martes, 29 de octubre de 2013

¿Vencedores o vencidos?



(Artículo publicado el 29 de octubre de 2013 en el diario La Opinión de Murcia)




Hace algo más de tres años escribí un artículo en el que les hablé de la película “Vencedores o vencidos”, que en versión original llevaba por título Judgement at Nüremberg. Estaba protagonizada por Spencer Tracy, Burt Lancaster, Richard Widmark, Montgomery Cliff y Maximilian Schell, entre otros. El argumento de la película, que sin duda muchos de ustedes habrán visto, se inspiraba en uno de los juicios de Nüremberg, el conocido como el Juicio de los Jueces, en el que fueron juzgados y hallados culpables varios jueces alemanes por su participación en los crímenes de estado, fundamentalmente mediante la aplicación de las leyes de esterilización y eugenesia dictadas por el Tercer Reich. En este Juicio de los Jueces, a diferencia de los demás procesos de Nüremberg, los acusados eran expertos juristas, conocedores de la Ley, eminentes miembros de la sociedad civil que, incluso, habían participado en la elaboración de esas leyes que habían aplicado. La otra gran diferencia con el resto de juicios de Nüremberg estriba en que, mientras que en los demás casos los crímenes contra la humanidad habían sido cometidos infringiendo las normas del derecho común, en el caso de los jueces alemanes los crímenes fueron perpetrados mediante la estricta y jurídicamente impecable aplicación de las leyes alemanas. Lo había escrito Cicerón en su obra De officis muchos siglos antes: Summun ius summa iniuria.

Por otra parte, estas leyes no eran ajenas a las llamadas corrientes progresistas del derecho de los tiempos en que fueron dictadas o, dicho de otra manera, no eran tan diferentes de leyes dictadas en países del bloque aliado. Hay que recordar que la esterilización de los deficientes mentales era una práctica habitual en muchos países del mundo, que fue ratificada en 1927 por la Corte Suprema de Estados Unidos, y que la eugenesia contaba entre sus partidarios a ilustres pensadores como Alexander Graham Bell, George Bernard Shaw y Winston Churchill. Durante la primera mitad del siglo XX fueron aplicados programas de esterilización masiva de enfermos hereditarios en países como Estados Unidos, Australia, Reino Unido, Noruega, Francia, Finlandia, Dinamarca, Estonia, Islandia y Suiza.

Así las cosas, los jueces alemanes se encontraron ante el dilema de cumplir las leyes de su país o de incumplirlas dictando sentencias exculpatorias por entender que se trataba de leyes injustas. Tras la guerra, aquellos que se habían negado a cumplir las leyes nazis fueron proclamados héroes, mientras que por el contrario aquellos otros que las cumplieron fueron juzgados y condenados por crímenes contra la humanidad. La explicación de todo esto hay que buscarla en dos afirmaciones: una, que las leyes, y aún las leyes democráticas, pueden ser moralmente injustas; otra, que los jueces y tribunales pierden su legitimidad cuando se doblegan ante postulados partidistas o gubernamentales e incluso ante políticas de Estado. La Justicia, o es independiente, o no es Justicia.

Con una ligera variación sobre el título de la película, esta frase ha formado parte del lema de la manifestación convocada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo que se ha celebrado en Madrid el pasado domingo y que ha reunido a varios centenares de miles de personas en demanda de justicia, paradójicamente, contra una sentencia de un Tribunal de Justicia, la dictada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en relación con la aplicación de beneficios penitenciarios a la asesina impenitente Inés del Río. La sentencia invoca de manera errada el principio de legalidad, nulla poena sine lege, pues nada tiene que ver dicho principio con las formas de aplicación de los beneficios penitenciarios que se sujetan, entre otros, al criterio del arrepentimiento. La extraordinaria, y por eso mismo sorprendente e indignante, diligencia de la Audiencia Nacional en dar cumplimiento al fallo ha supuesto la inmediata puesta en libertad de la terrorista entre las celebraciones de sus colegas de la izquierda separatista vasca. La sentencia supondrá también la previsible liberación en pocos días de más de cincuenta asesinos condenados en España por la comisión de los crímenes más brutales.

Por más que haya indignado a millones de españoles, esta sentencia no ha sorprendido a nadie. Son demasiados los signos que la han precedido para no pensar que, en efecto, nos encontramos ante una amnistía encubierta de los presos de ETA, una etapa más del “proceso de paz” iniciado por el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, que consistió básicamente en aceptar todas las demandas de la izquierda separatista. Al leer la sentencia de Estrasburgo, con el voto favorable del único juez español, el ex secretario de Estado de Justicia del Gobierno de Zapatero Luis López Guerra, he recordado aquello que dijo en su día el Fiscal General del Estado, también en el Gobierno de Zapatero, Cándido Conde Pumpido, acerca de mancharse los bordes de la toga con el polvo del camino. Una vez más, y otra más, y otra, la Justicia parece estar al servicio de la política del Estado, que es lo mismo que decir al servicio de la política del gobierno de turno, una política que en relación con la ETA ha oscilado entre la guerra sucia de los GAL y la claudicación oportunista ante los postulados separatistas, pero que nunca ha optado por la vía directa adoptada por otros estados democráticos como el Reino Unido, la de impulsar y aprobar en el Parlamento una legislación específica contra el terrorismo que incluyera la cadena perpetua, lo que hubiera evitado la vergonzante excarcelación anticipada de asesinos terroristas a quienes, para mayor escarnio, acompañarán algunos de los asesinos comunes más sanguinarios.

El domingo pasado, cientos de miles de personas en Madrid y millones en toda España clamaban por una justicia plena en la hubiera vencedores y vencidos, es decir, que las víctimas vencieran y los asesinos fueran vencidos. Lo pedían porque, después de tanto sufrimiento, tantas muertes y tantas lágrimas, no es justo un final sin vencedores ni vencidos y, menos aún, un final en el que los vencidos resultan ser a la postre los vencedores.

Vencedores o vencidos, he aquí la cuestión, señores jueces.
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