lunes, 10 de noviembre de 2014

Esta España de acero y ajo


(Publicado en La Opinión de Murcia el 11 de noviembre de 2014)



España es un país difícil de entender. Lo es aún más desde que la vieja Historia de España, aquella asignatura prelogsiana cuyo estudio nos daba una visión razonable de quiénes éramos, ha sido sustituida en gran parte por las historias minúsculas de los más diversos e insignificantes trozos de España, historias plagadas de anécdotas pueblerinas y sin trascendencia alguna. Los Reyes Católicos, progenitores A y B de un nuevo estado europeo llamado España, realmente el primer estado moderno del mundo, no son hoy más que un pequeño estorbo para los estudiantes cuyo estudio los distrae de su auténtico cometido que es hacerse hombres y mujeres de provecho tuiteando en las redes sociales.
Y qué decirles de ciertos medios de comunicación. Llegan tarde algunas televisiones en su intento de ensalzar a la Reina Isabel de Castilla y al Rey Fernando de Aragón (rey también de los territorios y condados que integran actualmente Cataluña), de quienes, para empezar, olvidan contar que fueron llamados Católicos, no por insultarlos y tacharlos de fachas y retrógrados, sino por su defensa de la Iglesia Católica frente al Islam, fíjense qué cosas.
En los últimos meses hemos asistido estupefactos a un acelerado proceso de desvertebración de España. A la caída de la Roja en la primera ronda del Campeonato del Mundo de Fútbol celebrado en Brasil, siguió la fulminante abdicación del Rey Don Juan Carlos I y la subida al Trono de su heredero Don Felipe VI. Luego llegó la derrota de España a manos de Francia en los cuartos de final del Campeonato del Mundo de Baloncesto que, además, se celebró en España para más inri. Y, últimamente, han fallecido repentinamente dos personajes imprescindibles en la articulación de la reciente historia de España: Emilio Botín, Presidente del Santander, e Isidoro Álvarez, Presidente de El Corte Inglés, ambos a la relativamente temprana edad para lo que hoy se estila de setenta y nueve años. De golpe y porrazo han desaparecido personas y elementos que constituían casi en solitario la vertebración de España. Es muy posible que, más allá de las personas, permanezcan las instituciones, es decir que haya vida después de Casillas y de Pau Gasol, que El Corte Inglés siga manteniendo su presencia en todo el territorio nacional, que su tarjeta de compras sea más popular en los bolsillos españoles que el carnet de identidad, y que el Banco de Santander termine por ser el Banco de España, pero también es posible que España no se deje. Ya saben ustedes lo que dijo de nosotros Otto von Bismarck, el Canciller de Hierro, que España era sin duda el país más fuerte del mundo, pues los españoles llevábamos siglos intentando destruirlo y aún no lo habíamos conseguido. Pues bien, si echamos un vistazo a nuestro alrededor parece que estamos a punto de lograrlo, pero sólo lo parece, no se crean.
Los catalanistas han celebrado por fin su consulta soberanista, si bien lo han hecho oficiosamente, en unas discretas urnas de cartón instaladas muy precariamente en zaguanes y patios de vecinos y en algún que otro edificio más o menos oficial, a cuyo incauto director se le va a caer el pelo precisamente para que no se le caiga al astut Mas. Pero si bien es cierto que la consulta no ha tenido valor jurídico alguno, lo que permite al Gobierno de España ningunear el resultado, no lo es menos que un elevado número de catalanes, en constante aumento por cierto, han manifestado que no quieren seguir en este vecindario.
He escuchado a alguien comparar lo sucedido en Cataluña con el micro relato del mejicano Augusto Monterroso, del que algunos dicen que es el cuento más pequeño de mundo: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Y es que, en la mañana del diez de noviembre, España y Cataluña seguían allí donde estaban, pero también lo hacía el deseo separatista de muchos catalanes. La consulta, finalmente oficiosa y felizmente no oficial, ha demostrado que en el contexto geopolítico en el que está planteada la cuestión catalana, y en el tiempo de hoy, los límites de la ley no pueden ser franqueados, pero también ha puesto de manifiesto que la cuestión continúa sobre la mesa, que el dinosaurio todavía está aquí. Guste más o guste menos, sólo existe un camino que es además el que siempre ha existido: el del diálogo responsable.
No queda otra. Eso y seguir oliendo a ajo, que dijo de nosotros una famosa intelectual y pensadora llamada Victoria Beckham.
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