Artículo publicado el 16 de junio de 2009 en el diario La Opinión de Murcia
Este cuento fue escrito por alguien que, pese a apellidarse Perrault, no escribió de perros sino de gatos y, más concretamente, de un gato que supo ponerse las botas.
VERSIÓN CLÁSICA: Érase una vez un humilde molinero que, al morir, repartió sus escasas pertenencias entre sus hijos. Al menor no le dejó más que un gato. El heredero pensó en comérselo para no morir de hambre pero el gato, que era muy listo, lo convenció de que le sería más útil vivo que muerto y le pidió unas botas y una bolsa. Así calzado marchó al bosque, cazó un conejo, y fue a ofrecérselo al Rey en nombre de su amo, al que llamó el Marqués de Carabás. Otro día fueron un par de perdices y, luego, otros obsequios, pero siempre en nombre de su amo, el Marqués de Carabás. Un día, sabiendo el gato que que el Rey iba a salir a pasear con su hermosa hija, fingió que su amo se ahogaba en un estanque y que unos ladrones le habían robado la ropa. El Rey, agradecido al supuesto marqués, ordenó socorrerlo, lo cubrió con ricos vestidos y lo hizo subir a su carruaje. De inmediato, y como era de esperar, el hijo del molinero y la princesa se enamoraron perdidamente.
Mientras, el gato se adelantó a la comitiva y, llegando a unas tierras que pertenecían a un ogro muy rico, amenazó de muerte a los labriegos que allí laboraban si no respondían a quien les preguntase que las tierras eran del señor Marqués de Carabás. Así lo hicieron cuando, llegado el Rey, éste les preguntó. En tanto, el gato llegó al palacio del ogro y, fingiendo admiración, le dijo: “Me han dicho que tenéis el don de transformaros en cualquier animal, en un león, por ejemplo”. El ogro, halagado, se transformó en un rugiente león. Entonces el gato lo retó a transformarse en un animal muy pequeño, “en un ratón, por ejemplo”. Cegado por la vanidad, el ogro se transformó en ratón pero, tan pronto como lo hizo, el gato díó un salto y se lo comió de un bocado. Entonces reclamó el palacio para su señor, el Marqués de Carabás, y se dispuso a recibir a la comitiva real que llegaba. El Rey, viendo la riqueza del supuesto marqués, concedió la mano de su hija al hijo del molinero que, de esta forma, se convirtió en príncipe.
Por su parte, el gato llegó a ser un gran señor y ya no corrió tras de los ratones, sino para divertirse.
VERSIÓN ADAPTADA: Éranse una vez unos gobernantes que llevaban gobernando muchos años un país, antes llamado España. Tal y como habían prometido, transformaron aquel país en algo irreconocible hasta para la madre que lo parió. Pero el país, desagradecido, palpándose los bolsillos vacíos y olvidando las grandes juergas que se había corrido con ellos, les dió la espalda, los mandó a la oposición y se echó traidoramente en brazos de un insulso señor con bigote. En la oposición, ya se sabe, es el frío, el crujir y el castañear de dientes, pero también hay tiempo para maquinar engendros. Y uno de los prodigios que urdieron fue el de elegir secretario general del partido a un ingenioso gato de Valladolid, o de León, no me acuerdo, que antes trabajaba cazando ratones en una zapatería. Lo primero que hizo el gato al llegar al cargo no fue calzarse las botas, como pudiera parecer, sino cambiar el nombre del partido político al que pertenecía, que pasó a denominarse PMC, o sea, Partido del Marqués de Carabás. Luego, se dirigió con voz meliflua a las gentes del país, a quienes, enarcando las cejas y acariciándose los bigotes, les dijo lo siguiente: “Ya véis; todo lo que ha hecho el señor de los bigotes es poneros a trabajar y, a cambio de ello, os mata de aburrimiento. Os propongo una cosa más divertida. Sé que podéis transformaros en lo que queráis, pues ya lo habéis hecho antes. Os propongo que os transforméis en un pueblo de leones”. El pueblo, halagado, le hizo caso y comenzó a rugir y a rugir. Se enzarzó en mil y una rugientes manifestaciones: contra la guerra (qué guerra, se preguntaban algunos), contra la precariedad en el empleo (pero… si ahora tenemos empleo, decían tímidamente otros), contra la energía nuclear (pero si estamos comprando electricidad al país vecino, pensaban unos pocos), contra el cambio climático (nadie entendía la relación del tal cambio con el señor de los bigotes, pero daba igual), contra la Iglesia Católica (aunque todos eran cofrades de una u otra cofradía penitente, meterse con la Iglesia era casi un deporte nacional), contra los cedés piratas (lo que vino a estimular, paradójicamente, la solidaridad de los más pobres con los que más tenían)… y así sucesivamente.
Luego, la Voz Gatuna les propuso que, habiendo sido leones, se transformaran en un pueblo de animales más pequeños, “en un pueblo de ratones, por ejemplo”. El pueblo, enloquecido y delirante, se transformó de nuevo y, no bien lo hizo, el Gato saltó sobre ellos y los devoró de un bocado en nombre de su amo, el Marqués de Carabás.
Fue entonces, cuando el gato se puso las botas.
VERSIÓN CLÁSICA: Érase una vez un humilde molinero que, al morir, repartió sus escasas pertenencias entre sus hijos. Al menor no le dejó más que un gato. El heredero pensó en comérselo para no morir de hambre pero el gato, que era muy listo, lo convenció de que le sería más útil vivo que muerto y le pidió unas botas y una bolsa. Así calzado marchó al bosque, cazó un conejo, y fue a ofrecérselo al Rey en nombre de su amo, al que llamó el Marqués de Carabás. Otro día fueron un par de perdices y, luego, otros obsequios, pero siempre en nombre de su amo, el Marqués de Carabás. Un día, sabiendo el gato que que el Rey iba a salir a pasear con su hermosa hija, fingió que su amo se ahogaba en un estanque y que unos ladrones le habían robado la ropa. El Rey, agradecido al supuesto marqués, ordenó socorrerlo, lo cubrió con ricos vestidos y lo hizo subir a su carruaje. De inmediato, y como era de esperar, el hijo del molinero y la princesa se enamoraron perdidamente.
Mientras, el gato se adelantó a la comitiva y, llegando a unas tierras que pertenecían a un ogro muy rico, amenazó de muerte a los labriegos que allí laboraban si no respondían a quien les preguntase que las tierras eran del señor Marqués de Carabás. Así lo hicieron cuando, llegado el Rey, éste les preguntó. En tanto, el gato llegó al palacio del ogro y, fingiendo admiración, le dijo: “Me han dicho que tenéis el don de transformaros en cualquier animal, en un león, por ejemplo”. El ogro, halagado, se transformó en un rugiente león. Entonces el gato lo retó a transformarse en un animal muy pequeño, “en un ratón, por ejemplo”. Cegado por la vanidad, el ogro se transformó en ratón pero, tan pronto como lo hizo, el gato díó un salto y se lo comió de un bocado. Entonces reclamó el palacio para su señor, el Marqués de Carabás, y se dispuso a recibir a la comitiva real que llegaba. El Rey, viendo la riqueza del supuesto marqués, concedió la mano de su hija al hijo del molinero que, de esta forma, se convirtió en príncipe.
Por su parte, el gato llegó a ser un gran señor y ya no corrió tras de los ratones, sino para divertirse.
VERSIÓN ADAPTADA: Éranse una vez unos gobernantes que llevaban gobernando muchos años un país, antes llamado España. Tal y como habían prometido, transformaron aquel país en algo irreconocible hasta para la madre que lo parió. Pero el país, desagradecido, palpándose los bolsillos vacíos y olvidando las grandes juergas que se había corrido con ellos, les dió la espalda, los mandó a la oposición y se echó traidoramente en brazos de un insulso señor con bigote. En la oposición, ya se sabe, es el frío, el crujir y el castañear de dientes, pero también hay tiempo para maquinar engendros. Y uno de los prodigios que urdieron fue el de elegir secretario general del partido a un ingenioso gato de Valladolid, o de León, no me acuerdo, que antes trabajaba cazando ratones en una zapatería. Lo primero que hizo el gato al llegar al cargo no fue calzarse las botas, como pudiera parecer, sino cambiar el nombre del partido político al que pertenecía, que pasó a denominarse PMC, o sea, Partido del Marqués de Carabás. Luego, se dirigió con voz meliflua a las gentes del país, a quienes, enarcando las cejas y acariciándose los bigotes, les dijo lo siguiente: “Ya véis; todo lo que ha hecho el señor de los bigotes es poneros a trabajar y, a cambio de ello, os mata de aburrimiento. Os propongo una cosa más divertida. Sé que podéis transformaros en lo que queráis, pues ya lo habéis hecho antes. Os propongo que os transforméis en un pueblo de leones”. El pueblo, halagado, le hizo caso y comenzó a rugir y a rugir. Se enzarzó en mil y una rugientes manifestaciones: contra la guerra (qué guerra, se preguntaban algunos), contra la precariedad en el empleo (pero… si ahora tenemos empleo, decían tímidamente otros), contra la energía nuclear (pero si estamos comprando electricidad al país vecino, pensaban unos pocos), contra el cambio climático (nadie entendía la relación del tal cambio con el señor de los bigotes, pero daba igual), contra la Iglesia Católica (aunque todos eran cofrades de una u otra cofradía penitente, meterse con la Iglesia era casi un deporte nacional), contra los cedés piratas (lo que vino a estimular, paradójicamente, la solidaridad de los más pobres con los que más tenían)… y así sucesivamente.
Luego, la Voz Gatuna les propuso que, habiendo sido leones, se transformaran en un pueblo de animales más pequeños, “en un pueblo de ratones, por ejemplo”. El pueblo, enloquecido y delirante, se transformó de nuevo y, no bien lo hizo, el Gato saltó sobre ellos y los devoró de un bocado en nombre de su amo, el Marqués de Carabás.
Fue entonces, cuando el gato se puso las botas.
1 comentario:
MAGISTRAL
Publicar un comentario