martes, 19 de junio de 2012

El camino de baldosas amarillas


El camino de baldosas amarillas


(Artículo publicado el 19 de junio de 2012 en el diario La Opinión de Murcia)


           Ayer, el Real Casino de Murcia albergó un hecho insólito. Alguien importante vino a Murcia, no para hablar en Murcia de Murcia, sino para hablar en Murcia de España, de Europa y del mundo.
Tenemos la costumbre aldeana y algo cateta de vestir de huertano a todo bicho viviente que se deje caer por Murcia. Luego le damos un pastelico de carne y un vaso de jumilla y, si se pone a cantar el Canto a Murcia o el himno a la Virgen de la Fuensanta, entonces lo nombramos Gran Pez o le damos la Medalla de Oro de la Región, o ambas cosas. Ayer no ocurrió nada de eso. Con ocasión de la puesta de largo del Foro Nueva Murcia (el nombre, lo confieso, me gusta poco), que pretende ser un espacio abierto y libre para la generación de ideas (lo que no siempre gusta), estuvo en el Real Casino de Murcia el embajador de Alemania, el Dr. Reinhard Silberberg, que habló mucho y bien de España y de Europa y del papel que deben jugar la una en la otra. Luego hubo un coloquio, excepcionalmente bien llevado por el moderador, en el que afortunadamente nadie preguntó al embajador si, en su opinión, la jota se baila mejor en Murcia que en Aragón o si sabía lo que son los michirones. Ayer, la Murcia miope y pueblerina, la de la cansera, no estuvo en el Real Casino.

El Dr. Silberberg durante su intervención en el Foro Nueva Murcia 

                Del Dr. Silberberg, diplomático de carrera que desde 1998 hasta 2005 estuvo al frente del departamento de Política Europea de la Cancillería Federal, se dice que es la eminencia gris de la Deutsche Europapolitik. Tal vez sea por eso que Angela Merkel, sabedora de la peligrosísima posición en que se había de situar España en estos años, lo nombró embajador en Madrid. Hoy nadie duda, ni siquiera Zapatero que, extrañamente, lo anda diciendo en Al Jazeera,  que en aquellos alegres años de la ceja y en algunos inmediatamente anteriores derrochamos nuestros recursos en ciertas cosas útiles pero también en muchas ideas inútiles y peregrinas. Aquellos fueron años de gratuitas reducciones de impuestos, de la creación y aplicación del “Cheque Bebé”, de la promulgación de leyes comprometedoras de enormes cantidades de recursos como la Ley de Dependencia, de la proliferación de Ministerios sin contenido, de la gravosa recuperación de la Memoria Histórica, de las costosísimas e inoperantes reformas educativas, de la puesta en práctica de sueños irrealizables y megalomanías sin cuento,  de la renuncia a las fuentes energéticas más baratas en favor de las más caras, de las etéreas aventuras internacionales como la Alianza de las Civilizaciones, de las amistades peligrosas, del crecimiento canceroso del gasto autonómico y de la cultura del pelotazo fácil.
Y justamente aquellos años fueron también los mismos años durante los cuales Alemania se apretó el cinturón, aquellos en que los empleados alemanes se redujeron voluntariamente el sueldo y la jornada de trabajo para que no creciera el paro, en los que se redujo drásticamente el número de municipios alemanes, en los que algunos estados federados reintegraron competencias al Gobierno Federal ante la imposibilidad de atenderlas debidamente. Aquellos fueron para Alemania años de estrecheces y de crecimiento moderado cuando no de estancamiento económico. Pero también fueron años en los que, y no sólo por la matemática electoral, los dos grandes partidos alemanes, la CDU y la SPD, democristianos y socialistas, Merkel y Schroeder, sentaron juntos las bases del futuro progreso económico de su país en lo que se conoce como la Grosse Koalition. De 2005 a 2009, y aún un par de años antes, no hubo mucho tiempo para la relajación y sí mucha voluntad de ajustar los parámetros de la economía alemana y de las economías domésticas de los alemanes.
                Hoy nos preguntamos cúal es el camino que deberíamos seguir los españoles para superar la crisis económica y social, si el de los recortes o el del crecimiento, o un camino intermedio. Y la única respuesta, nos guste o no, es que no hay más que un camino, el de baldosas amarillas.
                El resto no son caminos.
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