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Los dos o tres lectores habituales de mi columna saben de mi fijación con lo políticamente correcto. Como señala Vladimir Volkoff, un filósofo francés pariente de Tchaikowsky, “lo políticamente correcto consiste en la observación de la sociedad y la historia en términos maniqueos. Lo políticamente correcto representa el bien y lo políticamente incorrecto representa el mal. El summun del bien consiste en buscar en las opciones y la tolerancia en los demás, a menos que las opciones del otro no sean políticamente incorrectas; el summum del mal se encuentra en los datos que precederían a la opción, ya sean éstos de carácter étnico, histórico, social, moral e incluso sexual, e incluso en los avatares humanos. Lo políticamente correcto no atiende a igualdad de oportunidades alguna en el punto de partida, sino al igualitarismo en los resultados en el punto de llegada”. O dicho de manera más precisa, lo políticamente correcto se manifiesta en una tendencia compulsiva a dejarse esclavizar por la dictadura del relativismo, término acuñado por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, según la cual no existe una verdad absoluta sino que la verdad la construye cada hombre para sí en cada momento y lugar, aquí y ahora.
Lo políticamente correcto ha dado lugar a una infinitud de esperpénticos engendros, de los que, por sobradamente conocidos, no haré más referencias. Excepto de uno. Se trata de una felicitación navideña que, sabedor de mi fobia y ejerciendo de Ignatius, me envía mi buen amigo Emilio del Valle desde Cantabria y que, como hoy es día de Inocentes, me permito reproducir en mi artículo, fotografía incluida, con permiso de mi dilecta directora:
“Hola a todos/todas:
Os ruego que aceptéis, sin obligación alguna por vuestra parte, tanto implícita como explícita, mis mejores deseos de unas vacaciones invernales medioambientalmente sostenibles, socialmente solidarias, genéricamente neutrales, nacionalmente plurales, políticamente correctas, ideológicamente transversales y civilizatoriamente equidistantes, practicadas según las tradiciones de vuestra opción religiosa, o de vuestra opción secular, con respeto absoluto por todas las tradiciones religiosas o seculares distintas, o por la ausencia de ellas, así como una entrada fiscalmente exitosa, personalmente satisfactoria y médicamente inalterada, en el período de tiempo conocido como año 2011 según el calendario generalmente aceptado en nuestro entorno cultural sin que ello signifique desatención hacia otros calendarios de otras culturas cuyas contribuciones a la sociedad han ayudado a construir la llamada Civilización Occidental, lo cual no quiere decir que se la considere mejor que otras civilizaciones, y sin que estos deseos establezcan distinción alguna por razón de color, credo, raza, opinión, edad u orientación sexual del felicitado o felicitada. Perdón, es que no quiero herir ninguna susceptibildad, de manera que tengamos la fiesta en paz. Y en prueba de ello os obsequio a todos y todas con una foto políticamente correcta del portal de Belén, de la que pueden disfrutar los ciudadanos y ciudadanas con credo o sin él.”
Lo curioso de esta broma es que habrá quien se la tome muy en serio y vea en la felicitación navideña una forma muy correcta de felicitar las fiestas. Muy políticamente correcta.
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