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(Artículo publicado en el diario La Opinión de Murcia el 22 de diciembre de 2009)
Hace unos días, rebuscando entre los papeles que se amontonan en mi escritorio, encontré un recorte de prensa. Se trataba de uno de mis artículos, concretamente uno que publiqué en las Navidades de 2003 que llevaba por título “Navidades clandestinas”. Suelo guardar los recortes de prensa de mis artículos publicados en este periódico en un archivador que ya aloja más de trescientos inquilinos, por lo que me extrañó encontrar uno fuera de su sitio. Luego me acordé. No era mi recorte, sino otro que me había hecho llegar un amigo con la satisfacción de quien devuelve a su dueño un reloj extraviado. Se trataba de mi amigo Pepegé, aquél de quien escribí que tenía un sentido muy particular de la vida y de las reglas que la regulan. Pepe Garrigós, ahora puedo citar su nombre completo, tenía un tic nervioso que le hacía mover la cabeza constantemente como diciendo que no. “¿Sabes por qué le doy a la cabeza de un sitio para otro?”, te preguntaba. Y al ver que tú callabas prudentemente para no decir que por cosa del Parkinson o qué sé yo, él te contestaba con una nueva pregunta. “¿Tú, te quieres morir?” Cuando con cierta sorpresa por el cambio de tercio le indicaba yo, de esa manera tan latina que acompaña siempre las palabras con gestos, que no, que no me quería morir, Pepegé con una sonrisa cómplice te decía “Pues yo tampoco. Por eso le doy siempre a la cabeza, como tú ahora, diciendo que no, porque no me quiero morir”. No sólo ha sido el recorte de prensa lo que me ha traído a mi amigo a la memoria. Todas las Navidades desde hacía casi treinta años Pepe me traía un regalo: una caja de tomates, otra de naranjas y otra con diversas verduras y, entre ellas, un enorme manojo de ajos tiernos que compraba en la lonja y que perfumaba la cocina de mi casa. Ya no olí los ajos las Navidades pasadas, como tampoco los oleré éstas. Pepe Garrigós murió hace año y medio a la edad de ochenta y ocho años. Tuvo un problema de garganta y quedó inmovilizado en la cama de un hospital sin poder decirle que no a la muerte.
Por eso, porque también las Navidades tienen un dejo triste, me permitirán que transcriba a continuación un trozo de aquel artículo que gustó a mi amigo, tal vez porque también a él
“Adela es una anciana de pelo blanco. Vive con José en un piso pequeño de una calle humilde, en un barrio viejo. Él es jubilado del comercio. Después de muchos años de trabajo detrás del mostrador le ha quedado una pensión que no alcanza los seiscientos euros al mes. Ella no trabajó nunca. Salvo en su casa, en la que aún trabaja. Cierto es que la hipoteca del piso la pagaron hace mucho tiempo. Cierto es también que los pisos han subido mucho y que lo que antes valía doce, vale ahora veinticuatro. Pero les sabe igual, porque es lo único que poseen. Tuvieron dos hijos. Uno se comió los ahorros con la droga hasta que la droga se lo comió a él. La chica se casó y vive lejos, en la otra punta de España. De vez en cuando les llama por teléfono, a ver cómo siguen. Más viejos, cada día más viejos y más solos.
Pero se acerca
A José y a Adela nadie les regala nada por Navidad. Ni durante el resto del año. Pocos se acuerdan de ellos, salvo su hija y los nietos. Por eso, compran unas botellas de sidra y unos turrones de Jijona y de Alicante. Antes, Adela hacía cordiales y alfajores que le gustaban al hijo, pero desde su muerte ya no tiene voluntad. Menos mal que los nietos llegan y con ellos la alegría de
Con ellos, llega
Desde mi Pecera, Feliz Reencuentro, Feliz Navidad”.
1 comentario:
Gracias, amigo Juan Antonio (perdone que le tutee). He leido el artículo publicado en 'La Opinión' del día 22, y me ha emocionado. El Domingo de Resurrección pasado, 12 de abril, murió mi hermano con 52 años, dos menos que yo. Casi no nos veíamos (él era policía nacional en el País Vasco y yo estoy aquí, en Murcia), pero estas Navidades van a ser muy distintas, él ya se ha ido. Van a ser unas Navidades tristes, de añoranza. Vd. ha dado en el clavo con su artículo, y se lo agradezco. Muchas personas estarán en la misma situación que yo, y Vd. se ha acordado de nosotros. Por ello, ¡GRACIAS! Gracias por su sensibilidad. Y hasta pronto.
Jesús Fco.
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