran impedirlo, hasta que se perdieron tras la línea del horizonte. El flautista y los niños desaparecieron y nunca más se supo de ellos.

VERSIÓN ADAPTADA: Hace mucho, mucho tiempo, una terrorífica plaga de ratas invadió la próspera ciudad de Hamelin. Eran tantas y tan gordas que hasta los gatos huyeron despavoridos. Poco después, las ratas habían devorado casi todo el trigo que los hamelineses guardaban en sus graneros y todo el queso que había en las despensas hamelinesas, y amenazaban a todos con sus afilados dientes.
El burgomaestre de Hamelín, que casualmente también era el zapatero de la población, qué coincidencia, convocó a toda prisa al Consejo Municipal y nombró una comisión con el objeto de entablar diálogo con las ratas y tratar de convencerlas de que ratas y hombres, y hasta gatos y perros, mire usted por dónde, podían vivir en paz y armonía bajo los arrullantes sones del arpa de la concordia. Llegó por fin el esperanzador día del encuentro dialogante y el burgomaestre-zapatero tomó la palabra para ensalzar la buena voluntad de las ratas y su decidida vocación de paz y, de paso, como el que no quiere la cosa, que sí la quiere, culpó del desentendimiento a la oposición conservadora, y, por último, propuso a los roedores la firma conjunta de una declaración de buenas intenciones y la construcción de un monumento conmemorativo en el que hombres y ratas se dieran la mano y la pata en torno a un gran queso de gruyere. Pero cuando el burgomaestre-zapatero, con la mirada extraviada de gozo, fue a echar mano del florido documento que había elaborado se encontró que, mientras hablaba y hablaba, las ratas, que no entendían ni palabra de hameliniano, habían devorado los veinte tomos del tratado de paz junto con el poco grano que quedaba en los graneros. Furioso el burgomaestre-zapatero, y temeroso también de la reacción de los hamelineses, pues se acercaban las elecciones a burgomaestre, decretó la ilegalización de todas las ratas, que ya se contaban por millones, y ofreció una recompensa a quien librara a la ciudad de la plaga.
En esto pasó por allí un flautista alto y desgarbado que, a cambio de cien monedas de oro, prometió eliminar a todas las ratas. El burgomaestre-zapatero accedió y el flautista sacó su flauta y comenzó a tocar una dulce melodía. No había hecho más que empezar los primeros compases cuando apareció por allí acompañado de un ejército de titiriteros el Presidente de la Sociedad General de Autores de Hamelín (la SGAH) y, sin contemplación alguna, decomisó la flauta y condenó al flautista a cadena perpetua por atreverse a tocar música en plena calle sin haber abonado previamente el canon correspondiente, momento que aprovechó el burgomaestre-zapatero para disolver al principal partido de la oposición.
Mientras tanto, las ratas, divertidas, se zamparon hasta el último grano de trigo de hamelín y su comarca y se adueñaron de todas la casas de la ciudad que, desde entonces, es conocida como Ratolín.
Y de Hamelín y de los hamelineses, del flautista y del burgomaestre-zapatero, de la SGAH y de su polémico canon musical y, por supuesto, de la oposición, nunca más se supo.

Y colorín, colorucho, en vez de reír, tiemble mucho.

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