martes, 2 de octubre de 2012

Es el dólar, imbécil



(Artículo publicado el 2 de octubre de 2012 en el diario La Opinión de murcia)


Habrá quienes digan que fútbol y política son la misma cosa, que son dos partes de un todo, que todo es política y que, por tanto, el fútbol también lo es, que hay política en el fútbol y fútbol en la política, que en España ser presidente del Real Madrid es más que ser ministro y que nada hay más parecido a veintidós pares de botas dando patadas a un balón que un gobierno al completo dando patadas al contribuyente. Y seguramente tendrían razón todos ellos si no fuera porque en un principio el fútbol fue concebido precisamente para entretenerse y pasar el rato de manera divertida, lejos de los serios asuntos de la polis, por cuya razón el fútbol debiera ser una de las actividades más lejanas y distantes de la política. Pero ocurre que, con el paso del tiempo, el fútbol se transformó en un espectáculo de masas que mueve gigantescas cantidades de dinero, y, claro, si en el entretenimiento intervienen las pelas, el ocio se convierte en negocio y el fútbol en política.
            Digo esto porque, después de todo lo que hemos visto y oído estos días sobre el soberanismo catalán, el referéndum ilegal pero despenalizado por el ímpetu suicida del Irrepetible Contador de Nubes, la solución federalista y oportunista de Rubalcaba y el Santiago y cierra España de Mariano Rajoy, después de todo esto o en mitad de todo ello no debiera sorprendernos que Sandro Rosell, presidente del F.C. Barcelona-que-es-más-que-un-club, haya proclamado un día que él es catalán (como su nombre indica, por cierto) y catalanista como el Barsa, y que siempre defenderá el derecho de los pueblos a decidir su futuro (sic), para matizar al día siguiente que pase lo que pase políticamente en Cataluña, el Barcelona seguirá jugando en la Liga del Estado Español.
            A Ignatius, mi asesor en cuestiones de estupidez soberana, le encanta todo esto. Como todos ustedes saben, pues les supongo lectores consumados de La Conjura de los necios, la épica novela de John Kennedy Toole (nada que ver con aquel Kennedy asesinado en Dallas, querido lector Malasombra), Ignatius es norteamericano de USA, o lo que es igual procede de un país que es una gran paradoja: es una república federal, tal vez la más federal de todas las repúblicas, y al mismo tiempo es el país más unido del mundo, también como su propio nombre indica. Lo que les vengo a decir es que, de todo esto, Ignatius sabe un huevo.
            ― ¡Pues claro que Estados Unidos es un país unido! Para que se pueda decir que algo está unido hay que empezar por aceptar que ese algo esté formado de partes diferentes. Del mar o del aire en su conjunto no se puede decir que estén unidos, pues cada uno de ellos forman un todo. En cambio, sí se puede decir que están unidos los ingredientes que forman una paella o un arroz y habichuelas, para que me entiendas. Dicho de otra manera, para que un conjunto esté unido es preciso que sus partes sean separables, el arroz de las habichuelas, y que, pese a ello, permanezcan juntas por obra y arte de un ligamento. Vosotros, los españoles, lleváis siglos creyendo que España es una, grande, libre e indivisible, algo así como el mar, el espacio sideral o El Otoño del Patriarca de García Márquez, pero no es así. España es, como todo los países de este mundo, la suma de sus partes. Vuestro problema es que os falla la ligazón.
            ―Pero Ignatius ―le dije―, yo creo que, en cuestión de elementos comunes, España tiene muchísimas más razones para permanecer unida que tu país, Estados Unidos. Por ejemplo, tenemos una historia común de más de cinco siglos de antigüedad, un idioma común, un territorio común, una religión común, un perfil étnico común…
            ―¡Bobadas! Todo eso no sirve para nada y además tampoco es cierto ―me interrumpió Ignatius―. La historia sólo es común si el común de los mortales al que se refiere la percibe así, como ocurre en Estados Unidos. En vuestra España cada Región, cada ciudad, cada pueblo y cada barrio presume de su propia historia para nada común con la de los demás. Sólo tienes que comparar los libros de texto que estudian vuestros escolares. ¿A qué idioma común te refieres? ¿Al castellano? ¿Al catalán? ¿Al euskera? ¿Al bable? ¿Al árabe? ¿Al guachinglis que hablan los jóvenes a través de la redes sociales? Y qué decir del territorio común o de la religión… En mi país, que es casi un continente, hay enormes diferencias sociopolíticas entre el norte y el sur, existen cincuenta estados diferentes, tenemos seis husos horarios distintos, se hablan todos los idiomas del mundo y conviven en él todas las religiones y, sin embargo, todos los norteamericanos se ponen en pie ante la bandera de barras y estrellas, en todas las competiciones deportivas importantes se canta el himno nacional que todos escuchan de pie y en silencio, y el Presidente, sea republicano o demócrata, blanco o negro, lo es de todos los norteamericanos. Y todo ello ocurre con mucha mayor diversidad de la que nunca tendréis en España. ¿Y sabes cuál es el secreto? ¿No caes? Si hubieras leído con atención lo que ha dicho Rosell, sin duda lo sabrías…
            ―¿Sandro Rossell? Pero si hablaba de fútbol…
            ―No exactamente ―me replicó Ignatius―, de lo que hablaba el presidente del Barcelona es de dinero, de euros, de dólares… Podrá apoyar la autodeterminación de los pueblos por todo eso que tú decías, en este caso por la historia común catalana, por el idioma catalán común, por la religión nacionalista común y demás zarandajas, pero el Barsa seguirá jugando en la liga española. ¿Lo entiendes ahora? Es el dólar, imbécil (y no te ofendas por el parafraseado), lo que une a Estados Unidos y a más de trescientos millones de norteamericanos, y será el euro el que mantenga unida a España y a Europa, o no será.
            Entonces fue cuando cerré la Teoría General del Estado de Jellineck y me fui a merendar
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo, es el poder económico de un estado sólidamente establecido el aglutinante que precisa para ser unidad política. Todo lo demás son cuentos chinos o adornos sin importancia, o como en el caso de Estados Unidos consecuencias de lo primero.