martes, 3 de diciembre de 2013

La memoria mentirosa




(Artículo publicado el 3 de diciembre de 2013 en el diario La Opinión de Murcia)


Hace unos días, Luis María Linde, gobernador del Banco de España, afirmó en el Real Casino de Murcia que, aunque los indicios son todavía poco perceptibles para el ciudadano corriente, estamos empezando a salir de la crisis económica. Y debe ser cierto porque lo dijo ante quienes, si la afirmación no fuera cierta, podrían haberlo contradicho en un santiamén. Estamos empezando a remontar la crisis económica, es cierto, pero aun tardaremos un tiempo en notarlo. El temor que me asalta hoy es que no estemos haciendo lo propio en relación con la crisis moral que ha precedido, y acompañado, a la económica y sobre la que ya he escrito en alguna ocasión, por lo que me ahorro hacerlo de nuevo.
            No me negarán que desde un punto de vista moral España está hecha unos zorros. No hay apenas un principio moral, básico para la convivencia, que no hayamos traicionado. Fíjense bien en que, en vez de emplear un sujeto indeterminado, un “no haya sido traicionado”, por ejemplo, he usado intencionadamente la primera persona del plural, nosotros, porque todos, es verdad que unos más que otros, hemos sido los autores de traición. Y muchos, no se ofendan y no se me levanten y se vayan, muchos continuamos aplaudiendo una u otra traición. Veamos algunos ejemplos.
            La excarcelación de asesinos. Que un delicuente salga de prisión una vez que ha cumplido su condena no es en modo alguno una violación de un principio moral, sino todo lo contrario. La inmoralidad consiste en que fueran condenados en su día a penas desproporcionadamente leves en relación con los crímenes cometidos. Fue entonces cuando debimos sentir vergüenza de nuestras leyes penales y de nosotros mismos. La inmoralidad consiste en que salgan de prisión todos al mismo tiempo, asesinos terroristas y asesinos comunes, en lo que se me antoja un truco para que una cosa tape a la otra. La inmoralidad consiste en que a todos les espere una indemnización del Estado, y una entrevista muy bien pagada en un medio de comunicación, a unos, o un homenaje de sus iguales, a otros; y que eso ocurra porque hemos consentido que haya unas leyes prestas a proteger los derechos del delincuente y remisas a hacer lo propio con sus deberes. La inmoralidad consiste en que, a este respecto, nadie nos haya dicho todavía la verdad, toda la verdad.
            Los más desfavorecidos. Con esta frase nos solemos despachar, tanto el político de turno como cada uno de nosotros, para referirnos a quienes sufren las peores consecuencias del sistema, agudizadas sin duda por la crisis económica, como si ambos fueran una especie de lotería que aleatoriamente favorece a unos y perjudica a otros, los agraciados y los desfavorecidos. La realidad es que somos los primeros los culpables del padecimiento de los segundos. La inmoralidad es pensar que todo esto ocurre por casualidad y que nadie tenemos la culpa de lo que pasa, excepto el Gobierno, claro. La inmoralidad consiste en lamentar esas situaciones y volver la vista a otro lado. La inmoralidad consiste en exigir que alguien lo remedie y disparar contra quien, como la Iglesia Católica, lo viene haciendo desde siempre.
            Las memorias mentirosas. Que los libros de memorias falsean la historia no es nada nuevo. Cada cual aprovecha para darle una mano de agua y jabón a sus recuerdos con el fin de que su huella en este mundo sea respetable. Albert Speer, arquitecto de Hitler y en los últimos años de la guerra su ministro de Armamento, fue condenado en Nüremberg a dieciseis años de cárcel, una pena extremadamente leve si la comparamos con la de otros jefes nazis que fueron condenados a muerte. Mientras cumplía su condena escribió los famosos Diarios de Spandau en los que relataba sus vivencias en la prisión berlinesa, pero fue al salir de la cárcel cuando escribió y publicó Erinnerungen, su libro de memorias, en el que cuenta cómo fue su estrecha relación personal con Hitler. Pudo haber dicho únicamente la verdad y, sin embargo, por un simple ánimo exculpatorio, mintió. En las últimas páginas, sin más pruebas que su palabra, afirmó que en los últimos días de la guerra había planeado un atentado contra Hitler que no llevó a cabo por no disponer de los medios necesarios.
Salvando las distancias y las comparaciones personales, me hago eco de que son muchos los que opinan que tanto Zapatero como Solbes han mentido en sus libros de memorias. Ninguno de ellos soporta la sentencia de la historia sobre la maldad, el sectarismo y la inepcia con las que fue abordada la crisis económica y moral de España, pues el vértigo y el insomnio no constituyen eximentes ni siquiera atenuantes de su responsabilidad. La inmoralidad consiste, no tanto en que  hayan mentido, que también, cuanto en que a nadie parezca importarle que lo hayan hecho.
La inmoralidad consiste, además, en que muchos les compraremos sus libros.

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