martes, 5 de febrero de 2013

El tiempo se acaba


(Artículo publicado el 5 de febrero de 2013 en el diario La Opinión de Murcia)



Si oís de pronto el sonido de las trompetas y notáis que la tierra se estremece bajo vuestros pies, si veis que el sol se oscurece hasta volverse negro, que la luna empieza a sangrar y que las estrellas caen del cielo, si el mar comienza a arder y se abre un abismo del que salen langostas torturadoras dirigidas por Abaddón, el ángel exterminador, si todo ello ocurre en medio del hambre, de la guerra y de la peste, no tengáis duda, lo más probable es que se haya roto uno de los últimos sellos y que el fin del mundo esté al caer.
Pues bien, si vemos que la unidad territorial y política de España se está deshaciendo como un azucarillo en un vaso de agua, si la estructura social está convulsionada por seis millones de parados, si los grandes principios informadores de la convivencia nacional han quebrado, si los partidos políticos se han mostrado incapaces de liderar a la sociedad más allá de provocar su exasperación, si los políticos han dejado de formar parte de la solución para transformarse en el problema, si el discurso político se ha encanallado, si se ha desmoronado el crédito de las más altas instituciones del Estado, incluidas la Corona y el Gobierno, si apenas hay un área pública desde la Justicia a la Sanidad en que las cosas funcionen como es debido, si no hay un solo ciudadano en España que pueda afirmar que las cosas van bien… es que las cosas van mal. Y si las cosas van tan mal como dicen es que el sistema está a punto de desmoronarse, si no lo ha hecho ya.
Toda crisis supone una prueba del organismo al que afecta. Ocurre en la pareja y en un grupo social, grande o reducido, y por supuesto ocurre en la sociedad y en el Estado. La crisis económica y moral que venimos sufriendo en España desde hace años ha desvelado, entre otras cosas, la quiebra del sistema político y las graves fracturas sociales existentes. No se trata sólo de la corrupción política o del mal funcionamiento de las instituciones, la quiebra afecta a la propia estructura de la sociedad, a la convivencia nacional y, en definitiva, a la supervivencia del Estado tal y como hoy lo entendemos. Más allá de la honorabilidad de Mariano Rajoy, sobre la que no albergo duda alguna, está la certeza de que los partidos políticos se han ido transformando en maquinarias parasitarias de las instituciones, que duplican y, en ocasiones, suplantan a las estructuras políticas públicas. Más allá de la necesaria existencia de alternativa política en un sistema democrático, de la que tampoco dudo, está la evidencia de que los partidos de oposición se dedican a desgastar al gobierno sin que les importe un ápice el precio social que se haya de pagar por ello. Más allá del cinismo oportunista de Rubalcaba, del que tampoco dudo, está la circunstancia de que el bipartidismo podría estar herido de muerte, lo que podría abrir la puerta a los populismos berlusconianos, a los aventureros salvapatrias o a la tecnocracia más despiadada.
La cuestión está en determinar si a estas alturas es posible restaurar el sistema y hacer que funcione de nuevo o si, por el contrario, habida cuenta de la extensión del daño, sería preferible sustituir el sistema por otro. Cuando hablo de sustituir el sistema no me refiero a retocar la sombra de ojos de la Constitución, sino a cambiar la Monarquía por la República, o el Estado de las Autonomías por el Estado Unitario o por el Federal, según se tercie, o el Parlamento actual de doble cámara por otro monocameral, o el vigente sistema electoral proporcional por el de distrito uninominal, por poner un par de ejemplos.
Si planteamos esta cuestión a los políticos actuales y a los más altos magistrados del Estado nos dirán, estoy casi seguro de ello, que el sistema es restaurable, que puede volver a funcionar y que, por supuesto, están en ello.
Si por el contario, preguntamos al ciudadano corriente, a Juan Pueblo, nos contestará que esto no hay quien lo arregle y que hay que echar abajo todo el edificio para construirlo de nuevo.
Y si me preguntan a mí les diré que mejor que no me pregunten.
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2 comentarios:

Luis Lorente dijo...

Leí ayer tu artículo semanal.
He de confesarte que me gustó enormemente y veo que tienes las ideas muy claras.
A todos estos "pros", sólo te quiero hacer llegar esta reflexión: Los años vividos me hacen ver los grandes dramas con un perspectiva algo distante y los graves problemas el tiempo que rueda veloz se encarga de situarlos en su justa dimensión, por lo que entiendo que no hay que bajar al refugio todavía, pues cada amanecer trae un nuevo afan y una nueva esperanza.
El escribir sobre el hoy, a veces no permite escudriñar el mañana.
Hoy ya es otro día más...

La Pecera dijo...

Tienes toda la razón, amigo Luis, y tus palabras sitúan en su justo término la desazón que, a veces, me acompaña cuando tomo la pluma. Es cierto que lo que hoy nos parece el punto y final no es más que un punto y seguido y que, como dices en esa espléndida media verónica con la que despides tu reflexión, hoy ya es otro día más...