miércoles, 30 de septiembre de 2009

Dos goticas



(Artículo publicado el 29 de septiembre de 2009 en el diario La Opinión de Murcia)




No, no le falta acento alguno, querido lector malasombra. No me refiero a las niñas de Zapatero, que ya sé yo que son góticas con acento en la o, sino a las dos goticas de agua en que se nos va a quedar la cosa del Tajo cuando se haya consumado el esperpento. También la derogación del Trasvase del Ebro y la caducidad del Tajo son hijas de Zapatero, como lo son la subida de impuestos, la liberalización del aborto y la política exterior de España. Todas son hijas del Presidente. Respecto de las niñas góticas y zapaterinas, no seré yo quien se meta con los atuendos que gasta la familia, que ya se han encargado otros de censurar su, digamos, escaso sentido del ridículo. Sin ir más lejos, mi obeso asesor en asuntos relacionados con la Casa Blanca, el bienamado Ignatius. A que lo echaban de menos...

―Realmente ―me decía―, este sí que ha sido un atentado contra las reglas del Buen Gusto, la Decencia y la Prosodia, que, sin duda, habrá removido en su tumba gótica a la Santa Monja Rosvita. Ir a Gotham vestido de gótico es como venir a España disfrazado de torero, visitar París acicalado como un sans-culotte o viajar a China vestido de Fu Manchú. Hay quienes dicen que la idea de que la familia entera vistiera de negro fue cosecha del propio ZP como muestra de solidaridad con la familia Obama. No me extrañaría. Otros opinan que el presidente interplanetario creyó que era la noche de Halloween. Nada más alejado de la realidad, pues he tenido acceso a una auténtica transcripción falsa de la conversación que mantuvieron Obama y Zapatero al día siguiente de la recepción en el Metropolitan que lo explica todo. Te la leo.

―Hosé Luis, qué pasó...
―Pues verás, Barack, que mis niñas, no obstante ser menores de edad, son ya muy dueñas de vestir como quieran, de calzarse sus botas Dr. Martens o sus muñequeras de clavos ante el mismísimo Presidente de los Estados Unidos, es un decir, querido presidente, de comprar la píldora del día después en una farmacia española o de abortar sin tener siquiera que comentárselo a su padre, o sea, a mí. Ya quisiera yo que fueran así todas las niñas españolas de su edad, ya quisiera yo, y por eso lo intento, no te creas. Además, las niñas, al leer en la invitación lo de la recepción en el Metropolitan de Nueva York, pensaron que se trataba de una fiesta radical en el metro de Nueva York, ya sabes, con toda la panda esa que sale en las películas.
―¡Tá güeno, bródel!. No, no me refería al extraño atuendo de fiesta de tus hijas, Hosé Luis, pues nosotros respetamos las costumbres indígenas del país de origen y no nos asustamos de nada, ¡Qué bueno que viniste!, sino a la petición que hiciste a la Casa Blanca de censurar la publicación de la foto. Eso sí que luce extraño por acá. ¡Tá chin, calabazín!. Nuestras hijas, mihelmano, las de los Presidentes norteamericanos, las de los gobernadores y las de la mayoría de los altos mandatarios de este país, ¡Andele, córrele, apúrale!, no se ocultan de la prensa, o sea, de los ojos de los norteamericanos. Mis hijas, por ejemplo, viven en una residencia pagada con los impuestos de los norteamericanos; y comen de la comida que se cocina en la Casa Blanca y que pagan todos los norteamericanos con sus impuestos; y viajan, mi gringo, en el Air Force One que pagan los norteamericanos con sus impuestos; y son defendidas por los guardaespaldas que pagan los norteamericanos con sus impuestos; y pasan sus vacaciones en Camp David, la residencia de descanso del Presidente de los Estados Unidos de América, que pagan todos los norteamericanos con sus impuestos. ¡Ando filosón!. Por esa razón son personajes públicos y su imagen es pública y les luce lindo. ¿No ocurre así en España, manito?
―Ejem, verás, Barack, ya seguiremos hablando en mejicano de este tema tan interesante. Ahora te tengo que dejar porque me espera mi avión presidencial para llevarme a Pittsburgh a la cumbre del G-20. Por supuesto, me acompaña mi querida esposa que tiene que cantar con el coro de gospel de la Iglesia de Dialoguistas del Séptimo Día y, claro, mis niñas, que han quedado en Pittsburgh con unos amigos para no se qué fiesta del movimiento antiglobalización. ¡Qué ricas!

(Fin de la transcripción)


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