martes, 7 de octubre de 2014

Nace una estrella mientras otros se estrellan


(Artículo publicado el 7 de octubre de 2014 en el diario La Opinión de Murcia)







         Si no vieron la entrevista que se despachó Pablo Iglesias en la Sexta (no me refiero al fundador del PSOE, sino al fundidor del PSOE), creerán que estoy exagerando, pero la otra noche el líder de Podemos dejó de ser hijo del voto indignado para convertirse en alternativa real al gobierno de España a la espera de verse confirmada por las urnas. Hay quien lo compara ya con aquel desconocido Felipe González de los setenta, cuya chaqueta de pana relegó al fondo del armario los clásicos ternos de los políticos de aquellos años. Del mismo modo, la coleta y la camisa a cuadros de Pablo Iglesias han demolido el costoso look “arreglado pero informal” de la actual clase gobernante.
Frente a una selección de entrevistadores un tanto cavernícola, con la excepción, tal vez, de Nativel Preciado, el líder de Podemos desplegó todo su encanto y pobló su intervención con todos los guiños y complicidades de que es capaz un auténtico seductor: La pose era ligeramente desmadejada para transmitir la impresión de que se sentía muy cómodo y tranquilo; esgrimió una sonrisa condescendiente y comprensiva para descalificar y perdonar a un tiempo las afirmaciones contrarias, mientras que para hablar de los problemas de los españoles y de las soluciones que él proponía adoptó un semblante serio y comprometido; para Iglesias los “españoles somos buenos y honrados por naturaleza” con excepción, claro está, de la casta de banqueros y dirigentes; y los malos, los malos malísimos de verdad, son los alemanes (sic) y Ángela Merkel.
Con su discurso político ocurrió lo mismo que con su imagen: sus propuestas fueron burdamente demagógicas, pero sutilmente creíbles y calculadoramente posibles.
La promesa de una renta básica de seiscientos euros para cada ciudadano, por ejemplo, puede ser tachada de populista y demagógica porque se trata de una medida que la sociedad española, sumida en momentos de aguda crisis económica y con la vida pública sacudida por escándalos como los de las tarjetas negras de Bankia (que, acuérdense, no serán sólo de Bankia), percibe como justa y necesaria sin detenerse a cuestionar su viabilidad. Pero cuando fue recriminado precisamente por esa dudosa viabilidad, Pablo Iglesias  transformó la propuesta generalista en una garantía individual de la renta básica, que se habría de aplicar únicamente a quienes no alcanzaran esa cantidad con sus ingresos por todos los conceptos. Fue entonces, queridos amigos, cuando se produjo el destello estelar, y la propuesta, además de justa y atractiva, pasó a ser creíble. Es cierto que la propuesta de Iglesias no deja de ser ciertamente simplista e insuficiente, y que omite, entre otras, las previsibles consecuencias negativas que habría de generar sobre la economía de mercado y muy especialmente sobre la competitividad, pero, como decía aquella máxima del periodismo amarillista, Pablo Iglesias no quiso esa noche que la realidad le estropeara una buena noticia. Vivimos además en tiempos sincopados, en los que cualquier razonamiento debe quedar limitado a los ciento cuarenta caracteres tuiteros, de manera que, mientras que un docto discurso académico apenas suscita el interés de un par de docenas de adormecidos eruditos, el tuiteo de dos o tres sandeces por pensadores de la talla de Justin Bieber o Lady Gaga provoca millones de comentarios y algunos suicidios.
No obstante, la prueba del algodón de Pablo Iglesias sigue siendo el hecho de que, mientras que los políticos de lo que él llama “la casta” acumulan varios sueldos públicos, jugosas dietas e indemnizaciones y demás estipendios y canonjías, hasta alcanzar cifras que en muchas ocasiones rebasan treinta o cuarenta veces el salario mínimo (es el caso de algunos eurodiputados), los cargos públicos de Podemos han  hecho efectivo su compromiso de limitar su sueldo público a tres salarios mínimos. Y lo han hecho sí o sí.
Por eso, la encuesta de intención de voto publicada este fin de semana por un conocido diario –según la cual el PSOE obtendría poco más del veinte por ciento de los votos, el PP habría descendido del treinta y uno por ciento en 2010 a poco más del quince por ciento en 2014 y Podemos habría subido desde cero hasta el catorce por ciento–, resulta excesivamente generosa con el PSOE, realista con el PP y extremadamente rácana con Podemos. Comparen ustedes la propuesta de Pablo Iglesias que les he comentado antes con la efectuada hace unos días por Pedro Sánchez sobre celebrar un funeral de estado por cada víctima de violencia de género, o con la del PP de reformar las normas electorales a estas alturas del partido, y comprenderán por qué les digo lo que les digo.
La estrella de Podemos ha comenzado a brillar en el firmamento de unas cada vez más próximas elecciones generales y, entretanto, la luz de los grandes partidos continúa menguando gravemente, oscurecida por la falta de regeneración democrática, la escasa renovación de sus cuadros, la decepción de sus bases y la falta de atractivo y credibilidad de sus propuestas políticas.
Se avecina de nuevo un gran cambio y ellos siguen sin enterarse.
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