martes, 21 de octubre de 2014

Las reglas del juego

(Artículo publicado el 21 de noviembre de 2014 en el diario La Opinión de Murcia)




            El Sínodo Episcopal es una reunión de obispos convocados por el Papa para estudiar y analizar un tema determinado en unión del Santo Padre. La palabra “sínodo” significa “caminar juntos” y, a diferencia de los Concilios, que pueden legislar y definir dogmas, los sínodos son de carácter consultivo. Por eso el Código de Derecho Canónico establece que los sínodos se desarrollarán “cum Petro et sub Petro”, pues su misión se limita a prestar asesoramiento al Papa sobre el tema propuesto.
           A lo largo de estas dos últimas semanas se ha celebrado en Roma la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos bajo el lema “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”, más conocido como el Sínodo sobre la Familia. La convocatoria efectuada por el Papa Francisco había despertado una gran expectación, no sólo por la trascendencia mediática de los temas controvertidos, que afectan a la definición de la familia cristiana, la homosexualidad o el acceso a los sacramentos de de las parejas de hecho  y de los divorciados y vueltos a casar o, sino por la propia personalidad del convocante, el Papa Francisco, quien ha marcado una clarísima línea de reforma y de apertura en estos temas como en tantos otros. Consciente de que en determinadas áreas del clero existe una fuerte resistencia a algunos de sus mensajes innovadores, y en cierto sentido revolucionarios, el Santo Padre no ha dudado en abrir valientemente un foro de reflexión compartida en el que poder escuchar todas las voces de quienes ejercen la labor pastoral de evangelización: los obispos y los sacerdotes de sus respectivas diócesis. El objetivo del Sínodo no era tanto alcanzar una posición común en todos los temas que afectan a la familia cristiana, cuanto el de constituir un espacio de reflexión conjunta entre el Papa y sus Obispos en el que, no sólo hablaran los Obispos, sino que también lo hiciera el Santo Padre con la refrescante sinceridad que le es propia. El tiempo de reflexión no se ha agotado con la clausura del Sínodo, sino que se ha de prolongar durante un año más hasta la celebración de un nuevo Sínodo en 2015, tras el cual, sin duda, el Papa Francisco publicará su Exhortación Post Sinodal.
Caminar juntos es reflexionar juntos, sí, pero caminar y reflexionar juntos no es en modo alguno estar de acuerdo en todo. Si alguien pensaba que con el Papa Francisco las sesiones del Sínodo iban a ser como los habituales congresos a la yugoeslava de los partidos políticos, se equivocaba. El propio Francisco ha celebrado en su discurso de clausura que haya habido tensiones y discusiones animadas en las sesiones de debate, “este movimiento de los espíritus, como lo llamaba San Ignacio”, decía Francisco, y ello “sin poner jamás en discusión la verdad fundamental del Sacramento del Matrimonio: la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la procreatividad, o sea la apertura a la vida”. Pero también ha advertido Francisco que en esos momentos de tensión y desolación del debate es fácil que surjan ciertas tentaciones que, de sucumbir a ellas, convertirían el mismo debate en un esfuerzo estéril.
A la primera la denomina la tentación del “endurecimiento hostil”, esto es “el querer encerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por el Dios de las sorpresas (el espíritu)”. Es la tentación, dice, de los celosos, de los escrupulosos, de los acelerados, de los así llamados “tradicionalistas y de los intelectualistas”.
La segunda es la tentación del “buenismo” destructivo“ que, en nombre de una misericordia engañosa, venda las heridas sin antes curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causas ni las raíces. Es la tentación de los “buenistas”, de los temerosos y también de los así llamados “progresistas y liberalistas”.
La tercera es la de transformar la piedra en pan para terminar el largo ayuno, pesado y doloroso, y también la de transformar el pan en piedra y tirarla contra los pecadores, los débiles y los enfermos, la tentación de transformar la piedra en los “fardos insoportables” a que se refiere San Lucas.
La cuarta es la tentación de “descender de la cruz para contentar a la gente”, y no permanecer en ella para cumplir la voluntad del Padre; es la tentación “de ceder al espíritu mundano en vez de purificarlo e inclinarlo al Espíritu de Dios”.
La quinta es la tentación de “descuidar el depositum fidei” al considerarse, no custodios, sino propietarios o patrones de la Fe; y, por otra parte, la tentación de descuidar la realidad utilizando “una lengua minuciosa y un lenguaje pomposo para decir tantas cosas y no decir nada”.
Reglas para el debate, y también modelo de Iglesia. Una Iglesia que “no tiene miedo de remangarse las manos para derramar el óleo y el vino sobre las heridas de los hombres”, que es “Una, Santa, Católica y compuesta de pecadores, necesitados de Su Misericordia”, que “no tiene miedo de comer y beber con la prostitutas y los publicanos”, que “tiene las puertas abiertas para recibir a los necesitados, los arrepentidos y ¡no sólo a los justos o a aquéllos que se creen perfectos!”, que “no se avergüenza del hermano caído y no finge no verlo, al contrario, se siente comprometida y obligada a levantarlo y animarlo a retomar el camino”.
Francisco es un Papa valiente, quiere que la Iglesia, que esa Iglesia a la que alude, reflexione y hable, que lo haga alto y claro y que lo haga como señala la ley canónica, “cum Petro et sub Petro”. Y para ello ha puesto las reglas del debate.
Tiempos de cambio, también en San Pedro.
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