martes, 1 de diciembre de 2009

Uno de villancicos





(Artículo publicado el 1 de diciembre de 2009 en el diario La Opinión de Murcia)





La vida es una sorpresa: cuando cansado de vagar cree uno haberlo descubierto todo, lo que se revela finalmente es que todo está por descubrir. Y si todavía conserva más o menos intacta esa íntima inquietud que algunos llaman curiosidad, ese desasosiego interno, ese apetito intelectual constantemente insatisfecho que, como el azogue, nunca se está quieto, lo que uno piensa entonces es que al día le faltan horas, a la semana, días, y al año, meses, para poder conocerlo todo. Cuántos libros que no he leído, cuántos viajes que no he hecho, cuántos labios que no he besado o cuánto vino que no he bebido todavía.



—Pues, hablando de descubrir, vaya un descubrimiento que ha hecho usted. ¡Claro que la vida es corta!



Ya está. Ya saltó de nuevo mi lector malasombra, ése que no espera a que acabe una frase para llevarme la contraria. Algún pecado muy gordo debí cometer en mi reencarnación anterior para verme castigado así en esta vida.



—Más de uno se pregunta, querido amigo —salta a su vez Ignatius, mi preclaro asesor, siempre al borde del cese—, si, habida cuenta de tu avanzada edad, no será que la debilidad senil empieza a hacer estragos en tu cerebro reblandecido por las novelas de J. K. Rawling.



Seguramente fueron dos los gravísimos pecados que cometí en la otra vida. Pero no es de Ignatius ni de mi lector malasombra de lo que yo quería escribir hoy, sino de villancicos ahora que la Navidad se acerca y que se recrudecen los ataques de la Conjura De Lo Políticamente Correcto contra todo lo que huela a cristiano. Ponga un Villancico en su vida se titulaba un artículo que publiqué allá por la Navidad de 2002. Vean lo que decía.



“Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad...” Así empieza uno de nuestros villancicos más tradicionales. Lo que sigue, “...saca la bota María que me voy a emborrachar”, no es más que la expresión popular del deseo de que la alegría reine en cada casa, en cada hogar. Supongo que la Conjura de lo Políticamente Correcto no verá en esta estrofa una incitación al consumo desmedido de alcohol, entre otras cosas, porque la bota de lo que está llena es de felicidad. Y es que los villancicos populares, como casi todos los cantos del pueblo, están sembrados de picardías y de críticas sencillas, de chascarrillos y de alegorías burlonas a las cosas aparentemente más serias, en el bien entendido de que, en Navidad, hasta las cosas supuestamente más severas no tienen por qué dejar de ser alegres.



Esto, lo del chascarrillo, es muy latino. En la Europa del norte y en los países anglosajones los villancicos son más sobrios, más formales, pero no más tiernos que los nuestros. De todos ellos, el que más me gusta es sin duda “Noche de Paz”, tal vez porque Franz Grüber, el organista alemán que lo compuso, supo trasladar al pentagrama el mensaje central de la Nochebuena, que no es otro que el de la Paz Universal. Hay una versión de este villancico especialmente hermosa que es la cantada por Bing Crosby, aquél cura irlandés de “Las campanas de Santa María”, película en la que el propio Crosby interpreta magistralmente otro de los grandes villancicos, el “Adeste Fideles”, y la entrañable “Blanca Navidad” compuesta por Irving Berlin. No hay duda de que la enorme influencia en la música y en el comercio, en el cine y en la televisión, de las modas anglosajonas ha popularizado entre nosotros villancicos que se pueden considerar, hoy, como clásicos universales. Las campanillas de los renos de Santa Claus en “Jingle Bells”, o el propio “Rodolfo, el Reno”, han ido suplantando en nuestros gustos navideños al sonido de la zambomba o la botella de anís. En los anuncios publicitarios escuchamos decenas de veces a diario, por no decir cientos de veces, las notas de “We wish you a Merry Christmas”, o las campanas de “Good King Wenceslas”. Pero no me quejo de esta invasión, pues de la Navidad, como del cerdo, me gusta todo, hasta los andares.



La Paz Para Todos Los Hombres De Buena Voluntad es el deseo común contenido en todos los villancicos, latinos y anglosajones, pero la Paz que cantan los primeros es más alegre, más ruidosa y bullanguera, como también lo es nuestra forma de ser.



Y así son las cosas.



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