miércoles, 23 de mayo de 2012

El Paraíso Perdido


El Gurugú de Ulea



(Artículo publicado el 23 de mayo de 2012 en el diario La Opinión de Murcia)



            «¿Es ésta la región, dijo entonces el preciso Arcángel, éste el país, el clima y la morada que debemos cambiar por el cielo, y esta tétrica oscuridad por la luz celeste?
(John Milton)

            He escrito en alguna ocasión sobre mi afición a los libros y no solo a leerlos, lo que se traduce en una casa atestada de ellos y en  dos colecciones que poco tienen de valiosas y mucho de evocadoras. Una de ellas es la de libros autografiados por sus autores: pequeños o grandes, famosos o no, buenos o malos, todos tienen un lugar en mi biblioteca y morirán conmigo. La otra es la integrada por los libros viejos, alguno puede ser tachado incluso de antiguo, que he comprado en las ciudades que he visitado, uno en cada una. Ya les dije una vez que un libro viejo, si uno tiene la paciencia de buscar una librería de saldo o un mercadillo de libros, es un recuerdo barato y fácil de transportar en la maleta, entre cuyas páginas puedes guardar otros recuerdos de viaje: un billete de metro, el ticket de un restaurante o una hoja de roble. Entre mis libros de ciudad visitada hay una edición inglesa de “El Paraíso Perdido”, de John Milton, que compré en una librería de Nothing hill, en Londres. Se trata de una edición de mediados del siglo diecinueve, encuadernada en piel azul para una biblioteca particular. Pero no es de libros de lo que les quiero hablar hoy, sino de paraísos perdidos.
En las cercanías de Ulea hay un pequeño templete conocido como el Gurugú. Se trata en realidad de una vieja caseta de aperos de labranza que su dueño hizo construir caprichosamente parecida a una torre moruna. Desde el Gurugú se contemplaba uno de los paisajes más hermosos del Valle de Ricote: las huertas apretadas de Archena, Ojós, Ulea y Villanueva, el meandro del río Segura que serpentea por el mar verde y, al fondo, los riscos y peñas que esconden Ricote y más allá, Blanca y Abarán. Se podría decir que el Gurugú es casi la entrada al valle y, por eso, en aquellos tiempos breves en que me ocupé del turismo y de la cultura regionales hace ya diez años largos, ordené la restauración del Gurugú, el ajardinamiento de la colina en la que se asienta y la instalación de un pequeño centro de interpretación turística en el templete. La actuación se habría de completar con la transformación de la vieja subestación hidroeléctrica situada en la ribera al pie del Gurugú en un pequeño complejo de hostelería dotado de una terraza asomada al río que allí se ensancha e, incluso, de algunas barquillas de remos para alquilar. Hoy la subestación eléctrica sigue allí, exactamente como entonces, abandonada y casi en ruinas. El paisaje ha cambiado y se ha ido salpicando de los tejados de varias construcciones que manchan el verde de la huerta.
            Alguien se preguntará por qué escribo hoy del Valle de Ricote y del Gurugú y la respuesta está al comienzo de este artículo, en el título de la obra de Milton. En eso y en la conversación que mantuve el sábado pasado con unos viejos amigos de Ulea, en la que supe de la suerte que había corrido aquel proyecto. Es posible que, como ya ha ocurrido con otros lugares singulares como el Mar Menor, estemos asistiendo impertérritos a la pérdida de otro paraíso, el Valle de Ricote, la Palestina verde, cuya conservación es, al menos, dudosa. La otra Palestina murciana, la árida, afortunadamente permanece casi intacta. Se trata de la vega del río Chícamo, a caballo entre los municipios de Abanilla y Fortuna.
Siempre pensé que, juntos o separados, el Valle de Ricote y la vega del Chícamo eran los auténticos tesoros paisajísticos y costumbristas de la Región de Murcia y que, juntos o separados, podrían configurar un excepcional parque temático en donde el modelo de crecimiento sustentado en la industria y en la agricultura intensiva fuera sustituido por el basado en el turismo rural y de salud y en la agricultura tradicional.
Tal vez me equivoque y aún sea tiempo. Tal vez el paraíso aún no esté perdido.
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