martes, 22 de febrero de 2011

Huevos sin sal

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(Artículo publicado el 22 de febrero de 2011 en el diario La Opinión de Murcia)



Ya saben ustedes de mi guerra santa contra la Conjura de lo Políticamente Correcto, esa congregación que pretende erradicar de faz de la tierra todo aquello que a su juicio atenta contra lo que consideran valores políticamente correctos. Por ejemplo, si lo políticamente correcto es quedarse como arrobado ante nuestras presuntas raíces musulmanas, vaya usted a saber, será fieramente reprobado y escarnecido quien afirme que hay yacimientos de hulla más interesantes que el hallado en el jardín de San Esteban, del mismo modo que, si por ellos fuera, debería ser lapidado quien defienda la continuidad del Cristo de Monteagudo asentado sobre los restos de un castillo morisco. Si la Conjura de lo Políticamente Correcto se entontece con la apocalíptica predicción de los agoreros del cambio climático, como se ha entontecido, serán excomulgados quienes duden de que, en efecto, en cien años todos calvos. Si se trata de preservar la sacrosanta libertad de cada cual a hacer lo que le venga en gana, la Conjura no dudará en condenar a trabajos forzados perpetuos a aquellos padres que pretendan coartar la libertad de sus hijos obligándoles a hacer los deberes escolares. Si lo políticamente correcto es que las niñas de diez años se culturicen leyendo el Informe Hite sobre sexualidad femenina y que sueñen con dejarse crecer el bigote de mayores, la Conjura procurará por todos los medios que los cuentos de Blancanieves, La Cenicienta y Rapuntzel sean incluidos en el Nuevo Índice de Libros Prohibidos y, para no herir sensibilidades, no les cuento lo que le harán al Príncipe Azul .


Con todo, aunque pudiera parecer que uno de los efectos de las actuaciones de la Conjura es que casi todo pierde su gracia, la gracia de lo inocente y, a veces, de lo prohibido, lo cierto es que ser políticamente correcto también tiene su aquél, no sé si me explico. Le voy a servir como aperitivo de esta afirmación unos cuantos chistes encontrados en Twitter, ya saben, que podrían haber sido corregidos y reescritos por unos cuantos fundamentalistas de lo políticamente correcto con esa chispa que les es tan natural. Éstos son:


Jaimito, en la oración “Juana está disfrutando” ¿dónde está el sujeto? En Juana, señorita.

Se encuentran en un ascensor un vasco, un catalán y un gallego, se saludan educadamente y cada uno se baja en su piso.

Perdone caballero, ¿ha visto usted a Mistetas? No señora, pero debería usted cambiarle el nombre a su perro, pues se presta a confusión.

Esto son dos amigos que deciden ir a un puticlub, pero al final no van, porque eso degrada a la mujer.

Juguemos al teto, tú te agachas y yo te respeto.

Mamá, en el cole me dicen que tengo la cabeza muy gorda. La madre se apresuró a denunciar al colegio por acoso.

Entra un gangoso a un bar y un hombre se ríe de él. El dueño del bar echa al hombre y le dice que jamás vuelva a reírse de la limitación de otro.

¿Por qué los de Lepe plantan los naranjos de tres en tres? Porque tienen un sistema de riego hidropónico.

¿En qué se parece una mujer a una lavadora? En nada.

Se abre el telón. Aparecen unos gitanos y desaparece el telón. Se lo han llevado para restaurarlo y luego lo traen de nuevo.

Entran dos negros en un bar y el camarero les dice: Buenas tardes, distinguidos señores, ¿qué desean tomar?

Cómo se dice “tranvía” en alemán? Strassenbahn.

¿Y “condón” en portugués? Preservativo.

Mamá, en el colegio me dicen que tengo los dientes largos. La madre corrió de nuevo a denunciar al colegio por reincidente.

Un tartamudo intenta pedir un café con leche en un bar. El camarero se lo sirve inmediatamente.

Mamá, las olivas negras ¿tienen patas? No, hijo, no, eso que te ibas a comer creyendo que era una oliva negra es un escarabajo.

¿Por qué los de Lepe plantan cebollas al borde la carretera? Porque los huertos y bancales están junto a la carretera.

¿Se puede poner Paquita al teléfono? Está en la cama con cuarenta. Bueno, pues que se mejore.

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