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(Artículo publicado el 28 de diciembre de 2009 en el diario La Opinión de Murcia)
Chesterton, mi amigo de cabecera, como en tantas otras ocasiones escribió hace ochenta años acerca de lo que hoy ocurre. En uno de sus artículos, “Sobre algunos escritores modernos y la institución de la familia”, publicado en un libro titulado “Herejes”, Chesterton defendía la institución familiar, no porque fuera pacífica, agradable y unánime, sino porque no era pacífica, ni agradable, ni unánime. Venía a decir que es precisamente en el estrecho marco de las comunidades pequeñas, la familia por ejemplo, en el que se advierte la amplitud de lo que representa, que no es otra cosa que la humanidad misma. “Es por eso que las religiones antiguas y el antiguo lenguaje de las Escrituras muestran tan aguda sabiduría cuando hablan, no de los deberes de cada uno hacia la humanidad, sino de los deberes de cada uno hacia el vecino (…) Podemos amar a los negros porque son negros o a los socialistas alemanes porque son pedantes. Pero a nuestro vecino tenemos que amarlo porque está allí, y ésa es una razón mucho más seria para una operación mucho más alarmante. Es la muestra de la humanidad que nos ha sido dada. Precisamente porque puede ser cualquiera, es todos”. En este sentido, por su relación con lo pequeño que resulta ser lo más grande, Chesterton sostenía que “es bueno para un hombre vivir en una familia en el mismo sentido en que es bello y maravilloso para un hombre quedar bloqueado en una calle por causa de la nieve. Estas cosas lo obligan a comprender que la vida no es una cosa que viene de fuera, sino una cosa que viene de dentro”.
De quienes critican el modelo tradicional de familia, Chesterton dijo que “están desanimados y aterrorizados por la grandeza y la variedad de la familia (…) la mejor manera que un hombre podría hallar de probar su disposición a encontrarse con la variedad común de la humanidad sería bajar por la chimenea a cualquier casa, al azar, y relacionarse lo mejor que pudiera con la gente que hubiera en ella. Y eso es esencialmente lo que hicimos, cada uno de nosotros, el día que nacimos”. Al comparar la vida con una novela romántica, Chesterton afirmaba que “la aventura suprema no es enamorarse: la suprema aventura es nacer. Ahí entramos súbitamente en una trampa espléndida y asombrosa. Ahí vemos algo que nunca antes habíamos soñado. Nuestro padre y nuestra madre están acechándonos y saltan sobre nosotros, como bandidos de entre el boscaje. Nuestro tío es una sorpresa. Nuestra tía es, como se dice comúnmente, un relámpago en un cielo azul. Cuando ingresamos en la familia, por el acto de nacer, ingresamos en un mundo incalculable (…) En otras palabras, cuando ingresamos a la familia, ingresamos en un cuento de hadas”.
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Chesterton se despedía de los críticos con la familia escribiendo que “ellos dicen que quieren ser fuertes como el universo, pero en realidad lo que quieren es que todo el universo sea tan débil como ellos”.
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Lo mismo digo.
1 comentario:
Il semble que vous soyez un expert dans ce domaine, vos remarques sont tres interessantes, merci.
- Daniel
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