martes, 14 de octubre de 2014

Cave canem


Lukánikos, icono de la protesta griega

(Artículo publicado el 14 de octubre de 2014 en el diario La Opinión de Murcia)



     Sin ánimo de ofender a los aman a los animales, pero con la intención de avergonzar a quienes aman más a los animales que a las personas, escribo este artículo. De todo cuando ha ocurrido y sigue ocurriendo con la versión española de la crisis del ébola, lo más grotesco ha sido de momento la cruzada que emprendieron unos cuantos para salvar la vida del perro Excalibur, propiedad del matrimonio Limón, al que las autoridades sanitarias finalmente sacrificaron ante la sospecha fundada de que pudiera ser portador del virus del ébola ya que su dueña, auxiliar de clínica, se había contagiado de la enfermedad en un descuido al  quitarse el traje de seguridad. Pero no se me arrebate usted, querido Lector Malasombra, porque no es del ébola de lo que estoy escribiendo, sino de la estupidez humana, muchísimo más contagiosa y letal.

        Cuando se detectó el contagio de su mujer, fue el propio señor Limón (esto suena a personaje del Cluedo, ese juego de mesa en el que hay que descubrir al criminal entre varios sospechosos), fue el señor Limón, digo, quien lanzó un comunicado para salvar a su perro Excalibur de una muerte anunciada, y para ello no dudó en convocar una movilización a través de las redes sociales. No me pregunten si hubo alguna razón espuria, amén de su cariño por el perro, que llevó al señor Limón a clamar pidiendo ayuda para el animal. Lo único que les puedo decir es que a su llamamiento acudieron los de siempre, que, sorprendentemente, son en su mayoría los mismos que criticaban la decisión de repatriar a los tres religiosos españoles que se habían contagiado del ébola, dos de los cuales murieron finalmente. Curiosa esa solidaridad perruna que abomina de hacer lo propio con los seres humanos.

         Algo ocurre con los perros. Puedo entender la ironía mordaz que subyace detrás de la definición del perro como el mejor amigo del hombre, habida cuenta del comportamiento que muchos hombres han mostrado hacia otros hombres, lo que llevó por cierto a Madame de Stäel a decir aquello de que "cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro", pero no tengo la menor duda de que la amistad es un sentimiento superior, un sentimiento humano, y que, por ello, está lejos del alcance de cualquier animal. Si bien algunos indignados no estarán de acuerdo con esto, quedamos pues en que el perro es un animal y no es una persona. Por eso resulta cuando menos sorprendente que, hace unos días, los medios de comunicación dieran cuenta muy humanamente de la muerte (o habré de decir fallecimiento) de otro conocido perro. Se trataba de Lukánikos, un perro griego que se había hecho famoso por plantar cara a las fuerzas antidisturbios en las violentas protestas y manifestaciones desarrolladas en Grecia contra los recortes de salarios. Apuntaba la información, muy respetuosa ella con el can, que el famoso animal padecía problemas respiratorios a causa de la inhalación de gases lacrimógenos. Como dirían los indignados defensores de la vida de Excalibur, otro asesinato cometido por el poder. No crean que exagero, no. Esa lideresa de la ultracatalanidad llamada Ada Colau ha llegado a decir que lo que pretende el Estado Español con el ébola es un “exterminio encubierto”. Arturo Pérez Reverte, aficionado a decir de vez en cuando alguna que otra maldad, se ha cubierto de gloria esta vez al pedir –medio en broma, medio en serio, pero ahí queda el tweet (palabra, por cierto, recién reconocida por la RAE entre otros atropellos)–, que sería preferible poner en observación al chucho y exterminar a Ana Mato, la criticada y criticable ministra de Sanidad. Y para no dejar solo a su paisano, supongo, otro personaje de nuestra tierra, el ilustrado Pedro Guerrero, ha hablado de brutalidad del Estado para referirse al sacrifico de Excalibur y, no contento con ello, ha rematado su artículo invocando muy cultamente a Alberti para llamar “hijos de puta” a quienes no nos solidarizamos con el perro antes que con las personas. Que Dios se lo pague.

Llegados aquí es cuando me pregunto cuál sea la razón de la entronización de Excalibur y de Lukánikos como iconos de la izquierda, uno de la crisis española del ébola, y el otro como icono de las protestas griegas. No se me ocurre más que una respuesta: lamentablemente no quedan símbolos disponibles en la raza humana, concretamente en el lado de la izquierda progresista y políticamente correcta, aunque mucho me temo que a la vista de los aconteceres tampoco queden en el lado derecho de la humanidad. Por eso han convertido a Lukánikos y a Excalibur en referentes de la izquierda militante y, por lo que yo sé, de la izquierda ladradora.

Mientras están muriendo miles de personas en África a causa de la epidemia de ébola, cuando cientos de personas exponen generosamente sus vidas para ayudar a los enfermos, muchos de ellos niños, cuyos cuerpos yacen en las calles de Liberia, Sierra leona, Guinea y Nigeria, cuando todo eso ocurre ante la indiferencia del mundo occidental que sólo se ha preocupado cuando uno de los suyos ha enfermado, cuando todo eso pasa también aquí en España, resulta vergonzoso que Excalibur se haya convertido en el icono de la lucha contra el ébola, cuando los verdaderos iconos, los iconos más nobles, mucho más nobles, debieran haber sido los sacerdotes españoles Miguel Pajares y Manuel García Viejo, que dieron su vida por los enfermos, y la propia Teresa Romero, que lucha por conservar la suya.


                Va por ellos.
.

No hay comentarios: