martes, 9 de julio de 2013

Los muertos ocultos

(Artículo publicado el 9 de julio de 2013 en el diario La Opinión de Murcia)





Hoy vengo dispuesto a cometer una de las faltas veraniegas más graves que se pueden cometer, que consiste en escribir sobre la miseria humana en mitad de los gozos estivales, de manera que el que no quiera seguir leyendo solo tiene que pasar la página.
Dos muertos en Canadá en un accidente ferroviario y uno en Estados Unidos en un accidente aéreo son algunas de las noticias que han abierto los telediarios de esta fin de semana y, sin embargo, apenas ha tenido eco en los noticiarios españoles la matanza de cuarenta y dos estudiantes perpetrada en la escuela secundaria de Mamudo en el estado nigeriano de Yobe a manos de un grupo de extremistas islámicos llamado Horo Bokam, cuyo objetivo es instaurar la ley islámica y cuyo nombre quiere decir más o menos “la educación occidental es un sacrilegio”. En los últimos tres años más de mil seiscientas personas han sido asesinadas por los terroristas islámicos en Nigeria, uno de los países más pobres del mundo. Muchas de estas personas han sido asesinadas, en ocasiones quemadas vivas, por el simple hecho de ser cristianos, pero también se cuenta entre las víctimas a centenares de musulmanes cuyo único pecado había consistido en estudiar en escuelas o universidades no islámicas de Nigeria.
            Las matanzas de cristianos en Nigeria o en Sudán no nos inquietan del mismo modo en que lo hace un accidente ferroviario mortal en Canadá o en Alemania. De alguna forma, hemos ido asumiendo que lo que ocurre con los cristianos en Darfur o en las selvas de Indonesia no nos puede ocurrir a nosotros, habitantes de la muy civilizada y muy tolerante Europa. En cambio, un accidente ocurrido en un moderno tren o en un avión construido precisamente a prueba de accidentes, es algo que nos puede ocurrir a nosotros; y eso nos asusta, aunque desde luego de manera muy civilizada. A continuación, exigimos a nuestros gobiernos mayores garantías para viajar, más seguridad en los aeropuertos y, lo que ya viene siendo habitual, la depuración de responsabilidades políticas y criminales que culminan como suelen hacerlo, con la condena e inhabilitación del guardavías de turno o del maletero del aeropuerto. Ocurre también que las masacres africanas se llevan muy mal con la recién inaugurada temporada veraniega, tan refrescante y colorida, con los primeros bronceados playeros y con la caña helada y media de gambas a la plancha del chiringuito. A nadie le apetece mezclar el bien ganado disfrute del verano con esos horrores que además nos resultan  tan lejanos.
            Algo nos está pasando. Dicen que, con el tiempo, los médicos y los sanitarios se insensibilizan  ante el sufrimiento de los enfermos, que se endurecen ante los padecimientos ajenos para evitar que se conviertan en propios, que se deshumanizan en definitiva, aunque yo sé que no es así. Es posible que se vistan con el disfraz de la distancia, que ante el sufrimiento irremediable o ante la muerte de un paciente, de un niño, por ejemplo, piensen de manera inmediata en el siguiente paciente, en el que han sanado o aliviado, o en el que ya les espera en la cama de urgencias o en la sala de operaciones. Es raro el médico que se deshumaniza del todo, el que no siente nada,  el que sólo ve en el paciente el caso clínico o el número de la Seguridad Social y no al ser humano que sufre. En cambio nosotros, los ciudadanos comunes, en tanto que ciudadanos de occidente,  hemos aprendido a cerrar los ojos para no ver lo que nos disgusta. No queremos que el telediario nos enseñe los muertos de África o que nos hable de la intolerancia religiosa de los terroristas islámicos (ésa sí que es intolerancia) en Darfur, en Nigeria o en Indonesia. No, eso no nos gusta y, además, confunde nuestro exquisito sentido de la tolerancia. Preferimos que nada de eso tan lejano, y por ello tan ajeno, nos amargue la cerveza del chiringuito o la fiesta a pie de la playa. Como mucho, aceptamos que nos sirvan de vez en cuando un muerto occidental y civilizado, o dos, unas desgracias cercanas pero comedidas, que nos hagan sentirnos felices porque no nos han tocado a nosotros.

            Mientras tanto, los muertos se ocultan y los gobiernos callan, la prensa calla, todos callamos.
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