lunes, 17 de noviembre de 2014

Descubriendo la vieja España


(Publicado en el diario La Opinión de Murcia el 18 de noviembre de 2014)


“A menudo he soñado en escribir la historia de un piloto inglés que, habiendo calculado mal su derrotero, descubrió nada menos que la antigua Inglaterra, bajo la impresión de que era una ignorada isla de los Mares del Sur.”
Siempre he pensado que mi gordo Chesterton tenía un pacto con las hadas que pueblan sus escritos y los rincones oscuros de los jardines ingleses para atisbar por un agujerito un poco del futuro que nos aguardaba. Sean las hadas o no, es lo que tiene la gente inteligente, que se anticipan a lo que va a ocurrir al apercibirse de signos y de detalles que se nos ocultan al resto de los mortales, que nos contentamos como mucho con interpretar la historia conforme sucede. Y algunos, ni eso.
Digo esto a cuento de la propuesta formulada este fin de semana, nada novedosa por cierto, por este chico que lidera el PSOE y que se ha autobautizado con el impronunciable y tuitero nombre de PDRO SNCHZ en una nueva contradicción socialista: elimina la vocales que son necesarias para pronunciar su nombre y mantiene inútilmente, sin embargo, las vocales de las siglas del partido que se perdieron por el camino hace mucho tiempo. Pedro Sánchez (así mejor) ha vuelto a sacar dos viejos conejos socialistas de la chistera: la reforma de la Constitución y la conversión de la España de las Autonomías en la España Federal. Y, tal vez para que nadie confunda estos gazapos con los que exhibiera Rubalcaba antes de las pasadas elecciones generales, los ha bautizado como la “Declaración de Zaragoza”.
Sobre la primera cuestión planteada por el joven líder socialista no seré yo quien diga que la Constitución no ha envejecido en estos años ni que los tiempos no hayan cambiado, entre otras cosas porque eso mismo es lo que vengo sosteniendo desde hace años en mis clases en la universidad. Sin embargo, siendo ciertas esas dos circunstancias, no lo es menos que los tiempos notoriamente convulsos en los que malvivimos no son precisamente los más adecuados para revisar la Constitución y menos para hacerlo deprisa y corriendo. Y esto también lo digo en mis clases. La Constitución es revisable, faltaría más, pero no así ni ahora. Revisar la Constitución es algo muy serio que exige una gran dosis de reflexión y prudencia, pues se trata de la norma de la que dimanan todas las demás, la que define el modelo de Estado y de gobierno, la que regula las más altas instituciones, la que garantiza los derechos y libertades y, en definitiva, la que establece las reglas del juego. Y se trata, además, de un juego peligroso. No se ha de olvidar que esta Constitución y no otra es la que contentó en su día a la inmensa mayoría de españoles, incluidos catalanes y vascos que la apoyaron mayoritariamente. Las Constituciones de todo el mundo tienen vocación de permanencia, sin perjuicio de que alguno de sus aspectos sea retocado conforme los tiempos avanzan. Pero esos retoques se suelen hacer despacio, precedidos de un generoso período de reflexión, casi con mimo y no con la altivez y el desprecio con el que, a veces, la juventud trata a la madurez. Revisemos la Constitución, sí, pero con todo el respeto que se merece esta vieja señora que es, además, la madre que nos parió.
Sobre la propuesta de la España federal ya lo he dicho todo al comienzo del artículo. Bueno, ya lo ha dicho por mí el orondo, británico y muy católico Chesterton, mi intelectual de cabecera. Pedro Sánchez ha calculado mal su derrotero y ha acabado descubriendo el Estado de las Autonomías, creyendo que lo hacía con algo nuevo. Y es que el invento español del Estado de las Autonomías no fue más que una versión cañí y pasteurizada del viejo estado federal con el que guarda algo más que algunas semejanzas. Huyendo de los fantasmas del pasado, los constituyentes no quisieron hablar de estado federal y no se habló, pero el modelo que pretendieron crear ex novo se parecía extrañamente a aquél y, en cierto modo, superó con mucho a algunos estados federales en materia de autogobierno. Tengo para mí que la diferencia fundamental entre los unos y el otro estriba en que, mientras que Alemania está poblada básicamente por alemanes, Suiza por suizos y Estados Unidos por una extraña mezcolanza de personas que se llama a sí misma en su Constitución “We the People”, que se se levanta como un solo hombre al paso de su bandera, en cuyo escudo reza la leyenda “In God We Trust” y cuyo presidente, sea blanco o negro, despide siempre sus intervenciones con un “God bless the United States of America”, mientras que esos países están poblados por esos habitantes, decía, esta España nuestra está poblada por españoles.
Más allá de la necesidad de algunos retoques y ajustes constitucionales, el problema de España no es su Constitución: nosotros somos el problema, tan homogéneamente dispares. Es lo que Salvador de Madariaga definía ya en 1967 como el más grave de cuantos problemas asedian España: el de su pluralidad frente a su unidad, la dialéctica que ha estado justamente en el origen del Estado de la Autonomías pero que, sin duda, es también una de las causas de su crisis y, en último término, de la fractura de España. El propio Madariaga, al referirse al nacionalismo-separatismo en España, señalaba en su ensayo titulado De la angustia a la libertad que, en cierto modo, tanto el separatismo vasco como el catalán derivan del separatismo que es innato a todos los españoles: “Todos los españoles”, decía, “tienden a resquebrajarse unos de otros bajo el calor de la pasión, como la tierra seca de la Península tiende a agrietarse bajo el calor del sol”.

Y, por si éramos pocos, parió la abuela y llega Podemos.
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