martes, 12 de febrero de 2013

Lo que está mal en el mundo




(Artículo publicado el 12 de febrero de 2013 en el diario La Opinión de Murcia)





Perdonen mi atrevimiento por haber titulado mi artículo como Chesterton lo hizo hace más de cien años con uno de sus libros, pero es que no se me ocurría otra frase mejor para describir lo que creo que pasa hoy. En una carta dirigida a un amigo suyo, miembro del Parlamento británico, que publicaba al comienzo del libro a modo de prólogo, el propio Chesterton se reía de lo pretencioso de la frase al señalar que “de lo que me acuso a mí mismo es de haber escrito un libro informe y poco adecuado, y de valor demasiado escaso para dedicártelo a ti. En lo que se refiere a literatura, lo que está mal es este libro, sin duda”.
Nada más lejos de la realidad. Prueba de ello es que Lo que está mal en el mundo, cuya lectura detenida recomiendo a todos cuantos se dedican en estos tiempos a descubrir el Polo Norte, goza de rabiosa actualidad. Al describir lo que aparentemente eran los problemas de su tiempo Chesterton desenmascaró los problemas de todas las épocas:
Los abusos públicos son tan visibles y pestilentes que arrastran a toda la gente generosa hacia una especie de unanimidad ficticia. Olvidamos que, mientras estamos de acuerdo sobre los abusos, podemos diferir mucho en los usos (…)
Todos desaprobamos la prostitución, pero no todos aprobamos la pureza. El único modo de hablar sobre el mal social es llegar de inmediato al ideal social. Todos nos damos cuenta de la locura nacional, pero ¿cuál es la cordura nacional? He llamado a este libro «Lo que está mal en el mundo» y el resultado del título puede entenderse fácil y claramente. Lo que está mal es que no nos preguntamos qué está bien”.
No puedo resumirles todo el libro en las seiscientas palabras de que dispongo por imperativo de la dictatorial ley periodística del espacio limitado, ni siquiera puedo referirme con ellas a todos los asuntos de importancia de que trata como no sea copiando el índice tal y como hacíamos muchos aprendices de juristas con el índice kilométrico de la magna obra de Castán en los exámenes de Derecho Civil. Por lo tanto me limitaré hoy a hablarles de Hudge y Gudge, dos personajes figurados que reflejan, uno, al enérgico progresista y, el otro, al obstinado conservador, que enrocados ambos en sus aparentes contradicciones coinciden sin embargo en despreciar al hombre común. En un divertido ejemplo sobre la construcción de viviendas sociales, ambos olvidan averiguar cuál sea en realidad el tipo de vivienda, y por tanto el tipo de vida, que desea el ciudadano común, Jones, el gran héroe recurrente de Chesterton. Con una de sus demoledoras paradojas el genial gordo nos revela que “ni Hudge ni Gudge han pensado nunca ni por un instante qué tipo de casa desearía probablemente un hombre para sí. En resumen, no empiezan con el ideal y, por tanto, no son políticos prácticos”.
Casi al final del libro Chesterton nos susurra al oído una horrible sospecha:
“…la sospecha de que Hudge y Gudge están secretamente de acuerdo. Que la pelea que mantienen en público es una farsa (…)
Gudge, el plutócrata, quiere un industrialismo anarquista; Hudge, el idealista, le proporciona líricas alabanzas de la anarquía. Gudge quiere mujeres obreras porque son más baratas. Hudge llama al trabajo de la mujer «libertad para vivir su propia vida» (…)
No sé si la asociación de Hudge y Gudge es consciente o inconsciente. Solo sé que entre ambos, el hombre corriente se sigue quedando sin hogar. Sólo sé que sigo encontrándome a Jones caminando por la calle a la luz gris del atardecer, contemplando tristemente los postes, las barreras y las lamparillas rojas que siguen guardando la casa que no es menos suya por el hecho de que no haya estado nunca en su interior”.
Supongo que, como a mí, todo esto les suena.
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