martes, 13 de noviembre de 2012

Martes y trece




(Artículo publicado un martes y trece, de noviembre de 2012, en el diario La Opinión de Murcia)


Dicen algunos que hoy es un día funesto, que en martes ni te cases ni te embarques y que trece fueron los comensales sentados a la Última Cena a quienes Leonardo da Vinci pintó junto a un salero volcado. Pero yo les digo que no, que no es así, que no existen los días funestos. Como hombre racional y de mi tiempo que soy, no creo en supersticiones ni en la mala o buena suerte, ni en casi nada que no haya comprobado antes personalmente.
Por eso no creo en la existencia del Japón, entre otras cosas porque no he estado nunca en él. Tengo la sospecha de que el Sushi y el Sashimi son inventos del algún cocinero gandul natural de algún sitio de por aquí cerca y que, al igual que J.K. Rowling hiciera con el universo de Harry Potter, Japón y su cultura, sus rascacielos y sus anuncios luminosos, el tren monorraíl y los jardines zen, el manga y el judo y hasta el índice Nikkei son inventos de alguien muy ingenioso, tanto que incluso me atrevo a afirmar que algunos aspectos de ese invento del Japón son realmente increíbles y desternillantes. No me explico cómo puede haber alguien que crea de verdad que las casas japonesas están hechas de papel de arroz, o que los jefes y los empleados en una empresa privada o en la Administración apenas se distingan entre sí por algo más que por su responsabilidad y no por su sueldo, su secretaria particular y su coche oficial. Además, ¿cómo pueden caber tantos millones de japoneses en unas islas tan pequeñitas? Vean el mapa si no me creen.
            Tampoco creo que Javier Bardem sea actor y mucho menos que sea un actor bueno o que Pedro Almodóvar sea director de cine, qué quieren que les diga, y ello por la sencilla razón de que jamás he visto a Almodóvar dirigir una película o a Bardem rodar una escena. Mucho me temo que esos no son más que viejos trucos publicitarios de quienes se quieren aprovechar de estas dos buenas personas. Por ejemplo, dicen de Bardem que es rico y  que vive en una mansión de cine, que está casado con Penélope Cruz y que tienen un hijo que fue traído al mundo en uno de los hospitales más caros y elitistas de mundo, además de sostenido por la comunidad judía, el Monte Sinaí de Nueva York. Nada, que no me lo creo, ya que analizado a la luz de la razón nada de ello resulta creíble. Para empezar, tengo mis dudas de que Estados Unidos exista, pues no he estado nunca en ese lugar, del mismo modo que no creo que exista Nueva York ni el hospital Monte Sinaí. Pero es que, aunque existieran esos lugares, Javier Bardem es un conocido antinorteamericano, además de militante anticapitalista y decidido defensor de la causa palestina, de manera que es imposible que sea rico y que viva en una fabulosa mansión en Madrid o que haya tenido su hijo en otro lugar que no sea el paritorio de su hospital de la seguridad social en Vallecas, en Vicálvaro, en el Pozo del Tío Raimundo o en otros lugares que sí existen. El invento, porque es un invento, está lleno de fallos. Y eso de que está casado con Penélope, a otro perro con ese hueso, pues yo no he sido testigo de boda alguna entre ambos personajes. Además, ahora que lo pienso es posible que ni Javier Bardem ni Penélope Glamour existan en realidad pues nunca he estado con ellos, ni he visto su certificado de nacimiento, ni he palpado evidencia alguna. Y de Pedro Almodóvar, qué quieren que les diga, cómo va a resultar creíble que Penélope gritara su nombre en la noche de los Oscar si Penélope no existe y, a buen seguro, Pedro Almodóvar tampoco.
            Como dice un conocido anuncio publicitario, yo no soy tonto. Nunca he visto un ornitorrinco y por tanto no creo en su existencia, de manera que cómo quieren ustedes, mis queridos lectores si es que existen, que crea en supersticiones como la del martes y trece. Tampoco creo que derramar la sal de un salero, abrir un paraguas en casa, dejar el sombrero sobre la cama, recoger del suelo unas tijeras caídas, que se cruce un gato negro en tu camino o que te levantes de la cama con el pie izquierdo sean cosas que traigan mala suerte, ni que tirar una moneda a un pozo, tocar la joroba a un jorobado, cruzar los dedos, poner una escoba al revés detrás de la puerta, llevar una pata de conejo, tirar arroz a los novios en las bodas o que te zumben los oídos la traigan buena. Ahora bien, pudiera ocurrir que a pesar de todo Nueva York exista y que Bardem sea actor de cine y Almodóvar director de celuloide. Por eso lo mejor es no tentar al destino y, del mismo modo en que jamás se me ocurrirá pasar por debajo de una escalera, tampoco veré nunca una película de Bardem o de Almodóvar.
            Por si las moscas.
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