..(Artículo publicado el 15 de diciembre de 2009 en el diario La Opinión de Murcia)
Llega la Navidad y como siempre por estas fechas se arma el belén. No, no me refiero al que montamos amorosamente con nuestros hijos en el calor del hogar, con su río de papel de plata, su caganer y todo. Me refiero al que monta cada año la incansable Conjura de lo Políticamente Correcto, partidaria ella, no de un Estado aconfesional o laico, no, sino de un Estado rabiosamente anticatólico. Su preocupación navideña la constituye la presencia de belenes y crucifijos en las aulas, y su ocupación consiste en lograr que no tengan presencia alguna ni en los colegios públicos ni en los privados. Ya saben ustedes cómo son estos chicos. Al mismo tiempo que quieren desmontar las cruces de los campanarios y sepultar al Cid bajo siete llaves en compañía de Santiago Matamoros, pretenden inundar de minaretes el paisaje de Europa y llenar de gurkas las fotos femeninas de los carnets de identidad. No quieren belenes pero los montan casi a diario con ese extraño concepto de la tolerancia religiosa que consiste en aceptar cualquier símbolo religioso excepto los cristianos. Diocleciano no lo hubiera hecho mejor.
Pero, como en cada Navidad, cuando montan su belén con el belén de los demás, a ellos se les convierte en un circo y les crecen los enanos. Son tan ilusos que creen a pies juntillas los dictados más rancios de esa progresía que hace mucho que peina canas. Estos chicos descubren América cada día. Por ejemplo, hace poco propusieron que las Navidades fueran rebautizadas como Fiestas de Invierno para no herir sensibilidades. O sea, que Merry Winter en lugar de Merry Christmas ¡Qué nivel, Maribel! Ya en 2005, la Conjura, que también opera en Estados Unidos, consiguió cambiar el tradicional Feliz Navidad de la Casa Blanca por un inodoro, incoloro e insípido Felices Fiestas, lo que fue inmediatamente corregido por el Congreso nortemericano en pleno, incluido el entonces congresista Obama. El año pasado, aquí en Expaña, algunos de ellos se levantaron con el pie izquierdo, cosa que siempre hacen, por cierto, y decidieron suprimir el belén que los funcionarios de su departamento habían instalado en la entrada del edificio. Ocurrió en la Fiscalía General del Estado y huelga decir que los funcionarios se pusieron de uñas, de modo que este año es posible que se consienta el belén. Con todo, o precisamente por su estupidez, no son estos los ataques más peligrosos recibe la Navidad. Como he hecho en otras ocasiones, no van a ser mis palabras sino las de otro las que defiendan la Navidad y, por ende, el belén. Mi admirado Chesterton defendía magistralmente la Navidad en uno de sus artículos títulado hace más de ochenta años “Un nuevo ataque contra la Navidad” ¿Ven que vieja es la Conjura?.
“La Navidad, que en el siglo XVII tuvo que ser rescatada de la tristeza, tiene que ser rescatada en el siglo XX de la frivolidad”, adelantaba Chesterton. “La frivolidad es el intento de alegrarse sin nada sobre lo que alegrarse”, escribía el ilustre gordo para indicar que el principal peligro al que está siendo sometida la Navidad consiste en dejarla reducida a una mera fiesta desprovista de su significado cristiano. “Que se nos diga que nos alegremos un 25 de diciembre es como si alguien nos dijera que nos alegremos a las once y cuarto de un jueves por la mañana. Uno no puede ser frívolo así, de repente, a no ser que crea que existe una rezón seria para ser frívolo (…) El resultado de desechar el aspecto divino de la Navidad y exigir sólo lo humano es que se exige demasiado de la naturaleza humana. Es pedir a los ciudadanos que iluminen la ciudad por una victoria que no ha tenido lugar; o por una que saben no es nada más que la mentira de algún periódico nacionalista o patriótico en exceso. Es pedirles que se vuelvan locos de gozo romántico porque dos personas de su agrado se están casando justo en el momento que se están divorciando (…) Nuestra tarea, hoy día, consiste por tanto en rescatar la festividad de la frivolidad. Esa es la única manera de que volverá de nuevo a ser festiva. Los niños todavía entienden la fiesta de Navidad: algunas veces celebran con exceso lo que se refiere a comer una tarta o un pavo, pero no hay nunca nada frívolo en su actitud hacia la tarta o el pavo. Y tampoco hay la más mínima frivolidad en su actitud con respecto al árbol de Navidad o a los Reyes Magos. Poseen el sentido serio y hasta solemne de la gran verdad: que la Navidad es un momento del año en el que pasan cosas de verdad, cosas que no pasan siempre”.
Y es que, queridos conjurados, se os olvidan un par de cosas importantes. Una, que el belén no es más un simbolo de la Navidad. Otra, que en la Navidad pasa algo que seguirá pasando eternamente: un año tras otro vuelve a nacer Jesús, el que de verdad cambió el mundo.
De nada.
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