miércoles, 7 de diciembre de 2011

Carta al último Rey Mago







(Artículo publicado el 6 de diciembre de 2011, Día de la Constitución, en el diario La Opinión de murcia)








Querida Majestad de un reino que, por lo que nos han contado estos años, ni es de oriente ni de occidente, sino que se trata de un reino confuso:


Debo confesarle primero, Majestad, que ya sé que no es mago, pues los Reyes Magos solo existen de verdad en la imaginación inocente de los niños y en la de aquellos que son como niños. Los otros Reyes Magos, lo de neón y tarjeta de crédito, también son reales, pero ni son reyes ni son magos. Pero su Majestad sí que es un rey de verdad pues tiene un reino, confuso como le decía, pero reino al fin y al cabo.


Sabe su Majestad que estamos en crisis, en un agujero profundo y negro del que no sabemos salir. Y no me refiero únicamente a su reino, sino a muchos reinos más que lo rodean. Todos tienen sus reyes o sus reinas y algunos de ellos son casi magos, pues van sorteando la crisis con más o menos acierto. Pero volvamos a nuestro reino. Cada día al levantarnos nos preguntamos cómo vamos a salir de la crisis y cada noche al acostarnos la respuesta permanece oculta. Ya sé, ya sé, tal vez debamos preguntarnos primero quien puede sacarnos del agujero negro, porque si no hubiera nadie capaz de ello, no haría falta que nos preguntásemos lo otro. Yo sé, querida Majestad, quien puede sacarnos de la crisis. No, no son los gobiernos, ni los bancos, ni los trabajadores, ni los deportistas laureados, ni los difamados funcionarios, ni las amas de casa, ni los indignados, ni los parados, ni los estudiantes, ni los jóvenes, ni los viejos, ni siquiera es Europa, esa señorona vieja y artrítica enfundada en el chándal azul y amarillo de la Unión Europea. No. Los solucionadores de la crisis son todos ellos, somos nosotros todos, somos we the people, como rezan las tres primeras palabras de la Constitución de los Estados Unidos de América, somos Juan Nadie, somos todos, todos juntos.


El problema, querida Majestad, sigue siendo que, aun sabiendo quiénes y aunque finjamos que eso no lo sabemos, seguimos sin saber cómo. Bueno sí que sabemos cómo, al igual que sabemos quiénes. Pero antes de que estos juegos de palabras enfaden a mi lector malasombra, que por supuesto está leyendo esta carta madrugadora, iré al grano, Majestad, y le diré lo que me preocupa. Para movilizarnos a todos en la dirección correcta, que no sé cuál es, hace falta un líder. No, Majestad, no, no es Mariano Rajoy. No puede ser Mariano Rajoy, porque por mucho que se empeñe en serlo de todos, siempre será el líder de unos pocos, los votantes de un partido político que representa tan sólo a una fracción de los españoles, y, además, sólo es, o será, un presidente de gobierno. Mariano puede y debe ser un excelente gestor de los asuntos públicos y gubernamentales, entre otras cosas porque estamos hartos de falsos líderes visionarios e interplanetarios dispuestos a salvar a media España de la otra media, pero no es, no será, no puede ser, el líder. Ese lugar sólo lo puede ocupar un dictador. O un Rey.


Sí, no se me quede mirando así, Majestad, con los ojos como platos, que yo también me he asustado. Porque, si hacemos memoria, su Majestad ya lo ha hecho antes. Lo hizo la noche de un veintitrés de febrero, cuando media España era golpista y la otra media golpeada. Al día siguiente sólo quedaban los golpistas que había encerrados en el Congreso de los Diputados, pero la noche anterior hubo muchos más. Y en esto llegó el mensaje del Rey, el mensaje de su Majestad, que fue quien nos puso a todos en la dirección correcta, quien frenó los tanques y los devolvió a los cuarteles, a quien se rindieron los mostachos y en quien buscaron refugio las barbas. El Rey, el mismo Rey que cuando pocos meses después las urnas dieron el gobierno al partido socialista volvió a tranquilizar con su presencia a las derechas temerosas. No era para menos. El PSOE, que ya gobernaba en ayuntamientos y autonomías, había entrado como un elefante en una cacharrería. Había colocado a los suyos en todos los escalones, desde ordenanza a ministrillo, y ante la imposibilidad de echar a los funcionarios de derechas los desplazó de los despachos a los pasillos y a los huecos de escalera. Y es que los socialistas llegaron al poder del Estado al grito de “Felipe, colócanos a todos”, como sin duda recordará su Majestad, pero a las gentes de la derecha española siempre les quedó París, es decir, el Rey, su Majestad. Algo parecido ocurrió años después cuando el PP llegó al poder, y el miedo desatado al doberman fue vencido por su Majestad y por la fuerza de los hechos. En aquellas ocasiones el Rey de España fue la misma España.


Hoy estamos, Majestad, en una grave encrucijada. Europa se apresta a devorar a sus hijos y, entre ellos, a España. Cesión de soberanía lo llaman. España puede llegar a ser menos España y su Majestad menos Rey y, mientras tanto, el que haya cinco millones de españoles parados significa que hay millones de familias necesitadas de lo más básico. El agujero es cada vez más negro. En España la Corona tiene esa función fundamental que la Constitución, que hoy celebra su cumpleaños, ha llamado equivocadamente el papel moderador de la Corona. No, no es el papel del moderador, sino el de la autoridad impulsora; no es el imperium del cónsul romano, sino la auctoritas del Senado de Roma lo que la Constitución otorga al Monarca. Ha llegado de nuevo su hora, querida Majestad, o tal vez la de su hijo…, sí, tal vez la de su hijo. Envuelva nuestro regalo en el tradicional mensaje de Navidad y tráiganos fe en España y confianza en el futuro, usted ya sabe cómo.


Vuelva a ser una vez más, Majestad, el Rey que una vez fue España.


.

No hay comentarios: