martes, 19 de febrero de 2013

Un Papa español



(Artículo publicado el 19 de febrero de 2013 en el diario La Opinión de Murcia)


Ya se sabía que Benedicto XVI no iba a ser un Papa mediático como lo fue Juan Pablo II, ni dotado de su atractivo personal, ni siquiera un Papa especialmente simpático. Muchos medios de comunicación no le han perdonado que en su primera aparición en el balcón de San Pedro tras ser elegido Papa se presentara con un roquete por cuyas bocamangas asomaban los puños ensanchados de un abrigado pero políticamente incorrecto suéter negro, ni que horas después lo hiciera con una sotana blanca rabicorta. Tampoco le han perdonado sus sombreros de ala ancha, incluido un flagrante sombrero de charro mejicano, ni su recuperación del camauro, ese casquete medieval de color rojo y orlado de armiño, ni el tricornio que lució en la Plaza de san Pedro al término de una audiencia, ni que el viento le haya jugado varias malas pasadas con la muceta. Entre las imágenes de Benedicto XVI que pueblan la red abundan las fotografías truculentas, aquéllas que se gozan en destacar su perfil menos favorecido, su peor gesto, su expresión menos simpática. Ningún Papa hasta ahora había sido tan martirizado en su imagen pública.
            Y sin embargo, el Papa menos premiado por la Conjura de lo Políticamente Correcto ha realizado dos acciones que le otorgan un lugar seguro en la Historia: una, la más notoria, que haya sido el primer Papa en seiscientos años en renunciar libre y responsablemente al sillón de Pedro; otra, tal vez la más trascendente, que precisamente aquél a quien los conjurados han atribuido muchas cosas que no ha dicho y de quien han silenciado casi todo lo que ha dicho, haya escrito algunas de las páginas más hermosas de la historia de la Iglesia. Sean Encíclicas o Cartas Pastorales, libros o tratados, lo cierto es que los testimonios escritos de Ratzinger constituyen una aportación trascendental al pensamiento universal y no sólo a la doctrina de la Iglesia. Como muestra, les citaré dos textos.
En la encíclica Spei Salvi, Benedicto XVI afirma que “la fe es la sustancia de la esperanza”, que “hay dos categorías que ocupan cada vez más el centro de la idea de progreso: razón y libertad”, y que “si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior, no es un progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo”. En estas palabras está la clave de cuanto nos está ocurriendo.
En el segundo libro sobre Jesús de Nazaret, el que lleva por subtítulo Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, Benedicto XVI afirma que entre la Primera Venida y la Última (la Parusía) hay una venida intermedia de Jesús: “Pedimos anticipaciones de su presencia renovadora del mundo. En momentos de tribulación personal le imploramos: Ven, Señor Jesús, y acoge mi vida en la presencia de tu poder bondadoso. Le rogamos que se haga cercano a los que amamos o por los que estamos preocupados. Pidámosle también que se haga presente con eficacia en su Iglesia.” En estas palabras anida la esperanza.
            Y ya que les hablo de lo que el Papa ha dicho realmente, les comentaré también algo sobre lo que no ha dicho en modo alguno. En la oración del Ángelus del pasado Domingo el Papa no pidió a la Iglesia que se renovara y reorientara (lo que daría a entender que la Iglesia debe cambiar y ser reorientada, lógicamente hacia esas posturas progresistas tan del gusto de los no católicos), sino que literalmente dijo lo siguiente: “El miércoles pasado, con el rito tradicional de las Cenizas, hemos entrado en la Cuaresma, un tiempo de conversión y penitencia para preparar la Pascua. La Iglesia, que es madre y maestra, exhorta a todos sus miembros a renovarse en el espíritu, a reorientarse decididamente hacia Dios, renegando del orgullo y el egoísmo para vivir en el amor.” No es que la Iglesia debiera renovarse, sino que eran todos sus miembros quienes debían hacerlo precisamente por estar en Cuaresma, lo que sin duda es radicalmente diferente.
            Llegados a este punto, mi buen lector Malasombra se estará diciendo que qué tiene ver lo que les estoy contando con el título del artículo. Se lo aclaro no vaya a ser que me excomulgue. En los mensajes posteriores al rezo del Angelus que el Papa dirigió en seis idiomas diferentes, el Santo Padre pidió que se siguiera rezando por él, pero solo fue en el mensaje en español que pidió que se rezara “por el próximo Papa”. A mí, esto me parece un guiño muy sugerente ahora que se comenta la posibilidad de un Papa que hable español, de manera que apunten el nombre de estos dos Cardenales de la Iglesia: don Antonio Cañizares Llovera, un valenciano joven en la estela del propio Ratzinger, y don Santos Abril y Castelló, un turolense algo menos joven pero con una enorme experiencia diplomática en las zonas calientes del mundo.
            Me dicen que ninguno de los dos aspira a ocupar la Sede Petrina pero, tengo la impresión de que eso al Espíritu Santo le importa un rábano.
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