martes, 8 de mayo de 2012

El hombre corriente





(Artículo publicado el 8 de mayo de 2012 en el diario La Opinión de Murcia)



Je ne comprends rien du tout. Andan los sociatas extrañamente exultantes con la victoria de François Hollande, ese hombre corriente que ha negado más de tres veces a Zapatero. “Tú egues un Sapatego”, le decía Nicholas Sarkozy a Hollande, en el mismo tono apocalíptico que sin duda empleó con Moisés el hombre del tiempo de aquel entonces. “El Sapatego lo segás vou”, le contestaba Hollande con el aire ofendido de cualquier hombre corriente que se viera increpado así. Ocurre también que Hollande tendría muy presente el apoyo incondicional que Zapatero prestó a Ségolène Royal, anterior candidata socialista a la presidencia y, por un casual, santísima de Hollande desde hacía treinta años, a la que el mal fario de Zetapé costó la presidencia de Francia y el matrimonio, las dos vías que tenía para convertirse en inquilina del Elíseo. Claro que los primeros en negar a Zapatero no han sido los socialistas franceses, sino los españoles, de manera que por ahí pudiera venir la alegría de los Rubys. Esta chica que estudia desde siempre dos carreras universitarias, Elena Valenciano, ha llegado a proclamar que ha comenzado el cambio en Europa. Y puede que en esto tenga razón. Es muy posible que haya cambios profundos en Europa. De momento, y por eso será que Mariano Rajoy está tan callado, el eje Merkozy dejará paso en unos días al eje Merkajoy, cosa que a nosotros no nos viene mal. También es posible que las políticas económicas del “hombre corriente”, consistentes como saben en aumentar el gasto social no productivo y el empleo público, en reducir la producción de energía eléctrica de origen nuclear en favor de las energías renovables, en construir viviendas sociales y en rebajar la edad de jubilación a los sesenta años, consigan que la France destrone a l´’Espagne en el ranking de países europeos ruinosos. Sí, querido lector malasombra, sí, ya sé que lo tiene difícil, tan difícil como lo tenía ZP hace tres o cuatro años y, sin embargo, nuestro supervisor de nubes lo consiguió aplicando una receta muy parecida a la de Hollande.
            No seré yo quien me entristezca por la victoria de Hollande en Francia. En primer lugar, porque nunca me ha gustado Sarkozy, el emperador frustrado, un hombre bajito y presumido, pendiente siempre de ponerse las alzas más grandes, a ver si así podía superar en estatura a Angela Merkel. No me gustó su romance de papel couché con Carla Bruni, ocultado durante la campaña presidencial y exhibido luego sin pudor alguno en busca de la foto fácil del triunfador y la bella. Ni me gusta Carla Bruni ni me gustan sus canciones. Por el contrario, me identifico con la figura del hombre corriente, tanto más corriente cuanto que se trata del sustituto corriente y gris de otro emperador frustrado, éste por sus bajas pasiones, llamado Dominique Strauss-Khan. Son los hombres corrientes quienes, si continúan siéndolo después de ganar unas elecciones, poseen el sentido común que es el más escaso de los sentidos, aunque es cierto que resulta muy difícil que un francés conserve la sensatez y la cordura una vez que cruza las puertas del Eliseo, del mismo modo que es casi imposible que ocurra lo propio cuando un español llega a La Moncloa. Finalmente, prefiero antes a un socialista que a un conservador en la presidencia francesa por la razón que ya he dicho: un socialista francés en las actuales circunstancias empobrecerá a Francia, lo que a la postre enriquecerá a España, y se alejará de Alemania, lo que nos acercará a nosotros a ella, de manera que Vive la France!
            Mi querido Ignatius, ya lo conocen ustedes, mi asesor en materia de Grandeur, Splendeur y Estilo Imperio, me decía esta mañana que a Francia solo le falta una cosa para ser perfecta: un Borbón. No obstante, la Restauración pendiente de la monarquía francesa no le ha impedido acometer su propia restauración con un desayuno en el que se han dado cita todo tipo de grasas saturadas, de fiambres y de fritorios, eso sí, con una despavorida ramita verde por encima. Luego, se ha pertrechado de su recado de escribir, como él gusta en llamar últimamente a su lápiz y a su cuaderno Gran Jefe, y ha comenzado la redacción de una carta que comienza así:
            “Mi muy Querido y Respetado Luis Alfonso:
            Ante el último atentado perpetrado por la ciudadanía francesa contra las reglas de la Ortodromia, del Buen Gusto y la Decencia, y antes de que la Santa Monja Rosvita, aquella mujer ejemplar que iluminó el oscuro medioevo, se remueva frágil en su tumba, me dispongo a…”
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