martes, 7 de diciembre de 2010

Una propuesta ingenua

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(Artículo publicado el 7 de diciembre de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)


La prueba de que ya peino canas no son las canas mismas, sino las historias y vivencias que se me acumulan en el desván del recuerdo. Entre ellas, dos crisis económicas que con ésta suman tres. Es posible que viviera alguna más, pero de ésa no me acuerdo.


A comienzos de los setenta la OPEP puso el petróleo por las nubes, con el resultado de que los países industrializados o en vías de ello nos paramos en seco. Las ciudades se apagaron y, según recuerdo, aquellas Navidades fueron especialmente tristes. Los de mi quinta se acordarán de los escaparates de la Alegría de la Huerta y de Galerías Preciados, otrora resplandecientes, oscurecidos a partir de las siete de la tarde por órdenes de la autoridad competente (usted puede, España no); o las calles alumbradas por una farola de cada cinco; o los frigoríficos y neveras de cada hogar escasos de casi todo. Ese año no hubo pavos y hasta los pollos sucedáneos fueron más flacos que el año anterior. La crisis se combatió mejor o peor con la más estricta de las austeridades.


Luego, mediados los noventa, después de los fastos (las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla) llegaron los nefastos y la crisis económica volvió a entristecer el aspecto de las ciudades. Nuevamente, se apagaron cuatro de cada cinco farolas y las calles céntricas quedaron desiertas de tiendas y negocios. El que no cerraba era porque ya lo había hecho. Por la Platería de Murcia al atardecer sólo caminaba el sereno, y la Calle Mayor de Cartagena se vendía, se traspasaba o se alquilaba toda. La desaceleración económica, creo recordar, se combatió entonces con sucesivas depreciaciones de la peseta y con medidas de política financiera destinadas a animar el consumo y la inversión.


Pero en ninguna de ambas crisis se produjo el efecto venenoso que se ha producido en ésta y al que llamaremos en honor a su hacedor el efecto Zapatero. Se trata de un sentimiento depresivo que se ha adueñado de la población en general y de los agentes económicos en particular, como si el mundo, no es que se fuera a acabar, sino que se hubiera acabado ya. El temor a un futuro incierto propio de cualquier crisis ha dejado paso al miedo al presente cierto de ésta crisis en particular. Y esto es así por varias razones: primero porque, tras varios años de negaciones y de engaños continuados sobre la crisis y sus consecuencias, el gobierno de Zapatero, cualquier gobierno de Zapatero, no inspira un ápice de confianza, sino más bien todo lo contrario; luego, porque la oposición, atrincherada tras el deterioro progresivo del crédito del gobierno, ha quedado prisionera de su propia estrategia de acoso y derribo. Ocurre también que se percibe, cada vez con mayor nitidez, que el sistema social y político actual no nos sirve; que los bancos y cajas no han valido para afrontar las consecuencias de una crisis de la que, en buena parte, son culpables; que las pensiones y la asistencia social y sanitaria están en serio peligro; que las autonomías son un peso que nos lastra irremediablemente; que la totalidad de los ocho mil ayuntamientos españoles está prácticamente en bancarrota; que los sindicatos nos toman el pelo; y que hay un sálvese quien pueda, cuyos penúltimos protagonistas han sido los controladores aéreos.


Y ocurre por último que, frente al predicamento internacional de la crisis (mal de muchos, consuelo de tontos, insinuaban), hay países que están saliendo de ella. Entre ellos, Alemania, sí, la misma Alemania que hace cinco o seis años, cuando España crecía al tres por ciento y cantaba alegremente su liderato económico como la cigarra del cuento, ella crecía a la mitad, si bien, como la hormiga, se disponía a hacer paciente y calladamente sus deberes. Tras la elecciones de 2005, Merkel y Schroeder dieron un ejemplo de responsabilidad política y, con un paso atrás de éste último (una muestra de grandeza política), los dos grandes partidos nacionales pusieron en marcha un gobierno conjunto conocido como “Grosse Koalition” o “Gran Coalición”. Sin ruido y afrontando medidas tan impensables tanto en la España de entonces como en la de ahora, como la de trabajar más y ganar menos, Alemania comenzó a salir de la crisis aún antes de que Zapatero reconociera que existía crisis alguna. Y, de paso, Alemania nos marcó el camino de salida, justo en dirección contraria a la que seguía España.


Te propongo una cosa Mariano: exígele a Zapatero que convoque elecciones anticipadas y promete que, tanto si ganas las elecciones como si las pierdes, formarás con el PSOE un gobierno de coalición para afrontar entre los dos la salida de la crisis económica, que buscaréis el apoyo del resto de fuerzas políticas y que haréis lo imposible para reintegrarnos la confianza en nosotros mismos y en vosotros los políticos. Prométenos que entre los dos vais a reformar en profundidad las estructuras políticas y sociales de esta España nuestra para adaptarlas a los tiempos diferentes que se avecinan, en los que, como dice la gramática parda, lo superfluo sobra y cuando no hay, no hay.


Y a ti Zapatero te propongo otra cosa: hazle caso a Mariano y convoca elecciones anticipadas, sé grande y da un paso atrás como hizo Schroeder y facilita que tu sucesor, tanto si gana las elecciones como si las pierde, se comprometa a gobernar en coalición con el PP para sacar a España de la crisis y devolvernos la confianza en nosotros mismos y en vosotros mismos, los políticos.


¿Que esto te suena ingenuo, mi desencantado lector malasombra? Me lo temía pero, dicho en el idioma que habla la señora Merkel, Das ist mir schnuppe. O sea, me importa un pito.
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