martes, 17 de enero de 2012

Don Manuel, un hombre de bien (*)



(Artículo publicado el 17 de enero de 2012 en el diario La Opinión de Murcia)


Apenas hace un día de su muerte y ya se ha escrito mucho sobre Manuel Fraga, entre otras cosas porque ya se había escrito antes. De él se ha dicho todo o casi todo y él mismo hizo de todo o casi de todo en sus ochenta y nueve años, excepto que perdió el tiempo. Estudiante brillante y jugador de dominó; Letrado de las Cortes y diplomático por oposición; catedrático y político; escritor y ministro franquista; autoritario y demócrata convencido; ministro en la transición y director general de Cervezas El Águila; padre de Familia Numerosa de 1ª Categoría y comilón incansable; celérico y colérico; hiperactivo y de habla atropellada; Presidente de Comunidad Autónoma y Embajador en Londres; no llegó a ser Presidente del Gobierno pero el partido que creó ha dado dos; lució un Meyba gigante en aguas de Palomares y civilizó a la derecha española; le cupo el Estado en la cabeza y aún le quedaba sitio para los precios del kilo de garbanzos y los datos personales de todo aquél a quien conoció. Pero ante todo, y ese todo es mucho, muchísimo, Manuel Fraga fue un servidor público, el arquetipo de servidor público. Veintitrés años para ser Letrado de las Cortes y sesenta y seis para servir a España de forma ininterrumpida.


El martes pasado me despedí de él porque soy de la opinión de que las despedidas, los agradecimientos y los homenajes, sobre todo cuando el final es previsible, han de ser hechos en vida del personaje. Con todo, no me prodigaré yo en estos adioses anticipados no sea que me cargue de un susto al despedido, amén de que lo normal es que uno se resista a que lo despidan. Como dijo aquel eclesiástico, al que con ocasión de su noventa cumpleaños le desearon que cumpliera diez años más: No pongan ustedes límites a la voluntad de Dios.


De Manuel Fraga se cuentan muchas historias, algunas muy conocidas. Con el fin de contribuir a su anecdotario les referiré una de la que fui testigo presencial allá por los finales de 1995 o comienzos de 1996. El Partido Popular había ganado las Elecciones Locales y Autonómicas en España y Manuel Fraga presidía la Comunidad Autónoma de Galicia. En Bruselas tuvo lugar una reunión del Grupo Popular Europeo en el Comité de Regiones para discutir sobre el relevo en la presidencia del Comité pues, según lo acordado desde su creación y siendo la legislatura de cinco años, la presidencia sería ejercida alternativamente por los candidatos del Partido Popular Europeo y del Partido Socialista Europeo por períodos de dos años y medio, por lo que al conservador francés Jacques Blanc, presidente de la región francesa del Languedoc-Roussillon, había de sucederle el socialista español Pascual Maragall, alcalde de Barcelona. La reciente victoria electoral había enardecido los ánimos de algunos miembros españoles del Grupo, muy especialmente de valencianos y madrileños cuyos presidentes aspiraban a presidir el Comité, que proclamaban que el resultado electoral había cambiado el mapa político y con él las condiciones que legitimaban la elección de Maragall. La discusión fue subiendo de tono, lo que por cierto no constituyó obstáculo alguno para que los miembros británicos del Grupo, tres o cuatro muy conservadores Lores de Inglaterra vestidos con trajes Príncipe de Gales hechos a la medida en Saville Row, dormitaran plácidamente en sus escaños. Don Manuel, sentado en primera fila, también dormía o así me lo parecía. Mi colega Emilio del Valle, Consejero de Presidencia de Cantabria, sentado como yo en primera fila junto a don Manuel, me comentó que Fraga debía estar muy cansado porque se quedaba por las noches a cuidar de su mujer enferma ya por aquel entonces. Cuando el debate alcanzaba toda su intensidad y el gallardoneo y el zaplaneo estaban a punto de disparar todos sus misiles de crucero, don Manuel abrió un ojo y dirigiéndose a todos, pero muy especialmente éstos, exclamó con voz de trueno: Mis queridos amigos, ¡Pacta sunt servanda!. Y en ese punto concluyó el debate y la siesta de los Lores, de manera que Pascual Maragall, alcalde socialista de Barcelona, resultó elegido Presidente del Comité de las Regiones también con los votos españoles del Grupo Popular Europeo.


Para los chicos de la LOGSE, a quienes otro Maragall que contó con la inestimable ayuda de Rubalcaba dejó huérfanos del latín, les diré que la frase con la que Fraga apaciguó aquel día el gallinero político enuncia un principio general del derecho, básico en el ámbito del derecho internacional, que significa que los pactos deben ser respetados.


El otro día, un cretino dijo ante la muerte cercana de Fraga que iba a descorchar una botella de cava después de tantos años de espera. Estoy seguro de que, habida cuenta de que España es muy grande, habrá otros cretinos como ése, pero también estoy seguro de que si el Alzheimer le deja un hueco a Pascual Maragall, éste también brindará con cava, pero lo hará respetuosamente, por la memoria de un hombre de Estado llamado Manuel Fraga.


(*) El artículo publicado en La Opinión lo titulé con un escueto "Don Manuel". Luego leí que a Don Manuel le habría gustado que su epitafio dijera que fue un hombre de bien y, como lo fue, he reescrito el título del artículo.

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