martes, 5 de junio de 2012

Señores pasajeros, les habla el capitán



(Artículo publicado el 5 de junio de 2012 en el diario La Opinión de Murcia)


Tengo un amigo que cuando sube a un avión y escucha esta frase empieza a temblar como un poseso, se remueve agobiado en su asiento, las manos comienzan a sudarle a chorros y, una y otra vez, comprueba que el esparadrapo en forma de cruz que lleva pegado en el ombligo sigue ahí, en su sitio, donde él se lo puso como antídoto casero contra el peur de l’avion, es decir, el miedo a volar o aerofobia. Recuerdo un vuelo de Bruselas a Estrasburgo que hicimos juntos en uno de esos aviones de turbohélice de los que nos dicen que no se caen nunca, tal vez para que nos consolemos del ruido de los motores y de los baches aéreos, pues a diferencia de los reactores, los aviones de hélice tienen posibilidad de planear hasta tierra. Tengo yo mis dudas acerca de ello y mi amigo las tenía todas aquél día, por lo que las manos le goteaban y el esparadrapo del ombligo se le despegaba con cada sobresalto. El viaje fue movido, pero pudo serlo más si en lugar de los mensajes habituales del capitán acerca de la velocidad del avión, de la temperatura sorprendentemente gélida del exterior, del tiempo que nos vamos a encontrar en el destino, y de esa bonita ciudad que en estos momentos, señoras y señores pasajeros, sobrevolamos (esa ciudad que, como siempre, solo se ve desde las ventanillas opuestas a la nuestra), si en vez de eso, digo, el capitán se hubiera dirigido a nosotros de la siguiente manera:

Buenas tardes, señoras y señores pasajeros, les habla el capitán Tan que junto al resto de la tripulación formada por el sobrecargo Jean Pierre Royaume-Uni, que como habrán notado está un poco griposo, y la azafata Mari Lou Apuán, que tampoco anda muy católica estas últimas semanas, intentaremos hacerles algo más grato este vuelo, aunque ya les adelanto que eso es casi una misión imposible.

Gracias por haber escogido volar con nuestra compañía, LastSongSwan Airlines, aunque si les he de ser sincero, si yo pudiera hacerlo, habría escogido otra. De conformidad con la política informativa de la compañía que se resume en nuestro eslogan “Atrévete, vuela y entérate” les informaré a continuación de las verdaderas condiciones de este vuelo al que piadosamente podríamos calificar de suicida.

Estamos volando a una altitud de cuatro mil quinientos pies, que es una altura suficiente para que, si caemos al suelo como una piedra, nos tengan que recoger con unas pinzas. El ruido ése que escuchan, esa especie de clic-clac-clic-catacroc que se repite sobre todo en la zona del ala izquierda, puede que no sea nada, pero también puede que haya un tornillo flojo y que el ala esté empezando a desprenderse, lo que no sería nada bueno para llegar a tiempo a esa cena que les espera en nuestro destino. Si lo desean, el sobrecargo les podrá indicar como hacer una llamada telefónica para ir anulando la cita.

El tiempo es bueno. De momento. El servicio meteorológico de Météo France nos avisa de que, procedente del Atlántico Norte, se aproxima una tormenta con fuerte aparato eléctrico que nos va a pillar de lleno a mitad de camino por lo que una vez más les ruego que mantengan sus cinturones bien abrochados, aprieten los dientes y se agarren firmemente al reposabrazos.

Dentro de unos momentos, nuestra aeromoza Mari Lou les repartirá, si las sacudidas del avión se lo permiten, un tentempié que el servicio de catering de la Compañía califica eufemísticamente de petisús de fusión gastronómica, que hará sin duda que el aterrizaje, si conseguimos aterrizar, sea una experiencia inolvidable. Recuerden que las bolsas higiénicas se encuentran a su alcance en algún bolsillo del respaldo del asiento delantero. O no.

Como sin duda sabrán todos ustedes estos aviones turbohélices son capaces de planear algunas millas aeronaúticas aún con los motores parados por lo que si, como es previsible en estos tiempos de crisis y de recortes, se nos acaba el combustible a mitad de vuelo tal vez lleguemos planeando a la pista o en su defecto a algún prado cercano donde podamos aterrizar. O no. Eso, desde luego, si logramos que se despliegue el tren de aterrizaje, pues en el último vuelo fallaba un poco y, a falta de mecánico debido también a los recortes de plantilla, intenté arreglarlo yo mismo con la ayuda de Mari Lou, nuestra azafata. Eso claro está nos impidió comprobar los niveles de aceite de los motores y el funcionamiento de los planos de elevación, aunque tal vez les consuele saber que, por el contrario, el mecanismo eyector de mi asiento funciona estupendamente.

Ya saben que está prohibido fumar a bordo de los vuelos nacionales e internacionales, por lo que ni siquiera les queda el consuelo de un último cigarrillo antes de… Pero no seamos pesimistas, a cambio pueden estar seguros de que si no llegamos a… bueno ya saben a dónde, gozarán de una magnífica salud durante los últimos instantes de su vida.

Nada más señores y señoras pasajeros, disfruten del vuelo si pueden y no olviden que la próxima vez que tengan que volar, aunque no quieran, no les quedará más remedio que hacerlo con esta Compañía, su Compañía aérea para el resto de su vida. Que Dios les coja confesados.

Ladies and Gentlemen…

NOTA: Cualquier parecido de este artículo con la situación económica de este país es pura coincidencia y un poco de mala leche.
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2 comentarios:

La Pecera dijo...

En el artículo original publicado en el diario La Opinión se incluía una desafortunada mención a la psoriasis que padecía la imaginaria azafata del avión. Tras recibir una atenta y absolutamente acertada comunicación de una asociación de enfermos de psoriasis he rectificado mi artículo eliminando toda mención a dicha enfermedad. Soy consciente de su gravedad y difícil curación, así como de las tremendas dificultades que padecen quienes la sufren. Por esta razón les ofrezco a todos ellos mis disculpas.

Anónimo dijo...

Gente como usted es la que hace falta. Animo señor Megias,siga escribiendo.