martes, 8 de abril de 2014

Sé utópico


(Artículo publicado el 8 de abril de 2014 en el diario La Opinión de Murcia)

He cogido de la estantería mi manoseado ejemplar de Utopía y desencanto, de Claudio Magris. Ya he usado este libro como referencia en dos o tres de mis artículos anteriores, la primera vez con ocasión de que le fuera concedido a Magris el Príncipe de Asturias de las Letras hace diez años, y un par de veces más para hablar de las fronteras que a los españoles nos unen y nos separan, entre ellas los ríos.  Magris es triestino. Definirlo como escritor italiano es errar el tiro, porque Trieste, la ciudad donde nació y en cuya Universidad enseña literatura germánica, es tan italiana como austríaca o yugoeslava. Magris es un escritor humanista y transfronterizo. “En Trieste nací y viví hasta los dieciocho años; cuando era pequeño no sólo era una ciudad de frontera, sino que parecía ella misma una frontera, hecha de un sinfín de lindes que se entrecruzaban en su seno y a veces en la misma persona y la vida de sus habitantes. Las líneas de frontera son también líneas que atraviesan y cortan un cuerpo, lo marcan como cicatrices o como arrugas, separan a alguien no sólo de su vecino sino también de sí mismo.” (Desde el otro lado. Consideraciones fronterizas. 1993)
            El artículo que da título al libro fue escrito en 1996, hace casi veinte años. Eran los tiempos posteriores a la caída del muro de Berlín en 1989 y al desmoronamiento estrepitoso de la Unión Soviética y, con ella, del socialismo utópico. Como el propio Magris escribió, alguien dijo con cierta grandilocuencia que en 1989 se había acabado la Historia, cuando lo que realmente ocurrió fue que la Historia, que había permanecido decenios en el frigorífico, se había descongelado por fin y ésta se desentumeció dando lugar a una maraña de emancipación y regresión que desató conflictos sangrientos. “La contradicción más patente es la que afecta al mismo tiempo a procesos de unificación y agregación −la unidad europea, sin ir más lejos− y de atomización particularista, como la reivindicación de las identidades locales (…) El milenio se anuncia con contradicciones llevadas al extremo. La derrota, si no en todos sí en muchos países, de los totalitarismos políticos no excluye la posible victoria de un totalitarismo blando y coloidal capaz de promover −a través de mitos, ritos, consignas, representaciones y figuras simbólicas− la autoidentificación de las masas, consiguiendo que, como escribe Giorgio Negrelli en sus Anni allo sbando [Años a la deriva], «el pueblo crea querer lo que sus gobernantes consideran en cada momento más oportuno». El totalitarismo no se confía ya a las fallidas ideologías fuertes, sino a las gelatinosas ideologías débiles, promovidas por el poder de las comunicaciones”.
            Frente a la caída desencantada de los mitos revolucionarios que pretendían cambiar el mundo, que arrastró, no solo al socialismo real, sino también a las ideas de democracia y progreso y a la propia utopía de la redención social y civil, Magris afirma que es el propio desencanto el que ha venido a reforzar la utopía, del mismo modo en que Don Quijote necesita de Sancho Panza, que se da cuenta de que el yelmo de Mambrino es una bacinilla y que percibe el olor a establo de Aldonza, pero que “entiende que el mundo no está completo ni es verdadero si no se va en busca de ese yelmo hechizado y esa beldad luminosa”. El desencanto es un oximorón, precisa Magris, es una contradicción que el intelecto no puede resolver y que solo la poesía es capaz de expresar y custodiar: “Fue la ironía de Cervantes, que desenmascaró el fin y la torpeza de la caballería, la que expresó la poesía y el encanto de la caballería”.
Magris dio entonces con la clave: el desencanto que se produce cuando se frustran nuestros propósitos, cuando se quiebran nuestros mitos o cuando nuestros sueños se transforman en pesadillas, no sólo no es lo peor que nos pudiera ocurrir, sino que es justamente lo que siembra de nuevo la esperanza. Y es que “el desencanto es una forma irónica, melancólica y aguerrida de la esperanza”. “Tras las cosas tal como son hay también una promesa, la exigencia de cómo debieran ser”, concluye Magris.
          Por eso, mi consejo a Alberto Garre es el siguiente: pon un pie sobre el desencanto y sé utópico. Dicho de otra manera, sé utópico para ser realista.
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