martes, 30 de noviembre de 2010

La visita

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(Artículo publicado el 30 de noviembre de 2010 en el diario La Opinión de Murcia)



Se habrán dado ustedes cuenta de que poco a poco hemos incorporado a nuestras vidas ciertas rutinas que hace tan sólo unos años eran impensables. Antes de irnos a la cama comprobamos si el móvil tiene batería suficiente y, si no, lo ponemos a cargar. Por la mañana, para empezar la jornada, ponemos en marcha el ordenador y leemos por encima las ediciones digitales de algunos periódicos. Luego abrimos nuestra cuenta de correo electrónico, vemos su contenido, eliminamos los correos peligrosos o que no interesan, abrimos los demás y contestamos algunos de ellos. Entre los correos que se reciben a diario siempre hay alguno de esos que, tras contar una historia pretendidamente milagrosa, nos exige que lo reenviemos a diez amigos; si lo hacemos, nuestros deseos se verán cumplidos; si no lo hacemos, al cabo de unos días parecerá que nos ha picado la mosca, como se decía antigua pero más finamente. Otros correos, nos narran simplemente una historia, sin dar y sin pedir nada a cambio, probablemente con la única intención de hacernos reflexionar sobre el mensaje. A esta última categoría pertenece el que les transcribo a continuación. Puede que la historia sea un tanto lacrimosa y melodramática e, incluso, puede que no se trate de un hecho real, pero no me negarán que, en estos tiempos materialistas que corren, en los que cada cual va a lo suyo, si la historia no es real, merecería serlo.



«Eran las ocho y media de una mañana agitada cuando un anciano, de unos ochenta años de edad, llegó al hospital para que le quitaran los puntos de una herida que tenía en la mano. El anciano dijo que tenía mucha prisa, pues tenía una cita a la nueve en punto. Le pedí que se sentara a esperar su turno y le dije que trataríamos de ser rápidos. El hombre no paraba de consultar su reloj de pulsera y, como lo viera muy agobiado por la hora, decidí atenderlo en primer lugar.»


«Mientras realizaba la cura le pregunté si tenía cita esa mañana con otro médico, ya que lo veía tan apurado. Él me dijo que no, que tenia que ir al geriátrico para desayunar con su esposa como cada mañana. Le pregunté sobre la salud de ella. Él me respondió que llevaba varios años internada, pues padecía Alzheimer.Le pregunté si ella se enfadaría si llegaba un poco tarde. Me respondió que hacía tiempo que ella no sabía quien era él, que hacía cinco años que no lo reconocía y que, por tanto, no sabría si llegaba tarde o temprano.»


«Me sorprendió su respuesta y entonces le pregunté por qué seguía yendo cada mañana si ella ya no sabía quién era él. Sonrió, me acarició la mano y me contestó lo siguiente: “Ella no sabe quién soy yo, pero yo aún sé quién es ella.”»


«Cuando se marchó a su cita diaria con su esposa, su mirada era brillante e ilusionada, como la de un colegial enamorado.»



Coda: Pese a las primeras noticias acerca de que Asia Bibi, la cristiana pakistaní condenada a la horca por blasfema a quien dediqué mi artículo de la semana pasada, había sido indultada por el presidente de Pakistán, lo cierto es que el indulto ha sido prohibido por el Tribunal de Apelación de Lahore. Asia Bibi no ha sido indultada aún y continúa en prisión, en medio del estruendoso silencio de muchos gobiernos y organizaciones civiles autodenominados progresistas.

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